Muñoz

La traducción de narrativa italiana en el siglo XIX

Eva Muñoz Raya (Universidad de Granada)

 

Panorama general

El siglo XIX posiblemente sea el periodo histórico en el que se dé un mayor distanciamiento de las relaciones culturales hispano–italianas (Arce 2015: 357). En un país totalmente afrancesado, la mayor parte de los estudios destaca no solo la escasa influencia que tuvo la literatura italiana en la España decimonónica (no fue determinante ni en la génesis ni en la evolución del Romanticismo español), sino que a su vez también subraya la ignorancia de los españoles en todo lo referente a Italia (Tobío 2012: 99), y ello en un contexto especialmente fecundo en cuanto a traducciones se refiere. El panorama de la parte italiana con respecto a la narrativa contemporánea española tampoco fue muy diferente, pues se ignoran los grandes escritores.

A pesar de todo ello, en este contexto, surgen importantes figuras mediadoras, comprometidas en acortar distancias entre ambas culturas. Quizá el ejemplo más significativo sea el del palermitano Salvatore Costanzo (Arce 2015; Tobío 2012) que, obligado a emigrar por sus ideas políticas, se establece definitivamente en Madrid, donde se da a conocer rápidamente como traductor (Berchet, Cantù o Parravicini entre otros) y crítico, convirtiéndose en un auténtico intermediario cultural que dará cumplida cuenta de los escritores italianos contemporáneos. Las primeras obras de Costanzo, publicadas en España, el Ensayo político y literario sobre la Italia (1843) y los Opúsculos políticos y literarios (1847), tienen una gran acogida, principalmente por su valor divulgativo. No hay que olvidar que esa labor mediadora, con frecuencia, se veía supeditada a su perspectiva individual, es decir, en ocasiones primaba su gusto personal o sus simpatías ideológicas, lo cual no le resta mérito a su labor. Por otro lado, también llegaron otros estudios que analizaban el panorama literario italiano como la Reseña crítica de la literatura italiana contemporánea de Llausás y Mata (1841) en la que se realiza un análisis muy acertado de los principales escritores italianos según su nivel de frecuencia en traducciones y divulgación en el seno de la cultura literaria de la época, señalando como los más difundidos a Manzoni, Pellico y Grossi y a Romani y sus libretos para ópera (esta era la manifestación artística con mayor difusión en esos momentos).

La recepción de la literatura italiana en la España del siglo XIX se ve condicionada, obviamente, como en otros casos, por la situación política, aparecen autores como Manzoni o Leopardi, vuelven algunos clásicos de la mano de Dante (se publican traducciones completas de la Divina Commedia) y Tasso se presenta como ejemplo del canon italiano por excelencia. La alternancia de periodos liberales y absolutistas será la que regule la divulgación de unos escritores en detrimento de otros: durante los periodos liberales aparecen autores como Alfieri, símbolo de la lucha contra la tiranía, o resurgen otros prohibidos en periodos anteriores como Boccaccio (desde que la censura inquisitorial recayó sobre él en 1559, desaparecerá de España hasta el siglo XIX); pero esa lectura ideológica produjo un efecto inverso y el Decameron volvió a aparecer precisamente por su presunto carácter heterodoxo y anticlerical (si bien con traducciones a veces de dudosa calidad). Si se excluye el trienio liberal, en el que se publicó la primera traducción en castellano de Il Principe de Machiavelli después de varios siglos (Madrid, s. i., 1821, tomando como edición base la de París de 1816) y la traducción anónima de Ultime lettere di Jacopo Ortis de Foscolo en 1833, así como la aparición de autores como Beccaria, Verri o Casti, la andadura de la literatura italiana en nuestro país se consolida con tintes cada vez más conservadores, lo cual contribuyó al éxito, como ya se ha comentado, de Manzoni (como contramodelo de la narrativa francesa) y su novela histórica I promessi sposi (con seis traducciones entre 1833–1873), y ello gracias a figuras tan influyentes como Milà i Fontanals, Menéndez y Pelayo y Valera. También encontraremos a Massimo D’Azeglio con Ettore Fieramosca o La disfida di Barletta  (1836) y Niccolò de’ Lapi (1845); Tommaso Grossi y su Mario Visconti (1847); Margherita Pusterla de Cesare Cantù (1846?) y los imitadores manzonianos Borghi y Guerrazzi (Arce 2015: 270).

A pesar de ese distanciamiento literario del que hablaba Arce, en general, la traducción contemporánea de la literatura italiana en el siglo XIX ofrece un panorama satisfactorio con Alfieri y Manzoni, Pellico y Farina, poetas como Carducci y Leopardi. Sin embargo hacia la segunda mitad de la centuria disminuye el interés por autores realistas contemporáneos como lo demuestra la inexplicable ausencia del escritor verista Giovanni Verga del que solo se traduciría Caballeria rusticana (1880) con el título Hidalguía montaraz (1892) y ello, posiblemente, solo después del éxito europeo de la versión operística de Mascagni (1884).

 

La narrativa italiana en el período romántico (hasta 1854)

La literatura italiana no fue determinante ni en la génesis ni en el desarrollo del Romanticismo, como se ha mencionado, más aún si consideramos que este movimiento suponía una vuelta a la libertad creadora del Siglo de Oro. Por tanto, la función que tradicionalmente se le había asignado a la literatura italiana no correspondía con la nueva sensibilidad, aunque es cierto que los grandes autores italianos nunca desaparecieron totalmente del horizonte literario español. Al final del sexenio absolutista vuelven algunos de los escritores clásicos, como Boccaccio, del que traduce Tomás Hermenegildo de las Torres algunos cuentos del Decameron bajo el título de Cuentos en verso castellano (Perpiñán, Luis Craset y Compª., 1818, con varias reediciones) que recoge: VII, 3; VII, 2; VIII, 2; VII, 6; VII, 7 en endecasílabos y heptasílabos libres.

En muchos periodos históricos se puede observar una falta de sincronía entre los autores italianos contemporáneos que se difunden y el gusto predominante, y el siglo XIX no es una excepción. Es el caso de Alfieri y Metastasio, aunque el escritor que mejor ejemplariza esa falta de sincronía es, sin duda, Giacomo Leopardi del que no nos ocuparemos aquí (Camps 2002 y 2006). No podemos hablar de un leopardismo español hasta las últimas décadas del siglo, en contraposición con el fenómeno que representa Alessandro Manzoni, conocido ya en vida e, incluso, antes de la publicación de I promessi sposi. Y ¿cuál es la razón de ello? La respuesta ya la hemos anticipado, los románticos italianos que gozan de una inmediata fortuna en nuestro país son aquellos más conservadores. El Romanticismo español se nutre, sobre todo, de aportaciones literarias extranjeras: francesa, alemana e inglesa, mientras que la literatura italiana era enjuiciada por sus características no románticas. Las dos corrientes –prerromántica y clásica– que pervivían en las últimas décadas del siglo XVIII, no se reconocían con nitidez como diferentes, desde el punto de vista literario, en las primeras décadas del siglo XIX y ello debido obviamente a las condiciones históricas y culturales que precedieron a la invasión napoleónica (Arce 2015: 359).

