Lanero

La traducción de la narrativa norteamericana en el siglo XIX

Juan José Lanero (Universidad de León)

 

Introducción

Cuando nos asomamos a la narrativa norteamericana del siglo XIX, y a la recepción que tuvo en España, se observa que tiene tiene expresiones distintas y que van desde el ensayo a la novela, pasando por el relato corto.1 La producción literaria norteamericana de sus primeras décadas, y su recepción en España, traspasa las características propias de una literatura que luchaba por encontrar su propia identidad. El lector español del siglo XIX, unas veces sabiéndolo y otras no, leyó las obras norteamericanas sirviéndose de unos anteojos de fabricación francesa; dicho en otras palabras: los traductores españoles, mayoritariamente buenos conocedores del francés, se sirvieron de las versiones galas, sin tomarse la molestia de cotejar el original en inglés; unas veces, por evitarse la molestia y otras, por ser desconocedores de la lengua. Otro aspecto que debe tenerse en cuenta es que las traducciones no solo aparecieron en la península; algunas lo hicieron en HIspanoamérica y, en menor medida, en Estados Unidos. Por otra parte, hablar de la literatura norteamericana del siglo XIX conlleva considerar que el cambio de siglo no significa que tendencias y estilos decayeran de forma automática, sino que la expresión literaria se fue transformando para dar entrada a nuevos modelos. Por tanto, no deberá extrañarnos que, a la hora de ir desgranando las traducciones de este o aquel autor, tengamos que hacer incursiones en las primeras décadas del siglo XX. Por último, es justo tener presente lo muy convulso que fue el siglo XIX español, en lo social y lo político, por lo que la recepción de literaturas extranjeras no solo dependió del gusto literario del traductor.

 

La guerra revolucionaria y el nacimiento de una literatura nacional. Florecimiento intelectual de Filadelfia (1765–1850)

Conviene comenzar este recorrido, que va en paralelo al propio nacimiento de la literatura norteamericana (1765–1850), haciendo referencia a la obra de Benjamin Franklin (1706–1790) y su recepción en España.2 La personalidad polifacética de Franklin (científico, especialista en teoría económica, reformista, filósofo político, pensador religioso, moralista) atrajo la atención del público español desde una fecha muy temprana, ocho años después de su fallecimiento. La Vida del Dr. Benjamin Franklin sacada de documentos auténticos (M., P. Aznar, 1798), de la que es autor Pedro Garcés de Marcilla, fue compuesta a partir de la biografía escrita por el propio Franklin y de la History of the Life and Character of Benjamin Franklin, de Henry Stuber. Ya en el siglo XIX, en 1810, contamos con El camino de la fortuna o La ciencia del buen hombre Ricardo (Valencia, Salvador Faulí, 1810), en versión de Antonio Mordella Spotorno. Cuatro años más tarde se publicaba Reglas para convertir en pequeño un estado grande, presentadas a un Ministro Británico en el año de 1774 (Cádiz, Imprenta Patriótica). También en 1814 se editó otra traducción con el título de Medio fácil de pagar las contribuciones o Máximas de B. Franklin (Madrid, Villalpando y Mallorca, S. García). R. Mangino, oriundo de México, vertió al español en 1825 Miscelánea de economía, política y moral, traducida del francés (París, C. Farcy, 1825). Se hicieron dos reediciones, en Barcelona el año 1843 por Antonio Bergnes de las Casas, con el título El libro del hombre de bien, y en Leipzig en 1882 por Aberlardo Núñez.

Conviene también señalar su presencia en periódicos y revistas de la época, en particular en el Semanario Pintoresco Español, en el que aparecieron «El camino de la fortuna, o como dice el compadre Ricardo» (1 de mayo de 1836); una carta con el «El préstamo de Franklin» (30 de julio de 1837) y «Moral privada. Plan ideado por Benjamin Franklin para arreglar la vida» (1842). En 1844 se lanzó al mercado una obrita titulada Ciencia del Buen Ricardo, por Benjamin Franklin, precedida de una noticia de su vida (M., Imprenta y Casa de la Unión Comercial). Cinco años después La Ilustración publicaba la versión «Consejos de Franklin» (8 de diciembre de 1849) que en 1851 se volvería a publicar en la colección «Biblioteca Universal», junto a otras obras, con el título «Consejos para hacer fortuna»; la traducción está firmada con las iniciales A. D.

