Quijada

La traducción de textos de ciencias de la salud en los siglos XX y XXI

Carmen Quijada Diez (Universidad de Oviedo)

 

Introducción

Quienes han descrito la traducción como «la gran polinizadora de la ciencia» (Fischbach 1993: 100) describen en realidad la historia de la medicina y la de la traducción de la manera más objetiva posible, pues la historia del discurso y del texto médico ha ido siempre de la mano de la historia de la traducción: de no haber existido la figura del mediador lingüístico, nuestras sociedades actuales no podrían haber basado sus actuales conocimientos y descubrimientos en lo que los antiguos nos legaron, y, por poner el ejemplo más obvio, ni siquiera habrían podido acceder a los textos de Hipócrates. Desde la recolección de textos que se llevó a cabo en Alejandría, pasando por la Casa de la Sabiduría de Bagdad, la Córdoba de los omeyas o por los celebérrimos centros intelectuales y de traducción de Montecassino, Salerno, Toledo, Tarazona o Vic (por citar los más sobresalientes) hasta llegar a la eclosión de las lenguas vernáculas, la traducción ha sido la fiel compiladora, archivera y transmisora de cuantos saberes (no solo) médicos se iban acumulando en distintos puntos geográficos del mundo conocido.1 Este papel polinizador de la traducción está lejos de haber desaparecido en los siglos XX y XXI a los que se refiere el presente texto.

En lo que atañe a la relación del español con la traducción de textos médicos, el castellano fue «una de las primeras lenguas vernáculas europeas que sirvió para transmitir conocimiento especializado» (Gutiérrez Rodilla 2014: 86 y 2021). Es bien sabido que fue el rey Alfonso X el Sabio quien, con su fomento de la traducción medieval, impulsó como nadie no solo las versiones del árabe al latín, sino también hacia aquel primer castellano romance, lo que serviría para asentar la lengua castellana como lengua de ciencia. Esta vigorosa política cultural del rey sabio dio un impulso fenomenal al castellano, que se convirtió ya en el siglo XV en «una de las lenguas más importantes para la expresión científica –si no la más importante– aparte del latín», en el contexto europeo (Gutiérrez Rodilla 2017: 34). Esta fue, sin duda, la etapa dorada del español científico, en un momento en el que el latín comenzaba a ceder paso a las lenguas vernáculas como lenguas de transmisión científica.2

En este texto sobre la historia de la traducción de los textos de ciencias de la salud en los siglos XX y XXI, veremos que es particularmente relevante la preponderancia que han tenido y tienen unas lenguas sobre otras (Gutiérrez Rodilla 2003), a lo que cabe añadir un segundo factor de importancia capital para comprender la evolución que ha experimentado la traducción médica en las últimas décadas: la fragmentación de la ciencia en subespecialidades y, en consecuencia, el surgimiento de nuevos tipos de texto y por lo tanto nuevas necesidades de traducción.

 

Qué se entiende por traducción médica y quiénes traducen textos médicos

Quienes se han ocupado del análisis y estudio de la traducción médica la han abordado bajo diversas denominaciones (traducción biomédica, médico–sanitaria, biosanitaria, médico–farmacéutica, etc.). Conviene por lo tanto aclarar que una definición de traducción médica pasa por tener en cuenta, por un lado, que se parte de un conocimiento básico aplicable a todas las ramas de la medicina y, por otro, que los textos objeto de traducción han de tener como emisor o receptor de los mismos a un profesional de la salud. Como bien saben los investigadores en torno a la traducción de los lenguajes de especialidad, estos vienen fundamentalmente definidos por el grado de especialización de los integrantes del acto comunicativo, de modo que se estará hablando de comunicación especializada en el entorno biosanitario no solamente cuando el texto aborde asuntos biomédicos, sanitarios o farmacéuticos, sino también, y sobre todo, cuando exista un alto grado de especialización, ya sea en el emisor o en el receptor del texto, o, como suele ser habitual en el entorno especializado, entre dos expertos en la materia, ya sean investigadores, médicos o enfermeros, etc. (véase Hoffmann 1998).

Muy ligada a esta cuestión hay otra que ha sido tradicionalmente objeto de debate y que aún hoy no está exenta de polémica: quién ha traducido, quién traduce y quién debería traducir textos del ámbito biosanitario al español. En este sentido es pertinente clarificar en primer lugar la histórica dicotomía entre médico traductor y traductor médico: para Navascués y Hernando (1998: 148) un buen profesional en este ámbito debe tener un buen conocimiento lingüístico del par de lenguas con el que trabaja, un profundo conocimiento del tema objeto de la traducción y formación médica adecuada y actualizada, sin que sea requisito ni ser licenciado en Medicina ni licenciado en Traducción. Coinciden con esta visión Montalt y González Davies (2007: 35), quienes apuntan que lo importante para poder ejercer con calidad y eficacia esta profesión es poseer las habilidades de traducción necesarias para ser un mediador eficiente en el ámbito médico. En realidad, la formación autodidacta en el propio mercado laboral es, según apuntan los teóricos antes citados, la piedra angular que define al profesional de la traducción médica en España, unida a la formación permanente y cursos de especialización. Lo que se ha dado a lo largo del siglo XX en nuestro país no deja de ser una adaptación del perfil del traductor médico a los tiempos cambiantes: si a finales del XIX y principios del XX eran médicos quienes se ocupaban, por su propio interés o por peticiones de particulares o instituciones, de verter al castellano aquellas obras que, por sus conocimientos de la lengua origen (habitualmente francés o alemán), consideraban especialmente relevantes para el desarrollo de la medicina en nuestro país, con la llegada y posterior consolidación de los Estudios de Traducción en las facultades españolas, unidas a su ulterior especialización, el oficio comenzó a ser ejercido por profesionales formados en estos centros que, con el discurrir de los años, se especializarían en alguno de los muchos campos de las ciencias de la salud.