El primer grupo literario con evidentes propósitos de renovación se gestó al finalizar el trienio constitucional (1820–1823) o al inicio de la década ominosa. Nos referimos a un grupo de intelectuales liberales que pusieron en marcha la revista barcelonesa El Europeo, confeccionada a imagen de la lombarda Il Conciliatore (Arce 2015: 361). Se considera uno de los principales canales de penetración del romanticismo en España a través de la escuela catalana. Junto a grandes figuras del romanticismo europeo, aparecen en ella nombres italianos, ya fuera como objeto de estudio o como colaboradores. Entre estos últimos se encontraban Luigi Monteggia y Fiorenzo Galli y españoles como Aribau (gran conocedor de la literatura italiana). La primera mención que se hará a Manzoni en nuestro país será en esta revista, lo hará Monteggia (1823) en relación a Il Conte di Carmagnola (Camps 2002: 406) y también la primera a Grossi, de cuya obra La Ildegonda se publicará una selección en la revista catalana, traducida por Aribau (El Europeo, 1824, n.º 2, 49–67), y que se incluiría después en la Antología de poetas líricos italianos traducidos en verso castellano (1200–1889) de Juan Luis Estelrich ( 1889: 718–725), iniciándose así la prioridad por autores italianos contemporáneos más en consonancia con el ideario de la escuela catalana (Arce 2015: 361). El Europeo deja de publicarse con la nueva reacción absolutista, pero su herencia literaria será recuperada por la revista El Vapor fundada diez años después por Ramón López Soler. Según Pecchiari, se retoman los proyectos ya iniciados e incluso se amplían:

Non è un caso che con la fine del decennio assolutista il desiderio di rinnovamento, che nel 1823 si era affacciato, seppur confusamente, sulle pagine della rivista «El Europeo», prenderà forma con un progetto più definito che vedrà Aribau impegnato nella promozione di traduzioni di opere straniere e italiane, fra cui occorre annoverare, ancor prima dei Promessi sposi (1836) e dell’Ettore Fieramosca di D’Azeglio (1836), le foscoliane Ultime lettere di Jacopo Ortis (1833) e La fuggitiva (1834) del Grossi, tutte pubblicate nel contesto catalano. (2019: 153)

Por tanto, habrá que esperar a la década de los 30 para volver a tomarle el pulso a la presencia de escritores italianos en el ámbito literario nacional, en general, y a Manzoni, en particular. En estos años aparecerán otras revistas, como El Artista, en la que de nuevo encontramos opiniones favorables sobre Manzoni y su I promessi sposi (por ejemplo, de Manuel José Quintana y Martínez de la Rosa). El manzonismo español sigue primando en el panorama nacional hasta 1840, cuando aparecerá un examen crítico de la novela de José Mª Quadrado (futuro traductor de Inni Sacri) en la revista La Palma. El crítico desmonta la consideración de epopeya nacional heroica que hasta ese momento se tenía de I promessi sposi y la define como una «epopeya humanitaria» (Arce 2015: 363). Por su parte Milà i Fontanals reiterará el valor de la obra en un artículo publicado en el Diario de Barcelona (1854) en el que contesta reafirmando que el valor científico–moral de la novela era fruto de la formación ilustrada de Manzoni (Pecchiari 2019: 158).

La presencia de Manzoni continuará en la segunda mitad del siglo con la traducción de la tragedia Il Conte di Carmagnola en la misma editorial que también publicará a Leopardi (Barcelona, Manero, 1864). En un lugar destacado de la trayectoria manzoniana, se encuentra el ensayo filosófico–religioso Osservazioni sulla morale cattolica (1819) con el título en castellano de La moral católica (1871), traducido por Bartolomé Muntaner; Francisco Navarro y Calvo lo publica con el título Observaciones sobre la moral católica (Madrid, Luis Navarro, 1882; reed. 1901). Queda patente que la introducción, trayectoria y fortuna del representante del romanticismo italiano en castellano estuvo marcada, en gran medida, por su carácter católico, a juicio de intelectuales como Milà i Fontanals (Camps 2002).

Junto a Manzoni reaparece Tommaso Grossi con el poema narrativo escrito en milanés La fuggitiva (1816; en italiano un año más tarde) que se publica en Barcelona en versión de Joan Cortada con el título La noya fugitiva (Barcelona, Joaquim Verdaguer, 1834); posteriormente aparece una reimpresión bajo el nombre de La fugitiva (Barcelona, Imprenta de Brusi, 1840). Luego se publica la primera versión en castellano de Marco Visconti en el periódico de ideología católica El Conciliador (1845), obra de José Vicente y Caravantes; dos años después Miquel Anton Martí i Cortada y J. Cortada lo traducirán de nuevo (Barcelona, Juan Oliveres, 1847).

