Zarandona

La traducción de la narrativa inglesa en el siglo XIX1

Juan Miguel Zarandona (Universidad de Valladolid)

 

Introducción

El reto de identificar los hitos y los rasgos fundamentales de las traducciones españolas decimonónicas de los textos narrativos y de otros géneros de prosa literaria y ensayística de la literatura inglesa, desde sus orígenes medievales hasta el presente del mismo siglo XIX, supone la constatación de muchas carencias que, por su misma naturaleza, consiguen hacer brillar aún más la realidad existente: el esfuerzo de todo un siglo y las penalidades de muchos traductores, conocidos o anónimos, para hacer llegar, fueran cuales fueran las dificultades, el peculiar caudal del quehacer creador en lengua, narración y prosa inglesas a los habitantes peninsulares de entonces.2

Siguiendo un orden cronológico, los investigadores e historiadores interesados podrán comprobar que, salvo la poco probable aparición de eslabones perdidos, el siglo XIX español no tradujo la narración y, en general, la prosa literaria inglesa en gran medida. Los místicos Richard Rolle of Hampole, John Wycliffe, Walter Hilton y su celebrada The Scale of Perfection (ca. 1380–1390), el anónimo The Cloud of Unknowing, Julian of Norwich y su A Revelation of Divine Love (1393) tuvieron que esperar a poder leerse en español hasta bien entrado el siglo XX o el XXI, como fue el caso del Book of Margery Kempe, primera autobiografía inglesa de la aventurera peregrina Margery Kempe.

Sorprende en mayor medida la ausencia de narradores y títulos como Geoffrey Chaucer y su The Canterbury Tales (1387–1400), en versos narrativos que frecuentemente han sido traducidos en prosa, el anónimo The Travels of Sir John Mandeville (ca. 1357–1371) o Thomas Malory y su Le Morte Darthur (1485). Las narraciones legendarias de Malory, en especial, supusieron todo un fenómeno literario para los contadores de historias ingleses del XIX, con infinitud de seguidores, el llamado renacer artúrico o de la materia de Bretaña, pero no fue suficiente para suscitar el interés de los traductores españoles. Todos ellos tuvieron que esperar al siglo XX o, incluso, al XXI.

La Utopía (1516) del renacentista Thomas More (Tomás Moro) fue traducida por Gerónimo Antonio de Medinilla y Porres (Madrid, Mateo Repullés, 1805), pero desde la lengua latina del original, no desde la también clásica versión en lengua inglesa de Ralph Robinson (1551).

Pero no todos los autores de narrativa y prosa inglesa de los siglos XVI y XVII fueron desconocidos por los españoles del XIX, gracias a la traducción. Hubo ejemplos, tal vez inesperados para nuestra percepción contemporánea, de claro éxito de recepción. Por supuesto, siempre dentro de unos límites moderados y no comparables con su difusión posterior durante las décadas del siglo XX.

La primera y la segunda parte de The Pilgrim’s Progress (1678 y 1684), de John Bunyan, la novela cristiano–alegórica que todo protestante de lengua inglesa ha leído de joven, fue traducida al español, seguramente por primera vez en Inglaterra, con el título de El viador, bajo el símil de un sueño (Londres, J. Tarn, 1865). Ya en España se conserva una traducción de la primera parte, con ilustraciones, pero sin indicar el nombre del traductor, titulada: El Peregrino. Viaje de Cristiano a la Ciudad Celestial bajo el símil de un sueño (Madrid, Librería Nacional y Extranjera, 1877). De este mismo volumen se conserva otra edición decimonónica (Figueras, Redacción de El Heraldo, 1894). De la continuación nos ha llegado una curiosa traducción titulada: La Peregrina. Viaje de Cristiana y sus hijos a la Ciudad Celestial bajo el símil de un sueño. Segunda parte de El Peregrino (Madrid, Librería Nacional y Extranjera, 1892). Ambos volúmenes se reeditaron en numerosas ocasiones a lo largo del siglo XX.

 

Las traducciones de autores del siglo XVIII

Con Daniel Defoe nos encontramos con el primer autor cuyas obras originales se publicaron totalmente en el siglo XVIII. Además, se puede considerar a su Robinson Crusoe (1719) el primer éxito indudable de recepción de un maestro de la literatura y prosa narrativa inglesa en las letras traducidas del siglo XIX español.3 Aunque esta obra ya fue traducida –a través de la versión italiana de Domenico Occhi– en 1745, su publicación no fue autorizada por la censura (véase Pajares 2012). La primera traducción se publicó en París (imprenta de Pillet AÎné) en 1835, con el título de Aventuras de Robinsón Crusoé. Contamos también con Aventuras de Robinson Crusoé (Barcelona, J. Verdaguer, 1837); Historia de los acontecimientos de Robinsón en sus viajes, morada en una isla de Indias y regreso a su patria (Valladolid, 1840), que probablemente era un pliego de cordel; una adaptación, El Robinson de los niños o Aventuras las más curiosas de Robinson Crusoe contadas por un padre a sus hijos (Madrid, I. Boix, editor, 1841); Aventuras de Robinsón Crusoe (Madrid, Imprenta de J. Boix. 1843) o una curiosa combinación, Aventuras de Robinson Crusoe, seguidas de una disertación religiosa por el abate Labourderie (Madrid, A. Vicente, 1849–1850; Madrid, Minuesa, 1859–1863; [Madrid, Murcia y Martí, 1863), en versión de José Alegret de Mesa. Todas ellas fueron traducidas desde el francés, pues así se reconoce, y no suele incluir el nombre del traductor o solo se desvelan las iniciales o se hace muy tarde como es el caso de la última de estas tres que solo en su edición de 1863 indica que el traductor fue José Alegret de Mesa. Pero el flujo de traducciones y de ediciones y reediciones, la gran mayoría ilustradas, no se detuvo en todo el siglo: Aventuras de Robinson Crusoe (Madrid, Mellado, 1850); El Nuevo Robinson, o sea La vida y sorprendentes aventuras de un náufrago: novela moral (Madrid, 1850); Aventuras de Robinsón Crusoe (París, Laplace, Sánchez y Cía, ca. 1876); Historia de Robinson (Barcelona/Madrid, Sucesores de A. Bosch, 1879); Aventuras de Robinson Crusoé traducidas por D. J. R. (Madrid, J. Gaspar, 1885; Madrid, Hernando y Compañía, 1899); Aventuras de Robinson Crusoe (Madrid, M. M. de Santa Ana, 1885); Aventuras de Robinson Crusoe (París, Garnier Hermanos, 1886), única versión en la que se indica que se ha traducido desde el original inglés; Vida y aventuras de Robinsón Crusoé (Madrid, Saturnino Calleja, 1896); Aventuras de Robinsón Crusoe: novela escrita en inglés por Daniel De Foe (Palma, José Tous, 1899). Esta abundancia solo sería un preludio del éxito aún mayor de Robinson Crusoe en el siglo XX, así como de la traducción de sus otras obras narrativas en el nuevo siglo.