En sus trabajos de 2014 y 2018 Muñoz–Miquel describe los resultados de las encuestas realizadas a pequeñas muestras de traductores de textos de la salud, divididos en dos grupos: quienes habían recibido formación científica o médica frente a los de formación lingüística (Traducción e Interpretación o algún grado filológico). De estos estudios no se pueden extraer conclusiones cuantitativas representativas, pero sí permiten intuir algunas conclusiones interesantes: los traductores con formación lingüística no han solido trabajar para editoriales, mientras que los traductores con formación científica sí lo han hecho, y se han ocupado tradicionalmente de trasladar al español libros, tratados y manuales, géneros prototípicos del sector editorial. En el ámbito temático, estos últimos traducen únicamente temas relacionados con la medicina y ciencias afines (como la farmacología o la biología molecular), mientras que los traductores con formación lingüística se ven obligados a abordar otras especialidades, como la jurídica y la técnica, antes de poder especializarse por completo en el ámbito biosanitario. Asimismo, es mayor el número de médicos que traduce para laboratorios farmacéuticos y empresas de traducción especializadas en medicina que el de traductores de formación, quienes, a su vez, trabajan con mayor frecuencia para personas a título individual (médicos, pacientes, etc.) y para agencias de traducción generalistas (Muñoz–Miquel 2018). No sería por lo tanto descabellado concluir que, a mayor nivel de especialización de los textos, más frecuente es que sea un médico quien se ocupe de ellos, y no un traductor de formación, si bien esta tendencia puede estar cambiando precisamente por la incorporación al mercado de profesionales lingüísticos cada vez más formados a través de programas de especialización.

 

La traducción médica en el siglo XX

La traducción médica de principios del siglo XX todavía bebe, como no podría ser de otra manera, de la literatura y los textos médicos de finales del XIX, entre los que cabe destacar los diccionarios terminológicos y enciclopédicos que se publicaron en países como Francia, Alemania e Inglaterra y, por efecto precisamente de la traducción, en España también. Y es que a lo largo del XIX se produjo una eclosión de diccionarios terminológicos y enciclopédicos relacionados con las ciencias de la salud que poco a poco irían cediendo el paso a las revistas especializadas, debido, por un lado, a la fragmentación de la medicina en subespecialidades, pero también para llenar un vacío que ya no podían cubrir las enciclopedias y manuales propios del XIX, al no ser capaces de reflejar con la rapidez necesaria el vertiginoso ritmo en que se producían y publicaban nuevos descubrimientos y por lo tanto no poder incluir todas las novedades actualizadas que provenían de fuera de nuestras fronteras.3 Estos textos serán a los que dedicarán fundamentalmente su tiempo los traductores médicos de principios y mediados del siglo XX, hasta el vertiginoso desarrollo de las subespecialidades médicas a las que nos referiremos más adelante.

Recordemos que a lo largo del siglo XIX toda Europa había experimentado una extraordinaria producción de trabajos lexicográficos en el ámbito médico. En España se elaboraron diccionarios originales escritos en castellano, pero también se vertieron al castellano los elaborados en francés y alemán. Nos referimos no tanto a los terminológicos, volcados en las palabras, los términos, sino más bien a los enciclopédicos, también llamados diccionarios «de cosas» o enciclopedias, realias o bibliotecas, que fueron los más conocidos y extendidos en Francia y Alemania y, gracias a sus traducciones, también en España (Gutiérrez Rodilla 1999: 34). Estos manuales traducidos ocuparon en el primer tercio del XX gran parte del tiempo y esfuerzo de los médicos traductores que los vertían al castellano, puesto que el volumen de las obras y la celeridad con que se producían cambios y avances en el campo médico hacían que las labores de traducción hubieran de ser rápidas, a fin de que los textos traducidos no estuvieran ya obsoletos en el momento de su publicación en castellano (Gutiérrez Rodilla & Quijada Diez 2015). Estos diccionarios enciclopédicos se publicaban por volúmenes, o incluso por fascículos periódicos que finalmente conformaban un volumen, y fueron predecesores directos de los grandes manuales médicos que comenzaron a inundar las librerías especializadas y las bibliotecas y facultades de Medicina una vez transcurrido el primer tercio del siglo XX. Sirva como ejemplo la obra, muy conocida, llamada comúnmente Farreras, nombre que se debe al médico y veterinario Pedro Farreras Sampera, quien tradujo del alemán en 1929 el Manual práctico de medicina interna (Barcelona, Marín), que había publicado Alexander von Domarus dos años antes (Grundriss der inneren Medizin) y cuya traducción dio pie a sucesivas ediciones, reimpresiones y adaptaciones, hasta el punto de que sus contribuciones como médico durante su proceso de traducir (o más bien de traducir y adaptar ampliando los textos originales) merecieran el elogio del mismísimo Gregorio Marañón y provocaran que este texto se convirtiera en libro de cabecera de toda una generación de médicos españoles e hispanoamericanos (véase Rozman 2016). O el asimismo célebre Harrison, originalmente compuesto por Tinsley R. Harrison como Principles of Internal Medicine en 1950, publicado en español bajo el título Medicina interna o Principios de medicina interna en diversas ediciones y reimpresiones,4 cuyas numerosas traducciones al español y reediciones poblaban las bibliotecas públicas y privadas de estudiantes y médicos y dieron a su vez pie a la publicación de fórmulas autóctonas similares. Este tipo de manuales se traducían con toda la celeridad que el ritmo editorial permitía y eran, por lo general, licenciados en Medicina quienes se ocupaban de la tarea.

