Fuentes-Torres

Recursos para la traducción en los siglos XX y XXI

María Teresa Fuentes Morán & Jesús Torres del Rey (Universidad de Salamanca)

 

Introducción

La tradicionalmente solitaria actividad del traductor no se entiende sin los recursos de los que se sirve para apoyar y ampliar su propia competencia. Una de las necesidades características para la que se hace uso de herramientas es la relacionada con datos léxicos, del lenguaje general o de ámbitos de especialidad, en la lengua de partida o en la de llegada, datos que hasta hace pocas décadas podían encontrarse, especialmente, en diccionarios, monolingües, bilingües o incluso multilingües (Morillas & Álvarez 2000: 8). En efecto, las cuestiones léxicas son una de las principales fuentes de dificultades para el traductor; y es que el léxico, vehiculador en esencia del contenido proposicional del texto, implica y aúna muy variados aspectos, como los pragmáticos, semánticos, culturales, gramaticales, etc. en los que se ve inmersa nuestra comunicación. Al mismo tiempo, aunque desde una perspectiva distinta, las dificultades de delimitación semántica, pragmática y cultural, y de expresión y combinación léxica de los conceptos de los diversos campos de la comunicación especializada han situado la terminología y la terminografía, desde hace unas décadas, en una posición central en la práctica moderna de la traducción y la interpretación, relacionada fundamentalmente con la «comunicación profesional» pero también con la «afirmación internacional de toda lengua de cultura en una sociedad moderna» (Cabré 2007).

 

Recursos lexicográficos

Así pues, el traductor, ante el lenguaje que debe comprender o producir en un texto, requiere recursos que le proporcionen información gramatical, ortográfica, semántica, pragmática, y un largo etc. La forma de acceso a esa información en su caso –como en el de otros profesionales– parte, por lo general, de una unidad léxica concreta para llegar a la norma o regla por la que se rige o que la describe, y no al revés. Es decir, con un ejemplo simplificado, el traductor se pregunta en primera instancia ¿se escribe con mayúscula la palabra ministerio en este determinado contexto? para resolver un problema muy concreto de expresión, y no ¿cuáles son las normas de las mayúsculas en español? (Hernández Herrero 2000). De aquí que los recursos más utilizados por el traductor hayan sido los presentados en forma de diccionario (principalmente alfabético en los tiempos del papel) en los que, a partir de una entrada que constituye un título, se abre el acceso a diferentes tipos de información contenida en el artículo o a información externa vinculada. Así se organizan de hecho las enciclopedias y los diccionarios, pero también con frecuencia los libros de estilo –tan característicos del panorama español– y otras obras de consulta.

El traductor busca y utiliza recursos que subsanen lagunas de conocimiento, que le ayuden a evitar interferencias, que le apoyen en la activación de vocabulario o que proporcionen información fiable (y manejable) para la revisión y corrección, por ejemplo. Sin embargo, por lo general, en el siglo XX no ha contado con medios específicamente creados para él o siquiera que le tuvieran en cuenta. Cierto es que en términos teóricos el concepto de un diccionario para traducir originó reflexiones y controversias (Snell–Hornby 1990, Piotrowski 1994, Shcherba 1995, etc.), pero a la indefinición de las necesidades concretas que un diccionario debe o puede cubrir se unen factores como la escasa consideración profesional y social de la labor del traductor, por lo menos hasta finales del siglo XX, además de la tardía integración de la correspondiente formación en el ámbito académico. A partir de las últimas décadas del siglo XX, el despliegue de la función del traductor y de la traducción, la formalización de sus estudios, el desarrollo de recursos más adecuados junto con el de la tecnología que los posibilita han tenido como consecuencia cambios sustanciales, tanto conceptuales como instrumentales, que van modificando el abanico y el valor de los recursos disponibles.1

Las iniciativas desde España de proyectos lexicográficos bilingües de envergadura no son muy numerosas, especialmente en la primera mitad del siglo XX. El predominio de la enseñanza del francés en España frente a cualquier otra lengua moderna tiene como consecuencia la existencia de algún proyecto individual desarrollado originalmente para facilitar el aprendizaje de la lengua.2 Tal es el caso de la encomiable obra del catedrático de instituto Rafael Reyes (1879–1947), el Diccionario francés–español y español–francés (Madrid, Editorial Reyes, 1929). Sin ninguna repercusión fuera del ámbito hispanohablante, sus 1.600 páginas conformaron una obra de referencia en España hasta mediada la década de los 80.3

No obstante, existen algunos ejemplos de profesionales de la traducción o con alguna vinculación con esta actividad que añaden a sus tareas la de lexicógrafos. Una personalidad particular, alejada de la enseñanza de lenguas, es la de Julio Casares (1877–1964), autor del conocido Diccionario ideológico de la lengua española (Barcelona, Gustavo Gili, 1942). De hecho, el conocido académico y lexicógrafo, gran apasionado de las lenguas, inició su trayectoria profesional como traductor e intérprete. En su desempeño trabajó mayoritariamente con inglés y francés, y, llevado por la necesidad de actualizar y acrecentar el léxico recogido en obras de referencia anteriores,4 compiló y publicó varios diccionarios bilingües: Nuevo diccionario francés–español y español–francés (Jaime Ratés, 1911), Diccionario breve francés–español y español–francés (Estrada Hermanos, 1921), Novísimo diccionario francés–español y español–francés (Saturnino Calleja, 1925) y Novísimo diccionario inglés–español y español–inglés (Saturnino Calleja, 1940–1941).

