Silos

La traducción de la narrativa en lengua alemana en el siglo XIX

Lorena Silos Ribas (Universidad de Alcalá)

 

Introducción

La notoriedad que alcanzan las letras alemanas desde mediados del siglo XVIII –con los autores ilustrados y, de forma más llamativa, con la revolución literaria que supone el movimiento «Sturm und Drang»– y, más adelante, con los escritores del Romanticismo, impulsa en Inglaterra y en Francia y, a través de estos países, también en España, un acercamiento a la literatura escrita en alemán. A pesar de ello, es notable la dilación con la que la literatura en lengua alemana llega a España y que provoca que numerosos autores u obras de gran relevancia no se conozcan hasta los años 80 del siglo XX. Tal retraso viene motivado, en primer lugar, por la popularidad de la que durante el siglo XIX gozaban las literaturas inglesa y, sobre todo, francesa, pero también por el alto grado de desconocimiento que, público, autores y editores, tenían de la cultura y de la lengua alemana. Con frecuencia, las traducciones de los textos en alemán se realizaban a través de la versión francesa –una lengua más conocida en España dada la influencia política y social de este país y que constituía el «filtro y el canal de comunicación de España con el extranjero» (Ruiz Casanova 2000: 400)–, con las innumerables distorsiones que esto conllevaba; no obstante, cuando se intentaban verter al español a partir del original, prevalecía el principio de acercar al lector al texto original, con el consiguiente resultado de textos de gran complejidad sintáctica y un vocabulario ampuloso que han contribuido a la percepción por parte del público español de que la lengua alemana y su literatura son excesivamente densas y complejas (véase Hernández 2013: 318).

Por otra parte, en lo que se refiere a la literatura coetánea –es decir, al Clasicismo, al Romanticismo o al Realismo–, el contexto sociocultural español no era tampoco el más propicio para la recepción de las obras de J. W. Goethe, de Friedrich Schiller o del romanticismo de Ludwig Tieck o de E. T. A. Hoffmann, pues imperaba en el país un gran conservadurismo anclado en políticas culturales que primero censuraban todo cuando pudiese contravenir los postulados católicos y tradicionales y, más adelante, se mostraban reacias a recoger la innovación estética que se producía en otras literaturas (véase, por ejemplo, Crespo 2007). Por último, la historia de la traducción ha estado definida en muchos momentos por el azar o por querencias personales de autores–traductores y/o editores que explicarían lo caprichoso en la recepción de obras de mayor o menor relevancia literaria.

En la recepción de las letras en alemán en España durante el siglo XIX, además de la contribución de conocidos mediadores culturales como fueron Juan Nicolás Böhl de Faber, hispanista alemán, y su hija Cecilia (más conocida por su pseudónimo literario, Fernán Caballero), destaca también la labor de escritores como José Mor de Fuentes, Juan Valera o, más tarde, Miguel de Unamuno, que ejercieron también de traductores, así como el interés por planteamientos estéticos novedosos de Manuel Milà i Fontanals o Julián Sanz del Río, o los viajes que Emilia Pardo Bazán, Juan Valera, Augusto Ferrán o Sanz del Río realizaron a Alemania para conocer su cultura y su literatura (Regueiro 2015: 423). Si la tournée europea de Pardo Bazán le abrió las puertas al idioma alemán y a sus autores –Goethe, Schiller o Heine, a quien también tradujo–, la estancia de Sanz del Río en Heidelberg en los años 1843 y 1844 y sus contactos con la filosofía de Karl Christian Friedrich Krause tendrán un impacto indeleble en la vida intelectual española, como germen de la Institución Libre de Enseñanza, y fomentarán también la recepción y las traducciones de pensadores y literatos alemanes. También las estancias de Juan Valera en Alemania determinan en gran manera su propia literatura, y su amplio conocimiento de las letras alemanas del siglo XVIII queda reflejado en las conferencias que el autor imparte en la Institución Libre de Enseñanza (Juretschke 2001, Romero Tovar 2006: 373). Muchas de las reflexiones de estos autores verán la luz en forma de artículo o reseña en los semanarios de carácter cultural más destacados de la época. Un medio este, la prensa de carácter cultural, que será, durante la segunda mitad del siglo XIX, un vector esencial en la difusión de las literaturas extranjeras entre el público español (Giné & Hibbs 2010: 14) pues, semana tras semana, hace llegar a los hogares o a los ateneos las novedades literarias, entre las cuales, especialmente a partir del segundo tercio del siglo XIX, comienzan a asomarse también autores de lengua alemana. Destacan en este medio, en lo referente a la literatura en alemán, publicaciones como La Abeja, Revista Contemporánea, Revista Europea, El Vapor o el Museo de las Familias.