Que los citados manuales Harrison y Farreras hubieran de traducirse a mediados de siglo al castellano desde el inglés y el alemán respectivamente es buena muestra de la pérdida de peso del francés como lengua hegemónica de la medicina. No en vano, y a modo de ejemplo, en el período entre 1960 y 1969, solo un 25 % de las obras médicas traducidas al español procedían del francés, frente al 31 % que se vertieron del alemán y casi el 38 % del inglés (Granjel Santander 1979: 12). Sin embargo, aunque a principios del siglo XX el francés ya no gozaba de la relevancia de antaño, esta lengua todavía continuó valiéndose del poder que había tenido; de hecho, hasta bien entrada la centuria continuaron publicándose traducciones del francés al español de algunos diccionarios terminológicos y manuales de medicina. El lugar preeminente como lengua de comunicación científica y médica que había ocupado tanto tiempo lo tuvo que ir cediendo paulatinamente al alemán, idioma en que se publicaban los avances, descubrimientos y nuevos métodos de la que ha venido en llamarse edad dorada de la medicina alemana (Magnus–Levy 1944; también Navarro 1997: 69–82; Gutiérrez Rodilla 1998: 80) pero que fue en todo caso efímera, si bien su importancia histórica ha dejado su impronta en el lenguaje médico (véase Navarro 1997 y 2005). Un aspecto interesante a este respecto tiene que ver con el papel de lengua intermedia que desempeñó el francés al menos en los inicios del siglo XX: no era infrecuente que buena parte de los manuales y tratados de aplicación médica se tradujeran al español no directamente desde el alemán, sino tomando como fuente las traducciones francesas, probablemente debido a un menor dominio del alemán que del francés por parte de los médicos traductores de la época (Castillo Bernal 2021), «razón por la cual son menores los textos que llegaron a España, y asimismo las versiones más tardías y menos fieles al original germano» (Riera Climent & Riera Palmero 2007: 117). En todo caso, es bien sabido que, con el avance del siglo XX, y con la hegemonía geopolítica y por lo tanto económica de los Estados Unidos tras las dos grandes guerras, el inglés comienza a tomar forma como lengua de intercambio científico, en un avance imparable que lo sitúa hoy como incuestionable lingua franca de la comunicación científica (y por lo tanto médica) internacional.

Si los manuales, diccionarios, enciclopedias y libros de texto eran en la primera mitad del siglo XX los géneros textuales a los que los médicos traductores dedicaban la mayor parte de sus esfuerzos, el extraordinario desarrollo que se produjo tanto en la investigación farmacológica como en la producción y distribución de fármacos hizo que surgiera un nuevo actor en el mercado de la traducción biosanitaria y que florecieran nuevos tipos de texto que serían y aún son objeto de traducción, desde el prospecto de medicamentos a toda la documentación que genera la industria farmacéutica y la investigación clínica ya bien entrado el siglo XXI (solicitud de autorización de comercialización, protocolos de ensayos clínicos, consentimientos informados, etc.; véase Mugüerza 2012 y Gallego Borghini 2015). Desde las aportaciones de John Newport y Paul Ehrlich al histórico descubrimiento de la penicilina de Fleming, pasando por las observaciones sobre las hormonas de Sutherland, la farmacopea comenzó a generar una serie de textos, particularmente en inglés y alemán, que necesariamente debían verterse al castellano. La industria farmacéutica experimentó en la década de los años 90 del siglo pasado un desarrollo exponencial que la convertiría en el gigante que es hoy, y ello se ha acompañado de una importante labor de traducción que suele realizarse por parte de traductores en plantilla en los propios laboratorios farmacéuticos, si bien en los albores del siglo XXI las grandes compañías farmacéuticas tienden a externalizar este tipo de servicios (Mayor Serrano et al. 2004). Esta eclosión de nuevos tipos textuales fue prácticamente simultánea a la aparición y posterior consolidación de los Estudios de Traducción en las universidades españolas, lo que no ha carecido de consecuencias en cuanto a la formación de los profesionales no solo destinados a la traducción en general, sino también a la especializada.