En 1858, en Caracas (G. Gorser) se publicó La ciencia del buen Ricardo o El camino de la fortuna, traducida por el colombiano José María Samper, que aprovechó la publicación del volumen para presentar sus propios «Pensamientos sobre moral, política, literatura, religión y costumbres», amparárandose en la autoridad de Franklin. En 1872, esta vez en Barcelona, se publicó El camino de la fortuna o La piedra filosofal. Consejos breves y sencillos para ser rico, versión de Cayetano Vidal y Valenciano (Librería de Juan Bastinos e Hijo). El carácter formativo de esta edición vuelve a repetirse en la siguiente traducción publicada en Buenos Aires (Imprenta de Pablo E. Coni) un año después, obra de Otto Hubner y con el título La economía política puesta al alcance de los niños. Y si volvemos sobre el eco de Franklin en las publicaciones periódicas, nos encontramos con que en 1876 El Educador Popular, periódico editado en Nueva York, publicaba «La ciencia del buen hombre Ricardo». En 1885 se publicó en Santiago de Chile (Imprenta Cervantes) la obra traducida por Francisco Valdés Vergara El camino de la fortuna o sea Vida y obras de Benjamin Franklin. En 1890 la imprenta de Juan Pons de Barcelona sacaba a la luz Ciencia del Buen Ricardo (B., Juan Pons, ¿1890?). Un año después, también en la ciudad condal, se publicaba la obra Franklin. El arte de hacerse rico. Opúsculos dentro de la «Biblioteca del siglo XIX. Tesoro de autores ilustres de todas las épocas y naciones» (Tipografía Hispano–Americana). Por lo que se refiere a la recepción de Franklin en Cataluña hay que señalar que el volumen titulado Prosadors nord–americans (Biblioteca Popular de L’Avenç, 1909) publicado por Rafael Patxot incluye dos textos de Franklin, «Els selvatges de Nord–America», versión de Remarks Concerning the Savages of North America y «En Ricard pobre», traducción de The Way to Wealth. Si a la vista de las traducciones de Franklin a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX tuviéramos que llegar a alguna conclusión, ésta es que respondieron a un interés común: ofrecer al lector consejos importantes e ingeniosas reglas de conducta para cualquier situación y estado de vida.

Es preciso, también, considerar la importancia social, política y literaria del periodismo, prestando especial atención al ensayo como género literario. En este ámbito resalta la figura de Washington Irving, el cual fue requerido por el embajador en Madrid para que estudiara los documentos referentes al descubrimiento de América: entre 1829 y 1832 fue secretario de embajada y más tarde ministro plenipotenciario (1842–1845) en España.3 Fruto de su interés por este país fueron The Life and Voyages of Christopher Columbus (1828), Chronicle of the Conquest of Granada (1829), Voyages of the Companions of Columbus (1831), The Alhambra (1832) y Legends of the Conquest of Spain (1835). Dada la temática de obras como éstas, no es de extrañar que muy pronto comenzaran a aparecer versiones de Irving en castellano. Así, Jorge W. Montgomery, de origen estadounidense, tradujo en 1829 (Madrid, Espinosa) The Sketch Book, que tituló Tareas de un solitario o Nueva colección de novelas, adaptación de varios relatos de Irving a un marco español, y en 1831, la Crónica de la conquista de Granada (Madrid, Sancha). Treinta años más tarde, en 1861, Adriano Lemercier traducía, desde la previa versión francesa, la Historia de la conquista de Granada (Barcelona, Subirana). De igual manera, ya en 1833–1834 se habían publicado los cuatro tomos de la Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón (Madrid, José Palacios), en la traducción de José García de Villalta, a los que en 1851 siguió otra traducción, anónima, de la Vida y viajes de Cristóbal Colón (Madrid, Gaspar y Roig), y en 1854, en la misma editorial, Los viajes y descubrimientos de los compañeros de Colón, sin nombre de traductor.

The Alhambra se vertió al castellano en fecha temprana y ha sido, sin duda alguna, la obra de Irving más traducida. Un pequeño volumen de ocho relatos se publicó en París y Valencia (Mallén y Berard) en 1833 con el título Cuentos de la Alhambra, en versión de D. L. L. (de nuevo, Luis Lamarca), quien tradujo la obra desde el francés, y en versión excesivamente libre. También desde el francés es la versión hecha por Manuel M. de Santa Ana (Cuentos de la Alhambra; Madrid, Casa de la Unión Comercial, 1844). La primera traducción completa, y directa del inglés de los Cuentos de la Alhambra se publicó en 1888 y fue obra de José Ventura Traveset (Granada, P. V. Sabatel); la edición incluye biografía y retratos del autor, vistas y planos de la Alhambra y reproducción de la firma de Irving. Desde entonces la traducción de Ventura Traveset ha venido siendo la versión castellana por excelencia, con más de veinticuatro reediciones. Esta cifra nos lleva a concluir que, en la mayoría de las ocasiones, cuando no se cita al traductor, es fácil deducir que la versión que se utiliza es la suya.

Hubo también varios relatos que se tradujeron de forma aislada, como El legado del moro, historia de Boabdil y El albañil afortunado, en ambos casos por Arístides Sáenz de Urraca (Madrid, José de Granda, 1859). Rip Van Winkle cuenta con una traducción inicial (y parcial) de Francisco J. Ortega y Frías (Madrid, Hernando, 1900), y ha conocido versiones posteriores. Podría decirse que los españoles del siglo XIX tan solo manifestaron un interés notable por Vida y viajes de Colón y Cuentos de la Alhambra. Durante algún tiempo, una obra inocua como Rip Van Winkle fue considerada por el censor como un ataque frontal al gobierno de Fernando VII.