 

Traducción de la narrativa en lengua alemana anterior al siglo XIX

A pesar de las relaciones dinásticas existentes y de la productiva recepción de la literatura del siglo de Oro español en el ámbito de lengua alemana, la «distancia cultural» entre ambos contextos literarios –unida a las dificultades económicas y de difusión que existían en el ámbito editorial– es la causa más probable de que las obras narrativas de la época medieval, del humanismo y del barroco no encontrasen traductor en la España del siglo XIX. De entre los autores del siglo XVIII, el suizo Samuel Gessner y Christoph Martin Wieland fueron los primeros en llegar al lector en español. En el año 1803 se publica la traducción del poema épico en prosa de Gessner, La muerte de Abel (trad. del francés y editado por Mateo Repullés, Madrid), que incluye un prólogo, en el que su traductor, Pedro Lejeusne, argumenta la idoneidad de la obra y subraya su popularidad en Alemania y en Francia. Por su parte, la narración Crates e Hiparquia de Wieland vio la luz en el año 1849 en una versión realizada en Trieste por Cayetano J. Merlato, canciller del consulado de la ciudad. El referente del drama de la Ilustración, Gotthold Ephraim Lessing, cultiva además profusamente el género de la fábula. Treinta de sus fábulas, escritas originalmente en prosa, fueron traducidas e incluidas por el también dramaturgo y poeta Juan Eugenio Hartzenbusch en su obra Ensayos poéticos y artículos en prosa, literarios y de costumbres (Madrid, Yenes, 1843) y en 1871 el mismo Hartzenbusch tradujo y editó el volumen Fábulas, dividido en tres tomos. De nuevo, en 1888, recoge las fábulas de Lessing en un volumen en el que incluye sus propias creaciones junto a traducciones de poemas de Friedrich von Hagedorn o Christian F. Gellert, entre otros.

También al periodo ilustrado pertenece Joachim Heinrich Campe, cuya célebre robinsonada cosechó un gran éxito en España y fue objeto de numerosas ediciones a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, traducidas todas ellas por un autor afín en su concepción de la literatura, el fabulista y dramaturgo Tomás de Iriarte. Si bien la primera versión en español data de 1789, en 1817 sale ya a la luz El nuevo Robinson: historia moral reducida á diálogos (Madrid, Imp. que fue de Fuentenebro), de nuevo en 1846 con el título El nuevo Robinson: historia moral reducida a diálogos para instrucción y entretenimiento de niños y jóvenes de ambos sexos (Palma, Gelabert), en 1850 como El nuevo Robinson: o sea la vida y sorprendentes aventuras de un náufrago: novela moral dedicada a los niños y jóvenes (Madrid, Imp. M. R. y Fonseca y, una vez más, en Madrid, J. Martín Alegría, 1858).

También la prensa cultural se hace eco de la literatura ilustrada y destaca, en este sentido, la labor de la revista La Abeja. Fundada en Barcelona, como el Museo de las Familias y El Vapor, por el humanista catalán Antonio Bergnes de las Casas, que la estampaba en su propia imprenta, inspirada en las revistas inglesas y francesas de la época, La Abeja se editó entre los años 1862 y 1870, con un subtítulo que resulta muy revelador para este estudio: «Revista científica y literaria ilustrada principalmente extractada de los buenos escritores alemanes, por una sociedad literaria». Aunque recoge principalmente artículos de naturaleza científica, también resulta posible encontrar ejemplos de literatura lírica y numerosos extractos de narrativa y de teatro, muchos de ellos gracias a la traducción del propio Bergnes de las Casas y de los traductores José Fernández Matheu, conocido por sus versiones de la obra dramática de Schiller, y José S. Viedma. Aunque La Abeja recoge principalmente la obra de los autores de los periodos clásico y romántico, en los primeros números vieron la luz narraciones de autores de la Ilustración como Gottlieb Konrad Pfeffel (La oveja perdida y La dama blanca, en 1862 y 1863, respectivamente) y Gotthold Ephraim Lessing (La estatua de bronce, 1864). En ninguno de los casos figura el nombre del traductor. Se trata, en el caso de Lessing, de un texto de naturaleza lírica, en el que no resulta sencillo determinar su fuente, si bien podría tratarse de un poema trasladado a una pieza de prosa, una costumbre habitual en la época (García Garrosa 2016: 36–38), aunque no siempre bienvenida: en su «Advertencia del traductor» a un drama de August von Kotzebue, Agustín García de Arrieta proclamaba la «manía de traducir en verso una pieza escrita originalmente en prosa» (García Garrosa 2016: 57), una muestra más de la tendencia «intervencionista» en la traducción durante el siglo XIX. Si bien son muchas las obras líricas de la época clasicista y romántica que llegan al lector convertidas en textos narrativos, este capítulo se limitará a reseñar las traducciones de textos que originalmente pertenecían a géneros escritos en prosa.