Ya se ha apuntado antes que otro factor clave para comprender la evolución e historia reciente de la traducción médica tiene que ver con el desarrollo de las especialidades médicas y de las ciencias biomédicas en general a lo largo del siglo XX, que también supuso un notable cambio tanto en el modo de ejercer y estudiar la medicina como, por supuesto, en su tratamiento escrito y por lo tanto en las traducciones al castellano de textos sobre la salud. Sirva como ejemplo el extraordinario crecimiento que experimentó la literatura publicada sobre dolencias vasculares, con un incremento de más del 500 % entre la década de los años 20 a la de los años 60, o la gastroenterología, con un crecimiento editorial de más del 200% en ese mismo período (Granjel Santander 1979: 21–22). De los manuales médicos especializados publicados en la década de los años 60, momento que coincide con el fin del aislamiento científico y cultural en que se había sumido el país durante la posguerra, un 34 % se corresponde con traducciones, en su mayoría del inglés y del alemán, como se ha expuesto más arriba (Granjel Santander 1979: 11). Los diccionarios enciclopédicos antes citados, por su parte, son claros antecesores de las revistas científicas y marcaron un hito en lo que a traducción de medicina se refiere. No hay que olvidar que esos diccionarios y manuales enciclopédicos constituían uno de los principales recursos al alcance de médicos y estudiantes para acceder al conocimiento y avances que se producían en el campo médico al norte de los Pirineos, por lo que estos textos formaban parte tanto de su formación integral como médicos como de su actualización permanente para poder mantenerse al día en su profesión. La rapidez con que comenzaron a sucederse los cambios, avances, progresos y descubrimientos, unida a la lentitud con que necesariamente se publicaban estos textos traducidos, provocaron la paulatina caída en desuso de dichos diccionarios y manuales, que poco a poco comenzaron a verse sustituidos por las publicaciones periódicas, empleadas por investigadores y clínicos de toda índole para dar a conocer sus hallazgos (Gutiérrez Rodilla & Quijada Diez 2015).

 

La función de las revistas especializadas y la omnipresencia del inglés

En 1981, Berry se refería, no sin ironía, a la evolución que experimentaron estas publicaciones periódicas desde sus inicios: «In the beginning was the General Scientific Journal. And the General Scientific Journal begat the Specialty Journal, and the Specialty Journal begat the Subspecialty Journal. And the Subspecialty Journal begat the Single–Subject Journal, whether according to class of compound, specific disease, or methodology» (Berry 1981: 400). Beecroft (2007) describe la expansión de las revistas médicas en la red durante el último cuarto del siglo XX como un cambio verdaderamente radical no solamente en lo que se refiere a todo el proceso científico de producción editorial, sino también al mero hecho de que el acceso al conocimiento médico se ha vuelto global. Efectivamente, la ubicación geográfica de los investigadores, personal médico y traductores dejó de ser un factor relevante en este proceso: internet ha hecho posible que se pueda publicar investigación biomédica teóricamente desde cualquier parte del mundo, y que estos textos pueda leerlos cualquiera con acceso a la red. Como es obvio, esto ha traído consigo ciertas restricciones lingüísticas que también tienen un efecto claro sobre la evolución de los lenguajes médicos nacionales: desde mediados del XX o bien se publica en inglés o no se tiene relevancia alguna para la comunidad científica, puesto que solamente los artículos publicados en revistas en inglés logran tener un índice de impacto alto, de modo que las piezas escritas en otras lenguas rara vez se consulta y citan y, por lo tanto, no suelen llegar a un público internacional (Baethge 2008: 39).

No en vano, aunque el español es la segunda lengua materna del mundo por número de hablantes tras el chino mandarín (Instituto Cervantes 2021), en el campo de la biomedicina, durante la década 2005–2015, el 99,44 % de las publicaciones recogidas en la base de datos Web of Science estaban escritas en inglés, seguidas por un 0,13 % de artículos en francés, un 0,11 % de trabajos redactados en chino, y el español figuraba con un paupérrimo 0,08 % (Plaza & García–Carpintero 2017). De hecho, el español solo representa el 2,7 % de las revistas en el índice Social Sciences Citation Index, el 1,2 % en el Science Citation Index y el 2,1 % en el Scimago Journal Rank (Giménez Toledo 2021: 89), y de cada 1000 artículos científicos recuperados de internet, solo cinco están escritos en español (Gutiérrez Rodilla 2014: 93), algo poco sorprendente si tenemos en cuenta que, al contrario que el inglés, que cuenta con más hablantes no nativos que anglófonos naturales, son muy pocos (una quinta parte) los hablantes de español que lo hablan como lengua extranjera.

