Moreno

La traducción de textos de retórica y poética en los Siglos de Oro

Carlos Moreno Hernández (Universidad de Valladolid)

 

Translatio studii et imperii

La historia cultural hispánica aplica desde el siglo XVIII el concepto de Siglo, o Siglos, de Oro a un tiempo variable en el dominio político de las Hesperias –el occidente para los griegos, que incluía las penínsulas itálica e hispánica– 1 enlazado al concepto humanista de Renacimiento desde Petrarca, luego en Leonardo Bruni, Lorenzo Valla, Marsilio Ficino, Erasmo y Juan Luis Vives. Ya en 1492 Ficino lo adscribe al siglo XV italiano por recuperar las artes liberales; 2 Giorgio Vasari lo aplica luego a las artes plásticas en sus Le vite de’ più eccellenti pittori, scultori e architettori (1550) sobre el modelo de Ovidio y sus edades del hombre en las Metamorfosis, o al ideal arcádico de las Bucólicas de Virgilio. La historiografía literaria del siglo XVIII lo usa para los textos en castellano del siglo XVI (no el Barroco) y en el siglo XIX lo incorpora al concepto de Renacimiento formulado en las obras de Jules Michelet y Jakob Burckhardt.

De Croce (1917) a Dandelet (2007 y 2014), se ha venido polemizando sobre el trasvase entre las dos Hesperias, en el sentido de que reproduciría, en otro contexto, el antiguo entre Grecia y Roma, dando con ello un sentido político, además de cultural, al llamado Renacimiento: así como Roma traduce a Grecia después de conquistada y se hace con su cultura –translatio studii–, el imperio católico de los siglos XVI y XVII con su sede política en España y su sede ideológica en Roma domina las dos Hesperias y se hace con la cultura de Italia intentando superarla, al tiempo que prosigue el desplazamiento del poder –translatio imperii– hacia el oeste para hacerlo propiamente católico –universal, en griego–, con el castellano y el portugués en competencia con el toscano y el latín, reducido éste cada vez más a lengua especializada de la ciencia y de la iglesia romana, que se sucede también a sí misma como ideología del nuevo imperio. El ideal se verá dificultado y, a la postre, derrotado, por la rivalidad, imperial también y global, de Francia e Inglaterra. Por otro lado, la relación y diferenciación entre los términos «retórica» y «poética» suele establecerse desde los comentarios a los textos correspondientes de Aristóteles y a la Epístola a los Pisones de Horacio, comentarios escritos en buena parte en este mismo contexto espacio–temporal con ayuda de Cicerón, Quintiliano y la retórica griega tardía que llega a Italia otra vez desde el este, una vez conquistado Bizancio.

En la traducción de textos griegos y latinos de retórica y poética hay que distinguir la traducción directa (del griego al latín, al toscano o al castellano) y la indirecta, desde el latín o desde el toscano –como lenguas intermediarias– al castellano). Caso especial serían los textos de retórica y poética en toscano o en castellano, intercambiables entre sí o sometidos a lo que suele llamarse «traducción implícita», la que se practica mentalmente al leer un texto en otra lengua que la propia –aunque no se domine– para utilizar de algún modo su contenido. Y el hecho es que el toscano, como lengua literaria, era una de las que podía traducir implícitamente, aunque no la dominara, alguien que leyera o escribiera en castellano o en portugués, o en el catalán–occitano que une España e Italia por el sur de Francia.

Cuando el sueño del humanismo latino fracasa, sobre todo en Italia, le sucede desde España la idea imperial católica, con sus lenguas vulgares en buena parte inteligibles entre sí. En Italia y España el latín hablado no es usado por los humanistas porque temen corromperl, a diferencia de lo que ocurre en otros países donde la lengua vulgar no se escribe todavía y se promueve el latín, como soñara Petrarca, como lengua internacional efectiva, como en la Roma imperial.3 Es el ideal de Valla, Erasmo y Vives, pero al igual que en esa Roma antigua el latín literario es una lengua para la élite culta que sabía griego y se alejaba del latín vulgar, las lenguas literarias neolatinas tienen como modelo ese latín literario, o clásico, con una gramática fijada para siempre, con el que tratan de dignificar el romance vulgar y dotarlo de su propia gramática. En esto reside el ideal ciceroriano contra los erasmistas, que permite, a la vez, el desarrollo culto de la lengua vulgar y su equiparación gramatical y retórica con el griego y el latín, pues Cicerón no pretendía escribir en griego, aunque lo sabía, sino poner el latín a su altura (Magnien 1999: 362 y ss.).

La práctica de la translatio studii sigue las pautas retóricas basadas en la auctoritas, la sujección al modelo a partir de la lectio, o lectura, que incluye la traducción literal o interpretatio y la explanatio o comentario textual que permite su actualización y su ampliación o adaptación a los textos poéticos romances, los de Juan de Mena en Nebrija y los de Garcilaso en el Brocense y Herrera, incluyendo la lectura de Cicerón y Quintiliano o de Aristóteles y Horacio.

En lo que atañe a la traducción del griego o del latín de las retóricas y poéticas, el castellano va a la zaga del italiano, que sirve de puente las más de las veces. Se podría conjeturar incluso que muchas traducciones al castellano no se llevan a cabo por existir versiones anteriores en toscano que las hacen en buena parte innecesarias para los consumidores cultos que entienden las dos lenguas sin mucha dificultad, igual que don Duarte de Portugal encarga a Alonso de Cartagena la traducción de Cicerón en castellano o que Cervantes, en el Persiles, juegue con la mutua comprensión entre los personajes que hablan las lenguas neolatinas del imperio católico en su viaje por tierra desde Lisboa a Roma, o tal como D. Quijote ironiza en una imprenta de Barcelona sobre una traducción de italiano a español (II, 62). Hay que tener en cuenta, además, que de las cien retóricas editadas entre 1472 y 1620, con 437 ediciones, sólo diecisiete eran traducciones en lengua vulgar de textos clásicos, con 55 ediciones en total, la gran mayoría (39) al italiano (Mack 2011: 282). Los textos traducidos más frecuentemente fueron la Rhetorica ad Herennium (nueve ediciones), la Retórica de Aristóteles (ocho) y Quintiliano (siete, ninguna de ellas al castellano).

Por otro lado, si la traducción es, desde el punto de vista retórico, una forma de imitación, todo se reduce a una cuestión de grado:4 los ciceronianos se sujetarán más al modelo y los erasmistas menos, pero tendiendo unos y otros a la emulación o superación de ese modelo, como dice Cicerón que hay que hacer con los griegos: no traducir como intérprete, literalmente, sino como orador; lo mismo afirman Quintiliano o Aulo Gelio. En el caso del castellano y el italiano con mayor motivo; ni siquiera haría falta dominar el italiano para emular, o traducir retóricamente, pero no están de más las obras lexicográficas en uno u otro sentido, muy abundantes; entre las más conocidas, el Vocabulario castellano–toscano de Alfonso de Ulloa (1553 y 1556), el de Giovanni Mario Alessandri, Paragone della lingua toscana e castigliana (Nápoles, 1560); la muy usada obra de Juan Miranda Osservationi della lingua castigliana (Venecia, 1566) y el Vocabulario de Cristóbal de las Casas (Sevilla, 1570 y Venecia, 1582), así como el vocabulario de Franciosini citado. En cuanto a gramáticas, destaca El arte muy curiosa por la qual se enseña el entender, y hablar la lengua italiana, de Francisco Trenado de Ayllón (Medina del Campo, 1596).