Un destino similar le correspondería a Jonathan Swift y su Gulliver’s Travels (1726), otro genio del siglo XVIII inglés.4 Aunque su gran libro de viajes a países imaginarios sería el gran protagonista de su recepción decimonónica en España, otras de sus obras ensayísticas habían ya sido traducidas, desde el francés: Conducta de los aliados (Madrid, Imprenta Real, 1712) y Breves reflexiones sobre el Tratado de la Barrera, hecho entre su Magestad británica y los Estados Generales (Madrid, Juan de Aritza, 1712). Sorprende lo temprano de estas traducciones del siglo XVIII, pero también es verdad que la obra de Swift comenzó a publicarse a finales del siglo XVII. También la primera traducción de su opus magnus pertenece al siglo XVIII, la primera de una saga que llegaría a ser tan prolija: Viages del capitán Lemuel Gulliver á diversos países remotos (Plasencia, Imprenta Plasencia, 1793–1797, 2 vols.). Conocemos al traductor, Ramón Máximo Spartal, y que este realizó su trabajo desde una edición francesa (véase Pajares 2009). Conservamos reimpresiones de esta traducción fechadas en 1800 y, sobre todo, una «novísima edición ilustrada» de la misma (Madrid, Félix Moliner, ca. 1801), en cuatro volúmenes, y otra nueva reedición también ilustrada, pero en tres volúmenes (Madrid, I. Sancha, 1824). Junto a la tendencia a ilustrar las fantasías del imaginativo Swift, que nunca cesó y que constituye una gran historia en sí misma, pronto se comenzaron a publicar, por toda España volúmenes parciales de los Viajes, así como adaptaciones para el público infantil y juvenil. Por ejemplo, contamos con Historia del descubrimiento de las tierras de los enanos e Historia del descubrimiento de la tierra de los gigantes (Córdoba, Rafael García Rodríguez), antes de 1844, año en que dejó de estar activa esta imprenta; igualmente, Viaje del capitán Lemuel Gulliver a la isla de Lilliput y Viaje del capitán Lemuel Gulliver a la isla de Brobdingnag (Barcelona, Viuda e Hijos de Gorchs, 1831). Entre las adaptaciones, sobresale la pionera El Gulliver de los niños o Aventuras curiosas de aquel célebre viajero (Madrid, Boix, 1841), sin traductor conocido, hecha desde el francés y adornada con estampas, labor continuada años después por Viajes de Gulliver a Liliput y Brondingac. Edición abreviada para uso de los niños (Madrid, Mellado, 1863), del traductor José Muñoz y Gaviria. Con independencia de estas adaptaciones o ediciones de los capítulos más conocidos de la obra, desde mediados del siglo XIX se acelera la publicación de traducciones de los Viajes. Cabe destacar las tres siguientes, en ninguna de las cuales figura el nombre del traductor: Viajes del capitán Lemuel Gulliver al país de los pigmeos, jigantes y caballos (Madrid, M. R. y Fonseca, 1848, 3 vols.); Viajes de Gulliver (Madrid, Imp. del Semanario Pintoresco, 1851–1852, «Biblioteca Universal»); y Viajes del Capitán Lemuel Gulliver á diversos países remotos. Novísima traducción ilustrada (Madrid, Murcia y Martí / Imp. de la Galería Literaria, 1862). Esta última traducción, la de 1862, obtuvo, sin duda, un gran éxito de recepción, ya que fue publicada de nuevo en 1873 (Madrid, Imp. de la Galería Literaria), y dos veces en 1874 (Madrid, Aleu, y Madrid, León Pablo Villaverde). La suerte de Gulliver’s Travels en el siglo decimonónico español se cierra con otra pequeña colección de traducciones: Viajes del capitán Gulliver continuados con los de su hijo Juan Gulliver (Madrid, Galería Literaria, 1882); Viajes de Gulliver a los países remotos (Viaje al país de los pigmeos; Viaje al país de los gigantes) (Barcelona, Luis Tasso y Serra, 1884); y Viajes de Gulliver a diversos países remotos (Madrid, Hernando y Compañía, 1898, Biblioteca Universal). Solo de la segunda de estas tres conocemos parcialmente el nombre del traductor, «traducida al español por L. G. M.», así como del artista gráfico, «edición ilustrada con dieciséis magníficos dibujos de Francisco Goméz Soler (ca. 1860–1899)». Capítulo aparte merece la monumental traducción Viajes de Gulliver a diversos países remotos, publicada en español en París por la prestigiosa Librería de Garnier Hermanos hacia 1883, reeditada en 1889, en la que no figura el nombre del traductor, pero sí el del ilustrador, J. J. Granville, autor de las espectaculares doscientas láminas que acompañaron a este volumen.

El hito literario de la novela inglesa del siglo XVIII, puritana, moralizante, costumbrista, sentimental y protagonizada por personajes contemporáneos, no pasó desapercibido para los lectores españoles del siglo XIX en su propia lengua, pero lo hizo de manera irregular e incompleta. Pamela Andrews (1740–1741), la novela epistolar de Samuel Richardson que inaugurara una época, ya fue traducida por primera vez por Domingo Isasi en 1781, pero su publicación no fue aprobada por la censura.5 Entre 1794 y 1795 se publicó en cuatro tomos, traducida del inglés y «corregida y acomodada a nuestras costumbres» Pamela Andrews, o La virtud premiada (Madrid, R. Espinosa), sin nombre del traductor, pero se sabe fue obra del presbítero Ignacio García Malo, gracias a los expedientes de censura (véase Pajares 1992). La Historia del caballero Carlos Grandison, en la versión hecha por Fermín de Argumosa en 1794 tampoco obtuvo la licencia para su impresión. Se autorizó, sin embargo, la hecha por E. T. D. T. y editada por José López en Madrid en 1798, en seis volúmenes. Esta traducción volvió a editarse ya en 1824 en Madrid por varias imprentas y casas editoriales: Santa, Alban, Sanz y Razola. Esta labor tuvo su continuación con Elena Virginia, ó Historia de una joven rusa (Valencia, Domingo y Monpié, 1819) o, sobre todo, con Clara Harlow (Madrid, Fuentenebro, 1829), traducida del francés al castellano por José Marcos Gutiérrez.

Las novelas de Henry Fielding también comenzaron su andadura en español muy a finales del siglo dieciocho: Tom Jones, ó El expósito (Madrid, Benito Cano, 1796), traducción de la versión francesa por Ignacio de Ordejón (véase Pajares 2000b, 2001 y 2011b). Esta misma novela se tradujo de nuevo ya muy entrado el siguiente siglo, Un expósito (Madrid, Enrique Rubiños, 1886), traducida por B. Fernández Miguel. El otro título de Fielding que consiguió atravesar las barreras fue Amélia, o desgraciados efectos de la extremada sensibilidad (Madrid, Repullés, 1815), «anécdota inglesa» traducida por D. J. F. S. (véase Deacon 1999 y Pajares 1999). Esta novela contó con una segunda traducción muy posterior, Historia de Amelia Booth, obra de D. R. A. D. G. (Valladolid, Hijos de Rodríguez, 1885–1886). Las novelas de Shamela Andrews (1741) o Joseph Andrews (1742) tendrían que esperar hasta el siglo XX. Sabemos que fracasó el intento de publicar en 1798 las versiones que, respectivamente, habían preparado José González de Francia y Luis de Astigarraga (véase Deacon 1998).