 

Traducción de la narrativa en lengua alemana del siglo XIX: Clasicismo y Romanticismo

En los países de lengua alemana, el siglo XIX aúna una gran diversidad de movimientos literarios que se desarrollan a la par que las principales corrientes filosóficas que definen la historia intelectual y cultural de estos países. Precedido por la revolución francesa, que desestabiliza el orden político y social europeo y reposiciona al individuo en su contexto sociopolítico y cultural, el siglo XIX es testigo en el ámbito literario de lengua alemana de los estertores del periodo clasicista, cuyo fin se data, por lo general, con la muerte de Friedrich Schiller en 1805, y de la transición de algunos de sus principales autores hacia propuestas cercanas al Romanticismo, cuyos postulados definirán durante décadas la narrativa en alemán e influirán también en las tendencias literarias y artísticas de sus países vecinos. Comunes al movimiento romántico son el gusto por lo lejano, la reivindicación de la época medieval y, por ende, de la literatura popular, y la presencia central de elementos fantásticos o inverosímiles. En la segunda mitad del siglo, las tendencias subjetivistas e idealistas del Romanticismo encuentran su respuesta tanto en los fundamentos postrománticos del «Biedermeier» y del movimiento conocido como «Joven Alemania» y, años después, en la literatura del Realismo, cuyas propuestas evolucionarán hacia textos que rechazan idealizar la realidad; con ellos, la corriente naturalista clausurará el siglo XIX.

Las querencias de los editores españoles durante el siglo XIX giran principalmente en torno a los movimientos clasicista y romántico; la narrativa firmada por los literatos de los movimientos posrománticos apenas sí tiene eco en el ámbito literario español y las versiones en español de los autores realistas y naturalistas son también escasas. La publicación en formato de libro de la obra del autor más relevante de las letras en lengua alemana, Johann Wolfgang Goethe, se remonta a inicios del siglo, animada, sin duda, su recepción por un buen número de artículos y reseñas en prensa que se hacían eco de su relevancia en el panorama europeo. Fue entonces cuando se publicaron las dos primeras traducciones de su obra: el poema dramático Germán y Dorotea (trad. de Mariano Cabrerizo para su «Colección de Novelas», Valencia, Esteban, 1812; reed. en 1819, 1828 y 1842) y Aventuras amorosas del joven Werther, publicado también por Cabrerizo en 1819 y trasladado desde el francés por un traductor desconocido, si bien algunas fuentes, como el Goethe Handbuch (Witte 2016: 1175) asignan esta traducción a José Mor de Fuentes. La novela había sido ya propuesta para traducción anteriormente: la versión de Casiano Pellicer no se materializó, pues no obtuvo licencia para imprimirse y, en el año 1803, aunque se presentó a las autoridades con el título algo engañoso de «Cartas morales sobre las pasiones», el censor la rechazó de forma tajante basándose en motivos morales y religiosos (Witte 2016: 1175).