La proximidad entre las lenguas romances ibéricas e itálicas y el occitano que les sirve de puente podría explicar también en parte el escaso uso del latín en España desde mediados del siglo XIII, cuando el castellano es elevado a lengua oficial de la documentación por Alfonso X y acaba imponiéndose como tal a las otras lenguas peninsulares, sin olvidar la traducción de textos árabes al castellano en el taller real, obra sobre todo de judíos. El latín queda restringido a los clérigos, más aún durante el siglo XV, quizás por influencia de los conversos, al tiempo que el árabe va desapareciendo como lengua de cultura y el castellano se generaliza como tal.

Los textos en latín y toscano de Dante, Petrarca y Boccaccio, traducidos de forma explícita o implícita, funcionan de hecho como poéticas, sobre todo el Cancionero de Petrarca, influido a su vez por el contexto literario occitano (trovadores), que incluye el ámbito catalán. En la valoración del vulgar influyeron mucho De vulgari eloquentia de Dante (1308), traducido al italiano por Gian Gorgio Trissino (Vicenza, 1529), la idea de poesía en la Genealogia deorum (XIV, 7) de Boccaccio, traducida por el secretario real Martín de Ávila a mediados del siglo XV para el marqués de Santillana, y las Prose della volgare lingua (1525) de Pietro Bembo, que fijan el toscano de los tres autores como lengua culta o literaria.

Durante el siglo XV es abundante en Italia la traducción de obras griegas tanto al latín como al italiano (Secchi 2017) y de obras latinas al italiano (Campetella 2009). La Retórica de Aristóteles es traducida al latín por el bizantino Jorge de Trebisonda en 1445 compilada con la versión medieval de Guillermo de Moerbeke, y la Poética en 1489 por Giorgio Valla. En los siglos XVI y XVII el castellano compite con el toscano incluso en Italia, sobre todo en las zonas bajo el dominio imperial o real, como atestigua el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés, escrito en Nápoles, o El cortesano de Baldassarre Castiglione (Venecia, 1528), un lombardo que escribe en toscano, pronto vertido al castellano (Barcelona, 1534) por el catalán Juan Boscán con un prólogo en el que dicta normas de traducción y omite pasajes inconvenientes (Pozzi 1994 y 2015). En Italia, durante el siglo XVI, encontramos la epístola Del traslare (1542) de Ludovico Castelvetro, el Dialogo del modo de lo tradurre duna in altra lingua segondo le regole mostrate da Cicerone (Venecia, 1556), de Fausto da Longiano o el Discorso del tradurre (1575), de Orazio Toscanella. Tanto en Italia como en España las normas de traducción suelen ser más libres que en otros países, ya desde el siglo XV.

M. Pozzi (1994: 64 y ss.), en su introducción a la traducción de Boscán, subraya la diferencia entre el toscano, lengua más culta usada por los humanistas desde el siglo XIV, y el castellano, más extendido –como koiné o lengua común peninsular– pero menos desarrollado literariamente hasta el siglo XVI. Desarrollarlo y ponerlo a la altura del toscano iba a ser, precisamente, el cometido de los escritores de los Siglos de Oro que imitan y traducen, implícita o explícitamente. Así, la imitación y la traducción son equiparables en muchos casos: el Brocense, por ejemplo, en sus Anotaciones y enmiendas a Garcilaso (1577), no duda en defender la apropiación del modelo a través de la traducción, como forma de superación, o aemulatio (Vilanova 1949: 573). El mismo Brocense se basa en los comentarios a Dante, Petrarca y Boccaccio aparecidos en Italia y utiliza la doctrina de la imitación poética propugnada por Escalígero en sus Poetices libri septem (1561), donde considera la apropiación de versos ajenos por medio de la traducción como un arte; arte de emulación es éste, añade el Brocense, que practicaron Ariosto y Sannazaro en sus obras.

A su vez, Fernando de Herrera, en competencia con el Brocense, al que no cita, declara en sus Anotaciones a Garcilaso (1580) que había comenzado su obra ya en 1571 siguiendo a los comentaristas italianos de los clásicos grecolatinos (Mureto, Lambino, M. Bruto, Vineto y Escalígero), comparando los versos de Garcilaso con los de los antiguos y defendiendo la imitación que busque la superación del modelo (Vilanova 1949: 574 y 581). La dependencia de Escalígero, en lo que tiene su obra de arte poética, es clara (Morros 1997: 51 y ss.). Para Vilanova, Herrera supera al Brocense en cuanto que desarrolla un arte poética muy elaborada, más allá del mero comentario sobre las fuentes y al nivel de la creación literaria de los Siglos de Oro, además de compaginarlo con su propia creación poética, de gran calidad. Sus fuentes son la teoría mimética de Platón en el Cratilo reelaborada luego por Aristóteles y la doctrina de la imitación en los diálogos Fedro e Ion. Es contrario a la doctrina de la imitación de los modelos de Escalígero y el Brocense, en cuanto imitación servil limitada a la repetición propugnada por el humanismo. Herrera se opone a la mera traducción parafrástica que predominaba en la imitación de los petrarquistas, con la consiguiente repetición de ideas y conceptos, sólo justificable para él como paso para encontrar nuevos modos y formas.

Es evidente que Herrera quiere sobrepasar a los italianos, o emularlos, en el sentido retórico de superación del modelo, que es lo que consigue la gran literatura aúrea en castellano, sin olvidar el rango superior, o «imperial», de la poesía épica que desarrolla en Os Lusíadas (1572) Luís de Camões, autor llamado por Faria e Sosa en su edición (1639) «príncipe de los poetas de España» por ese motivo. No se olvide que el texto de Herrera se escribe en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Camões y del rey don Sebastián, cuando Felipe II incorpora Portugal al imperio católico o hespérico (no a España, de la que siempre formó parte), suceso celebrado por Cervantes en la Numancia (1581) y por Ercilla en el último canto de La Araucana (1569–1589), otro gran poema épico del imperio. Por otra parte, Aníbal Caro escribe entre 1563 et 1566 una traducción libre de la Eneida al toscano en endecasílabo suelto, no publicada hasta 1581, en Venecia, en la que quiso probar la capacidad del italiano para el lenguaje épico, versión frecuentemente imitada luego por otros traductores. La Jerusalén liberada, de Torquato Tasso (1575), otro poema épico del imperio, se tradujo al castellano por Juan Sedeño (Madrid, 1587).

Meregalli (1986: 6–7) cita la nota 214 de Herrera a la égloga III de Garcilaso, dolido del menosprecio de los escritores italianos hacia España.5 Sin embargo, los italianos llaman igualmente bárbaros a los invasores franceses o germanos, pues se consideran los legítimos herederos de Roma. Durante los siglos XVI y XVII –como ocurre con Portugal– son parte importante del imperio católico–romano de los Austrias, cuya sede política está en España, como antes lo fueron del romano–germánico; luego, como España, estarán bajo los Borbones importados de Francia.

Por otra parte, Herrera propugna, anticipándose a Carrillo y a Jáuregui, una doctrina de la erudición poética que incluye una defensa de la oscuridad, o de la dificultad, en su distinción entre el fondo y la forma: el poeta debe de ser claro, inteligible o perspicuo, en las palabras que usa, acomodadas según orden y concierto, para no hacerse ininteligible u oscuro, lo que impediría la comprensión, pero esto no excluye la oscuridad de los conceptos, que procede de un pensamiento profundo y una docta erudición, que es lo que no debe oscurecerse aún más con las palabras (Vilanova 1949: 582–583).