Por la propia naturaleza de sus relatos, James Fenimore Cooper ha sido un autor profusamente adaptado en España para un público lector juvenil y es, sin duda, mucho más fácil hallar en el mercado textos suyos adaptados que textos íntegros.4 Y si la importancia y popularidad de un escritor en un país extranjero se midiera por el número de traducciones y ediciones de sus obras, Cooper sería para los lectores españoles el autor norteamericano más importante del siglo XIX. Sin embargo, sus obras no fueron abordadas con rigor por los traductores y editores españoles. A Cooper se le consideró más bien un narrador de anécdotas inverosímiles; un apagado reflejo del esplendor de Walter Scott. Además, sus obras no se tradujeron a partir del original inglés sino de versiones francesas intermedias.

La primera traducción de una novela de Cooper se publicó en Burdeos en 1831 y fue la de El espía, sobre una versión francesa. Del francés tradujo también Vicente Pagasartundúa El piloto (1832), y Manuel Bazo La pradera (1832) y Los nacimientos del Susquehanna o Los primeros plantadores (1833), las tres publicadas por el editor madrileño Jordán. En la misma línea, derivadas de versiones francesas, aparecieron El bravo (B., Bergnes, 1834), El puritano de América o El valle de Wishton Wish (París, Rosa, 1836) por J. M. Moralejo, y Precaución (M., Mellado, 1853).

Su novela más traducida y adaptada hasta nuestros días, y sin duda la más popular, ha sido The Last of the Mohicans, y ello desde una fecha tan temprana como la de 1832, cuando V. Pagasartundúa vertió, de nuevo del francés, El último de los mohicanos: historia de 1757 (Jordán). Con el título alternativo de El último mohicano, se publicaron numerosas versiones, como la que, también desde el francés, realizó G. M. P. (Valencia, Orga, 1832; París, Lecointe, 1835). De Cooper se ha trasladado al castellano prácticamente toda su producción novelística, en repetidas traducciones y adaptaciones: El espía de 1831 fue seguida diez años después por una nueva versión de J. R. X., hecha en esta ocasión «libremente del inglés» (Barcelona, Grau, 1841–1842). Numerosas traducciones y adaptaciones ha conocido The Red Rover, con dos títulos distintos: El corsario rojo y El pirata rojo. Tras una primera versión castellana en 1839 (Madrid, Hijos de Catalina Piñuela), constan, entre otras, las de 1854 (Madrid, Manini) por Blas María Araque, 1859 (Barcelona, Luis Tasso) por N. Gebhardt y 1893 (Barcelona, Roura & del Castillo).

Mercedes of Castile atrajo un lógico interés inmediato en España, hasta el punto de que ya en 1841–1842 apareció Doña Mercedes de Castilla o el viaje a Catay (Cádiz, Revista Médica) por Pedro A. O’Crowley. Tempranas traducciones fueron también las de El verdugo de Berna (Madrid, El Panorama, 1841), Balthazar o el verdugo de Berna (Madrid, C. González, 1854) por cierto U. M., Aventuras del capitán Miles Wallingford (Madrid, Librería Española, 1858) por J. F. Sáenz de Urraca y Los dos almirantes (Madrid, Imprenta de la Corona, 1863) por R. de L., que pronto fue seguida por del almirante Patricio Montojo (Madrid, Simón y Osler, 1882), un texto que destaca por su fidelidad al original y en particular por el excelente acierto en el traslado de la terminología marítima.

 

El pensamiento de Nueva Inglaterra: el trascendentalismo y la historiografía (1840–1880)

Un segundo y destacado bloque lo constituye el pensamiento de Nueva Inglaterra, que se agrupa en torno al movimiento trascendentalista y a la denominada «Genteel Tradition». Destaca, sobre todo, la figura fundamental de Ralph Waldo Emerson (1803–1882), el primer autor de su país en influir en el pensamiento europeo, a lo que contribuyó el hecho de que de viaje por Europa conociera a personalidades literarias como Coleridge, Wordsworth o Carlyle, con quien mantuvo una larga amistad. Aun cuando Emerson ya era conocido en la España del siglo XIX por algunos estudiosos e intelectuales familiarizados con la literatura en lengua inglesa (como Juan Valera), bien de forma directa o a través de alguna versión francesa de sus ensayos, las traducciones de sus obras no se produjeron hasta principios del siglo XX. Así, en 1900, la editorial de B. Rodríguez Serra (Barcelona) publicó El hombre y el mundo, en traducción de Pedro Márquez; el volumen incluía siete ensayos y pertenecía a la colección «Biblioteca de Filosofía y Sociología»; una nueva edición apareció por los mismos años (sin fecha) en la editorial de F. Granada y C.ª de Barcelona. También en 1900 salió a la luz una traducción completa de La ley de la vida, obra de Benedicto Martínez Vélez (Madrid, La España Moderna). En 1904, Henrich y C.ª de Barcelona publicó Siete ensayos, traducidos sobre una versión francesa por Pedro Umbert y con un prólogo de M. Maeterlinck. Del mismo año es Hombres simbólicos, obra de David Martínez Vélez, presumiblemente hermano de Benedicto, traductor de La ley de la vida (La España Moderna). Se incluyó en la colección «Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia», al igual que la tercera traducción, aparecida el mismo año, del Ensayo sobre la naturaleza seguido de varios discursos de Emerson, obra de Edmundo González Blanco. En 1906 English Traits fue traducido por Rafael Cansinos–Assens con el título Inglaterra y el carácter inglés, también publicado por La España Moderna en la citada colección, en la que también salió en 1907 Los veinte ensayos de Rodolfo W. Emerson, en versión de Siro García del Mazo. Por las mismas fechas apareció asimismo el volumen La confiança en si mateix. L’amistat, con versión de Cebrià Montoliu, publicado por L’Avenç de Barcelona en 1904.