En 1835 Mor de Fuentes publica la primera traducción del Werther directamente del alemán, que será titulada esta vez Las cuitas del joven Werther, en la editorial de Bergnes de las Casas. Numerosas versiones sucederán a estas primeras e irán modificando el título de la obra: Las pasiones de Werther (1849), Verter o las pasiones (1848) o sencillamente Werther (1856). Por su popularidad, Werther posibilita la publicación de otros títulos de la obra de Goethe: además de las traducciones del Fausto, que se analizarán en el capítulo correspondiente, Fanny G. Garrido firma la traducción de Viaje a Italia en 1891, en una edición de la Librería de Viuda de Hernando y Cía. y en la editorial La España Moderna se publica en 1898 la primera edición de sus Memorias. Poesía y verdad. Por su parte, la prensa cultural recoge también una de las obras fundamentales de este autor y de la literatura en lengua alemana, pues, además de los extractos de Werther u otros escritos de naturaleza teórica en La Abeja en los años 1895 y 1896, la Revista Europea publicó, entre julio de 1879 y enero de 1880, los cinco primeros libros de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, traducidos por José de Fuentes.

Aunque la producción narrativa de Friedrich Schiller no llegará a España en forma de libro hasta el siglo XX, los apuntes sobre su obra dramática y sobre la relevancia de su figura en el debate literario y estético se suceden en los más importantes semanarios: el Museo de las Familias publica en el año 1838 dos detalladas biografías sobre el autor y también la revista La Palma le dedica varias reflexiones. En cuanto a la traducción de su obra narrativa, en el primer año de publicación de La Abeja, en 1862, se recogen dos textos del autor: El criminal por la honra perdida (trad. de Bergnes de las Casas) y su discurso sobre el género dramático titulado El teatro considerado como una institución moral (trad. de Juan Font y Guitart). En este mismo número aparecen tres textos de Johann Gottfried Herder: Los tres amigos, en versión de Bergnes de las Casas, El hijo de la Misericordia y La luz del hogar, ambas firmados por J. S. P.

También Johann Peter Hebel y Jean Paul, pseudónimo literario de Johann Paul Richter, dos autores que se sitúan entre las tendencias clasicistas y las románticas, despiertan el interés de La Abeja, que publica numerosas traducciones de su obra. Por una parte, de Hebel verán la luz Encuentro inesperado (trad. de Bergnes de las Casas, 1862, I), Kannitverstan (trad. J. S. P., 1862, I) y La tempestad (1863, II). En lo que se refiere a Jean Paul, su recepción es incluso más llamativa, además de temprana, quizá porque es uno de los autores bendecidos por Madame de Staël en su volumen De l’Allemagne (1810). Aunque no se traduce ninguna obra suya de forma íntegra, ya en 1839 el Museo de las Familias recoge parte de una de sus narraciones: «El sueño de una pobre loca.  Fragmento de Juan Paul» (1839, 2), mientras que dos años más tarde el editor José M.ª Quadrado traduce «El sueño» (1841) para su revista La Palma. Los lectores de La Abeja pudieron conocer también un buen número de obras de este autor que se publicaron en los años 1862 y 1863. Además de una presentación del autor por Bergnes de las Casas, aparecerán en estos dos años: Sueño del entierro, El doble juramento de enmienda, Aniquilación, Recuerdos de las horas más bellas para las postreras de la vida (todas ellas traducidas por Bergnes de las Casas, 1862, I), El sueño de una loca (trad. de J. Font y Guitart, 1862, I), y Noche de año nuevo de un desgraciado (1862, I) y Un desenlace inesperado (1862, I), de traductor desconocido. Un año más tarde se publican La azucena del valle y El habla de amor (1863, II), para las que tampoco figura el traductor. Asimismo, en catalán y en la revista Lo Gay Saber, órgano oficioso de los certámenes literarios conocidos como Jocs Florals, aparecieron La veu del amor (1881), La garlanda que no’s mustiga (1880) y Lo somni de un enterro (1880), todas ellas trasladadas muy probablemente desde la versión española por Francesc Maspons y Labrós.

Un ilustrado tardío que más adelante cultivó la literatura de tendencias románticas fue Heinrich Zschokke, alemán de origen y nacionalizado suizo, de quien se publican en el Museo de las Familias las narraciones El muerto desposado (1839), que verá la luz de nuevo a finales de siglo en la imprenta Diana Artes de Madrid, con el título El muerto prometido, y Los dos millonarios. Cuentos morales de Zschokke (1840).