Esta doctrina es desarrollada después por Luis Carrillo y Sotomayor en su Libro de la erudición poética (1611), manifiesto del culteranismo publicado dos años antes que las Soledades y el Polifemo de Góngora, y luego por Juan de Jáuregui, en respuesta a éste, con su Discurso poético (1622), manifiesto del conceptismo. Carrillo distingue entre oscuridad y dificultad: la primera es un vicio, producto del abuso del enigma y del barbarismo o la afectación, que hace el lenguaje ininteligible; la segunda una propiedad del lenguaje elevado que lo hace deleitable y que sólo el docto o enseñado puede entender: lo que para la retórica no es conveniente –decente, prepon– lo es para la poesía; pero Jáuregui, en el último capítulo de su libro, da otra idea de la oscuridad basada en la distinción de Herrera entre dificultad de las palabras y los conceptos, eliminada por Carrillo, y llama dificultad a la oscuridad de los conceptos, agudezas o sentencias, que es lo valioso, y oscuridad propiamente dicha a la de las palabras, al ornato de las figuras de palabra que producen lo ininteligible o sin sentido en un rumor de voces o sonidos estupendos.

La traducción sirve de mediación entre las obras maestras del pasado y las del porvenir en otra lengua. De ahí la importancia de la versión de El cortesano de Castiglione (1534) y los prólogos de Boscán, el traductor, con elementos de una poética (García Galiano), y de Garcilaso, o la Retórica en lengua castellana de Miguel de Salinas (1541) y su prólogo, precedidos de la Gramática de Nebrija (1492), textos todos que se adelantan a los franceses correspondientes, desde Dolet y su Manera de traducir de una lengua a otra (1540), a Petrus Ramus (Pierre de La Ramée), la Retórica de Salinas es anterior a la retórica en italiano de Bernardino Tomitano (Venecia, 1546), y a la francesa de Antoine Fouquelin (1555).

La separación de Portugal de la monarquía hispánica entre 1640 y 1668 marcaría el principio del fin del Siglo, o Siglos, de Oro, con Francia y el francés en alza. La superioridad cultural de Italia en el plano humanístico hasta entonces está compensada por la mayor riqueza y variedad de España en el plano literario y por su dominio político en el imperio católico común, con sede ideológica en Roma. En ese contexto la lengua castellana y la lengua toscana se interfieren la una a la otra en diversos grados de intensidad con el trasfondo de la lengua latina, todavía dominante como lengua de cultura.

 

Retórica y poética

La progresiva y relativa independencia de la poética respecto a la retórica en su sentido pleno es consecuencia, por un lado, de la difusión cada vez mayor de lo escrito desde la invención de la imprenta y, por otro, de la reducción, o restricción, de la retórica a la elocutio, que incluye principalmente las figuras de palabra o estilo y la compositio o composición rítmica y sintáctica. En sentido amplio, hay que incluir como poéticas no sólo las normativas de Aristóteles y Horacio (Epístola a los Pisones), sino también las obras a imitar de Homero, Virgilio, Dante y, sobre todo, dos obras de Petrarca:6  los Triunfos para la poesía narrativa, con traducciones desde 1512 (Antonio de Obregón; luego Hernando de Hoces, 1554, y otras parciales), y el Canzoniere para la lírica, con traducciones tardías al castellano de los portugueses Salomón Usque (Venecia, Nicolò Bevilacqua, 1567; sólo parte I) y Enrique Garcés (Madrid, Guillermo Droy, 1591). Influyen, además, la poesía occitana (amor cortés), el platonismo (Pietro Bembo, León Hebreo) y el código cortesano (B. Castiglione).7

En sentido estricto, sin embargo, el criterio para diferenciar la poética de la retórica será la lectura que los humanistas hacen de la epístola a los Pisones de Horacio y de la retórica de Quintiliano (X, 1) para aplicarla al texto propiamente poético, es decir, el que busca deleitar y no persuadir, además de tener mayor libertad para usar palabras y figuras, ajustándose al mismo tiempo a las restricciones impuestas por la métrica, que incluye el ritmo, distinto del ritmo de la prosa.

A partir de 1500 se suceden en Italia una serie de comentarios en latín a la epístola de Horacio, hasta que Robortello (1548) publica los suyos junto con los de la poética de Aristóteles, todos más o menos impregnados de la doctrina retórica de este y otros autores. El Brocense publica su primer comentario en 1558, siempre en latín, con sucesivas ediciones, y el segundo en 1591. Todos ellos pueden considerarse poéticas. En 1561 Julio César Escalígero juzga el texto de Horacio negativamente (ars sine arte), e influye en los preceptistas que escriben en castellano, como el Pinciano o Cascales, que lo tratan con ambigüedad. Este último descalifica también al Brocense (Mañas 2012: 240).8

Homero es el modelo, desde siempre, en la enseñanza, aunque ya desde pronto este magisterio sea puesto en duda en la misma Grecia, por ejemplo por Platón en el Ion, o por Jenofonte en el Symposio, lo que no impide que siga existiendo. De hecho, la mezcla de lo cómico y lo trágico es, como señala Curtius (1955: 594), un rasgo del estilo épico, mientras que Aristóteles y su idea del decoro en la Poética propugna la separación; pero los grandes autores castellanos mantienen la mezcla en sus obras –El Libro de Buen Amor, La Celestina, el Quijote y la comedia nueva de Lope– y esa mezcla tragicómica de estilo jocoserio es, además, lo propio de la novela moderna.

Alfonso V de Aragón encargó a Lorenzo Valla una traducción de la Ilíada al latín, en prosa, que se imprimió en 1474 en Roma y Brescia. Valla tradujo los dieciséis primeros libros y su discípulo Francesco Griffolini el resto. Esta edición es anterior a la primera en griego de la Ilíada y la Odisea, editada por el bizantino Demetrios Chalcondylas en Florencia (1488), seguida luego por la de Aldo Manucio (Venecia, 1504). La primera traducción completa de la Odisea fue hecha al alemán por Simon Schaidenreisser en 1537 y el libro I de la Ilíada fue traducido al italiano por Francesco Gussano (Venecia, 1544). La traducción completa la hace Ludovico Dolce en octavas, tanto de la Ilíada como de la Eneida, con ediciones póstumas en 1570. Gonzalo Pérez, embajador y secretario de Carlos V y Felipe II publica la primera traducción de la Ilíada en castellano (los trece primeros libros en Salamanca y Amberes,1550, y la traducción completa en Amberes, 1556).

Ya en el siglo XV Enrique de Villena traduce la Eneida, con glosas (los tres primeros libros), y la Comedia de Dante y luego hubo dos versiones sumarias de la Ilíada en castellano, la de Juan de Mena, traducción de la Ilias latina –un resumen antiguo– impresa en Valladolid por Guillen de Brocar en 1519; la otra, atribuida al hijo del marqués de Santillana, Pedro González de Mendoza, consistía en la traducción de los cantos de la Iliada I–IV y X, además de IX, vv. 222–603, traducidos al latín por Pier Candido Decembrio hacia 1441, cuya versión parcial le había sido solicitada por Alfonso de Cartagena a requerimiento de Juan II, y recibe los cinco libros en 1446. El italiano tenía en su poder, además, la versión latina de Leoncio Pilato. Antes, para satisfacer la impaciencia del rey por tener su Ilíada, Juan de Mena le traduce la otra versión resumida. Las traducciones (hizo varias) de Pilato sirvieron de punto de partida de otras versiones de la Ilíada: la de Leonardo Bruni (libro IX, vv. 222–603) de 1405, y la de Lorenzo Valla (libros I al XVI), de 1442–1444 (Serés 1989). La Ilias latina traducida por Juan de Mena (Omero romançado o Yliada en romançe) data del siglo I y fue ya parafraseada en el Libro de Alexandre. Es una versión resumida en 1070 hexámetros del original griego.