La situación del español como lengua de la medicina actualmente, al igual que la de las otras lenguas que en algún momento disputaron al latín su hegemonía, como el francés o el alemán, es hoy poco halagüeña. Son innumerables los trabajos que se hacen eco no solo ya de la omnipresencia del inglés, sino de los efectos perversos, y no únicamente en el plano léxico, que esta supremacía lingüística trae consigo (Ammon 2012). Si en el pasado siempre ha habido más de una lengua compartiendo su estatus de lingua franca (como acertadamente expone Gordin 2015: 2), el actual monolingüismo científico–médico tiene consecuencias directas en la traducción: desde finales del XIX la medicina francesa comienza a perder un peso que va ganando la alemana y que finalmente se verá trasladado casi por completo a la medicina de origen anglófono (Sánchez Ron 1999, Montgomery 2013 y Gutiérrez Rodilla 2014). Estos cambios de peso lingüístico fueron observados y comentados por médicos y lingüistas de la época, como los nobeles Santiago Ramón y Cajal o Bernardo Houssay, e incluso hubo esfuerzos por potenciar el uso del castellano en aquellos primeros años de la centuria: es bien conocido el intento de Leonardo Torres Quevedo por crear una Unión Internacional Hispanoamericana de Bibliografía y Tecnología Científicas con el fin de luchar por que el español se integrara en igualdad de condiciones con el alemán, francés e inglés a las lenguas transmisoras de los avances científicos (Von Stecher 2019).

Hay quien se plantea incluso si tiene algún sentido publicar en una lengua distinta al inglés (Beecroft 2007: 204), a lo que se puede responder con una propuesta dual, en función del público lector al que se esté apelando: las revistas internacionales aspiran a dirigirse a todo hipotético lector al que puedan llegar y, por lo tanto, es natural que se publiquen en la actual lingua franca. Por el contrario, las revistas nacionales deberían, según Beecroft, continuar publicando en las lenguas de los países en que son editadas, en una situación que nos retrotrae a la vivida en la Edad Moderna, cuando (grosso modo) el latín era la lengua de comunicación para la élite científica internacional y las lenguas vernáculas se circunscribían en mayor o menor medida a un público semilego, no tan especializado, o con intereses nacionales o geográficos concretos.5

En suma, la hiperespecialización que parodiara Berry (1981) ha tenido un efecto directo sobre la traducción como profesión, pero también sobre los propios Estudios de Traducción y sobre los planes de estudio de las facultades de Traducción. Nacidos al calor de los organismos internacionales que se crearon tras la Segunda Guerra Mundial, los Estudios de Traducción en nuestro país no se asentó definitivamente hasta la década de 1980, y la inclusión de la especialidad de traducción médica no llegó hasta finales de los 90. Como apuntan Faya & Quijada Diez (2019), en las últimas décadas en España no solamente se ha experimentado un notabilísimo auge de los grados y másteres en Traducción, sino que ese crecimiento ha sido particularmente vigoroso en el caso de los estudios específicos sobre traducción científica y médica, ya sea como parte de los estudios de grado o en forma de programas de máster. Este incremento no es accidental, sino que refleja la necesidad que el mercado tiene de traductores especializados, muy en consonancia con el nacimiento y evolución de los nuevos tipos textuales de tema médico a los que se ha hecho referencia más arriba, y ello es algo que también viene avalado por la publicación en los últimos años de numerosas obras académicas que se dedican de manera monográfica a este ámbito en particular.6

 

Situación y perspectivas de la traducción médica en el siglo XXI

La dinámica traductora y la especialización en traducción médica que venía desarrollándose en el último tercio del siglo XX ha continuado evolucionando en las primeras décadas del XXI. Aún hoy no se cuenta con estudios cuantitativos que permitan trazar una descripción fiable sobre el estado de la profesión, pero sí se han publicado estudios parciales que, si bien no son representativos, «son informativos y ofrecen un panorama muy completo e ilustrativo de la profesión del traductor médico en España» (García Izquierdo & Conde 2014: 161).

En relación con los tipos de texto que se traducen con mayor frecuencia en estas últimas décadas, se podría establecer una primera división entre el sector público o institucional y el sector privado empresarial. Dentro del primero se engloban todos los organismos internacionales de salud pública, como la Organización Mundial de la Salud o la Organización Panamericana de la Salud (OPS), donde se traduce un alto volumen de documentos (en la OPS se rondan los cinco millones de palabras anuales, véase Muñoz–Miquel 2016: 252). Otras instituciones internacionales con capacidad de producción documental y por lo tanto susceptibles de generar trabajo al traductor médico son otros organismos o agencias dependientes de la ONU, el Comité Internacional de la Cruz Roja o la propia Unión Europea. En las instituciones europeas, que cuentan tanto con traductores en plantilla (Dirección General de la Traducción, véase a este respecto Turrión 1998) como con profesionales externos, el ámbito de la salud pública también genera un abundante volumen de textos, si bien en este caso suele tratarse con frecuencia de géneros híbridos médico–jurídicos (Borja Albi 2012). Otros organismos públicos generadores asimismo de grandes volúmenes de trabajo son, como es obvio, las universidades (en tanto que centros de investigación y por la producción académica y editorial que suponen), los hospitales o centros sanitarios y los centros de investigación.