Ingente fue asimismo la labor lexicográfica de Emilio M. Martínez Amador (1881–1951). Desde 1916 se dedicó a la interpretación en el Ministerio de Estado y en el de Asuntos Exteriores. Sus diccionarios bilingües –de varios formatos, con inglés, francés, alemán o italiano tuvieron gran difusión, aunque escasamente ente el público especializado, y siguen actualmente en el mercado. No han sido consideradas obras de calidad y nunca fueron actualizadas convenientemente (Sanmarco Bante 2012).

Significativo ejemplo de colaboraciones desde España en proyectos fuera de nuestras fronteras es el de Antonio Paz y Mélia (1842–1927). Bibliotecario, archivero de la Casa de Alba, historiador y traductor ocasional,5 fue el autor del Diccionario manual de las lenguas española y alemana, publicado en Múnich por Langenscheidt en 1903. La Real Academia Española emitió un informe muy elogioso, reproducido en el propio diccionario, en el que señala que se trata de «uno de los más distinguidos literatos y filólogos con que actualmente se honra nuestra patria».

En cuanto a las lenguas clásicas, un destacadísimo primer lugar lo ocupa el proyecto Diccionario griego–español (1922–2020). Francisco Rodríguez Adrados asumió en 1962 la dirección del diccionario, comenzado por iniciativa de Rafael de Balbín (1910–1978). El último volumen publicado, el VIII, en 2020 abarca los artículos episkenosis–exauros. Actualmente la obra continúa su largo proceso de elaboración y se encuentra ya muy avanzada su digitalización:

DGE en línea es la edición digital de los siete volúmenes publicados del Diccionario griego–español, que cubren la sección alfabética α–ἔξαυος. Aun siendo una obra en curso de elaboración, el DGE constituye en la actualidad el diccionario bilingüe más extenso y completo de la lengua griega antigua a una lengua moderna: incluye ya cerca de 60.000 entradas y 370.000 citas de autores y textos antiguos. (http://dge.cchs.csic.es/xdge/)

Las décadas de los 70 y 80 constituyen para la lexicografía bilingüe el inicio de la revolución tecnológica y, paralelamente, los prolegómenos de una profunda crisis. Este fenómeno no es en absoluto exclusivamente español, pero adquiere características propias. Así, a pesar de la fortaleza del mercado editorial español, no hubo grandes proyectos propios de diccionarios bilingües generales en España. Los proyectos editoriales de cierta envergadura en España se centraban en lexicografía monolingüe. Los diccionarios bilingües en su mayor parte procedían de otros países y se comercializaban en España, pero no se producían en nuestras fronteras. Por otra parte, los proyectos de lexicografía bilingüe se orientaban a la lexicografía didáctica, a la didáctica de lenguas. Fuera del ámbito escolar –y cada vez más dentro de él–, los diccionarios utilizados no se elaboraban en España. En cuanto a la digitalización de los diccionarios existentes, algo tardía en nuestro ámbito, conllevaba en realidad una pérdida de datos, especialmente implícitos y relacionales, dada la simplicidad de los formatos escogidos. Ello implica que los recursos lexicográficos digitalizados sean aún menos útiles que sus predecesores y su desprestigio vaya en aumento. Finalmente, la trayectoria de una espiral resulta difícil de modificar: los productos deficientes generan pocos beneficios y sin estos no se invierte en la mejora o renovación de los productos, es decir, de los diccionarios.

Actualmente, cabe destacar el portal diccionarios.com, de Larousse Editorial, en el que se recogen para la consulta en línea diccionarios, enciclopedias y otras obras de referencia con las marcas Larousse y Vox.6

Puede decirse que la Real Academia Española toma en consideración el trabajo del traductor, por lo menos en las últimas décadas. Prueba de ello es, por ejemplo, la incorporación como académico de número de un traductor profesional como Miguel Sáenz o la celebración de la mesa «La escritura del español en la traducción: un diálogo creativo» en el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (2019). De hecho, el Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores (Universidad Complutense de Madrid) había sido creado y dirigido por Emilio Lorenzo, antes de ser miembro de la RAE, y en él fueron docentes (futuros) académicos como Valentín García–Yebra, Javier Marías o el propio Miguel Sáenz (Sáenz 2013).

Como obra de referencia monolingüe del español, las distintas ediciones del diccionario de la RAE han sido obras de consulta necesaria. No obstante, mayor validez como recurso para el español contemporáneo debe reconocérsele a las cuatro ediciones del Diccionario manual e ilustrado de la lengua española (entre 1927 y 1989), un diccionario derivado del DRAE, pero sin las voces anticuadas y con solo una selección de los dialectalismos más usados, pero con más neologismos, extranjerismos y tecnicismos, lo que hacía de él una obra menos normativa y más descriptiva y actualizada. Desde 2006 este modelo de diccionario lo ha heredado el Diccionario esencial de la lengua española (RAE), más orientado sin embargo al ámbito escolar.