En cuanto a Virgilio, Juan del Encina publica una traducción de las Bucólicas en su Cancionero (1496). Otra traducción es la de Juan Fernández de Idiáquez (Barcelona, 1574). La traducción italiana es de 1582 (Bernardo Pulci). La Arcadia de Sannazaro se traduce en 1547 (Blasco de Garay) y 1562. El estilo bajo o vulgar de la bucólica es el apropiado para las novelle italianas que conducen a la novela. Es el camino que sigue Cervantes, desde La Galatea al Quijote y a las «ejemplares». Juan de Guzmán publica una traducción de las Geórgicas en 1586 (Salamanca) y fray Luis de León traduce los seis primeros libros en prosa. Gregorio Hernández de Velasco traduce La Eneida en verso en octavas reales (Toledo, Juan de Ayala, 1555), muy reimpresa hasta la actualidad. La traducción de Diego López de las obras de Virgilio es de 1600.

B. Castiglione, Giovanni della Casa (Galateo, Venecia 1558), y sus traducciones y adaptaciones, entran en lo que se llama retórica de las maneras (Pons 1999). La primera traducción del Galateo, de Domingo de Becerra, se publicó en Venecia en 1585, seguida de la adaptación El Galateo español, de Lucas Gracián Dantisco, cuya primera edición conocida es de 1593, con muchas ediciones posteriores. Habría que incluir también, quizás, por su influencia en los escritores, algunas de las traducciones que se hicieron de obras de Erasmo, como los Adagios, Apotegmas, Coloquios, etc (véase apartado bibliográfico de Bataillon 1991).

Sobre Cervantes, dice Eisenberg (2001) que no demuestra conocer ningún autor clásico que no existiera en traducción; que menciona a Apuleyo, pero no tiene noticia del Satiricón; que ha leído a Heliodoro, pero no sabe quién es Hesiodo. La única lengua extranjera que lee es el italiano, y menciona los Diálogos de amor de León Hebreo y el Orlando furioso de Ariosto con alusión a los originales italianos; también alude a la Arcadia de Sannazaro, y el Orlando enamorado de Mateo Boyardo. Escribe sobre tres obras a través de un elogio de la traducción: la Aminta de Tasso, traducida por Juan de Jáuregui, la traducción que hace Suárez de Figueroa de El pastor Fido, de Battista Guarini y la traducción de Enrique Garcés de los Sonetos y canciones de Petrarca, elogiada en el «Canto de Calíope» y publicada con soneto preliminar de su amigo Pedro de Padilla.

Supone Eisenberg que tendría un ejemplar del Cortesano de Castiglione traducido por Boscán, así como la Jerusalén liberada de Tasso, traducida por Juan Sedeño (Madrid, 1587), y la Monarquía de Cristo de Juan Antonio Pantera, traducido por Pedro de Padilla (Valladolid, 1590). De las Lagrime di San Pietro de Luigi Tansillo aparece una octava traducida en Don Quijote (I, 33). Hay extensas citas de dos obras en prosa italianas: Gli Asolani («los habitantes de Asolo») de Pietro Bembo –ignorando la traducción publicada en Salamanca en 1551– y el Libro di natura d’amore, de Mario Equicola, que no ha sido nunca traducido al español. En cuanto a la teoría literaria, leyó a López Pinciano, Miguel Sánchez de Lima, así como a Cristóbal de Mesa en su Compendio de Arte Poética en verso (1607).

Falta por aludir a la agudeza y el ingenio en Marino, Lope, Góngora y Quevedo y las poéticas posteriores, de Pellegrini a Gracián y Tesauro. Las fuentes clásicas son: un apartado del libro III (cap. 10) de la Retórica de Aristóteles dedicado al dicho elegante e ingenioso (asteîa, urbanitas), la parte en De oratore, libro II, sobre lo ridículo, y Quintiliano, libro VI, acerca de la risa, además de Hermógenes, peri ideôn (ed. Ruiz Montero, II, 339 y ss.). Como precedente inmediato De acuto et arguto (c. 1619), del jesuita polaco Mateo Casimiro Sarbiewski, o Sarbievius, poeta neolatino que enseñó en Roma y cuyo tratadito circuló manuscrito (Vuilleumier 1999: 524–525). Gracián trata de unificar en su concepto de agudeza la acutezza y la argutezza que los italianos distinguen, como antes Sarbiewski.

 

Los textos: retóricas

Un lejano precedente es la traducción al castellano, hacia 1293 –reinando Sancho IV– de la retórica de Bruneto Latini, traducción de la Retórica vieja de Tulio, o sea, De inventione de Cicerón, comenzada con diecisiete capítulos en toscano antes de 1260, traducción no literal que él mismo utilizó posteriormente para la versión definitiva inserta en la tercera parte del Livres dou Tresor, escrito en francés –langue d’oïl– y traducido al italiano en 1266 por Bono Biambono con el título de Il Tesoro (III, capítulos 1–73). Otro precedente, en el siglo XV, fue Alonso de Cartagena y su traducción parcial de Cicerón, De inventione, libro I, por encargo de Duarte I de Portugal. Cartagena pudo servirse de alguna de las copias en castellano de la traducción de Latini que se hicieron en el siglo XV (casi todas las conservadas, unas quince, son de esa época). Hay también un capítulo –el quinto– sobre retórica en la Visión deleytable de Alfonso de la Torre, escrita en castellano hacia 1440 y publicada en Burgos en 1485. Es una enciclopedia que usa como fuente principal la Guía de los perplejos de Maimónides. En la primera parte de la obra trata sobre las artes liberales, la metafísica y las ciencias naturales, mientras que en la segunda desarrolla una filosofía moral. Fue traducida al italiano por Domenico Delfini en 1556. La edición de Ámsterdam de 1663 es retraducción del italiano al castellano.

El manuscrito completo de la Institutio oratoria de Quintiliano lo descubre Poggio Bracciolini en 1416, en la abadía de Saint Gall; la primera edición impresa en latín fue la de Roma (Campano, 1470) y en italiano la de Venecia (il Giolito, 1556), en traducción de Orazio Toscanella, con varias ediciones hasta finales de siglo. En 1663 fue vertida al francés por Michel de Pure. No hay traducción al castellano hasta finales del siglo XX, si se exceptúa la versión incompleta de segunda mano de finales del siglo XVIII (1799).9

Nebrija incluye en su Gramática castellana (1492) una parte retórica que luego omite en su Rhetorica en latín (1515), un compendio, como indica el título, de Aristóteles, Cicerón y Quintiliano. La parte retórica de la Gramática (IV, 5–7, tropos y figuras) es una traducción del Ars Maior de Donato. Las cuestiones de métrica, a las que Nebrija dedica la mayoría de los capítulos del libro XI, también afectan a la composición retórica y a la poética. Además, se sabe que tradujo al castellano, para uso de sus alumnos, el Sententiarum variationes sive synonima de Stephanus Fliscus (Salamanca, Juan de Porras, 1487–1490), un manual para el ejercicio de la copia, en el sentido de variación de palabras (verba) y de ideas (res) expresadas en oraciones (sententiae), semejante al De duplici copia verborum ac rerum, publicado en 1512 por Erasmo (López Grigera 1994: 43).