Otros prosistas que se dan a conocer en esta década son Massimo D’Azeglio (del círculo familiar de Manzoni) y Silvio Pellico (fundador de la revista liberal Il Concilitore). Con respecto al primero, su recepción fue más limitada: Joan Cortada traduce Ettore Fieramosca o La disfida di Barletta como El desafío de Barletta (Barcelona, Herederos de Roca, 1836) tres años después de publicarse en Italia; Vicente Cuenca y Lucherini  traduce Niccolo de’ Lapi, ovvero I Palleschi e i Piagnoni como Los últimos días de un pueblo o Nicolás Lapi (Sevilla, Morales y Gómez, 1845), posiblemente utilizando como lengua de mediación el francés dado el parecido del título con la versión francesa; una segunda edición verá la luz en Madrid (Imprenta de José de Rojas, 1861). En cuanto a Silvio Pellico, fue un autor que mantuvo un gran éxito durante más de tres décadas con obras pertenecientes a distintos géneros. En 1855, año de su muerte, el panorama literario español contaba con innumerables traducciones y reimpresiones de sus obras más famosas (algunas de ellas publicadas en Francia en castellano). Si bien se divulga antes su teatro, a partir de 1835 van apareciendo traducciones de su prosa, tanto en catalán como en castellano. Mis prisiones: memorias del autor (en la que cuenta su experiencia carcelaria con una gran sencillez narrativa, que le otorgará fama internacional) y De los deberes de los hombres aparecen publicadas juntas, siguiendo la edición de París de 1834 como es el caso de la primera traducción anónima (París, Pillet, 1835); la de José Llausás y Mata (Barcelona, Juan Oliveres, 1843), edición acompañada por la traducción de Milá i Fontanals de De los deberes de los hombres. Por otro lado, Mis prisiones se publica de forma aislada en varias ocasiones: por Pedro Martínez López (Burdeos, Vda. Laplace y Beaume, 1836 y París, Garnier, 1836), Antonio Sánchez de Bustamante (París, Moquet y Compª, 1835), Antonio Rotondo (Madrid, Dennet y Compañía, 1838) y Juan Sánchez (Madrid, Imprenta del Olivo, 1844); muchas de ellas con varias reediciones. Con respecto a De los deberes de los hombres, que podríamos enmarcar dentro de la literatura educativa, contó con varias versiones y reimpresiones desde su primera aparición (1835) y con varios traductores: Manuel Galo de Cuendias (Toulouse, Bellegarrigue, 1836); José Rodrigo (Madrid, Yenes, 1838); Lope Gisbert (Barcelona, Pablo Riera, 1862); Milà i Fontanals que moduló el título en Deberes del hombre (París, Garnier, 1843); y José Zorrilla y Francisco Pareja Alarcón, que optaron por el título más preciso de Libro de la juventud (Madrid, s. i., 1841). Casi todas ellas fueron reeditadas durante la segunda mitad del siglo.

En estos años también se perfila la divulgación europea y la recepción de otro escritor conservador Cesare Cantù que, a juzgar por el número de obras conocidas en España, comparte el liderazgo junto a su amigo Manzoni y Pellico en el siglo XIX. Además de las traducciones contenidas en la antología de Estelrich, su Historia universal fue traducida por varios traductores y con numerosas ediciones, destacando la de A. Ferrer del Río desde el francés como lengua de mediación, realizada a instancias del editor según reza en la «Advertencia» (Madrid, F. de Paula Mellado, 1847). Presentes también estarán la Historia de cien años (1750–1850) traducida por Salvador Costanzo (Madrid, 1852) y Los herejes de Italia, en versión de Manuel González Llana (Madrid, Elizalde y Compañía, 1868). En las últimas décadas del siglo también se traducen Los últimos treinta años por Gaspar Aguado de Lozar (París, Garnier, 1881) y el Compendio de la historia universal con dos versiones: una de Nicolás María Serrano (Madrid, Viuda de Rodríguez, 1877) y otra de Juan B. Enseñat (París, Carlos Unsinger, 1883); así como su novela histórica Margarita Pusterla, de la que nos ocuparemos más adelante.

En las primeras décadas, también aparece la novela epistolar foscoliana Ultime lettere di Jacopo Ortis que presenta varias traducciones en castellano fuera de España y ciertas vacilaciones en el título. Es el caso de la publicada en Cuba con el título Últimas cartas de Jacobo Portis, traducida por el argentino José Antonio Miralla (La Habana, Imprenta Fraternal de los Díaz de Castro, 1822) con dos ediciones más: la segunda publicada en Argentina (1835) y una tercera con el título Últimas cartas de Jacobo Dórtis en Valencia (Benito Monfort, 1850). Por tanto, y en contra de lo que opinaba Menéndez Pelayo y recogía Palau, la primera traducción realizada en España es la anónima, impresa en Barcelona con el título Últimas cartas de Jacobo Ortis (A. Bergnes, 1833).

Y por último haremos mención a una novela que podríamos encuadrar en el género picaresco de Giulio Cesare Croce, Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, cuya recepción había comenzado en el siglo XVIII y que entró con fuerza en los primeros años del siglo XIX. Se trata de tres cuentos populares escritos los dos primeros por Giulio Cesare Croce y el tercero por Adriano Banchieri (seudónimo de Camillo Scaligeri dalla Fratta) publicados en una edición única en 1620. La Historia de la vida, hechos, y astucias sutilissimas del rustico Bertoldo, la de Bertoldino su hijo, y la de Cacaseno su nieto traducida por Juan Bartolomé en 1745 y que se reedita en treinta  y nueve ocasiones a lo largo del siglo; otra de Juan Justo Uguet (Madrid, Sociedad Editorial La Maravilla, 1864), con alguna variante en el título: Historia de la vida, hechos y astucias de Bertoldo, la de su hijo Bertoldino y la de su nieto Cacaseno. Y al finalizar el siglo se publicará otra bajo un título menos explicativo al igual que el original de Croce (Barcelona, Maucci, 1896) traducido por el Bachiller Sansón Carrasco, seudónimo de Francisco Zea. Incluimos aquí ediciones que vieron la luz en la segunda mitad del siglo para darle mejor seguimiento a la trayectoria tanto del autor como de la obra.

 

La novela histórica y Manzoni

Al igual que ocurre con otros escritores, el gran éxito de I promessi sposi, (con más de una docena de traducciones y reimpresiones) eclipsa la divulgación de parte de la producción de Manzoni. Sin embargo, escapan a ello Inni Sacri (1876) y sobre todo la oda Il cinque maggio (1844) con más de veinte traducciones (Camps 2002, 2006), convirtiéndose así en el texto manzoniano más conocido en España; en algunas ocasiones se incorporaron como preliminares a I promessi sposi como es el caso de la versión publicada por Garnier. La novela, considerada el primer exponente de la novela italiana contemporánea, ha desarrollado una trayectoria en castellano prácticamente simultánea a su presentación en Italia (1827), debido a lo cual es valorada como un caso especial dentro de la historia de la traducción. Los primeros testimonios críticos que se ocuparon de la recepción de Manzoni en España fueron los hispanistas italianos Oreste Macrí (1976) y Franco Meregalli (1977); ellos, junto a Joaquín Arce, iniciaron las investigaciones sobre el papel central de Manzoni y de su obra maestra durante el siglo XIX, así como su influencia en autores españoles contemporáneos, como los ecos de I promessi sposi en López Soler, Gil y Carrasco y Amós de Escalante que apuntaba Macrì o subrayando el carácter manzoniano que presenta la obra de Pedro A. de Alarcón El sombrero de tres picos según Meregalli. A estos estudios siguieron otros muchos, algunos de los cuales se recogen en este trabajo (Arce 2015 [1982]; Camps 2002; Muñiz 2012; Pecchiari 2019).