Por su parte, dentro del sector privado se encuentran la industria farmacéutica, el sector editorial y las empresas de traducción. Ya se ha mencionado el intenso desarrollo que alcanzó la farmacopea a lo largo del siglo XX y la ingente producción escrita que dicha evolución supuso. No en vano, la traducción farmacéutica representaba en España el 10,4 % de la demanda empresarial en 2005 (Muñoz–Miquel 2016: 250), y en ella se incluye la traducción de toda la documentación que genera la investigación clínica (Gallego Borghini 2014). En el ámbito editorial, dentro de las ciencias aplicadas la medicina es «la disciplina que más atención recibe desde el punto de vista de la traducción» (Cordón 1997), y en el año 2016, del total de libros traducidos del inglés, los de temática médica o sanitaria superaron ampliamente los de otras especialidades (251 títulos, frente a las 76 obras de ciencias naturales o las 25 del campo tecnológico y de la ingeniería), según indica la Federación de Gremios de Editores de España (2021). Si bien se dispone de pocos estudios estadísticos sobre el mercado de la traducción no literaria en España,7 se puede constatar que la especialidad biomédica tiene mucha demanda en cuanto a volumen de traducción en nuestro país (Rico Pérez & García Aragón 2016: 72; ACT 2005). Al sector editorial pertenecen asimismo las revistas especializadas antes mencionadas, y es de justicia recordar que muchas de ellas publican ediciones bilingües, si bien hay que lamentar que otras tantas hayan dejado de tener su propia edición en español (véase Navarro & Hernández 1997 y Mayor Serrano et al. 2004). Las empresas o agencias de traducción, por último, ejercen como intermediarias entre los traductores médicos y los clientes particulares que requieren de traductores especializados, muchas veces dando servicio a los sectores previamente mencionados o a otras empresas del campo biosanitario, como las biotecnológicas o las aseguradoras. Rico Pérez y García Aragón (2016) indican que el 70 % de las empresas de traducción encuestadas sobre su actividad en los años 2014 y 2015 afirma recibir demanda de traducción médica.

Existe no obstante una diferencia notable entre los textos que traducen los profesionales con formación científica frente a los de formación lingüística. En un estudio cualitativo (con 185 participantes; Corpas Pastor & Roldán Juárez 2014) se pueden observar las diferencias entre las figuras del médico que traduce y del traductor médico. De los encuestados, un 56 % de los médicos traduce con mayor frecuencia textos procedentes de la especialidad de medicina familiar y comunitaria, si bien un 19 % de los médicos se ha ocupado de otras especialidades médicas, como la medicina intensiva o la medicina paliativa. En el caso de los traductores con formación como tales, estos se han ocupado de traducir textos procedentes de un abanico más amplio de subespecialidades, entre las que destacan por su frecuencia la cardiología, la oncología, la medicina familiar y comunitaria y la medicina preventiva.

En términos generales, los textos de ciencias de la salud que más se han venido traduciendo en lo que va de siglo son libros de medicina, artículos de investigación, expedientes de registro de medicamentos, resúmenes de artículos científicos, notas de prensa, cuestionarios de calidad de vida, textos publicitarios sobre productos farmacéuticos, protocolos de ensayos clínicos, información para pacientes, prospectos de medicamentos y documentos variados sobre salud pública (Muñoz–Miquel 2014: 170; véase también, no solamente para el ámbito hispanohablante, Montalt & González Davies 2007, Montalt & Shuttleworth 2012). En los últimos años, además, este rico escenario se está viendo reforzado por tres fuerzas emergentes que están impulsando la atención sanitaria y la investigación biomédica hacia nuevos territorios: la atención centrada en el paciente, la medicina personalizada y la medicina traslacional, tres enfoques que traerán consigo nuevos modos de transmitir la información y la comunicación y que, por lo tanto, pueden ofrecer un importante nicho de mercado a los traductores e intérpretes (Montalt, Zethsen & Karwacka 2018). En suma, la traducción médica es hoy en día un segmento de mercado que goza de buena salud y que cubre un amplio abanico de necesidades comunicativas interlingüísticas: las de las editoriales y revistas especializadas, los laboratorios farmacéuticos, las organizaciones internacionales, las instituciones públicas sanitarias o administrativas, las universidades y centros de investigación, las empresas fabricantes de equipamiento y dispositivos médicos, etc.

Por otro lado, nos interesa saber cuál ha sido la tendencia en cuanto a las especialidades médicas más traducidas. Así, «[d]os de cada tres sujetos dicen haber traducido textos del ámbito de la farmacología. Después de esta, las categorías más mencionadas han sido medicina general, traumatología, cirugía, instrumentación y oncología» (García Izquierdo & Conde 2014: 6), seguidas por cardiología y obstetricia y ginecología. Corpas Pastor y Roldán Juárez recogen por su parte como especialidades más frecuentes en traducción médica la oncología, la cardiología, la medicina familiar y comunitaria, la medicina preventiva, la neurología y la pediatría (2014: 182).