López Grigera (1994: 57–60 y 87–92) distingue hasta cinco generaciones de retóricos durante el siglo XVI, con unas treinta retóricas publicadas, en latín las más y unas pocas en castellano, que distribuye por cuartos de siglo de acuerdo con la bibliografía publicada por V. Arizpe et al. (1983), en la que se cita el opúsculo en latín del discípulo de Nebrija Fernando de la Pradilla, titulado Obra en gramática, poesía y rhetórica (Logroño, P. Guillén de Brocar, 1503).10

En la enseñanza de la retórica se usan varias clases de textos: Institutiones (teoría), Progymnasmata (praexercitamina) o ejercicios, con gran influencia en la literatura, y comentarios (Enarratio poetarum), por ejemplo, las Anotaciones de Herrera a Garcilaso.11

Sobre los textos retóricos griegos hay traducciones en Italia con paráfrasis en toscano de la Retórica de Aristóteles desde Bernardo Segni (Florencia, 1549) a Alessandro Piccolomini (Venecia, 1572). No hay traducciones en castellano impresas, pero sí dos manuscritos del siglo XVII: uno en la Biblioteca de la Universidad de Glasgow (ms. Hamilton 47), de 1621, atribuido a Pedro Simón Abril; y el otro en la Biblioteca Nacional de España (ms. 9809), fechado en 1630 y autógrafo del traductor Vicente Mariner de Alagón (Olmos, 2012).

Demetrio es comentado en latín por Pietro Vettori (Florencia, 1548) y el libro sobre el estilo (peri ideón) de Hermógenes, tan influyente luego en todas partes, es comentado en toscano en los diálogos de Ermolao Barbaro (Venecia, 1547) (Magnien 1999: 344–345). Esta obra de Hermógenes, a la que suele achacarse el cambio de actitud hacia Cicerón en la segunda mitad del siglo XVI, puede ser interpretada también como un desarrollo de la obra del escritor latino, una posición más avanzada de la retórica griega tardía (Magnien 1999: 347). García Matamoros representaría en España esa actitud y también el cambio tardío en el Brocense y otros.

Durante el siglo XVI son numerosos los textos que defienden la lengua vulgar. Así el Diálogo de la lengua, escrito en Nápoles por Juan de Valdés en sus últimos años (1534–1541), que circuló manuscrito y no se publicó hasta el siglo XVIII. Tiene influencia de Erasmo y de las Prose della volgare lingua de Bembo (1525, v. I. 4). El Diálogo em louvor da nossa linguagem de João de Barros es de 1540 y la Défense et illustration de la langue française de Joachim Du Bellay de 1549. Ambrosio de Morales, en su Discurso de la lengua castellana (1546), sigue las ideas ciceronianas de dignificación del vulgar, que reflejan los conflictos en la Universidad entre el latín y el castellano (Rico Verdú 1973). Con la contrarreforma son los jesuitas los que imponen el latín en la enseñanza, al contrario de lo que sucede en los países reformados, con la retórica como disciplina fundamental.

Pedro Simón Abril (en el prólogo a su traducción de Terencio, 1577), Baltasar de Céspedes y Juan de Guzmán defienden también la lengua vulgar, mientras que los más usan el latín como lengua y disciplina internacional que es, pero minoritaria. Las retóricas en castellano, como las escritas en toscano, se traducen para un número creciente de clérigos y letrados que no saben latín. La de Jiménez Patón (1604), es la primera que pone ejemplos de escritores en castellano.

Se atribuye a Miguel de Salinas la primera retórica en castellano, compuesta «por un fraile de la orden de San Jerónimo» (Retórica en lengua castellana, Alcalá, Brocar, 1541), tal vez por encargo del príncipe Felipe, a quien va dirigida.12 Tanto Nebrija como Salinas dan todavía más importancia a la inventio que a las otras partes de la retórica y en 1548 Alfonso García Matamoros publica, también en las mismas prensas, su ciceroniano De ratione dicendi, dedicado principalmente a la invención. Salinas es ecléctico, pues se basa en autores latinos (Cicerón y Quintiliano) y griegos (Hermógenes y Trebisonda), según dice en el prólogo.

Salinas, dice su editora reciente (Sánchez García 1998: 223–224), sigue los criterios de imitación compuesta de Nebrija y su lengua, según el prologuista y humanista Petreius (Juan Pérez), destaca por tres cualidades: propiedad, claridad y ornato; hay en él, además, semejanzas con las teorías estilísticas de los partidarios de Erasmo en España, Juan de Valdés, o Alonso Ruiz de Virués y con e uso ecléctico que hacen Nebrija y Erasmo de las fuentes clásicas. Salinas había seguido en Alcalá la retórica del bizantino Jorge de Trebisonda (Venecia, 1470), también llamado Trapezuntio, editada allí en 1511 por Brocar (Opus absolutissimum rhetoricorum) con anotaciones de Alonso de Herrera, catedrático de griego, texto que el retórico bizantino había publicado en latín en Venecia (1470) siguiendo la doctrina de Hermógenes de Tarso (siglos II–III). El primer seguidor de Trebisonda fue Alfonso de Palencia, contra Nebrija, que impuso luego su compendio de retórica, incluyendo la aristotélica.

La influencia de Trebisonda y Hermógenes en el siglo XVI es importante en cuanto a la delimitación entre retórica y poética, y en otros aspectos relativos al estilo, como el decoro o la amplificación (fray Luis de Granada). La traducción al latín y el comentario de las ideas (formas de estilo) de Hermógenes la hizo Antonio Lull, o Lulio, en el libro VI de su tratado retórico titulado De oratione libri septem (Basilea, 1558),13 obra anterior a la poética en latín de Escalígero (Poetices libri VII, Ginebra y Lyon, 1561), autor que incluye también a Hermógenes y sigue la tradición medieval de incluir la poesía en la elocuencia, como hace Lulio, cuya obra, menos difundida, es anterior también al Arte poética toscana de Antonio Minturno (1563–1564), que separa poesía y retórica y establece la división genérica entre épica, lírica y dramática. Escalígero, en cambio, apuesta por la retorización de la poética y de las obras poéticas en vísperas del manierismo, al contrario que la prosa poética de Montaigne, erasmista y anti–ciceroniano que huye de la oratoria (Magnien 1999: 393–394).

Los ejercicios retóricos (progymnásmata) de Hermógenes, de atribución dudosa, ya los había traducido al latín Prisciano de Cesarea (siglos V–VI) y fueron usados en la Edad Media. Los más completos de Teón (siglo I?) fueron traducidos al latín por Johannes Camerarius (Theonis sophistae exercitationes, Basilea, 1541), aunque parece que hubo una versión anterior sin publicar hecha por el erasmista y helenista de Alcalá Francisco de Vergara hacia 1521. Teón incluye la paráfrasis como ejercicio, aplicado en Roma como fundamento de la traducción.14

Los ejercicios retóricos de Aftonio (siglos IV–V), adaptados de Hermógenes y con ejemplos más elaborados, fueron los más difundidos a partir de la traducción latina de Rodolfo Agrícola (c. 1470, impresa en Amsterdam, 1532), anotados por el Brocense (Salamanca, 1556) y Francisco Escobar (Barcelona,1558). Juan de Mal Lara añade escolios (Aphthonii progymnasmata Scholias, Sevilla, 1567) y Pedro Simón Abril hizo una versión en castellano que menciona en su Gramática griega: Nicolás Antonio la cita como impresa («traduzidas de Griego en Latin y en Castellano», Zaragoza, en 4º), pero es obra perdida, basada en las versiones latinas de Agricola y de Escobar, según Menéndez Pelayo. Otras traducciones son las de Oratio Toscanella, en 1578, Essercitii di Aftonio Sofista tirati in lengua regolata italiana, y la de Juan Lorenzo Palmireno en Segunda parte del Latino de repente (Valencia, 1573), en latín y castellano.