Uno de los principales conductos para la difusión en toda Europa de las propuestas estéticas del Romanticismo fue la mencionada obra de Mme. de Staël De l’Allemagne, que incluía un capítulo titulado «De la poésie classique et de la poésie romantique». Los círculos intelectuales en España se hicieron eco de las reflexiones de la autora y su texto fue reseñado en diversos medios (véase Pegenaute 2004: 325). Su influencia se hace particularmente palpable en la escena catalana, sobre todo, en las reflexiones de Manuel Milà i Fontanals, quien en mayo de 1844 publica en el diario El Imparcial de Barcelona cinco artículos sobre la literatura alemana titulados, de forma genérica, «Noticia sobre literatura alemana» y en los que repasa, tras una exposición teórica, el género lírico y dramático alemán. Asimismo, la revista El Europeo, nacida en 1823 en Barcelona y conocida por su vinculación al romanticismo conservador de August Wilhelm Schlegel y de Mme. de Staël, recogió en sus páginas el debate entre las tendencias histórico–clasicistas y románticas que tenía lugar en Alemania.

A pesar de la vivaz recepción de De l’Allemagne y de la admiración que despertaban en intelectuales de la talla de Milá y Fontanals los textos de A. W. Schlegel, cuya Historia de la literatura antigua y moderna (trad. de José Petit de Córdova, Barcelona, J. Oliveres, 1843) leía repetidamente el filólogo catalán (Juretschke 1974: 25), los autores del primer Romanticismo alemán sirven para ilustrar la demora en la recepción de la literatura en lengua alemana en España.  Es indudable que el hecho de que relevantes editores, entre ellos Bergnes de las Casas, no comulgasen del todo con sus propuestas, obstaculizó su llegada a España. Muy tímidamente se acogen en La Abeja propuestas de la tradición romántica como El trovador de Novalis (1863, II) o Alda del hoy apenas recordado Robert Reinick (1863, II).

Diferente es la recepción experimentada por las narraciones de Jacob y Wilhelm Grimm, pues el protagonismo del folklore y de la literatura popular en la etapa romántica invita también a su recuperación en España y promueve, ya durante el siglo XIX, la traducción de cuentos y leyendas populares de otras tradiciones literarias. De este modo la colección de los hermanos Grimm llegó de la mano de Fernán Caballero, que los cita en el prefacio a su volumen Cuentos y poesías populares andaluces (1859). Fue La Abeja la publicación que recogió de forma más temprana sus populares narraciones, traducidas o versionadas por José S. Viedma, «El rey barba aguda» (1866, V), «La Paja, el Carbón y el Haba» (1866, V) y «Ruiponche» (1870, VI), y por Emilio Mata, «El doctor Cangrejo» (1870, VI). A partir del año 1868 la revista La Guirnalda comenzó a publicar de forma periódica estos relatos. Era esta una publicación de carácter cultural dirigida al público femenino y en la que los textos de los Grimm se incluían por su naturaleza moralizante y las figuras femeninas que retrataban (véase Regueiro 2015). Entre los cuentos traducidos en sus páginas figuraban «Juan el afortunado» (1868, n.º 43), «El hombre de la piel de oso» (1869, n.º 50), «Los músicos de la ciudad de Brema» (1869, n.º 59) o «Las tres hilanderas» (1871, n.º 87).

Una de las primeras colecciones de los cuentos y, sin duda, la más leída fue Cuentos escogidos de los hermanos Grimm (trad. de José S. Viedma, Madrid, Gaspar y Roig, 1867; reed. 1879), que incluye 47 relatos. Ya a finales del siglo XIX, el editor Saturnino Calleja diseminó en España, en ediciones muy económicas y versiones muy moralizantes incluidas en su colección Biblioteca Perla, las historias recopiladas por los Grimm. En estas versiones prevaleció, no obstante, una tendencia a la domesticación que modifica el contenido e incluso el título de muchas de las historias, y que definirá la recepción de los hermanos Grimm hasta bien entrado el siglo XX.