Aunque la gran novela de Laurence Sterne Tristam Shandy (1760–1767) no fuera traducida hasta el siglo XX, otra de sus obras, A Sentimental Journey through France and Italy (1768) fue difundida en español en el siglo XIX.6 La primera versión hubo de ser la de Arias Gonzalo de Mendoza y Francia, a quien la censura denegó en 1799 el oportuno permiso de impresión, y que no llegó a publicarse hasta 1821 con el título de Viage sentimental de Sterne a París, bajo el nombre de Yorick (M., Villalpando), con reimpresiones en 1843 (M., Ignacio Boix) y en 1851 (M., Biblioteca Universal). Posteriormente se publicó Viaje sentimental por Francia y por Italia (Madrid, Ricardo Fé, 1890), versión de Diego Alejandro Dowse. Cabe señalar que El viajador sensible (1791), firmada por Bernardo M.ª de Calzada, no es traducción de A Sentimental Journey sino de una de las muchas obras hechas a imitación de ella, en particular de Le voyageur sentimental de François Vernes (véase Pérez Rodríguez 2002). Finalmente, entre las traducciones, sorprende The Female Quixote: or, The Adventures of Arabella (1752), de la novelista pionera Charlotte Lennox, traducida como: Don Quijote con faldas, ó Perjuicios morales de las disparatadas novelas (Madrid, Fuentenebro y Compañía, 1808), por el citado Calzada (véase Lorenzo Modia 2006). Entre las ausencias no puede dejar de lamentarse que no se tradujeran piezas claves de la novela inglesa como Fanny Hill. Memoirs of a Woman of Pleasure (1748–49), de John Cleland, The Adventures of David Simple (1744), de Sarah Fielding, The Spiritual Quixote (1773) de Richard Graves o, sobre todo, alguna de las novelas de Tobias Smollett, uno de los principales autores de la narrativa inglesa dieciochesca. Todos estos títulos y autores tendrían que esperar hasta el siglo XX o el XXI.

La novela inglesa, una vez consolidada como subgénero, continuó su avance. Oliver Goldsmith, por ejemplo, publicó su afamada The Vicar of Wakefield en 1766, la cual fue traducida por primera vez en el nuevo siglo con el título de La familia de Primrose. Novela moral escrita en inglés (Barcelona, Antonio Bergnes, 1833), traducida por el propio Antonio Bergnes de las Casas y Ladislao de Castro. Años después se volvió a traducir como El vicario de Wakefield (Madrid, Semanario Español y de la Ilustración, 1851–1852, Biblioteca Universal). La obra más representativa de Elizabeth Inchbald, A Simple Story (1791) fue traducida como Una historia sencilla (Valladolid, Hijos de Rodríguez, 1880). Ninguna de las novelas principales de la narradora de entre siglos María Edgeworth fue traducida, pero sí algunos otros títulos de la misma: Mañana (Barcelona, Salvador Manero, s. a.), traducido por E. Orellana, y Los dos fabricantes (París, A. Rouret e Hijo, 1877). Una ausencia notable fue la de Fanny Burney, la narradora de las dificultades de jóvenes damas, como, por ejemplo, su conocida novela: Evelina: or, The History of a Young Lady’s Entrance into the World (1778), que no fue traducida.

Pero, dentro de la dicotomía inglesa entre los términos novel (narración realista) y romance (narración fantástica), no todos los escritores se decantaron por el realismo de Robinson Crusoe, sino por la fantasía de Gulliver’s Travels. Este es el caso de la narración filosófica titulada: Rasselas. The Prince of Abyssinia (1759), la única novela de Samuel Johnson, el gran lexicógrafo y ensayista, entre otros géneros, comenzó sus aventuras en español meses antes de que concluyera el siglo XVIII: El príncipe de Abisinia (Madrid, Sancha, 1798), traducida desde el inglés por Inés Joyes y Blake (véase Pajares 2000a). La labor pionera de esta traductora inspiró sin duda a un gran número de traductores de lengua española, hasta cuatro durante todo el siglo XIX: Ráselas, príncipe de Abisinia (Londres, Henrique Bryer, 1813), traducida por Felipe Fernández; El héroe de Abisinia (Valencia, José de Orga, 1831), obra de Mariano Antonio Collado; Historia de Rasselas, príncipe de Abysinia (México, Galván, 1834), por Luis G. Cuevas; e Historia de Raselas, príncipe de Abisinia (Madrid, Antonio de San Martín, 1860 / Barcelona, Narciso Ramírez, 1860), versión de Marcial Busquets.

 

Las traducciones de la novela gótica

También tuvo una suerte irregular la llamada novela gótica, medievalizante, inverosímil y aterrorizadora.7 Por ejemplo, The Castle of Otranto (1764) de Horace Walpole, fundador de este subgénero, no fue traducida. Tampoco el Vathek (1786), de William Beckford. Sí fue traducida, en cambio, la conocida novela El fraile o historia del padre Ambrosio y de la bella Antonia (Madrid, 1822) de Matthew Lewis (véase Establier (2012). Pertenecientes al llamado «impulso irracional» representado por Lewis son también la traducción de William Henry Ireland, La Abadesa o las intrigas inquisitoriales (Barcelona, M. Saurí, 1836) o la de T. J. Horsley Curtis, Etelvina o Historia de la baronesa de Castle Acre (Madrid, Repullés, 1806), ambas con diversas reediciones. Resultó muy popular Ann Radcliffe: El italiano, ó El confesionario de los penitentes negros (Málaga, Andrea Martínez, s. a.); Julia, ó Los subterráneos del castillo Mazzini traducida del francés por I. M. P. (Valencia, Estevan, 1819), con varias ediciones en otras editoriales; El confesionario de los penitentes negros (Madrid, Brugada, 1821), traducida del francés por D. T. H. y D. M. S.; El sepulcro. Novela escrita en inglés por Ann Radcliffe, autora de las visiones del castillo de los Pirineos (Madrid, Bueno, 1830), obra de Rafael Oscáriz; Adelina, ó La abadía en la selva (Madrid, I. de Sancha, 1830), versión de Alvarado y de la Peña; Las visiones del castillo de los Pirineos (Puerto de Santamaría, Núñez, 1839); El castillo de Nebelstein (Madrid, La Unión Comercial, 1843) por Teodoro Guerrero; o El confesonario de los penitentes negros (Madrid, J. Fernández, 1855; Cádiz, Imprenta y Litografía de El Porvenir de Sevilla, 1861), sin nombre de traductor. También se tradujo a sus seguidores en Inglaterra, principalmente mujeres, como Sophia Lee con El subterráneo o las dos hermanas Matilde y Leonor (Madrid, Viuda e Hijo de Marín, 1795; Madrid, Villalpando, 1817; Barcelona, Antonio Brusi, 1819); Elisabeth Helme y su Luisa o La cabaña en el valle (Salamanca, Francisco de Toxar, 1797) por D. G. A. J. C. F., con numerosas reediciones en el resto de siglo; Harriet Lee con El asesinato (París, Pillet Ainé, 1835); Regina Maria Roche y Los niños de la Abadía (Madrid, Vega, 1807) por Pedro María Olive y con el título de Oscar y Amanda o Los descendientes de la Abadía (Barcelona, Juan Dorca, 1818–1819) por Carlos José Melcier, con numerosas reediciones en el resto de siglo; Clara Reeve con El campeón de la virtud o El barón inglés (Valladolid, Juan de la Cuesta, 1854); M. Harley y El castillo misterioso o El huérfano heredero de Roberto de Mowbray (Madrid, Pedro Sanz, 1830) por Ángel García y con el mismo título, aunque es un texto distinto  (Madrid, I. de Sancha, 1830) por Juan Manuel González Dávila.