Juan de Guzmán basará su Primera parte de la retórica (Alcalá, 1589), dividida en catorze combites de oradores, en la obra de Pedro Juan Núñez Institutionum Rhetoricarum (Barcelona, 1578), en la que se incluye para los Progymnasmata de Aftonio parte de las versiones latinas de Agrícola y de Giovanni Maria Cattaneo (Bolonia, 1507), editadas desde 1542. Solo trata la fábula, la chria, la sentencia, la tesis y los lugares comunes, ejercicios asignados tradicionalmente al género deliberativo que constituyen la materia del tratado (Periñán 1993). El mismo Oratio Toscanella traduce al italiano (Venecia, 1567) De inventione dialectica de Agricola (1479). En cuanto a Núñez, es ciceroniano en sus Institutiones oratoriae (1552), cerca de Petrus Ramus y Thalon, pero en obras posteriores divide la elocución en figuras e ideas (formas de estilo o expresión) siguiendo a Hermógenes y Trebisonda (López Grigera 1994: 81).

Ruiz Montero (1993: 43 ss., 80–82) explica que Alfonso García Matamoros, en De tribus dicendi generibus (1570), se refiere a las veinte ideas o formas de decir en Hermógenes (Peri ideón, De las formas de estilo), que Trebisonda redujo a siete, y menciona a Luis Vives, que las trató también y las llamó orationis virtutes. Añade que también Miguel de Salinas cita a Vives, junto a Trebisonda, Cicerón y Quintiliano, cuyos preceptos utiliza, y el Brocense, también se sirve de él en De arte dicendi (1556, traducción en 2007, El arte de hablar), pero que luego deriva hacia el aristotelismo, a la manera de Ramus.

Los mejores conocedores de Hermógenes son Antonio Lulio y Pedro Juan Núñez. En su retórica de 1578 Núñez dedica unas cuantas páginas a las varias ideas de Hermógenes, que traduce como perspicuitas, oratio distincta, magnitudo (que comprende auctoritas, vehementia, splendor, vigor, circuitio), venustas, velocitas, morata oratio (que comprende simplicitas, dulcedo, arguta oratio, modestia), veritas, obiurgatio, gravitas; luego habla de su uso en las partes del discurso. El libro sobre las formas de estilo de Hermógenes fue traducido al latín por Antonio Bonfine (De formis orationis, en De arte rhetorica praecepta, Lyon, 1558) y al italiano por Giulio Camillo, llamado Delminio (Le idee overo forme, Udine, 1594 y 1608). La versión latina de Núñez fue compendiada en el siglo XVII por sus discípulos Bartolomé Gavilá y Vicente Ferrer.15 Fray Diego de Zúñiga en su Philosophiae prima pars de 1597 menciona a Hermógenes y a Trebisonda y sus siete modos de acomodarse a personas, lugares, tiempos y temas, aunque su modelo sigue siendo Cicerón. Ya en el siglo XVII Juan Bautista Poza reconoce la deuda con Hermógenes en sus Rhetoricae compedium de 1615. Menéndez Pelayo menciona una versión en castellano de Pedro Núñez por un discípulo suyo, Miguel Sebastián, catedrático de retórica en la Universidad de Zaragoza, del año 1624, que ubica en la Biblioteca Colombina de Sevilla. Ruiz Montero precisa que esta obra sólo incluye los Progymnasmas y De los estados o constituciones.

Del obispo Pedro de Navarra o Pierre d’Albret son los Diálogos de la diferencia del hablar al escribir (Tolosa, Jacobo Colomerio, c. 1560–1565). Juan Costa y Beltrán escribió una Elocución oratoria (Barcelona, 1578 y Zaragoza, 1584; véase Arizpe et al. 1983), obra perdida que parece traducción de su De elocutione oratoria libellus (Barcelona, 1572; reed. 2015). El Arte de retórica de Rodrigo Espinosa de Santayana (Madrid, 1578) tiene tres partes, la primera sobre retórica, la segunda sobre historia y la tercera sobre arte epistolar y diálogo. La primera parte es un resumen de la Rhetorica de Salinas y la parte sobre el diálogo parece otro resumen del italiano Carlo Sigonio (De dialogo liber, Venecia, 1562, en latín), cuya popularidad en España debió de ser grande.

Las Anotaciones a la poesía de Garcilaso de Fernando de Herrera (1580) incluyen un análisis de las figuras retóricas y la distinción entre la dificultad de las palabras y de los conceptos, referida a las figurae verborum y a las figurae sententiarum. Dice Morros (1997: 38–39) que son una forma de enarratio poetarum en la que la traducción literal, o interpretatio, se asimila a la collatio o comparación de manuscritos, y el comentario al hallazgo de fuentes, según el método de Poliziano, es decir, primero el análisis retórico (figuras y composición) y luego la digresión sobre diversas materias que a veces suscitan cuestiones. Añade Morros (57–58) que Herrera unas veces traduce sus fuentes, que casi nunca menciona, al pie de la letra, y otras no; eso ha permitido a la crítica hablar de plagio, pero era una práctica generalizada entre los humanistas y explica las coincidencias con otros comentaristas y sirve también para marcar las diferencias entre ellos. La gran originalidad de las Anotaciones, concluye, está en la concurrencia de muchas fuentes amalgamadas.

El Brocense, por su parte, tiene una primera fase ciceroniana con De arte dicendi (Salamanca, 1556), para terminar siguiendo a Petrus Ramus, quien abogaba por la separación entre la dialéctica, que asimilaba a la la inventio y la dispositio, y la retórica, que identificaba con la elocutio (figuras, tropos y compositio).

La Primera parte de la Rhetorica (Alcalá de Henares, 1589) de Juan de Guzmán es un diálogo a la manera ciceroniana (De oratore) cuyo autor confiesa su deuda con el Brocense (ed. Periñán, 1993), de quien es discípulo. En la epístola dedicatoria, afirma que va dirigida a la enseñanza de la predicación; es un ciceroniano relativo, como Erasmo, que se vale de Hermógenes vía Trebisonda, como su maestro salmantino. Por su parte, Pedro de Guevara publica Escala del entendimiento: en la qual se declaran las tres artes de gramatica, dialéctica, retorica, y la universal, para todas las sciencias (Madrid, 1593) y Baltasar de Céspedes (Discurso de las letras humanas, 1600), basado en la retórica de Vives, según Rico Verdú (1973). Del jesuita Juan de Santiago es De arte rhetorica libri quattuor (Sevilla, Juan León, 1595), de carácter ramista, cosa rara entre los miembros de la orden.