Con este primer bloque de traducciones se abría un duradero interés por la obra de Emerson. Por aquella época Emerson era muy valorado en España por Unamuno, quien tenía en gran consideración a diversos escritores estadounidenses, como el propio Emerson, Whitman o Henry James. Dado el gran número de ensayos que Emerson escribió, los traductores fueron aficionados, unas veces, a elegir uno y, en otras, a hacer ellos mismos una selección de varios volúmenes, costumbre que se ha perpetuado hasta nuestros días. Puede afirmarse que las traducciones de Emerson en el siglo XIX español podrían dividirse en dos grandes grupos: unas sirven al propósito de presentar al lector la filosofía trascendental, la concepción de la vida y el existencialismo que se desprende del pensamiento emersoniano como exponente más valioso de la nación norteamericana, y otras procuran exaltar la vertiente moralizante y ejemplar. Varias ideas deben quedar resaltadas en lo que hace al proceso traductor emersoniano a la lengua española. Emerson recibió una formación calvinista que, con el tiempo, desembocó en la Iglesia unitaria de la que igualmente se apartó. Sus traductores, Benedicto y David Martínez Vélez debieron recibir, cuando menos, una formación católica, si es que no llegaron a ser ellos mismos clérigos de la misma. Luego se aprecia un espíritu censor que lucha para que el lector no lea lo que Emerson dice sino lo que ellos quieren que diga. Con todo, resulta asombroso que algunas de aquellas primeras versiones se hayan reeditado sin reparo incluso en las primeras décadas del siglo XXI; pero, aunque pueda resultar contradictorio, no debe olvidarse que en el pensamiento emersoniano había cabida para el democrático cumplimiento cotidiano, para la exégesis desde un enfoque terrenal y para la visión ascendente desde un platonismo cristiano. Como es sabido, Emerson siempre se negó a definir el movimiento trascendentalista; y no le faltó razón: sus miembros terminaron en distanciamientos y enfrentamientos como el que existió entre Emerson y Thoreau, solo por referirnos al más significativo, habida cuenta del concepto distinto, cuando no opuesto, que ambos tenían de la naturaleza. Desde esa dimensión plural hay que entender las primeras traducciones españolas de Emerson.

El significado cultural, social, político y literario de la obra de Henry David Thoreau (1817–1862), con su idea de la vuelta a la naturaleza, llama la atención por la ausencia de su recepción en el siglo XIX español, que no llegó hasta bien entrado el XX. Fue un disidente nato, un convencido de la bondad de la naturaleza; en los dos años que pasó en una cabaña en los bosques redactó su obra más conocida, Walden (1854). Por negarse a pagar impuestos, dada su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, fue encarcelado. De este hecho nace su ensayo Civil Disobedience (1849), pionero en sus propuestas relativas a la insurrección frente al Estado y su defesa de la no violencia. La recepción de Thoreau, como la de Emerson, no fue inmediata. El lector tuvo que esperar hasta abril de 1907 cuando la madrileña revista Renacimiento, en su segundo número, recogió en sus páginas la traducción del capítulo «Solitude» de Walden. Gregorio Martínez Sierra informa a Juan Ramón Jiménez –él mismo traductor para la revista–, de los sumarios de los tres primeros números de Renacimiento en los que, entre otros, hace referencia a La vida en los bosques de Henry David Thoreau y a las Poesías de Longfellow, que se traían a la revista con motivo de su centenario; a Antonio Machado, también colaborador de la revista, se debe la recomendación de la lectura del capítulo de Thoreau. Las versiones de Thoreau y de Longfellow se deben a María Lejárraga, aunque la revista no da cuenta explícita de su responsabilidad como traductora; en todo caso, se trata de una traducción parcial de Walden, en la que Thoreau narra su estancia en el lago guiándose por el ciclo de las estaciones. Después de la traducción de ese único capítulo publicado en 1907, se abrió otro silencio de otros treinta años hasta que apareció en Argentina la versión castellana de Horacio E. Roque con el título Un filósofo en los bosques (Buenos Aires, Imán, 1937).