Sin embargo, durante décadas, un destacado recurso ha sido el elaborado por María Moliner, el Diccionario de uso del español (Madrid, Gredos, 1966). La clave puede buscarse en los tipos novedosos de información que aporta, a pesar de algunas particularidades formales que dificultan ocasionalmente el acceso a los datos que proporciona:

La denominación «de uso» aplicada a este diccionario significa que constituye un instrumento para guiar en el uso del español tanto a los que lo tienen como idioma propio como a aquellos que lo aprenden y han llegado en el conocimiento de él a ese punto en que el diccionario bilingüe puede y debe ser substituido por un diccionario en el propio idioma que se aprende. Y ello, en primer lugar, trayendo a la mano del usuario todos los recursos de que el idioma dispone para nombrar una cosa, para expresar una idea con la máxima precisión o para realizar verbalmente cualquier acto expresivo. Y, en segundo lugar, resolviendo sus dudas acerca de la legitimidad o ilegitimidad de una expresión, de la manera correcta de resolver cierto caso de construcción, etc. (v)

Es, en definitiva, como recordó García Márquez, un «diccionario para escritores» (1981: 2). Por último, cabe destacar otra de las obras puntera en la lexicografía española monolingüe, el Diccionario general ilustrado de la lengua española (Barcelona, Spes, 1945) que, si bien se basaba en los diccionarios académicos, tenía como objetivo la presentación del español general culto y moderno. Entre sus particularidades estaban la de contar con algunas definiciones de carácter más cercano a las enciclopédicas; señala Gili Gaya que la obra cuenta tanto con definiciones como con descripciones, incluso con ilustraciones, explicaciones gráficas de las palabras (1945, prólogo, xxi).  Se publicaron cuatro ediciones –1945, 1953, 1973 y 1987– y en 1990 salió a la luz una nueva versión, ya sin ilustraciones y de formato algo más manejable, denominada Diccionario actual de la lengua española (Barcelona, Biblograf). La edición actualizada y renovada de 1997 se denominó Diccionario general de la lengua española (Biblograf).

A partir de mediados de los 70, comienzan a proliferar los manuales o libros de estilo en español (Gómez Font 1998). Elaborados inicialmente como documentos internos en editoriales, periódicos y especialmente la agencia de noticias EFE, fueron evolucionando en forma y contenido y se comercializaron con notable éxito a lo largo de los 80 y 90. Las normas de redacción, encaminadas a unificar criterios de empleo del idioma (Rojas y Ramón 2017), se convirtieron en guías fidedignas –avaladas por el prestigio de la empresa de la que surgían– para profesionales de otros ámbitos, entre ellos, en un lugar destacado, los traductores. Su precisión y concreción, así como el tratamiento de cuestiones léxicas y gramaticales, ortográficas, etc. de actualidad hacía de ellos herramientas útiles y valoradas. Centrémonos en el caso de la agencia EFE, que encargó al académico Lázaro Carreter laredacción de un manual de estilo que se publicó en 1978. En 1980 creó el Departamento del Español Urgente –formado por miembros de la Real Academia Española y un grupo de filólogos– para resolver dudas y detectar errores presentes en la prensa. En 2005, se disolvió con la creación de la Fundéu BBVA, ya orientada claramente a un espectro de profesionales más amplio que los dedicados al periodismo. Actualmente, su equipo está formado «por profesionales de los ámbitos del periodismo, la lingüística, la lexicografía, la ortotipografía, la corrección y la traducción». La evolución técnica de la fundación ha ido en paralelo con las tecnologías y con las posibilidades que brindan las redes sociales, a las que se ha ido incorporando con celeridad, a partir de 2010, y en las que se encuentra muy activa, lo que ha consolidado su carácter de referente lingüístico para el español.

Junto a estas obras, contamos en el espectro de obras de consulta cercanas a la normatividad con los diccionarios de dudas. Aunque sus orígenes se remontan al siglo XVIII, y se pueden considerar ya un género propio en el siglo XIX, su verdadera eclosión se produce a mediados del siglo XX (Hernández 2017: 229). El propósito esencial de estas obras es el de recoger dudas y dificultades que pueden surgir a los hablantes en el uso de la lengua (Paredes 2012: 499). Entre el amplio y variado abanico de este tipo de obras, destacamos el Diccionario Panhispánico de dudas y su auténtico predecesor e inspirador, el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, de Manuel Seco (García Mouton 2012: 569). La primera edición de este último salió a la luz en 1961 (Espasa–Calpe) y en su 11.ª edición (2011) contaba con unas 6.500 entradas. Publicado en papel en 2005, el Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española ampliaba el espectro de su predecesor al tratar explícitamente la realidad lingüística americana, de forma consensuada con las Academias correspondientes. Desde 2006 está disponible en línea.