Bartolomé Jiménez Patón publica su Eloquencia española en arte (Toledo, 1604), con una segunda edición en la parte central de su Mercurius Trimegistus (Baeza, 1621); Elena Casas ha editado la primera (Madrid, Editora Nacional, 1980) y F. J. Martín las dos (Barcelona, Puvill, 1993). Según Martín, Jiménez Patón es un ecléctico, influido por todas las corrientes y especialmente por Vives, Furió Ceriol y el Brocense. Furió Ceriol (Bonomia, sive de libris in vernaculam linguam convertendis, Basilea, 1535), el Brocense y Lorenzo Palmireno eran partidarios de las traducciones al romance, como Petrus Ramus en Francia, pero no las practicaban. Jiménez Patón es el primero que pone ejemplos de literatura castellana, sobre todo de Lope de Vega, y el primero que aclara conceptos tales como las llamadas confusamente figuras de pensamiento, que él denomina «figuras de sentencias»16 o la idea de mímesis: dar vida, fabricar objetos vivientes, animados, o dotar de alma, de consistencia objetiva, una visión, o intuición, asociada a la figura de la hipotiposis (enargeia o evidentia, creación de imágenes, en suma).17 Madroñal (2009) sostiene y demuestra que el libro inédito de Patón Instrumento necesario para adquirir todas ciencias y artes (c. 1604), una especie de manual de dialéctica en castellano, es traducción de dos obras del Brocense, maestro del autor en la Universidad de Salamanca, una de ellas literal, la parte dedicada a tal disciplina en el famoso Organum Dialecticum et Rhetoricum (1579).

El culto sevillano, de Juan de Robles, escrito hacia 1631, quedó inédito hasta 1883. En él se incluye, en forma dialogada, una retórica y una ortografía, con ejemplos de la literatura en castellano. El dominico Tomás Aguilar edita una retórica en castellano con el título en latín (Brevi Rhetorices Compendium, Sevilla, 1669) y el franciscano José Antonio de Hebrera publica Jardín de la elocuencia (Zaragoza, 1677) en cinco libros, obra dirigida a oradores, poetas y políticos, con ejemplos de la literatura en castellano de su tiempo.

En cuanto a la oratoria, María Rosa Lida (1951: 210) dice que España compartió con el resto de Europa la predilección por Isócrates: Gracián de Alderete tradujo De la gobernación del reino, al rey Nicocles (Salamanca, 1570) y Pero Mexía, sobre la versión latina de Rodolfo Agrícola, la Parénesis a Demónico, incluida en su Silva de varia lección (Sevilla, 1542). De Cicerón Andrés Laguna tradujo las Catilinarias (Amberes, 1557), Simón Abril el libro primero de las Verrinas (Zaragoza, 1574) y empleaba en sus clases versiones castellanas estos discursos y de otros como Pro lege Manilia, Pro Archia, Pro Marcello y Pro Milone. Martín Laso de Oropesa agregó a su versión de la Farsalia de Lucano (Burgos, 1578) la del Pro Marcello y Pro Ligario.

Entre las retóricas orientadas a la predicación destaca la de fray Luis de Granada en latín (Rhetorica ecclesiastica, Lisboa, Riberius, 1576), con traducción al francés de Nicolas–Joseph Binet (París, 1698); en 1675 la utiliza Gilles du Port como base para su Rhétorique françoise, pero no se traduce al castellano hasta 1770. Es una de las mejores retóricas de la época, con un completo fundamento clásico en Cicerón y Séneca e influencia de Erasmo, Hermógenes y Trebizonda. Notable es su amplio tratamiento de la amplificación. Antes, el obispo de Verona, Agostino Valier, había escrito ya otra Rhetorica ecclesiastica (Verona, 1574) por encargo del arzobispo de Milán, Carlos Borromeo. Valier pone como modelos para la predicación a los padres de la Iglesia que siguen a los grandes oradores griegos y romanos. Después, el franciscano Francesco Panigarola, que influirá en Marino, publica en italiano su Modo di comporre una predica (Cremona, 1584) e Il predicatore (Venecia, 1604), obras en las que aboga por un estilo elevado basándose en Demetrio de Falero. El Tratado breve para los predicadores del santo evangelio, de Francisco de Borja (Madrid, Madrigal, 1592) fue traducido al latín y editado en Amberes por Schottus en 1598 (Arizpe et al. 1983). Los jesuitas son ciceronianos hasta el Rhetoricae Compendium de Juan Bautista Poza (Madrid, 1615), que incluye a Hermógenes, y Gracián se basa luego también en los retóricos griegos tardíos (López Grigera 1994: 93).

 

Los textos: poéticas

Están, de una parte, las poéticas de Aristóteles y Horacio editadas y comentadas durante el siglo XVI; de otra, la teoría poética desarrollada en este mismo siglo a partir de la restricción de la retórica a la elocutio, algo que se da ya en Juan Luis Vives (De ratione dicendi, Lovaina, 1533) y más tarde en Petrus Ramus, Omer Talon y sus seguidores en España, como el Brocense en su madurez, quienes adscriben la invención y la disposición retóricas a la dialéctica, es decir, a la filosofía, y reducen la retórica al ornato. El Brocense, además, actualiza las viejas pretensiones de la gramática sobre la retórica en su Minerva (1587), anexionándose algunas figuras, en contra de la inseparabilidad entre retórica y filosofía en Cicerón y Quintiliano o de la invasión de la gramática en los dominios de la retórica (Institutio oratoria, prohemio). Con todo ello, la retórica queda reducida, o restringida, a instrumento al servicio de la poética por medio de las figuras y el ritmo compositivo, «literaturizándose»; además, no deja de ser también instrumento, como siempre lo fue, para la traducción. Vives, en su tratado, aboga por un equilibrio entre sujetarse a la letra o al sentido (III, 12), lo cual implica el ejercicio medido de la paráfrasis, y rechaza la imitación servil y el principio de autoridad, como harán también otros valencianos, Lulio o Furió Ceriol. Vives es autor también de un diálogo sobre las relaciones entre poesía y verdad titulado Veritas fucata (Lovaina, 1523, con una versión reducida anterior, de 1514), asimilable a una poética.

Antes, para Lorenzo Valla, la dialéctica era solo una parte de la inventio, una especie de la confirmación y la refutación, y en esto le siguen luego Giulio Camillo (Due tratatti, Venecia, 1544) y Mario Nizolio (De veris principiis, Parma, 1553), subordinando la filosofía a la retórica (Magnien 1999: 385 ss.), lo mismo que Juan Costa en su De utraque inventione oratoria et dialectica libellus (Pamplona, 1570). A esto se une la difusión de las retóricas griegas basadas en Hermógenes y su libro sobre el estilo (peri ideôn), así como el uso de los ejercicios retóricos en la enseñanza. Los dos textos principales al respecto son los de Sebastián Fox Morcillo De imitatione seu de formandi styli ratione (Amberes, 1554) y De tribus dicendi generibus sive de recta informandi styli ratione, de Alfonso García Matamoros (Alcalá, 1570), quien, a pesar de ser un ciceroniano –o quizás por eso–, dedica a Hermógenes un capítulo sobre el estilo, es decir, los genera dicendi o modalidades discursivas (gr. schémata kaì léxeis, en el capítulo sobre la etopeya en los Progymnásmata) que Prisciano había ya traducido como stylum (López Grigera 1994: 95). Los dos textos podrían considerarse traducciones implícitas de Hermógenes pasadas por Trebisonda (libro V).

La poética de Marco Girolamo Vida (De arte poetica, 1527), en hexámetros latinos y basada en Horacio, es la primera que separa la poética de la retórica, cosa que en España no se da hasta el último tercio del siglo XVI, cuando se registra un notable descenso en el número de tratados retóricos publicados. El Arte poética de Sánchez de Lima (Alcalá, 1580) es el primer ejemplo de poética versificatoria en castellano (Rodríguez Cachón 2018: 159–160); hasta esa fecha, solo se publicaron en España dos tratados en latín referidos a la poética, en su sentido aristotélico: De arte poetica, del Brocense (1558) y De poetica decoro de Antonio Lulio, escrito entre los años 1554 y 1558. En el prólogo a la Teológica descripción de los misterios sagrados (1541) de Alvar Gómez de Ciudad Real están incluidos unos postulados atribuidos al moralista toledano Alejo de Venegas que relacionan poesía y razón, desarrollados luego en la traducción que el propio Venegas hará en el año 1553 de El Momo de Leon Battista Alberti, donde establece una peculiar doctrina poética en diez conclusiones (Rodríguez Cachón 2018: 342).