Una de las singularidades más destacadas de la trayectoria de esta novela es que muchas de sus versiones siguieron como prototexto la misma edición italiana de base, en unos casos la edición italiana de 1827 (conocida como la ventisettana) o la de 1840 (llamada quarantana). La primera traducción y «una de las más arbitrarias por los cortes […] y deformaciones del estilo» (Proyecto Boscán) fue la de Félix Enciso Castrillón, que consta de tres volúmenes, bajo el título Lorenzo o Los prometidos esposos (Madrid, Imprenta Calle del Amor de Dios, 1833) solo seis años después de la publicación en Italia (un dato muy significativo si tenemos en cuenta el momento histórico), aunque según aparece en la correspondencia de Aribau, la obra ya se conocía con anterioridad. La segunda, la de Juan Nicasio Gallego, la de mayor repercusión y que también sigue la edición italiana de 1827, apareció bajo el título Los novios, historia milanesa del siglo XVI, con cuatro volúmenes, y se publicará en pleno Romanticismo (Barcelona, Antonio Bergnes, 1836–1837), posiblemente con la intermediación de Aribau, de ser así se podría hablar de la vinculación del escritor italiano con el Romanticismo catalán (Camps 2002: 413). La fortuna de esta notable traducción alcanzó hasta bien entrado el siglo XX (llegó a su 22ª ed. en 1939) con nuevas impresiones que, incluso, perpetuaron su título completo y el error de fecha al menos hasta la edición de 1925 (Barcelona, Araluce), revisada por Alfonso Nadal. Más adelante importantes editoriales como Aguilar o Planeta la utilizarán para sus ediciones con las oportunas revisiones, introducciones y con extensos aparatos críticos.

En un cotejo de la traducción de Enciso Castrillón y de Gallego con el original italiano se pueden observar cambios de naturaleza ideológica por parte de los traductores: alteraciones, atenuaciones y mutilaciones en aquellos párrafos o episodios referidos sobre todo a la materia religiosa o eclesiástica con la intención de burlar la censura (tanto eclesiástica como política), a pesar de tratarse de un autor católico como lo era Manzoni (Arce 2015: 379). El propio Castrillón en su «Advertencia del traductor», consciente de las omisiones y mutilaciones y de sus efectos, intenta disculparse:

Es inútil prevenir la opinión del público al presentar en castellano esta obra tan celebrada por todos los literatos de Europa. […] Así, pues, […] en su traducción no he seguido tan a la letra el texto, que haya hecho una versión literal de todas sus palabras. Procurando conservar la viveza de sus diálogos, la naturalidad de sus expresiones y la cadena de los sucesos, me he tomado la libertad de suprimir alguna cosa, pues, aunque, el mundo, por desgracia, nos ofrece semejantes modelos, muchas veces la prudencia aconseja que se aparente el ignorar que existen. […] Los que hayan leído el original no podrán desconocer las causas que me han obligado a suprimir ciertas expresiones y ciertos rasgos que ni contribuyen al verdadero interés de la obra ni su omisión la desfigura, y su lectura pudiera perjudicar algo a la bella moral que en toda ella resplandece. (cit en Pecchiari 2019: 155)

Pero realmente lo que hace es restar importancia a sus intervenciones en el texto, ya que no habla de las incidencias que ocasionan incluso en la propia estructura de la novela (Pecchiari 2019: 154):

Gli interventi del Castrillón sul testo vanno ben oltre il piano linguistico e intaccano la stessa struttura dell’opera, a partire dal numero dei capitoli, ridotto a trentacinque. I tagli investono in particolar modo l’Introduzione dell’anonimo, la descrizione del paesaggio in apertura del romanzo, la rappresentazione dei bravi e del personaggio di don Abbondio, l’«Addio, monti», i riferimenti critici alla Spagna e la vicenda della monaca di Monza, il cui episodio non poté sfuggire a un attento lettore e ammiratore dell’opera di Manzoni come Marcelino Menéndez y Pelayo.

Con la primera traducción, la obra de Manzoni no consigue la difusión deseada que ya tenía en casi toda Europa; sin embargo, con la segunda, la de Gallego, sí llegará. Pero en esta también se producen intervenciones achacadas a motivos ideológicos. El propio Meregalli se preguntaba si la reducción o la deformación de diálogos (como los del conde Attilio o Don Abundio) no estarían ocasionadas «in parte, consapevolmente o no, a preoccupazioni nazionalistiche» (1977: 202). Asimismo también están presentes otras relacionadas con la estrategia de la adaptación en relación a expresiones, arcaísmos, dichos o refranes populares que salpican el texto (Pecchiari 2019: 156).

Uno de los errores más conocidos de la traducción de Gallego, será el desafortunado título con el que se conoce en la actualidad la obra manzoniana, Los novios, así como el error de siglo en el título, el cual se mantuvo durante tiempo en traducciones posteriores. Dada su divulgación e impacto fue reeditada en varias ocasiones. En 1878, con un prólogo de Milà i Fontanals (Barcelona, Imprenta Barcelonesa), con el título abreviado de Los novios. La segunda corrió a cargo de Luis Navarro (1887) con el título completo de la versión de Nicasio Gallego incluido el error de la fecha, pero sin prólogo. La tercera, es la de José Alegret de Mesa (Madrid, también en Valencia, Tipográfica de A. Vicent, 1850; 1852 5ª ed.), en edición conjunta, formada por dos volúmenes ilustrados con grabados, con el título Los prometidos esposos, historia milanesa del siglo XVII; seguida de la Historia de la columna infame, inédita del mismo, basada en el original italiano de 1840 (la quarantana). La cuarta versión en castellano correrá a cargo de Gabino Tejado, consta de cuatro volúmenes, precedida de un prólogo, y con el título de Los novios, fue publicada en la Imprenta de Tejado de Madrid (1859) y luego se incluyó en la colección «El Amigo de la Familia» (1897–1898). El traductor era bastante conocido en los ambientes católicos más conservadores de aquellos años, lo cual propició que la traducción también gozara de gran relevancia, con varias reediciones que se alargaron hasta el siglo XX; hay que destacar la de Valencia (1875), con el mismo título y dos volúmenes, publicada en la Imprenta Católica de Piles.