 

Las traducciones de Walter Scott

Capítulo aparte merece la recepción española del escocés Walter Scott, creador del subgénero de la novela histórica romántica.8 Sin temor a equivocarse, se trata del autor británico más traducido en el XIX español, lo que constituyó todo un fenómeno cultural y una moda literaria arrebatadora que impulsaron la novela nacional española gracias a la imitación y a la influencia (véase Peers 1926, Urrutia 1997, García González 2005). Se calcula que a lo largo de dicho siglo hubo 231 ediciones, cuarenta entre 1825 y 1834 (Mata Induráin 2020). Es conocido que José María Blanco White fue quien tradujo a Scott por primera vez en 1823, unos fragmentos de Ivanhoe (1820) en el periódico londinense Variedades, órgano de difusión de noticias y entretenimiento de la nutrida comunidad de exiliados españoles. El proceso fue liderado por esa popularísima novela, pero no solo, como los siguientes ejemplos atestiguan: Ivanhoe (Londres, R. Ackermann, 1825); El talismán. Cuento del tiempo de las cruzadas (Londres, Moves, 1826) (véase Rodríguez Espinosa 2009a y 2009b, García Calderón 2012). Tras estas traducciones pioneras, llevadas a cabo en Gran Bretaña, pronto comenzaron a publicarse ediciones españolas, la inmensa mayoría vertidas desde el francés, como por ejemplo: El talismán, ó Ricardo en Palestina. Novela histórica del tiempo de las cruzadas (Barcelona, J. F. Piferrer, 1826), o La pastora de Lammermoor, ó La desposada (Madrid, Pedro Sanz, 1828), traducción de D. L. C. B.; junto a alguna otra edición publicada en Francia, como El anticuario (Burdeos, P. Beaume, 1828).

Pronto las traducciones de las novelas de Scott se agruparon en series, como fue el caso de la Nueva Colección de Novelas de Walter Scott, vertidas por un grupo de traductores anónimos y publicada en la Imprenta de Moreno (Madrid), que difundió buena parte de la obra del escocés en veinte tomos (algunas de las novelas ocupaban más de un volumen): Matilde de Rokeby: novela histórico–poética (1829), traducción del francés por Mariano de Rementería y Fica; El lord de las islas (1830); La dama del lago: novela histórica, y Los desposorios de Triermain, ó El valle de San Juan: cuento de un amante (1830), obra de Rementería y Fica; El pirata (1830); El espejo de la tía Margarita; El aposento entapizado; y Clorinda, ó El collar de perlas (1830), precedidas de un ensayo sobre el uso de lo maravilloso en el romance; Las cárceles de Edimburgo (1831); Ivanhoe, ó El regreso de la Palestina del caballero cruzado (1831); El anticuario (1831–1832). Pero esta empresa editora no fue la única en suministrar a los lectores españoles lo que tanto deseaban. Todas las grandes casas de la época se esforzaron en ello. En los años 30 no puede obviarse la madrileña Jordán y su «Nueva Colección de Novelas de Diversos Autores»: La hermosa joven de Perth, ó El día de San Valentín (1830, 1836); Woodstock, ó El caballero. Historia del tiempo de Cromwell, año de 1651 (1831); Carlos el Temerario, ó Ana de Geierstein, hija de la niebla (1831–1832); Kenilworth (1832), traducido de la versión francesa por Vicente Pagasantundua. Tampoco la barcelonesa de Antonio Bergnes de las Casas y sus colecciones «Biblioteca de Damas» y «Biblioteca Selecta y Económica»: El enano misterioso (1832), traducida de inglés; Ivanhoe o El cruzado (1833); El oficial aventurero (1833), traducción del inglés; Redgauntlet. Historia del siglo décimo octavo (1833–1834), traducción del inglés por D. F. de O.; El anticuario (1834); Quintín Durward (1834); Roberto, conde de París: novela del Bajo Imperio (1834, 1838); Rob Roy (1838), puesta en castellano por D. E. de C. V.; El talismán. Cuento del tiempo de las cruzadas (1838), traducida del inglés por M.; Los puritanos de Escocia. Incluye El enano misterioso (1838), versión del propio editor Bergnes de las Casas.

En la década de 1840 el ritmo de publicación se mantuvo con las imprentas de F. de P. Mellado en Madrid y J. Oliveres en Barcelona. En la primera aparecieron La maga de la montaña (1844) y Las aventuras de Nigel (1845); mientras que la segunda publicó El talismán (1849), traducida del inglés por M.; Historia de los demonios y de las brujas, cuyo título original era Letters on Demonology and Witchcraft (1870–1880).

La colaboración de la madrileña Librería Española y de la barcelonesa Plus Ultra (Imprenta de Luis Tasso) conoció su gran momento en la década de 1850: Quintín Durward, ó El escocés en la corte de Luis XI (1857); Ivanhoe, ó El cruzado (1857); Rob–Roy (1858), versión de D. E. de C. V.; Guy Mannering o El astrólogo. Seguido de El oficial aventurero (1858), traducción de Pedro A. O’Crowley. Los años 60 supusieron una tregua, pero el interés por Scott renació en el último tercio del siglo XIX con mayor número de traducciones elaboradas directamente del inglés. Primero con la Imprenta Gelabert de Palma: Ivanhoe, ó El cruzado (1870); El oficial aventurero (1870); Rob–Roy (1874); Guy Mannering o El astrólogo (1875); Quintín Durward, ó El escocés en la corte de Luis XI (1876). En segundo lugar, por la afamada casa Verdaguer de Barcelona: Rob Roy. Incluye Los boyeros (1882), traducción de Joaquín Riera y Bertrán y José L. Pellicer (para Los boyeros); Ivanhoe (1883), versión de José Tomás y Salvany; Quintín Duward (1884), por Cecilio Navarro. Y de manera paralela, la empresa editorial de Saturnino Calleja (Madrid): Quintín Durward o El escocés en la corte de Luis XI (ca. 1885); Ivanhoe (1895). La parisina Garnier Hermanos, aunque ya había traducido y publicado en español a Scott en los años 30, volvió a triunfar con el escocés a finales de siglos: La prisión de Edimburgo (1830), versión de Fernando Mora; Las crónicas de la Canongate (1831), versión castellana de Rafael Mesa López; Ivanhoe, ó El cruzado (1891), nueva traducción directamente del inglés; Quentín Durward, ó El escocés en la corte de Luis XI (1891); El anticuario (1892), traducción directa del inglés; Roberto, conde de París (1893); Rob Roy (1896), versión del inglés por Amador de Castro; Las aventuras de Nigel (ca. 1897); Redgauntlet. Historia del siglo XVIII (1897), prólogo de Constantino Román, traducción por D. F. de O.