A continuación debe hacerse un seguimiento de las traducciones de Nathaniel Hawthorne, autor de obras como The Scarlet Letter (1850) y The House of the Seven Gables (1851), además de muchas otras novelas y relatos.5 El público lector español tuvo muy pronto acceso a varios de estos, inicialmente incluidos en publicaciones periódicas; así, el Museo de las Familias presentó en 1840 La vieja doncella de Boston; La Ilustración, el mismo relato, con leve variación en el título, La anciana doncella de Boston, en 1853, versiones ambas anónimas y sin mención del autor. El Universo Pintoresco dio a la luz, en ese mismo año, La estatua de nieve, Ricardo Dighy, La hija de Rappaccini, El pequeño narciso y Mi primo el comandante Molineaux, de nuevo sin mención de autor (salvo en un caso) ni de traductor; también en La Ilustración, otros tres relatos en 1855: El narcisito, David Swand y La figura grande de piedra. Por su parte, el Semanario Pintoresco publicó en 1855 La mano roja (The Birthmark) y Ricardo Dighy. Ocho años más tarde, en 1863, El Mundo Universal recogía en sus páginas otra versión de The Birthmark con el título de La mancha, de nuevo sin nombre de autor. La primera colección publicada en forma de libro llevaba el título de Cuentos mitológicos (Madrid, Medina y Navarro, 1875), con cinco relatos traducidos por Mariano Juderías Bénder. Pronto siguió una segunda, La carta de Miss Greenwood y cuatro cuentos de N. Hawthorne, obra del mismo traductor (Madrid, Tello, 1882). Hawthorne fue traducido con frecuencia en el siglo XX, también al catalán y, en los últimos treinta años, también al gallego y euskera. En lo que se refiere a sus cuentos y relatos, sorprende positivamente que buena parte de los traductores no se han limitado a uno aislado, sino que retornan a Hawthorne de forma repetida. Con todo, no estará de más recordar que tanto The Scarlet Letter como The House of the Seven Gables no llegaron a España ni demasiado pronto ni demasiado bien. Así, La letra escarlata no se publicó hasta 1930, en un resumen anónimo de tan sólo treinta páginas. La primera versión de La casa de los siete tejados no se publicó hasta 1943, en versión de P. Elías. Puede que la conducta que se desliza en la primera novela y los enigmas de la segunda asustaran a los traductores, cuando no a las editoriales, siempre deseosas de evitar problemas con la censura.

Dentro de este bloque es de referencia obligada la figura de Edgar Allan Poe y su obra narrativa, crítica y ensayística.6 La genialidad y originalidad de Poe encuentran quizás su mejor expresión en los cuentos; la mayoría de los cuales presentan un ambiente gótico que preludia la novela moderna de misterio o policíaca. La obra de Poe influyó de modo significativo en los simbolistas franceses, en especial en Baudelaire, que lo dio a conocer a Europa. Tardó mucho en ser traducido en España directamente del inglés y muy poco en serlo, indirectamente, del francés: durante cinco decenios no fue Poe a quien se tradujo sino a Baudelaire. La primera aparición en castellano se produjo de forma anónima: el cuento «La semana de los tres domingos» (en El Museo Universal de 1857). Con toda seguridad, la obra de Poe que ha sido más traducida es Historias extraordinarias que, con leves variaciones en el título, ha tenido un constante éxito editorial a partir de la edición de 1858 (M., Luis García), sin mención del traductor, a la que siguió otra el año siguiente por J. Martín Alegría (M., Atalaya). Durante estos primeros años de Poe en España, aparecieron varios de sus cuentos en revistas y periódicos, entre ellos «El gato negro» por Vicente Barrantes y «La verdad de lo que pasó en casa del señor Valdemar» por Pedro de Prado y Torres, publicados en El Mundo Pintoresco en 1859 y 1860, respectivamente. Por entregas aparecieron unos Cuentos inéditos entre 1859 y 1862 (en la «Biblioteca de Instrucción y Recreo» de La Correspondencia). Un año más tarde, en 1863, vieron la luz en Barcelona las Aventuras de Arturo Gordon Pym, su única novela, y en 1867, El escarabajo de oro, traducido por Emilio Domínguez (B., Viuda e Hijos de Gaspar). De 1868 es Los anglo–americanos en el Polo Sur. Aventuras de Arturo Gordon Pym, obra de cierto F. N. (Madrid, Biblioteca Universal Económica), y el mismo año se imprimió Aventura sin igual de un cierto Hans Pfaal, debida a M. Lozze (Madrid, J. E. Morete).

Ninguna de las traducciones que se publicaron en el decenio 1858–1868 incorporaba a sus páginas trabajos críticos: esta laguna quedó cubierta con la nota extensa que Manuel Cano y Cueto incluyó en un volumen de Historias extraordinarias (Sevilla, E. Perié, 1871). En Valencia, y en la «Biblioteca Selecta», entre 1880 y 1900 se hicieron tres ediciones de Aventuras maravillosas, sin nombre de traductor. Mientras tanto, habían aparecido varios relatos de Poe (con otros de Irving y Hawthorne) en el volumen Leyendas extraordinarias, traducido por M. Juderías Bénder (Madrid, M. Tello, 1882); al mismo traductor se debe una versión del relato «Metzengerstein» con el título El barón (Madrid, E. Menguibar, 1883). A finales del siglo XIX se multiplicaron las traducciones de las Aventuras de Arturo Gordon Pym; sin mención de traductor, apareció una edición en 1887 en la «Biblioteca Universal», reimpresa en 1918 por Perlado, Páez y Cía. de Madrid; otras ediciones, sin nombre de traductor, salieron en 1905 (Barcelona, Guarner, Taberner y Cía.) y 1923 (Madrid, Prensa Popular).