Respecto a los recursos de que disponen los traductores médicos, qué duda cabe de que son múltiples, muy variados y de calidad desigual. Son numerosas las investigaciones en torno a las herramientas y documentación de que dispone el traductor especializado en general y el traductor médico en particular (Gonzalo García & García Yebra 2004, Corpas Pastor & Roldán Juárez 2014, García Izquierdo & Conde 2014), pero en el caso de los textos de ciencias de la salud no se puede dejar de mencionar un aspecto quizá menos arraigado en otras especialidades, y es el de la consulta al experto o al grupo de expertos en la materia a través de comunidades virtuales (García Izquierdo & Conde 2014: 160). Es bien sabido que el asociacionismo en el ámbito de la traducción y la interpretación es un fenómeno bien arraigado en España (García Yebra 1994: 161–162; Pegenaute & Valero 2021), y es notable en el caso de la traducción médica, que, desde los inicios de la lista de distribución MedTrad en 1999 hasta la puesta en marcha de Tremédica (Asociación Internacional de Traductores y Redactores de Medicina y Ciencias Afines), ha sido protagonista de un intenso intercambio de conocimientos entre sus miembros, ya sean figuras de reconocido prestigio y trayectoria dentro de la profesión o el mundo académico o bien jóvenes titulados que comienzan su andadura. Fruto de esos intercambios surgió en el año 2000 la publicación especializada Panace@, primero como boletín y posteriormente como Revista de Medicina, Lenguaje y Traducción. De periodicidad semestral, sus artículos son de obligada consulta tanto para quienes buscan resolver una duda terminológica (en su sección «Terminología») como para los investigadores y lingüistas interesados en todo tipo de cuestiones filológicas y traductológicas del ámbito médico (sección «Tribuna»). Parte de los fundadores de Tremédica y colaboradores habituales de Panace@ fundaron a su vez el portal Cosnautas, un entorno de recursos para el profesional de la traducción médica (previo registro de pago), en el que se encuentran algunas de las obras más consultadas en este ámbito, como la versión actualizada del conocido Diccionario crítico de dudas inglés–español de medicina (2000 y 2005) de Fernando Navarro, más popularmente conocido como Libro rojo, que en su versión actual en línea (Diccionario de dudas y dificultades de traducción del inglés médico) cuenta con más de 52.000 entradas. Del mismo autor vio la luz en 2017 la primera versión de Medizin. Gran diccionario médico alemán–español, que nació con la aspiración de convertirse en el mayor diccionario médico bilingüe alemán–español (su versión actual 1.09 cuenta con más de 230.000 entradas).

Existe también un buen número de recursos lexicográficos en papel de desigual envergadura y calidad, así como numerosas colecciones y monográficos que abordan la traducción médica en algunas de sus subespecialidades (Faya & Quijada Diez 2019). Sí merece mención aparte, por lo que supuso de novedad y por la laguna que vino a llenar, la publicación en el año 2012 por parte de la Real Academia Nacional de Medicina de la obra monolingüe en español Diccionario de términos médicos, con casi 52.000 términos de 58 especialidades médicas, dando cumplida respuesta a lo que tanto la comunidad de profesionales médicos como de traductores y redactores de medicina venían reclamando. No en vano, se gestó «con el fin de aclarar conceptos dudosos y denominaciones equívocas, para contribuir a la corrección del lenguaje médico, señalando errores frecuentes y la forma de corregirlos, y también para proponer términos españoles que eviten el uso innecesario de anglicismos o sugerir la mejor forma de adaptarlos» (Díaz–Rubio 2012).

 

A modo de conclusión

La historia de la traducción de textos de ciencias de la salud al español en los siglos XX y XXI se ha presentado someramente en las líneas precedentes, y también ha quedado de manifiesto la preponderancia del inglés tanto en la investigación como en las publicaciones médicas y el potente efecto que esta supremacía tiene sobre la traducción médica y los propios Estudios de Traducción. Echando la vista atrás observamos que a lo largo de la historia siempre se ha tendido a emplear una lingua franca para comunicar los avances científicos y médicos, y se sabe también que en aquellos momentos en que se produjo un gran trasvase del conocimiento de unas culturas a otras siempre hubo una lengua dominante sobre las demás, de manera similar a lo que hoy en día está sucediendo con el inglés. Hay quien apunta que el español y el chino mandarín pronto serán competidores directos de la lengua de Shakespeare en el intercambio científico internacional (Montgomery 2009 y 2013; Graddol 2006: 113), y es que, del mismo modo que existen revistas especializadas que publican, además de en sus lenguas nacionales, en inglés (es el caso de las españolas Neurología y Revista Española de Cardiología, que publican todos sus artículos simultáneamente en inglés y en español, en un proceso de traducción que lleva a cabo un grupo de traductores especializados, véase Matías–Guiu, García Ramos & Porta–Etessam 2014), se da asimismo el caso de publicaciones que tradicionalmente han publicado solo en inglés que se esfuerzan ahora por proporcionar versiones en chino o japonés de todos sus artículos, como Nature, Science o Science: Transnational Medicine (Olohan 2016: 143). Como bien apunta Montgomery, en muchos niveles la diversidad lingüística permanecerá inalterada: sea cual sea la geopolítica lingüística en los próximos años, la traducción estará, sin duda, en el centro de la comunicación científica mundial (Montgomery 2009).