Al inicio del siglo XX aparecen dos traducciones publicadas ambas en Madrid: una por el Apostolado de la Prensa y otra por la Imprenta de San Francisco de Sales (1902 y 1904 respectivamente) con un título un tanto curioso El amigo de la familia. Historia milanesa del siglo XVII (Camps 2002: 415), sobre el cual se introducirán nuevos cambios con la intención de clarificarlo en la reedición de 1909, convirtiéndose en I promessi sposi (los novios): historia milanesa del siglo XVII (Madrid, Imprenta Helénica). Del original italiano de 1840 podemos encontrar otras versiones en castellano como la de Manuel Aranda y Sanjuán (Barcelona, Empresa Editorial La Ilustración, 1873–1874), con el título de Los novios y reeditada en 1873–1874. Otra versión se publicará fuera de los dos centros más importantes que polarizaban la actividad editorial en aquellos años, nos referimos a la de Perié de Sevilla (1876), edición ilustrada en dos tomos, en la que no aparece el traductor (aunque podría ser una reedición de la de Alegret de Mesa) y que se publicó con el atrevido título de Los prometidos esposos. Y la de Melchor García con el mismo título, (Imprenta Central de Madrid, 1880), dentro de la colección «Biblioteca Clásica» y acompañada de una introducción; al parecer esta misma versión fue reeditada, sin mencionar al traductor, por la Librería Hernando en 1887 (Camps 2002: 416). Sin duda, queda patente, tras este recorrido, la extraordinaria trayectoria de la recepción de la novela histórica más representativa del romanticismo italiano, fortuna que llegará prácticamente hasta nuestros días.

La trayectoria del género histórico iniciada por Manzoni se ve enriquecida con otras novelas. Unos pocos años después de su edición italiana (Florencia, 1838) comienza la fortuna de Margarita Pusterla de Cesare Cantù en castellano y permanecerá más o menos hasta finales de siglo. Manuel Jiménez la traduce con la mediación del francés (Sevilla, Morales, Buron y Compañía, ¿1846?); se publican dos traducciones anónimas, una en Murcia (Antonio Molina, 1853) y otra en Barcelona (Librería Barcelonesa, 1878) con el título Una Historia milanesa, tres volúmenes y de traductor anónimo (bajo las iniciales A. D.); y una versión libre de la edición italiana de 1840 por F. Luis Obiols (Barcelona, M. Maucci, 1892). A Manzoni y Cantù se les uniría Grossi y su Marcos Visconti traducida por Miquel Anton Martí i Cortada y Joan Cortada i Sala (1847) y otra de José Vicente y Caravantes (1845). Y D’Azeglio con Niccolo de’ Lapi traducido como Últimos días de un pueblo por Vicente Cuenca y Lucherini (1861); El desafío de Barletta de Cortada i Sala (1836).

 

La narrativa italiana en la época realista

El panorama de la literatura italiana que se podría dibujar de forma sintética tras la desaparición del Romanticismo en España, a partir de 1854, es el siguiente: de los autores románticos, se olvida pronto a Grossi y continúan adelante Pellico y Manzoni junto a Cantù, que va ampliando su fama. Si nos centramos en la presencia de los géneros literarios, el interés se escora hacia las obras de fondo histórico (Cantù), en la manifestación patriótica (Pellico) o en la novela histórica, en la que tenemos a Manzoni, Grossi, D’Azeglio o Cantù (Arce 2015: 370), Bresciani o Giovanni Giuseppe Franco. Por supuesto que en este periodo continúa ganando terreno el conservadurismo moralizante que acabaría imponiéndose, se sigue optando por autores cristianos como Dante (traducción de la Divina Commedia por parte de Milà i Fontanals, 1892) y Manzoni. Los autores italianos contemporáneos de la segunda mitad de siglo, como el verista Verga, no tendrán ningún eco, para terminar con el decadentismo de D’Annunzio.

La novela histórica continúa en este periodo, como ya adelantábamos en el apartado correspondiente, con otros escritores católicos, como Antonio Bresciani. Pedro Reines y Solá, presbítero del Oratorio de Sevilla, traduce El hebreo de Verona (Barcelona, Luis Tasso, 1857); el mismo traductor publicará La República Romana: apéndice al Hebreo de Verona (1861–1862). También se publica el relato Olderico, el zuavo pontificio, traducción de J.E.P. (Barcelona, Herederos Vda. Pla, 1863); y otra por el presbítero José Salamero Martínez (Sevilla, 1862).

Clásicos proscritos durante los siglos anteriores vuelven a traducirse, como es el caso de Boccaccio y del Decameron. Además de las novelle publicadas en la primera parte del siglo por Tomás Hermenegildo de las Torres (1818), continúan apareciendo traducciones de los cuentos boccaccianos: Decameron. Novella I, 9 de Manuel Milà i Fontanals (1875); Cuentos de Boccaccio, posiblemente de Mariano Blanch (Barcelona, Juan Torrents, 1876); Cuentos del Boccaccio de Leopoldo García–Ramón (París, Librería Española de Garnier Hermanos, 1882; 1890 3ª ed.); Satanás en la abadía de Manuel Cuartero (Madrid, M. P. Montoya, 1888), y Castigo burlado (Decamerón, I, 4) de Antonio Rodríguez García–Vao (Madrid, ¿1884?). Hubo otras ediciones más extensas, como Cuentos escogidos de Manuel Aranda Sanjuán (Barcelona, Viuda de Juan Trilla, 1888), que más traducción son adaptación, ya que se elimina el marco narrativo y se moderniza el léxico; contiene por orden de aparición: V, 1; V, 3; II, 5; X, 10; VIII, 3; VIII, 5; X, 6; III, 2; III, 3; III, 9; V, 2; IV, 5; V, 9; VIII, 9; VIII, 10; VIII, 6; y VIII, 7. Dos cuentos de Boccaccio (Barcelona, Maucci, 1898) que contiene El campesino afortunado y La nueva conversa, aunque carece de preliminares ni dato alguno que permita identificar al traductor. Casi con toda seguridad se trata de un plagio palabra por palabra de la traducción anónima publicada en Barcelona en 1876 y seis años más tarde bajo el nombre de L. García–Ramón (París, Librería Española de Garnier Hermanos, 1882), junto a cuentos de Jean de La Fontaine. La selección apunta claramente al erotismo de clérigos y pícaros. El predominio cultural y lingüístico de Francia en todo el siglo XIX se siente también en la recepción de Boccaccio en España y algunos de sus cuentos nos llegan con la mediación de la lengua francesa como es el caso de la traducción anónima de El marido engañado incluido en Obras clásicas españolas y extranjeras (Madrid, Manuel B. de Quirós, 1865).