Junto a todas estas grandes casas editoriales especializas en el novelista escocés, otras muchas empresas se aventuraron a publicarlos en alguna ocasión, tanto en Barcelona como en Madrid o, incluso, París y México: Los desposados, o sea, El condestable de Chester. Historia del tiempo de las cruzadas (Barcelona, Imp. Constitucional, 1842), traducción de Pedro Mata; Las aguas de San Ronan (Barcelona, Francisco Oliva, 1843), traducción de Eugenio de Ochoa; El enano misterioso; Nuevos cuentos de mi huésped (Barcelona, Manuel Saurí, 1844), traducida por Francisco Altés y Gurena; El anticuario (Barcelona, Imp. de La Corona, 1867); Quintín Durward (Barcelona, Francisco Pérez, 1883), versión directa del inglés, ilustración alemana; Enrique Morton de Milnwood (Barcelona, J. Roura–A. del Castillo, 1893), obra de cierto J. A.; El oficial aventurero. Episodio de las guerras de Montsore. Cuentos de mi huésped (Madrid, Bueno, 1831); Ivanhoe, ó El cruzado (Madrid, Omaña, 1843); El monasterio (Madrid, Mellado, 1849); Quentin Durward o El escocés en la corte de Luis XI (Madrid, Gaspar y Roig, 1851); Isabel ó El castillo de Kenilwort (Madrid, A. Espinosa, 1854); El pirata (Madrid, Luis García, 1858); Talismán o Ricardo en Palestina (Madrid, 1883); Las aguas de San Ronan (París, Rosa/México, Galván, 1842), por Eugenio de Ochoa; Ivanhoe, ó El regreso de la Palestina del caballero cruzado (México, Ignacio Cumplido, 1857).

Pero el furor por Walter Scott no se restringió a París, Barcelona, Madrid u otras grandes capitales. Un buen número de ciudades españolas también participaron en el mismo. Antes ya se mencionó a Gelabert de Palma de Mallorca, pero los ejemplos fueron otros muchos: Ivanohe [sic], ó El caballero del infortunio (Valencia, Mompié, 1831), nueva traducción castellana; El castillo de Kenilworth, ó Los dos privados rivales en el reinado de Isabel de Inglaterra (Valencia, Gimeno, 1831–1832), versión de D. P. H. B.; Lucía de Lammermoor: drama trágico en dos partes (Coruña, Puga, 1842); La fortaleza de los Douglas o El castillo peligroso (Sevilla, F. Álvarez y C.ª, 1844), traducción de Francisco Alejandro Fernel; El abad (Sevilla, Tipografía Plaza del Silencio, 1845), por el mismo traductor; La dama del lago (Sevilla, Imp. de El Porvenir, 1857); Los puritanos de Escocia (Valladolid, Hijos de Rodríguez, 1878); El enano negro (Valencia, Pascual Aguilar, ca. 1897), versión de Peregrín Mora; o Quentin Durward, ó El escoces en la corte de Luis XI (Palma, Amengual y Muntaner, 1899).

Otro medio de difusión de las traducciones de Scott que merece ser comentado aparte fueron las colecciones asociadas a periódicos y revistas, nacionales o de provincias, así como los legendarios folletines: Guy Mannering, ó El astrólogo (Cádiz, Revista Médica, 1843), versión de Pedro Alonso O’Crowley; Rob–Roy (Cádiz, Revista Médica, 1866); El oficial aventurero. Episodio de las guerras de Montsore (Madrid, Imprenta Militar del Atlas, 1858), traducción del inglés por la redacción de La Gaceta Militar; Los prometidos esposos, ó El condestable de Chester (Madrid, Francisco Dávila, 1858, «Folletín de El Occidente»); El oficial aventurero (Mahón, Imp. del Diario de Menorca, 1859); Los puritanos de Escocia (Madrid, El Libro de Oro, ca. 1860 [Col. Eco de lo Folletines]; Kenilworth (Granada, El Dauro, ca. 1861, «Folletín de El Popular de Granada»), traducción del francés por Vicente Pagasartundua; Lucía de Lammermoor (Barcelona, Folletín del Diario de Barcelona, ca. 1870); El pirata (Madrid, Imprenta de El Mundo, 1887), traducción directa del inglés; El talismán (Barcelona, La Vanguardia, 1895); o Ivanhoe o El cruzado (Gijón, Imprenta de El Comercio, 1897). El «Folletín de las Novedades» (Madrid), publicada en distintas imprentas, fue, dentro de su tipología, la serie o colección que más difundió a Walter Scott: Los puritanos de Escocia (ca. 1850); Ivanhoe (Madrid, 1854); Amor y gloria (ca. 1854,); La dama del lago (ca. 1854–1856); Amor y gloria (ca. 1860).

Como broche de esta sección cabe enfatizar que otra obra en prosa de Scott también fue traducida y retraducida: Vida de Napoleon Buonaparte, emperador de los franceses (París, Mame y Delaunay–Vallée, 1827); Las páginas de oro de Sir Walter Scott. O sea retrato imparcial de Napoleón: su enfermedad y muerte, sacado del último capítulo de su historia escrita por aquel célebre escocés (Valencia, Ferrer de Orga, 1829); o Vida de Napoleón Bonaparte precedida de un bosquejo preliminar de la Revolución francesa (Barcelona, Juan y Jaime Gaspar, 1830), traducida libremente del inglés por M. L.

 

Los traducciones de los grandes novelistas del siglo XIX

Los prosistas, articulistas, críticos, ensayistas, biógrafos, autobiógrafos, cronistas y tratadistas románticos de la época pasaron, en su mayor parte desapercibidos para el público lector en español del siglo XIX.