En cuanto a los relatos, las ediciones en castellano son, aparte de numerosas, muy dispares en relación con los contenidos; la mayoría de ellas están incompletas. Una de las primeras fue la de Carlos Olivera, Novelas y cuentos (París, Garnier, ¿1885?). También en París, en 1911 (Louis Michaud) apareció la versión de Antonio Muñoz Pérez de Cuentos fantásticos, mientras que en 1913 salieron unas Historias grotescas y serias por Vicente Algara (Valencia, Sempere). Sin fecha (¿1917?) es el volumen Cuentos de lo grotesco y lo arabesco de R. Lasso de la Vega (Madrid, J. Pueyo). En cuanto a las traducciones de un solo cuento o relato, ya se ha señalado que una de las primeras traducciones de la obra de Poe fue la de El escarabajo de oro aparecida en 1867. Son numerosas las que le sucedieron, si bien, bajo su título exclusivo, tuvo que esperar unos treinta años para que, en 1906, Eusebio Heras vertiera al castellano la misma obra (Barcelona, Rovira y Chiqués).

Sobre las traducciones de The Murders in the Rue Morgue, hay que empezar recordando que en 1909 la Biblioteca Orbi publicó en Barcelona Misterio, en versión de Eduardo del Río, que contenía el citado texto. Son también numerosas las traducciones de otro de sus relatos más conocidos, El gato negro; en 1907 Rovira y Chiqués de Barcelona publicaron la versión de Ramón Pomés titulada El gato negro, seguido de El cuervo, que está en prosa y mutilado. Otro relato muy popular entre los lectores españoles es La caída de la casa de Usher. Así, hacia 1915 los Sucesores de Hernando (Madrid) sacaron una edición bilingüe de la obra, con la versión de Guillermo Perrín. En cuanto al proceso de traducción de Historias extraordinarias, cabe decir que ya en 1887 apareció la versión de Enrique Leopoldo de Verneuil en la «Biblioteca Arte y Letras» de Daniel Cortezo (Barcelona), con el estudio de Baudelaire. De un traductor que se oculta tras las iniciales J. C. es otra versión aparecida en 1890 (B., J. Pons). También se tradujeron de Poe obras de crítica, ensayos y correspondencia. En este ámbito, una de las versiones más antiguas es la de Pedro Penzol de Eureka (Estudio del universo material y espiritual), aparecida hacia 1907 (Valencia, Sempere). Por lo que se refiere a la lengua catalana, en 1915 la Societat Catalana d’Edicions de Barcelona sacó Històries extraordinàries. Primera sèrie en versión de Carles Riba.

El abolicionismo atrae por sus elementos sociales, políticos, culturales, religiosos e ideológicos; en particular la figura de Harriet Beecher Stowe (1811–1896) que, aunque publicó numerosos relatos, es recordada, sobre todo, por la novela Uncle Tom’s Cabin (1852).7 Pronto tuvo el lector español acceso a la obra gracias a la traducción que se publicó el mismo año de 1852: La choza de Tom, o sea Vida de los negros en el Sur de los Estados Unidos, versión de Wenceslao Ayguals de Izco basada en una traslación francesa (Madrid, Ayguals de Izco Hermanos). La segunda traducción apareció en Madrid en 1853, impresa por Mellado, con el título La choza de Tomás y sin el nombre del traductor. El mismo año se publicaron en México dos ediciones de la novela con el título La cabaña del tío Tomás (Imprenta de Andrés Boix e Imprenta de V. Segura Argüelles); en ninguno de estos dos casos se menciona el nombre del traductor; como tampoco en la edición del mismo año de Madrid (José Marés) con el título La choza del negro Tomás o Vida de los negros en el sur de los Estados Unidos. Por otro lado, cabe decir que la respuesta de la autora a la prohibición de la novela en los Estados del Sur (A Key to Uncle Tom’s Cabin, 1853) fue objeto de una traducción ya en 1855 por G. A. Larrosa, La llave de la cabaña del tío Tom (B., V. Castaños). Curiosamente, no consta que se volviera a editar o traducir. Veinte años después, apareció otra versión de la novela: en esta ocasión se tituló La cabaña del tío Tomás o Los negros de América (Barcelona, M. Saurí, 1881).

Como se observa, Uncle’s Tom Cabin fue temprana y repetidamente traducida al español. Las primeras versiones parecen atender a los gustos que marca París. Rara es la versión que en su prólogo o notas no cita lo que en el país vecino se opinaba de la obra de Stowe. Las ediciones francesas fueron, en muchas ocasiones, el texto origen del que partían los traductores españoles. Su interés reside en ofrecer al lector español una obra que entretiene y deleita. Aparentemente, la labor traductora no debería haber encontrado escollos, pero no fue así. El denso tema del racismo, la benevolencia que hay que ejercer con los siervos plantean problemas a los traductores. De ahí que en todas las versiones aparezcan comentarios a la historia de los Estados Unidos, a sus religiones en comparación con la católica; a la filantropía española contrapuesta al desinterés anglosajón por el más débil. Pero, además, y aunque pueda sonar contradictorio, cuando Stowe abandona su vena más sensiblera y adopta la que corresponde a la dignidad del ser humano y a la justicia social es igualmente censurada por los traductores. Da la impresión que se quiere que el lector vea en la obra un estímulo edificante, aunque para tal fin haya que mutilar, matizar, precisar, omitir o resumir.