En 1999 la Real Academia Española publica la Ortografía de la lengua española. Tenía como antecedente la Nuevas normas de prosodia y ortografía (1959) que era la profunda actualización del Prontuario de Ortografía de la Lengua Española, de 1844, obra que se había seguido editando con mínimos ajustes por lo menos hasta 1935 (Prontuario de ortografía de la lengua española en preguntas y respuestas, 31.ª ed.). La novedad conceptual que presentaba la obra de 1999 era el consenso al que se había llegado con las academias correspondientes y que formalmente contemplaba la necesidad de una obra más orientada al usuario general:

Han sido muchos los hispanohablantes que en los últimos tiempos se han dirigido a la Real Academia Española solicitando aclaraciones de normas ortográficas, planteando dudas y sugiriendo, en fin, la conveniencia de presentar la Ortografía de un modo más sistemático, claro y accesible. A eso responde esta nueva edición que la Academia ha preparado en estrecha colaboración con las corporaciones hermanas de América y de Filipinas, corrigiendo, actualizando y acrecentando la versión anterior con precisiones y ejemplos. (v)

Solo unos años después, se publica una nueva versión de la Ortografía de la lengua española (2010) que recoge la significativa aportación del Departamento de «Español al día», para hacerla «más amplia, detallada y minuciosa» (5). En octubre de 2013 se presentó la versión beta de su nuevo portal, en el que incluye el acceso digital a la ortografía, aun en versión beta en 2022.

 

Recursos terminológicos

La terminología no se consolidó como disciplina hasta los años 30 del siglo XX, tras los estudios de Wüster (Rodríguez Ortega & Schnell 2005a: 88–89; Cabré 2005: 3–4). Hasta entonces, los trabajos sobre vocabulario especializado habían sido de corte fundamentalmente lexicográfico, como los elaborados para la lengua catalana por Amades sobre la pesca, los pastores o los viejos oficios del transporte, por Folch y Serrallonga sobre el ámbito jurídico o por Corachan sobre medicina (Mesquida 1997: 40); o como, en el caso del español, el Diccionario Tecnológico Hispano–Americano encargado a la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y cuyo primer tomo terminó Torres Quevedo en 1930 (Rodríguez Ortega & Schnell 2005b: 12; Garriga Escribano 2014; Gutiérrez Cuadrado & Garriga Escribano 2020: 208–209).

Este diccionario, que supuso un importante intento en la institucionalización de la lengua de ciencia y técnica en español (Garriga Escribano & Pardo Herrero 2014), contrasta en enfoque con el Vocabulario Electrotécnico internacional (International Electrotechnical Vocabulary–IEV, desarrollado por la IEC–International Electrotechnical Commision), de carácter más terminológico, con organización sistemática (por área temática) y no alfabética (Irazazábal & Schwarz 1993: 305). Dicho recurso se publicó desde el principio (1938) en inglés y francés, con definiciones en ambas lenguas, y con equivalentes de los términos a otras cuatro lenguas, incluido el español.7

Aun después, la producción de este tipo de diccionarios no se ha frenado y, además, a ella se ha unido un creciente y variado repertorio de diccionarios temáticos, monolingües, bilingües y plurilingües (Ahumada 2008: 14). Un destacado hito lo constituye el Vocabulario científico y técnico de la Real Academia de Ciencias, un repertorio monolingüe con equivalencias en inglés que siguió creciendo en sus tres ediciones (1983, 1990 y 1996); ya en 2008 se presentaron las pautas para su renovación y modernización (Vera Torres 2008). Entre la ingente cantidad de diccionarios temáticos o de especialidad que sirven como herramienta para la traducción, destaquemos solo dos más: el Diccionario español de la energía (2004), bajo la dirección de Martín Municio y Colino Martínez, que incluye descripciones y equivalentes en inglés, así como un vocabulario inglés–español, y el Diccionario terminológico de las ciencias farmacéuticas – A Terminological Dictionary of the Pharmaceutical Sciences, Inglés–Español/Español–Inglés (2007), que presenta como particularidad la incorporación a la microestructura de gran cantidad de datos contextualizadores (Ahumada 2008: 17).

La Guerra Civil y la dictadura franquista abortaron «todas las iniciativas relacionadas con la terminología y se perdió la posibilidad de dotar a la terminología científica y técnica de una organización institucional» (Rodríguez Ortega & Schnell 2005b: 12; véase también Gutiérrez Cuadrado & Garriga Escribano 2020: 209–210). Hasta los años 1960, fue frecuente la construcción de neologismos sobre raíces griegas, lo que permitía una traducción relativamente sencilla entre lenguas (Sánchez Ron 2004: 16). Por otra parte, se acusa un ritmo de producción técnica, aunque creciente, relativamente manejable para que los propios gremios pudieran tratar con esmero la creación de unidades terminológicas propias (Alarcón 2004: 11–12).

Desde 1960, todo empezó a cambiar. Según Alarcón (2004: 12–13), las ingenierías emergentes (electrónica, energía, informática, comunicaciones, etc.) y sus necesidades docentes e investigadoras tuvieron que hacer frente a una avalancha de información fundamentalmente en inglés, que ya se estaba convirtiendo en lingua franca; una información que, en su opinión, se traducía o sobre la que se escribía en español con poca consideración con la cultura científica anterior, y con inexactitud:

A partir de mediados de los años 60, el impacto del desarrollo acelerado, el incremento de los ritmos productivos, la entrada de bibliografía, maquinaria y métodos foráneos, el aumento de la clientela extranjera de nuestras empresas, etc., tuvieron dos efectos importantes en la terminología. Por un lado, la traducción apresurada de términos, generalmente ingleses, y el olvido de palabras españolas con un significado igual o más rico, provocaba la inexactitud e imprecisión de los términos. Además, el uso directo de obras en lengua extranjera, facilitado por los intercambios editoriales y el ritmo frenético de trabajo, redujo el interés por la elaboración de textos, lo que incidió negativamente en la difusión de términos propios y provocó la aparición de traducciones apresuradas que reforzaron los dañinos efectos anteriores. (Alarcón 2004: 12)