Además de la amplia, aunque no siempre fiel, acogida de los hermanos Grimm, es necesario destacar la experimentada por E. T. A. Hoffmann, célebre también por su producción tan diversa en el género del cuento. La notable popularidad que cosechó en Francia durante la primera mitad del siglo XIX promovió su entrada temprana en España. Ya en 1831, y a raíz de un artículo de Walter Scott sobre el elemento sobrenatural en la obra del autor alemán aparece en El Correo. Periódico Literario y Mercantil una breve mención a la obra de Hoffmann que incluye la traducción de un fragmento titulado El sastrecillo de Sachsenhausen. Años después, en 1837, aparece La lección de violín. Cuento fantástico en el volumen III de Horas de invierno (Madrid, T. Jordán) y, en 1839, Cayetano Cortés trasladó del francés una colección de relatos del autor (Cuentos fantásticos, Madrid, Yenes) y en los años siguientes los relatos de Hoffmann salpican las páginas de periódicos y revistas culturales y comienzan a aparecer colecciones de sus relatos: El mayorazgo (trad. R. C., Madrid, 1841), Los maestros cantores, cuento nocturno (Madrid, Unión Comercial, 1843), Obras completas de E. T. A. Hoffmann: cuentos fantásticos (trad.  D.  A.  M., Barcelona, Llorens Hermanos, 1847), El violín de Cremona, El maestro Martín y sus mancebos, Don Giovanni y Afortunado en el juego (Barcelona,  Biblioteca Ambos Mundos, 1850; reeditado probablemente por la misma editorial en 1874) o Cuentos fantásticos (trad. por Enrique L. de Verneuil, Barcelona, Arte y Letras, 1887).

Virtuoso también en el género del cuento es Wilhelm Hauff, cuyo relato El corazón frío, traducido por cierto E. G., vio la luz por entregas en la Revista Contemporánea en los años 1875 y 1876. Mención especial entre los autores del Romanticismo merece Adalbert von Chamisso, cuyo célebre Peter Schlemihl ha sido objeto de numerosísimas versiones: la primera publicada en España fue la catalana de Casimir Brugués, Historia meravellosa d’en Pere Schlemihl (Barcelona, La Renaixença, 1894). En español, la primera versión data de 1899 y fue traducida por Luis Comulada como Pedro Schlemihl o El hombre sin sombra (Barcelona, Heinrich & Cia.).

Aunque, como se ha mencionado, la narrativa de los movimientos posrománticos tuvo difícil entrada en España, la obra de Heinrich Heine sí encontró eco, impulsada por la gran acogida que su poesía cosechaba entre escritores como Valera o Pardo Bazán. A finales del siglo XIX, entre 1889 y 1906, se publican en tres tomos sus Cuadros de viaje (trad. de Lorenzo González Agejas, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra) y tres años más tarde, en 1892, apareció de nuevo, en una edición individual, En el Hartz (trad. de Juan Luis Estelrich, Palma, Amengual y Muntaner).

 

Traducción de la narrativa en lengua alemana en el siglo XIX: corrientes realistas y naturalistas

La novela es el género que caracteriza la segunda mitad del siglo XIX y, en la mayor parte de los casos, aunque la industria editorial experimenta un marcado avance, continúa llegando al público por entregas que se publicaban de forma periódica en las revistas semanales o mensuales. De particular importancia para la recepción de las novelas de autores realistas en España es la publicación Revista Contemporánea, fundada por el filósofo José del Perojo, cuyos intereses académicos giraban en torno al neokantismo y al positivismo, pilar ideológico de la literatura realista en lengua alemana. Así, en las páginas de la Revista Contemporánea, aparecerán junto a reseñas sobre la obra de Goethe y Heine, traducciones de la obra de Theodor Storm o de los menos conocidos Berthold Auerbach y Paul Heyse, apenas leído en la actualidad, pero de enorme relevancia para la evolución de la literatura realista en lengua alemana. Tras haber observado la dilación existente en los procesos de recepción y traducción al español de muchos de los autores del siglo XIX o la ausencia absoluta de referencias a figuras de gran relevancia literaria, sorprende conocer que dos novelas de Heyse, La bordadora de Treviso y Lottka, ambas publicadas en alemán en 1869, se trasladaron al español solo siete años más tarde para la Revista Contemporánea. Temprana fue también la traducción, por Antonio Paz y Melia, de El lago de las abejas de Th. Storm (1877) y de De guardia, narración de B. Auerbach que inauguraba el primer número de la revista en 1875. Coincide esta recepción tan vivaz, impulsada por el editor de la revista, con los aspectos comentados anteriormente –viajes a Alemania de autores españoles, influencia del krausismo y mayor afinidad de inquietudes entre la literatura en lengua española y en lengua alemana– y con el fin de la censura en la prensa, derogada por la Constitución de 1869, todo lo cual promueve en la sociedad una mayor madurez intelectual e interés por lo que acontece en el ámbito cultural en Europa.