Un bloque importante es la literatura juvenil de corte educativo que empezará a publicarse prácticamente a partir de la segunda mitad del siglo, solo con alguna excepción, como es el caso de Dei doveri degli uomini: discorso ad un giovane de Pellico (con ocho traducciones), publicado como El libro de la juventud (1841) traducido por José Zorrilla y Francisco Pareja Alarcón; otras versiones llegarán de la mano de Milà i Fontanals (1843) y de Lope Gisbert (1862). Junto al escritor piamontés, aparece otra figura representativa con una amplia divulgación, se trata de Luigi Alessandro Parravicini y su Giannetto. Esta obra se presentó por primera vez, sin éxito, en 1833 al concurso de la Società fiorentina per la diffusione del metodo di reciproco insegnamento, posteriormente volvió a concursar en la edición de 1835 y en esa ocasión obtuvo el premio; también se presentó Cantù con las Letture giovanili (desde entonces Parravicini se convirtió en su enemigo cultural). En nuestro país contó con trece ediciones entre 1836 y 1899 y, si bien empezará su andadura en la década de los treinta, su éxito se verá consolidado en la segunda mitad de la centuria: Mariano Torrente lo publica con el título de Juanito: obra elemental de educación (La Habana, R. Oliva, 1839) y como Juanito. Obra elemental de educación para los niños y para el pueblo (1849), estos dos títulos se irán alternando en traducciones posteriores; con ese mismo título encontramos la versión de Genaro del Valle (Madrid, José González, 1853); la de Gregorio Hernando (Madrid, Gregorio Hernando, 1869); la de Pau Estorch i Siqués con el seudónimo de Tomás de Aquino Gallissà (Barcelona, Faustino Paluzie, 1876). Una de las más notorias, debido a la reputación del traductor, fue la realizada por Salvatore Costanzo (Madrid, Julián Peña, 1854) y la de Saturnino Calleja (1888) con el título Tesoro de las escuelas: obra elemental de educación. Otras con una menor divulgación como la de Genaro del Valle (1848), la de Jacobo Bermúdez de Castro (1852) y la de F. Iriarte (1869).

Carlo Corsi está presente con De la educación moral del soldado, traducida por Pedro Alcántara Berenguer y Ballester (Madrid, J. Quesada, 1882), aunque esta última sí se puede encuadrar como literatura educativa, no entraría específicamente en la clasificación de literatura infantil y juvenil. Otro de los nombres que aparece a finales de siglo fue el del Emilio Salgari y sus aventuras en el mar: Los náufragos del Liguria (1894) de Rafael Balsa de la Vega; Los pescadores de ballenas e Invierno en el polo norte: segunda parte de Los pescadores de ballenas de Manuel María Guerra (Madrid, Saturnino Calleja, entre 1897 y 1899).

También estará presente el humor sentimental de Salvatore Farina (Amore bendato, Mio figlio y Il signor io, Fra le corde d’un contrabasso, Fante di picche y Oro nascosto borghese) incluidas en un volumen bajo el título de Novelas (Barcelona, s. i., 1882) traducidas por Cecilio G. Navarro; por separado se publicaron La sota de espadas (Madrid, s. i., 1877), en traducción de C. F. C., Oro escondido (1887) y Cabellos rubios (1886), en ambos casos traducción de Luis Alfonso, en la imprenta de Daniel Cortezo, en Barcelona; y el Amor tiene cien ojos (Madrid, Imprenta de El Progreso Editorial, 1887), traducido por Waldo G. Romera

En este contexto, un caso singular por su dimensión divulgativa lo protagonizó Edmondo De Amicis por varias razones: su estrecha vinculación con España y con Hermenegildo Giner de los Ríos (Polizzi 2015 y 2016), cofundador de la Institución Libre de Enseñanza, con quien compartiría el espíritu reformista y pedagógico y que se convertirá en uno de sus mayores traductores; así como por su versatilidad literaria cultivando varios géneros como la literatura de viajes (como España, Holanda, Marruecos, Constantinopla, etc.) con obras que se publicaban en España de forma simultánea o, incluso, alguna con anterioridad con respecto a Italia y de la que nos ocuparemos en el epígrafe correspondiente) y la literatura infantil y juvenil. Es conocido el impacto notorio que tuvo en nuestro país Cuore, un auténtico best seller de la época (con traducciones y retraducciones que llegarán hasta el medio centenar entre 1877 y finales de siglo).  La primera traducción fue de Giner de los Ríos, un año después de la primera edición milanesa, publicada con el nombre de Corazón (Diario de un niño), y que se reeditaría en numerosas ocasiones (con doce ediciones entre 1887 y 1921). Las dos primeras (1887 y 1889) fueron precedidas por un prólogo del académico Isidoro Fernández Flórez. También contamos con reediciones publicadas en Buenos Aires, revisadas por el autor y autorizadas para España y América. Si antes de la publicación de Cuore en Italia las obras deamicianas aparecían en España con una media de seis o siete años desde la edición italiana, a partir de Cuore verán la luz casi de forma simultánea (como ocurrió con En el océano, 1889) o incluso se adelantarán a las italianas como el caso de Dos dramas de escuela, 1892 (García Aguilar 2012: 107).

El título original, Cuore, libro per i ragazzi, hacía referencia a un texto dedicado a los jóvenes, pero escrito y supervisado por un adulto, es decir, hacía alusión implícitamente al doble destinatario que caracteriza este tipo de literatura. Sin embargo, el título elegido por el traductor alude a un texto escrito por un niño, dirigido a un niño. Se trata de la obra de De Amicis que más veces se ha publicado; además, de por sus implicaciones pedagógicas y didácticas, ha sido la protagonista en muchas aulas españolas de educación primaria. La aportación deamiciana se considera como una de las principales vías de introducción en España de algunas de las teorías pedagógicas más avanzadas que se estaban desarrollando en aquellos momentos en Europa. En esta labor se implicó en gran medida la Institución Libre de Enseñanza y sus fundadores, más concretamente Giner de los Ríos que, desde el regeneracionismo, se empeña en crear un modelo educativo innovador (García Aguilar 2006: 113). Un cotejo de las distintas traducciones de la obra refleja la importancia de las transformaciones traductológicas en la recepción y sistematización de la literatura italiana contemporánea, dado que dichas variaciones del original implican, en la cultura de acogida, cambios esenciales de orden estético e ideológico, que a su vez serán asimilados y reutilizados por otros autores (Hernández 2013). De Amicis se convierte en un representante de la literatura infantil italiana, por un lado, y de la educativa, por otro, gracias a Cuore. En ella se habla de valores familiares, humanos, espirituales, pero también patrióticos, dirigida a un público infantil y juvenil, o sea, estaba destinada a la formación moral de niños y jóvenes en la Italia recién unificada; no aparecen elementos fantásticos, los personajes son realistas y la trama obedece a una especie de código moral laico, siguiendo el autor su propia experiencia (Hernández 2013: 34). Otras obras del escritor de Liguria traducidas serán las novelas Infortunios y amor y Combates y aventuras traducidas por Antonio Sánchez Pérez (Madrid, Enrique Rubiños, 1890).