Los cambios socioculturales y tecnológicos de esta última mitad de siglo también impulsaron el desarrollo práctico pluridimensional de la terminología, relacionados con la estandarización de los lenguajes de especialidad, la traducción y la normalización o planificación lingüística (Rodríguez Ortega & Schnell 2005b: 11–12; Santamaría Pérez 2006: 18–19), algo que va a reflejarse claramente en España a partir de los últimos años de la dictadura y a lo largo de las profundas transformaciones que se producen con la llegada de la democracia.

En coincidencia con el proceso de transición, en España se incorporan, con un poco de retraso al principio, los principales periodos de expansión terminológica recogidos por Santamaría Pérez (2006: 2): de 1960 a 1975 (estructuración, primeros sistemas informáticos, técnicas documentales, bancos de datos e inicios de la organización internacional de la informática) y de 1975 a 1985 (eclosión, proliferación de proyectos de planificación y desarrollo lingüísticos), que coincide con un «período de importante actividad terminológica en los países hispanohablantes» (Rodríguez Ortega & Schnell 2005b: 12).

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) adquiere un papel protagonista desde 1970, tomando el relevo de la Real Academia de Ciencias en el intento por coordinar la terminología en lengua española (Irazazábal & Schwarz 1993: 312–313; Rodríguez Ortega & Schnell 2005b: 12), empezando por los glosarios multilingües, vocabularios y tesauros de sus propios centros e institutos (Irazazábal 2004: 45).

Algunos de sus hitos fueron la constitución en 1970 de FITRO (Fonds International des Terminologies Romanes) junto con el organismo homólogo francés CNRS y, desde 1972, con entidades italianas, portuguesas y rumanas (Cabré 2007; Irazazábal 1990: 413); la creación del centro de terminología HISPANOTERM en 1977; la fundación de la Unidad Estructural de Investigación de Terminología en el Instituto Miguel de Cervantes (1978) y la de Lingüística documental y traducción automática, en el Instituto de Información y Documentación en Ciencia y Tecnología (ICYT) en 1981, así como del grupo de investigación TermEsp (1985), surgido del ICYT, y que, junto con otro grupo del Instituto de Información y Documentación en Ciencias Sociales y Humanidades (ISOC) participaron en programas de normalización de la lengua científica española.8

Entre los recursos terminológicos más importantes de TermEsp y el CSIC, cabe destacar la adaptación al español de diversos glosarios y tesauros (agricultura, metalurgia, información y documentación, drogadicción, química, alimentos, etc.) y, sobre todo, las versiones españolas de la base de datos internacional DIRR de la OCDE (1985), del tesauro de la biblioteca de la CEE, y del amplísimo banco de datos terminológicos de la CEE (Eurodicautom), que a mediados de la década de 2000, se integró en la base de datos interactiva europea IATE (Irazazábal 1990: 415–416).

Otras de las bases de datos de organismos internacionales en las que ha habido o hay participación española son las siguientes: Touristerm (Organización Mundial del Turismo, con sede en Madrid), ILOTERM (Organización Internacional del Trabajo), FAOTERM (Organización de las Naciones Unidad para la Alimentación y la Agricultura), WIPO–Pearl (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual), o la propia UNTERM (Secretaría y otros organismos de la ONU).

Por su parte, las comunidades autónomas con lengua propia supieron ver enseguida la importancia de la terminología en la planificación lingüística, y fundaron organismos normalizadores y promotores de sus lenguas al poco de la proclamación de la democracia en España (Rodríguez Ortega & Schnell 2005b: 14–21).

Así, en 1977, se fundó el Centro Vasco de Terminología y Lexicografía (UZEI) (aunque hasta 1989 no fue reconocido por el Gobierno Vasco como entidad de utilidad pública). En 1987 creó el banco de terminología Euskalterm a partir de los vocabularios especializados recopilados por el centro, y se hizo público en internet en 2001.

En 1985 se constituyó el Centro de terminología de la lengua catalana (TERMCAT) en Cataluña, con un fuerte apoyo institucional. Muchos han sido los recursos que han surgido en su seno, como el buscador Cercaterm, con el que es posible acceder a todas las fichas terminológicas del centro, además de un catálogo de todas las referencias bibliográficas que contienen terminología del catalán y un creciente número de glosarios y bases de datos de diversas áreas de especialidad. Desde el principio, el centro prestó atención a los neologismos y, a partir de los datos que fue recopilando desde 1986, creó a finales de siglo la Neoloteca, el diccionario en línea de términos normalizados en catalán por el TERMCAT. El portal CiT (Terminologia de Ciències i Tecnologia) del Institut d’Estudis Catalans también ofrece un conjunto de importantes recursos terminológicos del catalán recopilados desde principios de la década de 1990.