William Hickling Prescott (1796–1859) fue uno de los más importantes historiadores norteamericanos del mundo hispánico.8 Un desgraciado accidente lo dejó invidente, lo que no le impidió que continuara con sus tareas de estudioso e investigador. Viajó por Europa y fue seguidor apasionado del hispanista George Ticknor. Aunque en sus libros presenta un profundo amor por España, su obra no está exenta de prejuicios que generaron el descontento y en ocasiones la condena de intelectuales, traductores y lectores españoles. Sus obras tuvieron amplia aceptación tanto en América como en Europa. Destaca la Historia del reinado de los Reyes Católicos: la primera traducción, publicada en 1845 por Rivadeneyra (Madrid) se debe a Pedro Sabau, rector de la Universidad Central y miembro de la Real Academia de la Historia; la segunda fue la de Atilano Calvo, realizada en 1855 para la «Biblioteca Ilustrada» de Gaspar y Roig. Las traducciones de Sabau y Calvo, que han sido reeditados en numerosas ocasiones, mantienen la belleza narrativa del original. Curiosamente, Prescott jamás visitó España ni ninguna de las naciones hispanoamericanas sobre las que escribió y donde podía conseguir la documentación que precisaba. En contrapartida, supo establecer una tupida red de colaboradores en lugares donde existía información sobre el período que estudiaba. A partir de 1840, contó con un solo colaborador permanente, el erudito Pascual de Gayangos, historiador, traductor y bibliófilo. Gayangos puso a su disposición los documentos de su biblioteca particular; le abrió el camino a los fondos del Museo Británico; hizo que le copiaran documentos originales, interpretó los mismos, se los seleccionó y, además, buscó por toda Europa cuanto fuera de interés y valor para él. Bajo su dirección cuatro copistas trabajaron durante años; el resultado fueron decenas de miles de hojas de material manuscrito. En la introducción a The History of the Reign of Philip the Second, Prescott confiesa su deuda con Gayangos. Por la amplitud del material recogido y de los temas tratados, así como por el número de sus lectores, se puede afirmar que el historiador norteamericano fue el intérprete principal de España en el siglo XIX. Prescott era bien consciente de las dificultades que entrañaba hacer justicia a un rey como Felipe II y escribir la historia de un reinado tan extenso y complejo como el suyo. Fueron dieciséis años de investigación que le proporcionaron una colección de manuscritos tal que llegaron a desbordarlo. Tanto fue así que no pudo concluir una obra pensada en cinco o seis volúmenes por la ingente información de la que disponía. Los dos primeros volúmenes de The History of the Reign of Philip the Second, King of Spain se publicaron en Londres en octubre de 1855, y en diciembre de 1858 vio la luz el tercero en Londres y Boston, a menos de seis semanas de la muerte del autor. Las ediciones en lengua no inglesa fueron tempranas. La española, aparecida en 1856–1857 (Madrid, Mellado), obra de Cayetano Rosell, reproduce únicamente los dos primeros volúmenes. Presenta un breve prólogo del traductor en el que hace unas consideraciones generales sobre lo importante y, a la vez, complicado que resulta trazar una historia de Felipe II, ya que ésta puede considerarse como la general de Europa en la segunda mitad del siglo XVII. Por otra parte, Rosell restituye los documentos españoles que cita Prescott. Se propone también añadir cuantas enmiendas y observaciones crea necesarias; quiere que su traducción aporte algún interés al original, por eso incorpora nuevos documentos que se suman al monumental repertorio del autor. Cayetano Rosell, archivero, catedrático, académico de la Historia y de la de Bellas Artes de Sevilla, se dedicó a la literatura, a la historia y a la traducción. Era, pues, un buen candidato para acometer la tarea. Las notas del traductor a la Historia de Felipe II no son muchas si bien alguna de ellas ocupa una extensión considerable. Esta contribución de Prescott no disfrutó de una buena recepción en España; buena prueba de esta afirmación la encontramos en que Felipe II nunca apareció traducido en su integridad y, a fecha de hoy, el tercer volumen todavía está pendiente de ser traducido. Si las obras anteriores de Prescott recibieron grandes alabanzas, la de Felipe II generó reproches que fueron desde Gayangos al propio traductor, o a personalidades como Cánovas del Castillo, que critica la obra de Prescott cerca de cuatro décadas después de la aparición de la traducción de Rosell.

 

La Guerra Civil (1861–1865) y el triunfo de la democracia. El camino hacia el realismo norteamericano (1870–1900)