La novela inglesa continuó su consolidación, los popularísimos títulos costumbristas y sentimentales de Jane Austen tendrían que esperar al siglo XX para ser descubiertos por el público español. Lo mismo puede afirmarse de las muchas novelas de Thomas Love Peacok y de la magistral aportación al goticismo de Frankenstein, or, The Modern Prometheus (1818) de Mary Shelley. Los desconocimientos continúan con las novelas de Sheridan Le Fanu, Elizabeth Gaskell y Anthony Trollope, celebridades de la época victoriana nunca descubiertas en aquellas décadas. A las hermanas Emily Brontë y Anne Brontë, miembros del canon fundamental de la literatura inglesa, no parece que las tradujera nadie al español en el XIX. Solo la novela Jane Eyre, de 1847, de su hermana mayor Charlotte Brontë, disfrutó de recepción. Se realizó una versión para la escena en 1859, arreglada por Francisco Morera y Valls, que se publicó diez años después (Barcelona, S. Manero, 1869). Asimismo, esta novela fue objeto de una adaptación en La Habana: Juana Eyre: memorias de un aya (Diario de la Marina, 1850–1851). La misma suerte corrieron los grandes títulos de George Eliot (Mary Anne Evans), pues solo uno de ellos consiguió atravesar entonces la barrera idiomática: Adán Bede (Barcelona, Doménech, 1884), o William Thackeray, de quien se puede afirmar lo mismo: Historia de Pendennis (Madrid, Imprenta de El Día/Imprenta de La Guirnalda, 1880). Pero también hubo éxitos y grandes éxitos de narrativa británica en las letras del XIX español.

Ese fue el caso de otro maestro de la novela histórica o de ambientación histórica, Edward Bulwer Lytton, con su popularísima The Last Days of Pompeii (1834) que constituyó todo un éxito de edición durante buena parte del siglo XIX: El último día de Pompeya (Madrid, Imp. de El Español, 1848); Los últimos días de Pompeya (Madrid, José María Alonso, 1848), traducción de Isaac Núñez de Arenas; Los últimos días de Pompeya (Madrid, Medina y Navarro, ca. 1873 «Biblioteca de Instrucción y Recreo»); Los últimos días de Pompeya (Madrid, Saturnino Calleja, 1876), versión española de Isaac Núñez de Arenas; Dione: últimos días de Pompeya (Barcelona, C. Verdaguer, 1883), traducción de Celestino Barallat y Falguera; Los últimos días de Pompeya (Madrid, Hijos de J. A. García, 1894); o Los últimos días de Pompeya (Madrid, Enrique Maroto, 1897, «Biblioteca de El Siglo Futuro»). Fue tanto el éxito que también se tradujo una imitación de E. B. Lytton del francés Adrien Lemercier: Los últimos días de Pompeya (Barcelona, J. Subirana, 1861, 1892), traducción de J. R. Otros cuentos títulos de este narrador alcanzaron también gran éxito entre los lectores españoles: La Inglaterra y los ingleses (Madrid, Marcelino Calero, 1837), por Gervasio Gironella; Rienzi, ó El último tribuno (Madrid, Boix, 1843–1845), por Antonio Ferrer del Río; Leila, ó El sitio de Granada (Madrid, M. Rivadeneyra/Ed. de la Revista de España, de Indias y del Extranjero, 1845), traducida por una mujer que oculta su nombre; Ernesto Maltravers. Alicia, ó Los misterios, continuación de Ernesto Maltravers (La Habana, Diario de La Marina, 1845); Ernesto Maltravers (Madrid, La Crónica, 1857), traducción directa por Juan Bautista de Beratarrechea; Eugenio Aram (La Habana, Diario de La Marina, 1845; Godolphin (La Habana, Diario de La Marina, 1846), traducción del inglés; Devereux: novela escrita en inglés (Madrid, Ramón Rodríguez de Rivera, 1847), obra de Nemesio Fernández Cuesta; Devereux (Barcelona, Diario de Barcelona, 1861); La familia de Caxton (Madrid, Agustín Espinosa y Compañía, 1854), traducción de José Torá; La familia de Caxton: novela escrita en inglés (Sevilla, La Libertad. Centinela de Andalucía, 1855); Felipe Beaufort (Cádiz, La Oliva, 1856); ¿Qué hará de ello? (Madrid, El Día, 1860); La conquista de Granada (Madrid, Murcia y Martí / M. Minuesa, 1860), traducción libre por Margarita López de Haro, con introducción de Washington Irving; Falkland (Madrid, Las Novedades, 1868), traducida del inglés por José Plácido Sansón; o El último barón (Barcelona, La Vanguardia, 1890).

 

Las traducciones de Charles Dickens

También puede calificarse de un gran éxito la recepción de Charles Dickens y de sus muchas y tan peculiares narraciones en español.9 Como era lógico esperar, se tradujeron sus clásicos de ambiente navideño, A Christmas Carol (1843) y The Haunted Man and the Ghost’s Bargain (1848), que tanto han contribuido al imaginario colectivo hasta nuestros días: Cántico de Noche–Buena; La fortuna de un estudiante (Valencia, P. Aguilar, ca. 1850, «Biblioteca Selecta»); Las apariciones de la noche de Navidad (Barcelona, A. Brusi, 1856); Las apariciones de la noche de Navidad (Barcelona, Librería Barcelonesa, 1879); Cántico de Noche–Buena. La fortuna de un estudiante (Valencia, P. Aguilar, 1879, y entre 1884 y 1900, «Biblioteca Selecta»); El cántico de Navidad (Madrid, Biblioteca Universal, 1883), traducción de Luis Barthe; Cuentos de Nadal (Barcelona, La Veu de Catalunya, 1900). La mayor parte de sus grandes novelas también encontraron su correspondencia en español desde la década de 1849, como, por ejemplo, Hard Times (1854): Los tiempos difíciles (Madrid, El Eco de París, ca. 1840), traducida por Luis García de Luna; o Días penosos (Madrid, El Cosmos Editorial, 1884), traducida por el licenciado Barbadillo, que parece un pseudónimo; De The Battle of Life: A Love Story (1846): La batalla de la vida (Madrid, Imp. del Semanario y de la Ilustración, 1854, «Folletín de las Novedades»), que incluye novelas de varios autores; La batalla de la vida (Madrid, La Guirnalda y Episodios Nacionales, 1875); La batalla de la vida (Madrid, La Publicidad, 1887); La batalla de la vida (Barcelona, Mariano Galvé, s. a.); La batalla de la vida (Barcelona, Nagsa, s. a., «Biblioteca Universal»), traducción de César Augusto Jordana; La batalla de la vida (Madrid, Felipe Pinto, 1891); Las luchas de la vida (Barcelona, La Protección Nacional, 1897). De A Tale of Two Cities (1859): El marqués de Saint Evremont ó París y Londres en 1793 (Barcelona, Diario de Barcelona, 1863); París y Londres en 1793 (La Habana, Diario de la Marina, 1864); París y Londres en 1793 (Madrid, E. Vicente, 1879), traducción de Eduardo Quílez; El marqués de Saint–Evremont o París y Londres en 1793 (Barcelona, La Hormiga de Oro).