Además de los textos de autores realistas que habían visto la luz en la Revista Contemporánea, hacia finales de siglo se publican dos obras de B. Auerbach: la colección de relatos Narraciones populares de la Selva Negra traducidos por A. Fernández Merino (Barcelona, Francisco Pérez, 1883) y Benito Espinosa vertido por V. González Serrano (Salamanca, Imprenta Salmantina, 1892), aunque esta había aparecido ya en la Revista Europea en diciembre de 1875. Destaca asimismo la recepción de las novelas de la autora Eugenie Marlitt, cuyos textos fueron catalogados como literatura sentimental y, quizá por este motivo, cosecharon tanta popularidad entre el público español. En 1896 la editorial Montaner y Simón publicó La princesita de los brezos y en las primeras décadas del siglo XX muchas imprentas y editoriales seguirán sus pasos.

La corriente naturalista constituye un puente entre el siglo XIX y el siglo XX en el que el realismo idealista alemán da paso a una literatura que pretende fotografiar la realidad con todos sus claroscuros y que refleja asimismo la transición en la sociedad de lo individual a lo colectivo, promovida por el auge de movimientos sociales que luchaban por los derechos del proletariado y de la mujer. Entre los autores del Naturalismo en lengua alemana que mayor recepción han experimentado en España destacan los dramaturgos Gerhart Hauptmann y Hermann Sudermann, este último también novelista. Fue precisamente en el año 1898, cuando un miembro de la generación del 98, el ensayista Ramiro de Maeztu, tradujo El deseo de Sudermann. La obra se publicó por entregas de mayo a septiembre en la revista La España Moderna, acompañado de un estudio introductorio firmado por él mismo, en el que «hacía gala de una arraigada fe nietzscheana» (Asun 1981: 191). Fundada por José Lázaro Galdiano, con el apoyo de Emilia Pardo Bazán, la revista La España Moderna nace de forma paralela a la editorial del mismo nombre y recoge en sus páginas los textos más emblemáticos de la corriente naturalista.

 

Conclusiones

Cuando se examina la recepción en la España del siglo XIX de la literatura contemporánea en lengua alemana resulta llamativa la dilación con la que, por lo general, llegó a nuestro país la obra de muchas de las figuras más relevantes de las letras alemanas. No obstante, si bien la literatura en lengua alemana ocupaba un lugar secundario frente a la popularidad de las literaturas inglesa y francesa, es necesario destacar la recepción –entre traductores y editores españoles– de aquellos literatos cuya obra se alineaba con las corrientes clasicista y romántica. Por una parte, la notoriedad que alcanzó la obra de J. W. Goethe –particularmente a través de sus obras más célebres, Werther y Fausto– permitió que entrasen en nuestro país otros autores coetáneos como Heinrich Zschokke o Jean Paul, ahora apenas conocidos para los lectores de lengua española, pero que en la época ilustraron las páginas de los semanarios más populares y constituyeron una suerte de canon literario, que no por temporal deja de ser relevante. Por otra parte, España tampoco se mantuvo ajena a la admiración que el movimiento romántico alemán despertaba en los círculos culturales de los países vecinos y, de forma paulatina y particularmente a través de destacados intelectuales, la influencia del pensamiento y de las inquietudes literarias de los principales autores románticos derivará en un buen número de traducciones y en la popularización de los géneros breves en el panorama literario español a través de la obra de E. T. A. Hoffmann o de Wilhelm Hauff. A partir de la segunda mitad del siglo, el desarrollo en la industria editorial intervino de forma muy positiva en la actividad literaria y traductora en nuestro país, si bien las revistas y los semanarios ilustrados –La Abeja, Museo de las Familias, Revista Europea o La España Moderna– desempeñaron todavía hasta bien entrado el siglo XX un papel clave en la difusión de las literaturas europeas en España y facilitaron también la llegada de narrativa en lengua alemana, que, en muchos casos, estaba claramente vinculada al interés personal de alguno de sus editores (véase, por ejemplo, Antonio Bergnes de las Casas o José del Perojo) o de los escritores que colaboraban en ellas y que, tan a menudo, actuaban como traductores.

 

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