En lo que podríamos considerar periodo realista norteamericano, que ocupa las tres últimas décadas del siglo destaca el simbolismo social de Herman Melville (1819–1891), con la naturaleza y el mal en sus obras ético–alegóricas, pero no hallamos de él traducción alguna en el siglo XIX. De hecho, la primera traducción de Moby Dick no llega hasta 1940. Otro autor destacado de este período es Mark Twain.9 Las numerosas traducciones se iniciaron en la última década del siglo XIX, pero, sobre todo, en la primera del XX. La primera traducción conocida, Bosquejos humorísticos, traducción y prólogo de Joaquín Fontanals del Castillo, se publicó en 1895 (Barcelona, J. Roura–A. del Castillo). En esta misma línea discurre el segundo libro, versión de Tomás M. Graells, titulado Cuentos humorísticos (Barcelona, Lezcano y C.ª editores, 1901). En 1903 veía la luz Cuentos escogidos; se trata de una primera serie de relatos traducidos por Augusto Barrado (Madrid, Imprenta La Librería Moderna). Ese mismo año apareció la primera traducción de una obra independiente, las Aventuras de Masín Sawyer (Novela de un niño), obra de José Menéndez Novella, que inauguró la «Biblioteca Humorística» (Madrid, Viuda de Rodríguez Serra), en la que también se incluyó, en 1904, Una pesquisa de Masín Sawyer, contada por Huck Finn por el mismo traductor, versión de Tom Sawyer, Detective, as Told by Huck Finn (1897). En los primeros años del siglo XX vieron asimismo la luz otras traducciones: El prometido de Aurelia. Narraciones humorísticas por A. Barrado (Madrid, Imprenta J. Palacios, 1904); Hazañas de Tom Sawyer (detective) contadas por su amigo Huck Finn por Emiliano Alambert (Barcelona, Biblioteca Orbi, 1909); Tom Sawyer detective por Emilio María Martínez Amador y Silvio Imaz (Barcelona, E. Domenech, 1909). Fueron numerosas las traducciones que se insertaron en publicaciones periódicas, a comienzos del siglo XX: así, en La España Moderna, Nuestro Tiempo o La Revista.

 

Del realismo al naturalismo: la larga espera de las traducciones españolas

Si no contamos en el siglo XIX con traducciones de otros grandes escritores nacidos en este siglo, como Henry James (1843–1916), Stephen Crane (1871–1900), Theodore Dreiser (1871–1945) Jack London (1876–1916) es porque publicaron sus obras en los últimos años de la centuria, y además sus traducciones se llevaron a cabo muy tardíamente.

Hoy nadie duda que buena parte de la narrativa traducida encuentra su razón de ser por la existencia de vínculos con la vecina Francia. En unos casos, porque existía una cierta cooperación entre las editoriales a un lado y otro de los Pirineos; en otros, porque Francia venía a ser el espejo en el que se miraban parte de los traductores españoles. Con el transcurrir de los años, sobre todo en lo que toca a los autores norteamericanos que vivieron a caballo entre el siglo XIX y el XX, la situación fue cambiando y la fuerte vinculación de los traductores españoles con el país vecino fue bajando en intensidad. Ese auxilio exterior hizo que la aguja de la brújula cambiara de posición y apuntara más tarde en dirección a la República Argentina, de tal forma que Buenos Aires pasaría el ser un centro neurálgico de traducción de literatura norteamericana al español.

Lo cierto es que en situaciones bien difíciles en comparación con los países vecinos, España quiso, supo y pudo llevar a cabo una recepción más que notable de la narrativa norteamericana del siglo XIX; en ocasiones en el mismo siglo, en otras, en fechas bien recientes. Este sería el caso de los cuatro autores apuntados. Sorprendentemente, se recibieron en España en fechas muy tardías. Se diferencian de los clásicos norteamericanos del siglo XIX en algo que llama la atención: las obras de algunos de estos últimos ocuparon en ocasiones los estantes de las librerías, en versión española, en el mismo año en el que la versión original vio la luz. Da que pensar. Ni siquiera el hecho de haber recurrido a las traducciones francesas ofrece una explicación convincente para tan temprana llegada. No así James, Dreiser, Crane o London. Las circunstancias políticas, sociales y hasta de gustos literarios hicieron que lo que se recibió rápidamente en el siglo XIX, en ocasiones hubo de esperar numerosas décadas en los siglos XX y XXI.

 

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  1. Para aproximaciones generales sobre la traducción y recepción de la literatura norteamericana en España, véanse Labra (1879), De Lancey Ferguson (1916) y Lanero & Villoria (1996a).
  2. Sobre la traducción y recepción de Franklin en España, véase Englekirk (1956).
  3. Sobre la traducción y recepción de Irving en España, véanse Gallego Morell (1960), Hilton (1986), Bowers (1997), Merino (1997), Villoria Prieto (1998), Calera (2000), García Calderón & Martínez Ojeda (2014b).
  4. Sobre la traducción y recepción de Fenimore Cooper en España, véanse Viñuela (1993), Zaro (2010) y García Calderón & Martínez Ojeda (2014a).
  5. Sobre la traducción y recepción de Hawthorne en España, véanse Lanero (1992), Valero (1995) y Lanero & Villoria (1996a: 131–144).
  6. Sobre la traducción y recepción de Poe en España, véanse Englekirk (1934 y 1956), Lanero, Santoyo & Villoria (1993), Gurpegui (1999), Roas (2011) y López & Requena (2014).
  7. Sobre la traducción y recepción de Beecher Stowe en España, véanse Lanero & Villoria (1996b), Gifra (2005 y 2006), Lafuente (2015).
  8. Sobre la traducción y recepción de Prescott en España, véanse Gardiner (1959), Ferrando Pérez et al. (1960), Lanero & Villoria (1992), Villoria & Lanero (1992), Díaz Peralta, Piñero & García Domínguez (2008 y 2013), Díaz Peralta et al. (2015), Lanero (2015).
  9. Sobre la traducción y recepción de Twain en España, véase Lanero & Villoria (1997).