En gallego, los principales recursos terminológicos los empezaron a proporcionar dos organismos: el Servicio de Normalización Lingüística de la Universidade de Santiago de Compostela, creado en 1988, del que cabe destacar el banco de terminología multilingüe bUSCatermos; y el TERMIGAL (Servizo de Terminoloxía Galega), creado en 1997 en el seno del CRPIH (Centro Ramón Piñeiro para a Investigación en Humanidades), y responsable de distintas bases de datos del gallego (incluida la más reciente herramienta en internet TERGAL, que no vio la luz hasta la década de 2010).

En el proceso de creación y desarrollo de las anteriores iniciativas ha tenido lugar un nuevo cambio de fase crucial, caracterizado por dos principales fenómenos (Santamaría Pérez 2006: 2–3): a partir de 1985, toma impulso la cooperación internacional, que en España goza de un espaldarazo fundamental con la entrada en la Comunidad Económica Europea en 1986; y, fundamentalmente, la creciente potencia y usabilidad de útiles informáticos inducen importantes cambios en los procesos de elaboración de las herramientas y recursos terminológicos (Irazazábal & Schwarz 1993: 301–302, 305–306; Santamaría Pérez 2006: 2–3), lo que se acentuará desde mediados de la última década del siglo XX con la expansión definitiva de internet.

En este contexto, se produce un proceso de colaboración intensa entre el CSIC, Hispanoterm y TermEsp, así como de TERMCAT, con organismos internacionales: entre otros, con Infoterm, el organismo de UNESCO para la documentación terminológica fundado en 1971, y con la red internacional TermNet promovida por aquella y creada en 1988 (Irazazábal y Schwarz 1993: 317). Este mismo año, se crea RITerm, red iberoamericana de terminología, donde TERMCAT y TermEsp presentan un proyecto de formato común de registro terminológico y un sistema de transferencia de datos entre los países de habla española (Irazazábal 1990: 417).

En 1993, impulsada por la Delegación General de la Lengua Francesa (Ministerio de Cultura de Francia) y la Unión Latina, surge Realiter, red panlatina de terminología, en la que participan los centros de la lengua española, catalana y gallega, además de otras personas e instituciones de los distintos países con lenguas neolatinas (Rodríguez Ortega & Schnell 2005b: 22). Como fruto de esta colaboración, son numerosos los léxicos y vocabularios publicados en formato tradicional.

Antes de terminar el siglo XX, se constituye en 1997 la Asociación Española de Terminología (AETER), lo que da un profundo impulso a la política terminológica del español, la investigación y la generación de recursos terminológicos en lengua española y en las otras lenguas de España. Cabe destacar el trabajo de colaboración con las otras organizaciones dedicadas a la terminología en el Estado español y otras internacionales, como RiTerm. Una de las alianzas más fructíferas se da, asimismo, con la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR), de cuyo Comité Técnico 191 sobre Terminología AETER ocupa la Secretaría, y con cuyos datos pone en marcha en 2005 el proyecto y base de datos multilingüe Terminesp.9 Este proyecto se concibió con el propósito de

implementar un sistema de acceso y distribución en línea de los datos terminológicos del español, elaborados por muchos organismos, instituciones, empresas y particulares, […] crear una comisión lingüística para la terminología del español que estableciera los criterios que deben orientar la creación, la adaptación y la adopción de nuevos términos [y de que] la terminología española de referencia sea proporcionada por buscadores de Internet que ofrecen a los usuarios datos sin filtro de calidad alguno. (Cabré 2007)

Terminesp es uno de los recursos que se han agrupado en Enclave de Ciencia, el portal en internet desarrollado en 2020 por la Real Academia Española (RAE) y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología F. S. P. (FECYT), que también incluyen materiales de la RAE, la FECYT, la Real Academia de Ingeniería y la Universidad de Salamanca.

Entre tanto, otro de los acontecimientos más relevantes en nuestro país y que también nutrirán asociaciones como Riterm, Realiter y Aeter es el del auge de los estudios universitarios de traducción desde los años ochenta y, sobre todo, noventa del siglo XX, que van a aportar numerosos investigadores, docentes y centros de estudio de la terminología, así como recursos multilingües orientados a la traducción.

Uno de los centros de investigación vinculados con el ámbito de la traducción más importantes es el Instituto Universitario de Lingüística Aplicada (IULA) de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, fundado por M. Teresa Cabré. En su seno, el grupo IULATERM, ha creado numerosos recursos terminológicos de búsqueda, consulta, gestión, divulgación, extracción y aprovechamiento desde su creación en 1994. Dentro de este grupo también cabe destacar el Observatori de Neologia (OBNEO), fundado en 1988 en la Universitat de Barcelona e incorporado al IULA en 1994, que ha generado y sigue produciendo numerosos recursos, herramientas y espacios de colaboración (Cabré 2016: 31).