Los relatos históricos siguen ganando adeptos y a ello contribuirá Giovanni Giuseppe Franco con más de veinte ediciones de sus obras y varios traductores. Queremos destacar las realizadas por José María Carulla: el Tigranate. Relato histórico de los tiempos de Juliano el Apóstata (1871), Los cruzados de San Pedro (3 vols., 1870), Las vías del corazón (1874), una de sus mejores novelas desde el punto de vista de la estructura literaria y en la que se aborda la contraposición entre catolicismo y protestantismo, Masón y Masona (1890–1891), La discreta y la loca (2 vols., 1878) y La campana de don Paco (1877); Benjamina de José Fernández (1867); Tres novelas de Telesforo Corada (1869); por parte de Josep Castells i Arbós Las conspiradoras (1880) y Las trenzas de Aurora (1883); y traducciones anónimas de Los espíritus de las tinieblas (1874) y Simón Pedro y Simón Mago (1881). Las obras de Franco se tradujeron con una distancia entre ocho y diez años de las ediciones italianas.

El siglo termina con la presencia de uno de los exponentes más importantes del decadentismo europeo, nos referimos a D’Annunzio, cuyas obras representan un giro contra el naturalismo de los románticos anteriores, del que se traducen sus novelas El inocente de Augusto Riera (1899); El Triunfo de la muerte y El fuego traducidas por Tomás Orts–Ramos (se publica seis años después de su edición italiana y a tres de la francesa); El placer traducida por Emilio Reverter Delmas (con dos ediciones en el mismo año), todas ellas publicadas por la editorial Maucci de Barcelona, en 1900. Y el relato Las vírgenes, traducción directa del italiano por Rafael Urbano (Madrid, Rodríguez Serra, hacia 1900).

Y por último queremos dejar constancia de la presencia tímida de la narrativa femenina al filo del siglo XX. Nos referimos a Neera (seudónimo de Anna Radius Zuccari) y Carolina Invernizio. De la primera encontramos la traducción de Luis Marco de la novela Teresa, publicada por entregas en La España Moderna (julio–octubre de 1897), en cuyas páginas se debatiría la llamada «cuestión femenina». De la segunda El crimen de la condesa. El resucitado. La hija del barbero, versión de Carlos Ria–Baja; Los misterios de Florencia, traducida por Emilio Reverter Delmas, que contiene La huérfana de la Judería, Pasiones y delitos, El espectro del pasado y Los amores de Marcelo, todas ellas publicadas de nuevo en la editorial Maucci de Barcelona (1890).

 

La literatura de viajes. El caso de Edmondo De Amicis

La literatura de viajes tuvo una amplia representación en el siglo XIX. De Francesco Guicciardini, se publica Relación de España, escrita por Francisco Guicciardini, Embajador cerca de Fernando el Católico. 1512–1513 (Madrid, Librería de los Bibliófilos, 1879), traducida, anotada y con una introducción de Antonio María Fabié. Del mismo traductor y en la misma imprenta encontramos las Cartas de Micer Andrés Navajero, gentil–hombre veneciano, a M. Juan Bautista Raumusio (1879), si bien solo se publican cinco cartas; y Viaje por España del magnífico Micer Andrés Navajero Embajador de Venecia al Emperador Carlos V (1879). Se publicó Los viajes de Marco Polo (Madrid, Litografía e Imprenta de la Biblioteca Universal, 1880 en traducción anónima hecha por Ludovico Pisani. De Gaetano Casati se publica Diez años en la provincia del Ecuador y regreso de ella con Emin Bajá (Barcelona, Espasa y Compañía, s. a.); si bien no contiene fecha de publicación se da como la más probable la de 1892 (véase Proyecto Boscán), un año después de su edición italiana, traducida por José Coroleu. El Primer viaje alrededor del mundo de Antonio Pigafetta (Madrid, Fortanet, 1899), traducido directamente de la edición italiana de Carlo Amoretti y anotado por Manuel Walls y Merino en el que se narra el viaje de Magallanes y su muerte. Esta edición, así como la inglesa (1874), se basó en la primera italiana hallada en la biblioteca Ambrosiana a principios del siglo XIX.

Sin duda, el protagonista de la literatura de viajes en esta segunda mitad de siglo es Edmondo De Amicis, un auténtico fenómeno de masas. Su traductor de cabecera, Giner de los Ríos, trasladará sus obras en sincronía con sus publicaciones en Italia. La trayectoria comienza en 1883 con Holanda y llega prácticamente hasta 1898 con el ensayo Socialismo y educación: estudios y cuadros. Pero la vinculación es tan estrecha que el escritor italiano llega a dar su autorización para que algunas de sus obras se publiquen antes en España que en Italia, es el caso, por ejemplo, de Impresiones de América, Acuarelas y dibujos (Madrid, Agustín Jubera, 1889) o Dos dramas de escuela (Madrid, Sáenz de Jubera, 1892); en ambas se expresa la gratitud con el autor italiano por decidir que los textos se conocieran antes en nuestro país. Sin duda todo un fenómeno, tanto por su extraordinaria recepción como por la cuestión traductológica. De Amicis tiene la oportunidad de conocer nuestro país gracias al diario La Nazione de Florencia, que lo envía a España como corresponsal. Publicó cuarenta y una cartas, en las que daba cumplida cuenta de los partidos políticos, presupuestos, las guerras carlistas, las elecciones generales, etc., bajo el título «Lettera dalla Spagna» y que después, revisadas y anotadas, conformaron el famosísimo libro Spagna (1873). Fue gracias a su oficio de corresponsal que desempeñó desde la tribuna de periodistas del Congreso que De Amicis conoció a personalidades de todas las tendencias políticas, como por ejemplo Pérez Galdós o Emilio Castelar.