De Oliver Twist (1837–1839): Los ladrones de Londres (Barcelona, Joaquín Bosch, 1857), traducción libre de J. J. y C.; Oliverio Twist (Barcelona, Diario de Barcelona, 1865); El hijo de la parroquia (Barcelona, Francisco Pérez, 1883, «Biblioteca Artes y Letras»), versión de Enrique Leopoldo de Verneuil; El hijo de la parroquia (Madrid, Antonio Marzo, ca. 1894, «La Novela Ilustrada»); Premio y castigo (segunda parte de Oliverio Twist) (Madrid, Saturnino Calleja, s. a.). De David Copperfield (1849–1850): David Copperfield o El sobrino de mi tía (París, El Correo de Ultramar/J. Best, 1871); David Copperfield ó El sobrino de mi tía (Palma, Amengual y Muntaner, 1896). De Nicholas Nickleby (1838–1839): Aventuras de Nicolás Nickleby (Barcelona, Diario de Barcelona, 1872–1873); versión de C. N.; Nicolás Nickleby (S. l., Paul Brodard, 1900). De The Bleak House (1852–1853): La casa lúgubre (Barcelona, Diario de Barcelona, 1866); La casa lúgubre (Barcelona, Domenech, 1884). Y de The Old Curiosity Shop (1841–1842): El almacén de antigüedades (Madrid, Vda. e Hijos de Abienzo, 1886), traducción directa del inglés bajo la dirección de José de Caso y Blanco; El almacén de antigüedades (Barcelona, Ramón Sopena, 1900), versión de Miguel Bartual. Otras de sus novelas también llegaron al público español, como se puede apreciar por los siguientes títulos: Bernabé Rudgea (Madrid, Folletín de Las Novedades, ca. 1850); El manuscrito de un loco, capítulo once de The Posthumus Papers of the Pickwick Club (Cádiz, Revista Médica, 1844), probablemente la primera traducción conocida de Dickens al español (Stone 2021: 140–145) o Aventuras de Mr. Pickwick (Madrid, Saturnino Calleja, ca. 1856); El grillo del hogar (Madrid, Imp. del Semanario y de la Ilustración, 1853, «Folletín de las Novedades»); La niña Dorrit (Barcelona, D. Cortezo, 1885, «Biblioteca Artes y Letras»), traducción de E. L. de Verneuil; Dombey e hijo (Madrid, Enrique Maroto, 1896–1897, «Biblioteca El Siglo Futuro»); Vida y aventuras de Martin Chuzlevit (Madrid, Viuda é Hijos de E. Maroto, 1898, «Biblioteca El Siglo Futuro»); así como recopilaciones de sus cuentos y otras narraciones breves, de nuevo acompañados por el éxito: El hombre y el espectro, ó El pacto: cuento fantástico (Madrid, L. García, 1849); La fiera cazada (Cuenca, El Eco de Cuenca, 1865); Cuentos escogidos. El paraguas de M. Thompson (Madrid, Escámez, 1874), también incluye «La fortuna del estudiante», «Manuscrito de un loco», «El armario de encina» e «Historia de un sacristán y de unos duendes»; La fortuna de un estudiante (Madrid, Biblioteca Universal, 1878); Miss Hollingford (Madrid, La Guirnalda, 1880); La voz del campanario: historia maravillosa para fin de año y comienzo del nuevo (Barcelona, La Renaxensa, ca. 1880); La voz del campanario: historia maravillosa para fin de año y comienzo del nuevo (La Coruña, La Marina, 1886), volumen de seis obras de diferentes autores; Cuentos del día de Reyes y otras obras (Valencia, P. Aguilar, s. a., «Biblioteca Selecta»), incluyen, entre otros títulos: «Cántico de Noche–Buena», «La fortuna de un estudiante» y «El endemoniado»; en la misma casa editorial y colección aparecieron asimismo Fantasías. Historia de un clown. Los duendes, El endemoniado y Cuentos para el día de Reyes. La guinea de la coja. El vendedor ambulante. Mención aparte merece la amplia difusión de No thoroughfare (1861), obra en colaboración con Wilkie Collins: distintas versiones, todas con el título de El abismo, aparecieron en Madrid, Manuel G. Hernández, 1872; Madrid, La Correspondencia de España, 1873, traducción de E. L. B.; Madrid, Agustín Jubera, ca. 1890; Barcelona, Juventud, ca. 1890, y Gerona, El Correo, 1894.

 

Las traducciones de novelas de crimen, misterio y aventuras

Además de la traducción de la obra en colaboración con Dickens, de las novelas de crimen y misterio de W. Collins El abismo, la afición del siglo XX por las novelas crimen y misterio de W. Collins se publicaron otras versiones. La más temprana fue La mujer del traje blanco (Barcelona, Editorial Ibérica, ca. 1861), traducción de María Rodríguez Rubí de Zimmer; y continuó con El diamante de la luna (París, Lassalle & Mélan, 1874); Marido y mujer (Madrid, La Correspondencia de España, 1874), versión de Joaquina García Balmaseda; ¡Pobre Lucila! (Madrid, La Correspondencia de España, 1878), por la misma traductora; La casa encantada (Madrid, El Imparcial, 1885); Señorita ó señora. Un drama de la vida privada. La mujer de los sueños (Madrid, El Cosmos Editorial, 1887), obra de Ángel de Luque; La hija de Jezabel (Madrid, El Liberal, 1887), versión de Francisco Carles Egea; El aparecido (Madrid, El Cosmos Editorial, 1889), traducida por E. Godínez; o La pista del crimen (Madrid, El Cosmos Editorial, 1890).

Frederick Marryat, conocido como Captain Marryat, fue otro novelista de éxito, contemporáneo y amigo de Charles Dickens. Sus narraciones aventureras ambientadas en cualquier lugar del mundo y sus siete mares pronto llegaron a la lengua española con los siguientes títulos: El buque fantasma: leyenda de la mar (Cádiz, Revista Médica, 1841), puesta en castellano por Pedro Alonso O’Crowley; Santiago Fiel, ó Los marinos de agua dulce (Madrid, Alegría y Charlain, 1842), traducida por D. J. Ulloa; Frank Mildway, ó El oficial de Marina (La Habana, Manuel Soler y Gelada, 1844), versión de Ramón Piña; Pedro Simple (Madrid, Mellado, 1852). La recepción generosa continuó años después con nuevos títulos: El aspirante de marina (Valencia, José Rius); El cazador furtivo (Madrid, Gaspar, 1879, «Biblioteca Ilustrada de Gaspar y Roig»), traducción de Nicolás Díaz de Benjumea; El perro diabólico y Newton Forster, ambas en 1880 en la misma editorial y colección, obra de N. Fernández Cuesta; o Ingleses y salvajes: aventuras en el África austral (Madrid, Víctor Saiz, ca. 1880, «Biblioteca de Instrucción y Recreo»), versión de G. G.

Varios de estos títulos fueron repetidamente traducidos y reeditados. Este fue el caso de El navío fantasma (Madrid, Antonio Galiana, 1866), en el volumen colectivo Dramas del océano. Gran colección de novelas y episodios marítimos; Jacobo Fiel, con versiones de José Tora (Madrid, Agustín Espinosa, 1853) y de N. Fernández Cuesta (Madrid, Gaspar, 1879); Juan Franco el Guardia marina (Madrid, Gaspar, ca. 1880, obra de N. Fernández Cuesta) y Frank Mildway, ó El oficial de la Marina Real (Barcelona, La Vanguardia, ca. 1880); El buque fantasma (Madrid, Gaspar, 1880), traducción de D. F. J.; El cazador furtivo (Madrid, Gaspar, ca. 1886), obra de Nicolás Díaz de Benjumea y N. Fernández Cuesta; o Pedro Simple (Madrid, Gaspar, ca. 1900), por el mismo Fernández Cuesta. La casa Garpar también editó volúmenes de gran formato que recogieron varias de sus obras: Newton Foster. El cazador furtivo. Juan Franco, ó El guardia marina. El buque fantasma. Jacobo Fiel. El perro diabólico (Madrid, 1880, «Biblioteca Ilustrada de Gaspar y Roig»). Finalmente, un texto en prosa no narrativa de Marryat también fue traducido: El Código Universal de Señales para la Marina Mercante de todas las naciones (Londres, Richardson Hermanos, 1856 y 1866).