El nuevo siglo trajo consigo el fenómeno de los datos masivos (big data) y la terminología se basó cada vez más en corpus. En este sentido, los trabajos de los grupos OncoTerm y LexiCon, de la Universidad de Granada, dirigidos por Pamela Faber, han sido también fundamentales en el diseño y creación de nuevas herramientas y recursos terminológicos a partir de un enfoque descriptivo novedoso, como es la terminología basada en marcos, y del diseño de ontologías (Faber & Jiménez 2002; Montero Martínez 2003; Montero Martínez & Faber 2008). La aplicación de esta metodología

tiene como resultado la descripción conceptual [multimodal], léxica y pragmática de distintos dominios y subdominios de especialidad, un conocimiento enciclopédico accesible al usuario final a través de un tesauro visual tridimensional […] permite tanto representar la macroestructura del dominio en general como describir los distintos marcos que lo conforman. […] En resumen, se intenta ofrecer un tratamiento comprehensivo de toda la información necesaria para describir un término. (Montero Martínez & Faber 2008: 53–54)

OncoTerm (así como la herramienta de creación de ontologías terminológicas OntoTerm) y EcoLexicon son los dos resultados clave de estas investigaciones, donde se produce ya un entrelazamiento y solapamiento máximo entre herramienta y recurso, y donde se tienen en cuenta las necesidades funcionales de los usuarios a los que va dirigida la herramienta–recurso (López Rodríguez, Buendía Castro & García Aragón 2012).

Otros grupos de investigación vinculados al mundo académico de la traducción y las lenguas aplicadas que han creado recursos terminológicos desde comienzos del siglo XXI son GIRTraduvino, en la Universidad de Valladolid, que publica en internet la base de datos multilingüe sobre el sector vitivinícola Enoterm; TecnoLeTTra, en la Universitat Jaume I de Castellón, que cuenta con bases de datos en línea sobre cerámica y otros trabajos relacionados con su docencia; Tecnoloxías e Aplicacións da Lingua Galega (TALG), en la Universidade de Vigo, de los que cabe destacar recursos como la Termoteca y la Neoteca; Tradumàtica y otros grupos en la Universitat Autònoma de Barcelona, que, con sus estudiantes, elaboraron BACUS; o UEM–Traducción, en la Universidad Europea de Madrid, que creó INMIGRA–TERM, base de datos multilingüe para facilitar la comunicación de la administración con los inmigrantes.

Si la década inicial del siglo XXI ha supuesto una profunda transformación de las bases epistemológicas sobre las que se asienta (y que se nutren de) la práctica terminológica, así como una inmensa apertura de horizontes de aplicación y colaboración (Schnell & Rodríguez Ortega 2005), arrastrada fundamentalmente por el impulso de internet, en las siguientes décadas esta tendencia se intensifica y se adapta la creación de recursos a las necesidades inter y pluridisciplinares y la diversificación de necesidades terminológicas y de comunicación de la sociedad de la información (Schnell & Rodríguez Ortega 2005: 47–48).

Las bases de datos terminológicas, tanto de iniciativas públicas como privadas, van a tener como características fundamentales la capacidad de intercambio de información y de enlazar datos con otros sistemas de conocimiento (véase, por ejemplo, el conjunto de datos enlazados de Terminesp), incluida la traducción automática y la producción documental multilingüe mediante lenguajes más o menos controlados, o diversas formas de acceso a la información, como puede ser la búsqueda por mapa conceptual visual (como en WIPO–Pearl). El formato papel o PDF va dejando sitio al buscador de términos en internet o a la detección y la sugerencia automática de términos dentro de otros procesos y herramientas de productividad. Confluyen como recursos ya difícilmente diferenciados herramienta, datos y prosumidores. Un ejemplo de esto fue el proyecto NeuroNeo, en el que se diseñó una herramienta y un proceso de colaboración entre expertos en neurociencias, traductores y expertos lingüistas para la detección, adición de información y regulación de los procesos neológicos en dicho ámbito de especialidad (García Palacios, Maroto García & Torres del Rey 2018).

En la segunda mitad de 2022, ha empezado a tomar forma un proyecto promovido por un consorcio de varias instituciones, asociaciones y empresas españolas (entre ellas AETER), que tiene como objetivo la creación de una infraestructura digital de terminología en español, apoyado en dos grandes pilares: el primero es el desarrollo de un metabuscador que permita recuperar términos de distintos ámbitos científicos ya recopilados y trabajados por diferentes instituciones y que forman parte de diccionarios, tesauros u ontologías; el segundo es el diseño de un modelo de análisis de corpus de literatura científica en español u otras lenguas oficiales que permita extraer términos, mostrarlos en su contexto, validarlos, sancionarlos, transformarlos a formatos de la web de datos y hacerlos visibles y recuperables en distintos entornos, incluido el metabuscador.

La cooperación internacional es y seguirá siendo un campo fértil de desarrollo e intercambio de recursos terminológicos, como pone de manifiesto la red y el proyecto europeo META–NET, que incluye varios centros de investigación y tecnología españoles, y para el que la terminología es un activo clave (Rehm 2018: 34–37). En cualquier caso, unos buenos recursos terminológicos seguirán siendo esenciales en el desarrollo de las profesiones de la traducción y la interpretación, área esta última en la que las investigaciones recientes, sobre todo en conjunción con la inteligencia artificial y la extracción automática de términos (Costa, Pastor & Durán–Muñoz 2018), están dando un impulso fundamental a las aplicaciones terminológicas, como en el proyecto europeo SmarTerp, liderado desde nuestro país.