1873 señala el comienzo de su difusión en España, aunque un año antes, a partir de su estancia en nuestro país, ya habían comenzado sus contactos epistolares con escritores y políticos españoles (García Aguilar 2006). Su éxito crece desde la publicación de la primera traducción española de una de sus obras, España, en 1877 y continuará, casi ininterrumpidamente, hasta 1908, año de su muerte, y fue tal que en 1881 se presentó su candidatura como miembro de la Real Academia. La primera traducción que se conoce en nuestro país, como hemos adelantado, es España: viaje durante el reinado de Don Amadeo (Madrid, Imprenta de El Imparcial, 1877), traducida a partir de la cuarta edición de Florencia (1876), por Augusto Suárez de Figueroa, periodista y director de los diarios nacionales El Resumen, Heraldo de Madrid y Diario Universal, aunque la obra ya había circulado por los ambientes académicos y literarios españoles desde el mismo momento de su publicación en Italia. Esta primera traducción se volverá a publicar en 1895, en Madrid (Imprenta de José Cruzado). También existe una traducción anónima con el título Colección de viajes por los pueblos de raza española. España (Barcelona, Imp. Fidel Giró, 1884). Cátulo Arroita publica una nueva traducción (que pasará totalmente desapercibida para la crítica) en una de las editoriales que más difundieron la literatura europea a finales del siglo XIX, la editorial Maucci (Barcelona, 1895) bajo el título España: impresiones de un viaje hecho durante el reinado de D. Amadeo I, a partir de la edición ilustrada de de la editorial milanesa Treves (1885). Sin embargo, tanto Augusto Suárez de Figueroa como Giner de los Ríos siguieron la primera edición de la editorial florentina Barbèra (1873). Todas estas traducciones tendrán varias reediciones que llegarán hasta el siglo XX. Un año antes Giner de los Ríos publicó Recuerdos de 1870–1871, obra que el italiano había dejado preparada para su publicación en la editorial italiana antes de su llegada a España en 1872. Entre las obras que tradujo de De Amicis se encuentran Holanda (Madrid, Viuda de J. M. Pérez, 1883, en colaboración con José Muñiz Carro) e Impresiones de América: acuarelas y dibujos (Madrid, Agustín Jubera, 1889; 1893 2.ª ed.) con las que se anticipó, como en otros casos, a la edición italiana e incluso al propio autor (hasta 1897 no se publicó el volumen In America, aunque con un contenido más reducido; Proyecto Boscán); Turín, Londres y París (Madrid, A. Jubera, 1889), que no corresponde a ninguna obra de De Amicis, y seguramente se trate de tres escritos publicados por separado en distintos medios; Constantinopla, que sigue la 1ª edición italiana de 1878 (Madrid, Viuda de J. M. Pérez, 1883); o En el océano: viaje a la Argentina, precedida de un prólogo del autor (Madrid, A. Jubera, 1889).

Recuerdos de París y Londres es traducida por José Muñiz Carro (Madrid, J. M. Pérez, 1880), al parecer de nuevo desde el francés como lengua de mediación, ya que tanto el título, como el número de páginas tiene solo correspondencia con la traducción francesa (de Joséphine–Blanche Bouchet conocida como Mme Louis–Casimir Colomb, que reunió en 1880 dos obras del escritor italiano, la segunda de las cuales, dedicada a París, apareció un año antes; véase Proyecto Boscán). Con autorización del autor, traducirá Marruecos. Relación del viaje de una embajada italiana a ese país (Madrid, Victoriano Suárez, 1882; 1898 2ª ed.). Otra versión de esta obra será realizada por Cayetano Vidal y Valenciano con las ilustraciones originales de Stefano Ussi y C. Biseo (Barcelona, Espasa y Compañía, 1892; 1894 2ª ed.); Constantinopla (1895) y En el océano: viaje a la Argentina, ilustrada con 191 dibujos originales de Arnaldo Ferraguti (1892; 1895 2ª ed.) en la misma editorial.

 

Reflexiones finales

La sincronía entre la publicación de los originales italianos y la de sus traducciones es decisiva para poder estudiar la recepción de un autor o de una obra determinada y, en consecuencia, para los movimientos literarios a los que se adscriben, sin olvidar la incidencia de otros elementos como la censura y la naturaleza de las propias editoriales. Es obvio que no existe una relación directamente proporcional entre el autor canónico en su sistema literario y el éxito en otro sistema nacional al que llega tras un proceso de traslación. El posible desfase cronológico depende de varias razones: de las relaciones políticas y culturales entre ambos países y, en esos momentos, de la afinidad ideológica del autor con la cultura dominante (sin duda ese fue el caso de Manzoni y de otros autores católicos y conservadores que vieron sus obras traducidas durante el siglo XIX), así como del efecto de la censura en el retraso de la distribución de la traducción, de las exigencias y necesidades de los propios lectores, etc., quizá este fue el caso de la traducción de Il Principe de Machiavelli (1521) que, como hemos visto, se traduce por primera vez en España en el siglo XIX, desde el francés, por Alberto Lista (Madrid, León Amarita, 1821), si bien la razón también podría ser el conocimiento de la lengua italiana por parte de los lectores ilustrados, vista la propagación de las ideas del autor italiano durante los  Siglos de Oro (Hériz & San Vicente 2012: 211). Pero también hemos podido comprobar que ha habido autores contemporáneos y obras que se publicaron de forma casi inmediata como Manzoni o incluso se dieron a conocer antes en nuestro país que en Italia y el ejemplo más claro lo ofrece De Amicis. Y esto no solo ocurre con textos literarios sino también con obras no literarias, como por ejemplo la Storia Universale de Cantù (35 volúmenes), publicada en Turín, que se prolongó desde 1838 a 1846 y que se traduce por primera vez en España entre 1817 y 1850 por Ferrer del Río, en 38 volúmenes (Madrid, Editorial Mellado).

En la difusión de la literatura en el siglo XIX es fundamental la labor de los impresores y libreros, los cuales, al menos en la primera mitad, desarrollan su actividad en imprentas de gestión familiar (Hériz & San Vicente 2012: 205). Para poder sobrevivir y no depender del gusto de unos pocos lectores y de la competencia de otros editores, conforme avanzaba el siglo se van desarrollando estrategias empresariales que ahora nos parecerían normales. Entre esas estaban la promoción de las obras en periódicos y revistas, suscripciones previas (una de los ejemplos fue la editorial Gaspar y Roig de Madrid de 1845 a 1881), las traducciones en publicaciones periódicas (El Conciliador o La España Moderna), etc. Entre los centros de impresión, además de los ubicados en Madrid y Barcelona, encontramos otros en Sevilla, Murcia, Tolosa o se trasladan fuera de nuestras fronteras como es el caso de la editorial parisina Garnier.

Se podría decir que el siglo XIX es un siglo de grandes sobresaltos políticos (alternancias de periodos constitucionales y republicanos seguidos de años de represión y exilios), de fracasos sociales y económicos, etc., y en un contexto así la política de traducción sufre vaivenes: por un lado, la escasez de traductores en lenguas modernas, a excepción del francés, así como la censura tanto del clero (la Inquisición) como del propio Estado (Crespo 2007: 47). Si tenemos en cuenta que las traducciones constituyen un barómetro que ofrece información esencial del número y de la calidad de los lectores, de la crítica y del interés por otras literaturas, de la fortaleza de sus editoriales e imprentas, de las posibilidades de profesionalización tanto de autores como de traductores, el siglo XIX presenta un panorama rico pero con peculiares altibajos.

 

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