Las dos principales recopilaciones de narraciones policiacas de Arthur Conan Doyle protagonizadas por su inmortal personaje Sherlock Holmes, The Adventures of Sherlock Holmes y The Memoirs of Sherlock Holmes, se publicaron entre 1891 y 1893. Por ello, aunque existan dudas por la falta de datación de los volúmenes publicados, la traducción, tan exitosa, de su obra fue asunto de siglo XX, por parte de grandes editoriales y colecciones como La Novela Ilustrada, Saturnino Calleja o Ramón Sopena, o afamados traductores como José Francés o Manuel Vallvé. La única duda de un texto de este autor que pudo pertenecer al siglo XIX es La guardia blanca (Madrid, La Novela Ilustrada).

 

Conclusión

La novela en inglés volvió a conocer una nueva edad de oro en las últimas décadas del siglo XIX, pero la gran mayoría de aquellos escritores, británicos, norteamericanos o procedentes del Imperio, y sus brillantes títulos tuvieron que esperar hasta el nuevo siglo para ser versionados en lengua española. Así sucedió con las novelas críticas con la sociedad contemporánea de George Meredith, las narraciones utópicas de William Morris, el realismo y la profundización sicológica de Walter Pater o Thomas Hardy, el esteticismo y fantasía provocadora de Oscar Wilde, la ampliación de fronteras de Joseph Conrad o Ruyard Kipling, la ciencia ficción de Herbert George Wells, la crítica social de George Gissing o el mundo onírico de Lewis Carroll. Fue una excepción la obra de Robert Louis Stevenson, del que, aunque no llegara a traducirse su The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde (1886), su gran título de islas y piratas, Treasure Island (1881–1882) pudo ser conocido por el público español gracias a La isla del tesoro (Madrid, Agustín Jubera, 1889), traducida por André Laurie y, posiblemente, El tesoro del pirata (Barcelona, La Ibérica, s. a.).

Como conclusión a este recorrido por las traducciones al español de la narrativa y la prosa literaria inglesa del siglo XIX, se puede afirmar que nuevos descubrimientos como el de John Stone (2021) sobre Dickens, demuestran que la relación de las traducciones por definición no está nunca completo. Las bibliotecas públicas españolas no albergan todo el tesoro bibliográfico de la época y resulta frecuente encontrar nuevos títulos en colecciones particulares, fondos de bibliófilos o librerías de viejo que aquellas no poseen. Además, los datos de lo conocido están a menudo incompletos por problemas de edición, desde inseguridad o desconocimiento de los años de publicación, títulos engañosos que dificultan determinar el original, traducciones parciales o resumidas, pasando por frecuente ausencia de los nombres de los traductores o que solo figuren las iniciales de los mismos, hasta dudas sobre la lengua origen, directamente del inglés o a través del francés como lengua intermedia. Todas estas dificultades, sin embargo, no impiden que podamos llegar a conclusiones o que los datos conocidos no sean suficientes para trazar las características fundamentales de la traducción decimonónica de la narrativa inglesa.

Por ejemplo, junto a autores y títulos de gran éxito, es bien cierto que las carencias y las ausencias son muchas y muy clamorosas. La visión que pudieron tener los lectores españoles de la prosa literaria inglesa, contemporánea o de siglos anteriores, en su propia lengua fue muy irregular e incompleta. Se trata de una realidad que, además, cambiaría muy pronto con el advenimiento del siglo XX, en cuyas primeras décadas se incrementó notablemente el número de traducciones desde el inglés. Por otra parte, por lo que respecta al francés, la dependencia de esta lengua fue muy grande en las primeras décadas del siglo, pero las traducciones directas desde el inglés, hecho remarcado de forma explícita por los editores, fueron cada vez más dominantes. La recepción de las letras británicas al francés, todavía lengua principal de la cultura europea, fue mucho más completa que la española. Tanto fue así que la misma BNE conserva más traducciones al francés desde el inglés, fechadas en el siglo XIX, que al español, lo que invita a pensar que un cierto número de lectores españoles pudieron acceder a obras inglesas en versiones francesas. Igualmente, aunque nos falte mucha información y aunque no parezca que se apreciara lo suficiente la labor del traductor o estos no estaban del todo interesado en que figuran sus nombres, es cierto que hubo grandes traductores que nos son conocidos y que nos dejaron una herencia insustituible. Y como suele estar asociado a la práctica de la traducción, esta pudo ejercer su papel de medio ideal de introducción y difusión, mediante fenómenos tales como la inspiración, la imitación o la adaptación, de nuevas ideas estéticas, artísticas y literarias. La novela histórica romántica es un buen ejemplo de este fenómeno. Han quedado de este estudio distintas variedades de la prosa no literaria, como el ensayo, crítica literaria, periodismo, discursos, debates de estética, política, filosofía, religión, economía y sociedad, etc., que por si misma constituye un tema de estudio independiente.

 

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  1. Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación Portal digital de Historia de la Traducción en España, PGC2018–095447–B–I00 (MCIU/AEI/FEDER, UE).
  2. A la hora de desarrollar un catálogo de traducciones de novelas en el siglo XIX español (más en particular en su primera mitad) resulta obligado acudir a Fernández Montesinos (1983).
  3. En términos generales, para estudiar la traducción en España de la novela inglesa del siglo XVIII, véase Pajares (2006) y (2010). Sobre la traducción y recepción de Defoe en España, particularmente en época temprana, véanse Hortelano (1976), Toledano (1996) y (2001) y Pajares (2012).
  4. Sobre la traducción y recepción de Swift en España, con atención a su época temprana, véase Chamosa (2005).
  5. Sobre la traducción y recepción de Richardson en España, con atención a su época temprana, véase Pajares (1989), (1992), (1993), (1994) y (2011a).
  6. Sobre la traducción y recepción de Sterne en España, con atención a su época temprana, véase Pegenaute (1992, 1994, 2004 y 2007).
  7. Sobre la traducción y recepción de este tipo de novela en España en esta época, véanse Establier (2010) y López Santos (2010) y (2015). Sobre la recepción en España de la novela inglesa del siglo XVIII escrita por mujeres, véase Lasa (2009).
  8. Sobre la traducción y recepción de W. Scott en España, con atención a la época más temprana, véase Churchman y Peers (1922), García González y Toda (2007).
  9. Sobre la traducción y recepción de Dickens en España, con atención a su época temprana, véase Pérez Gallego (1964) y Galván & Vita (2013).