Hay un buen número de voces que abogan por el empleo de las lenguas nacionales en simultaneidad con el inglés, que bien puede continuar haciendo las veces de lengua vehicular pero que no debería impedir que los hablantes de otras lenguas puedan investigar, escribir, publicar y traducir de y a sus lenguas maternas, sin que ni la investigación médica ni las publicaciones académicas se vean afectadas por ello; más bien al contrario, la traducción puede volver a ejercer esa función de polinizadora de la ciencia que tradicionalmente ha desempeñado. Ya hemos expuesto en otro lugar (Quijada Diez 2021) que es labor de todos el evitar que la investigación médica y la documentación que esta genera repercuta negativamente en los traductores, por lo que se debe abogar por un empleo racional del inglés, a la vez que se promueven políticas lingüísticas activas en favor del español y de la comunicación científica en español. En esta labor la comunidad médica se verá asistida por los traductores, que continuarán desempeñando la función que históricamente les ha correspondido.

Al predominio lingüístico de unas lenguas sobre otras cabe añadir otro factor decisivo en el devenir de la profesión del traductor médico: el impacto que la tecnología está teniendo y tendrá tanto en la profesión como en la formación del traductor de textos de ciencias de la salud. Es probable que algunos de los tipos textuales más estandarizados o que los procesos más mecánicos relativos a la gestión terminológica acaben por automatizarse de uno u otro modo (Montalt, Zethsen & Karwacka 2018). Hay que contar también con el desarrollo de nuevas aplicaciones para teléfonos móviles relacionadas con la salud y con los trepidantes cambios en la evolución de la telemedicina en los últimos tiempos: la medicina tiende hoy hacia una atención personalizada, centrada en el paciente, por lo que no sería descabellado pensar en nuevos perfiles en la profesión del traductor médico. Todo ello nos conducirá a una era en la que la comunicación será más directa y más rápida, con indudables efectos sobre la traducción. Sea como fuere, ya sea por la necesidad de emplear una lingua franca diferente a la lengua materna de cada cual, ya sea por los cambios de política lingüística que se producen de cuando en cuando, no cabe duda de que la traducción médica seguirá siendo necesaria y continuará teniendo un papel protagonista y polinizador en los próximos años.

 

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  1. Véase García Yebra (1994), Gutas (1998), Gutiérrez Rodilla (1998, 2003 y 2008), Vickery (2000), Montgomery (2000), Jacquart (2005), Saliba (2007), Pormann & Savage–Smith (2007), Santoyo (2009), Delisle & Woodsworth (2012), Gordin (2015), Olohan (2016), Quijada Diez (2021).
  2. Véase «La traducción científica en la Edad Media», de Bertha M. Gutiérrez Rodilla, en este volumen. Para estudiar la situación en épocas posteriores, pueden verse, también en este volumen, «La traducción de textos científicos y técnicos en los Siglos de Oro», «La traducción de textos científicos y técnicos en el siglo XVIII» de Julia Pinilla Martínez y «La traducción de las ciencias de la vida y la salud en el siglo XIX» de Alberto Gomis.
  3. Sobre el nacimiento y eclosión del periodismo médico en España, véase Riera Climent & Riera Palmero (2007: 32–42).
  4. El catálogo de la Biblioteca Nacional de España recoge la traducción de 1965 publicada en México por La Prensa Médica Mexicana, en traducción de Carolina Amor de Fournier, fundadora de esa casa editorial, quien continuó al frente de las sucesivas ediciones en español, hasta llegar a las versiones posteriores ya publicadas en Madrid por McGraw–Hill (desde 1986 hasta hoy día), por diversos equipos de médicos traductores, entre los que se cuentan José Luis Agud Aparicio, Consuelo de Dios Perrino, Pedro López Onega, Isabel Álvarez Baleriola (1992), Pablo Sánchez Creus (1995), Ignacio Navascués Benlloch (1998), Consuelo de Dios Perrino (2002), Santiago Madero García (2005) y Martha Elena Araiza Martínez (2008).
  5. Sobre el uso del castellano en según qué ámbitos especializados en cada época, remitimos a Gutiérrez Rodilla & Chabás (2002) y Gutiérrez Rodilla (2005).
  6. Véase Wright & Wright (1993), Navarro (1997), Fischbach (1998), Montalt & González Davies (2007), Montalt & Shuttleworth (2012), Byrne (2012), Varela & Meyer (2015), Olohan (2016), De Beni (2016) y Claros Díaz (2017).
  7. Véase ACT (2005), Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas (2010), RITAP (2012) y Federación de Gremios de Editores de España (2021).