 

Coda

La necesidad de recursos externos a las competencias y conocimientos propios del traductor o que, como señalábamos al principio, le sirvan para apoyar y ampliar su propia competencia, se encuentra también más allá del léxico, la terminología y el concepto. El texto, el género, o el conocimiento y expresión de las distintas áreas de especialidad: todos ellos son niveles de análisis y origen de dificultades para el traductor para los que, particularmente con los procesos de digitalización y expansión de internet que hemos señalado anteriormente, se han creado y transformado los tipos de herramientas, fuentes y datos a los que recurrir, trascendiendo la consulta al experto, la biblioteca o los archivos documentales.

Documentarse para traducir hoy es algo totalmente diferente a hace diez, quince o veinte años (Gonzalo García & García Yebra 2004 y 2005; Sales Salvador 2005; Pinto et al. 2009; Enríquez Raído 2014; Corpas Pastor & Durán–Muñoz 2018), por no hablar de la época previa a internet o incluso en sus albores (Gonzalo García & García Yebra 2000; Palomares Perraut 2000). En España, Rediris fue fundamental para desplegar los primeros servicios de internet que permitieron la interconexión de personas, asociaciones y contenidos en el espacio académico y de investigación, incluidas listas de debate y revistas fundacionales como La Linterna del Traductor o Panace@. Poco a poco fueron surgiendo catálogos y buscadores en línea que han intentado poner algo de orden en el maremágnum de internet, como DocuTradSo (Universidad de Valladolid), ALFINTRA (Universidad de Ganada) y recientemente, DocuRecursosTI (Universitat Jaume I) o BITRA (Universidad de Alicante).

Otro de los enfoques y metodologías más reseñables ha venido del campo del procesamiento de corpus electrónicos (Beeby, Rodríguez & Sánchez–Gijón 2009), en el que el grupo GENTT (Universitat Jaume I) ha creado plataformas de conocimiento jurídico y médico a disposición de los traductores e investigadores. A caballo entre la lexicografía, la terminología, la lingüística de corpus y el aprendizaje automático, tampoco podemos dejar de mencionar las herramientas y recursos avanzados del grupo LEXYTRAD (Universidad de Málaga).

El traductor no está solo. Dispone de múltiples recursos que, como las lenguas con las que trabaja, desvelan lo recóndito a quienes aprenden a manejarlos con destreza.

 

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  1. Sobre algunas correlaciones entre traducción y lexicografía, es básica la lectura de Calvo & Calvi (2014). Los autores presentan un recorrido bibliográfico, orientado desde la perspectiva de la traducción y recogen reflexiones acerca de las coincidencias y diferencias entre estos campos.
  2. Se encuentra una rica exposición al respecto en el capítulo de J. Suso López y M.ª E. Fernández Fraile «Lenguas, enseñanza y traducción en el siglo XX: ámbito francés» de esta misma obra.
  3. También en esta línea se encuentran, por ejemplo, las publicaciones de José Merino en la editorial Anglo Didáctica, con títulos tan sugerentes como Diccionario Auxiliar del Traductor (6.ª ed. 1999).
  4. Según él mismo señala, una de sus fuentes principales son los diccionarios de Corona Bustamante (Alvar Ezquerra 2020).
  5. Señala el duque de Alba, por ejemplo, que tradujo del latín la Crónica de Enrique IV de Alfonso de Palencia. «Igual trabajo, árido y deslucido, representan los varios volúmenes que tradujo de este idioma (francés) para la colección de novelas modernas que publicó el editor Lázaro. Del alemán tradujo e imprimió la novelita de Teodoro Storn Aquis Submersus y colaboró con el profesor S. Grafenberg en las obras gramaticales y de enseñanza publicadas por éste en Frankfort» (Fitz–James Stuart 1927: 254).
  6. La panorámica de los diccionarios bilingües como herramientas para el traductor tanto en la primera mitad del siglo XX como a partir de entonces es inabordable. En Medina Guerra (2003) se encuentran reseñados también numerosos diccionarios, en especial en el capítulo dedicado a la lexicografía plurilingüe del español (Acero Durántez 2003), aunque, como corresponde a la realidad histórica, gran parte de las obras tratadas no se elaboraron en nuestras fronteras. Puede también consultarse Haensch y Omeñana (2004) así como Collison (1982), entre otros. En esta misma obra pueden consultarse, por ejemplo, las referencias a diccionarios en los trabajos de M. Marin–Lacarta («La traducción del chino en los siglos XX y XXI») y G. Fernández Parrilla («La traducción del árabe en los siglos XX y XXI»).
  7. En la actualidad, la Electropedia (o IEV online) es de consulta libre en internet, los idiomas para los que se presentan equivalentes han ascendido a diecinueve, y es la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR) la que se ocupa de normalizar los equivalentes en español y participar, en representación de este idioma, en las decisiones sobre las definiciones de los términos (Palomar González 2004: 253–254).
  8. El ICYT y el ISOC se fusionaron en el Centro de Información y Documentación Científica (CINDOC) en 1992, que a su vez se disolvió en 2007, tras lo cual el Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) concentró la producción de las bases de datos ICYT e ISOC. Por su parte, a partir de finales de la década del 2000, el grupo ELCI (el español, lengua de la ciencia) se constituyó en el sucesor natural de TermEsp.
  9. Terminesp forma parte de la Terminoteca de la Wikilengua del español, promovida desde 2008 por Fundeu, y que también incluye la base de datos multilingüe de nombre de plantas Plantae Mundi.