En Italia, a mediados del siglo XVI, las traducciones, paráfrasis y comentarios de la Poética aristotélica,18 redescubierta entonces, dan lugar a nuevas poéticas, por ejemplo la de Vicenzo Maggi en colaboración con Bartolomeo Lombardi de 1550, la de Pietro Vettori de 1560, la de Alessandro Piccolomini de 1575 y, especialmente, las de Francesco Robortello de 1548 o Ludovico Castelvetro de 1570, junto con la ya extendida Arte poética de Horacio (desde la de Aldo Manuzio el Viejo de 1501 a la de Giovanni Battista Pigna de 1561), que van estableciendo una doctrina más o menos fiel a los originales. Es Castelvetro quien fija de modo definitivo y arbitrario la ley dramática las tres unidades, a veces atribuida, por error, a Escalígero, doctrina que apenas se sigue en España hasta el siglo XVIII (Sáinz Rodríguez 1989: 19). La primera versión en castellano de la Poética de Aristóteles es la de Alonso Ordóñez (Lisboa,1626), no reeditada hasta 1778. Hay otra traducción manuscrita de Vicente Mariner (1630), no editada.

También se va independizando la poética de la retórica a partir de las diferentes traducciones al latín de Platón y Plotino que hace Marsilio Ficino a finales del siglo XV, traducciones y comentarios que influyen en toda la corriente renacentista de corte platónico con textos como la Divisioni della Poetica (1529, pero publicada en 1562) de Gian Giorgio Trissino, los Versi e regole della nova poesia toscana (1539) de Claudio Tolomei, la Poetica volgare (1536) de Bernardino Daniello, el Arte poetica (1551) de Girolamo Muzio o el Modo di comporre in Versi nella lingua italiana (1559) de Girolamo Ruscelli, entre los más destacados (Rodríguez Cachón 2018). A posteriori, estos tratados italianos de poética pudieron influir en el petrarquismo en castellano, junto al comentario al Canzoniere atribuido a Antonio da Tempo (Vilanova 1949: 568).

Herrera, en las Anotaciones, traduce un fragmento de Trissino en la introducción al comentario de la égloga III de Garcilaso, concretamente en la sección inicial dedicada a la octava rima. El texto de Trissino se ensambla, con cita expresa de la fuente, con otros pasajes tomados del mismo Trissino y de Ruscelli, así como de una traducción disimulada de Gregorio Lilio (Historiae poetarum), un excurso sobre el origen del ritmo. En cuanto a la octava rima en concreto, Herrera incorpora ideas procedentes de Del modo di comporre de Ruscelli (véase Proyecto Boscán).

El Arte poética en romance castellano de Miguel Sánchez de Lima (Alcalá, 1580, tres diálogos) procede del libro IV de la Genealogia deorum de Boccaccio –la inspiración divina de los poetas– a través de la traducción italiana de G. Betussi de Basano (Venecia, 1554), del comentario a Petrarca atribuido a Antonio da Tempo y de la Epístola a los Pisones. Es la primera preceptiva de composición en castellano al itálico modo.

Lodovico Dolce es el primer traductor al toscano del Arte poética de Horacio (Venecia, 1535 y 1536). En España Vicente Espinel la traduce y la edita en Diversas rimas (Madrid, Luis Sánchez, 1591) y en endecasílabos blancos lo hace Luis Zapata (Lisboa, Alexandre de Syqueira, 1592). Lida (1951: 211) menciona la traducción de Juan Villén de Biedma (Granada, 1599) y la del P. Urbano Campos (León, 1682), que comprende todas las obras líricas de Horacio, la de Cascales, inserta en sus Tablas poéticas (1617); la de Pedro Salas (Valladolid, 1618); la manuscrita de Juan de Robles y la de Josep Morell, en pareados (Tarragona, 1684). Tomás Tamayo de Vargas dejó sin publicar su versión, a la que siguen los Tres discursos sobre el poema heroico, de Torquato Tasso (BNE mss 6903, de principios del siglo XVII).

El Arte poética española de Juan Díaz Rengifo es de 1592. El nombre del autor es un seudónimo, frecuente entre los jesuitas. Es el tratado aristotélico más importante, según Vilanova (1949: 594–600). Las fuentes principales son el tratado en latín de Antonio de Ponte, Summa artis rhitmici (1332), la Poética de Aristóteles y los comentarios de Escalígero, además de Horacio. Para Menéndez Pelayo no hizo otra cosa que traducir a Tempo y acomodarlo, sin que se sepa a qué Tempo se refiere, pues el Ponte del siglo XIV no debe confundirse con un comentarista de Petrarca del mismo nombre (Antonio da Ponte), que escribió Sonetti, Canzone e Triunfi (Venecia, 1477), libro luego reunido con otro comentario de Filelfo y publicado en 1503. De este Da Ponte, al parecer, procede el agrupar el Canzoniere según una historia sentimental del autor.

Vilanova (1949: 598) menciona que Rengifo traduce pasajes enteros de los Poetices libri septem de Escalígero (1561), el comentarista aristotélico, al tratar de la materia del arte poética, haciendo una especial defensa de la verosimilitud, en contra de los versos de Ariosto, en especial, y sus continuadores. Lima y Rengifo son, en cuanto a la codificación de la poética, lo que Nebrija fue respecto a la gramática, sobre todo en lo que se refiere al arte de la versificación. El arte de componer en metro castellano de Jerónimo de Mondragón (Zaragoza, 1593) se ha perdido. Se supone que es parecido al de Lima (Vilanova 1949: 601–602).

La Filosofía antigua poética de Alonso López Pinciano (1596) salta por encima de la preceptiva métrica de Lima y Rengifo y se basa en un conocimiento directo de Platón, de la Poética de Aristóteles y de sus comentaristas en latín y en italiano, incluyendo los Discorsi del poema eroico de Tasso o el Examen de ingenios de Huarte. Esto hace que supere incluso a todos sus modelos y consiga un arte poética original, un sistema de ideas estéticas propio del siglo de Oro, según Vilanova (1949: 604–605). Otras fuentes del Pinciano son Escalígero, Fracastoro, Robortello y Castelvetro. Por otro lado, es Robortello el primero que publica (Basilea, 1554) el texto griego sobre lo sublime (peri hypsous), de fecha y autor inciertos –un Dionisio o Longino– traducido al latín en 1566 por Domenico Pizzimenti y luego al francés por Boileau en 1674, con una versión española de 1770 que compagina diversas ediciones.

Tema aparte serían las poéticas teatrales: Torres Naharro y sus prólogos (Propalladia, 1517), con influencias diversas, como Encina, pero tomando como modelo a Terencio en la composición. La influencia italiana no está clara. Simón Abril hizo un prólogo a su traducción de Terencio (1577) en edición bilingüe, con un fin didáctico –aprender latín– y moral. En el Arte nuevo de hacer comedias (1609) Lope de Vega remite, para los que buscan la antigua forma de hacer teatro, a Robortello y sus comentarios en latín a la Poética de Aristóteles. Lo «nuevo» lo establece él en castellano en los versos 147–361 siguiendo una pauta retórica, como ya mostró J. M. Rozas (1976). Pérez Pastor (2010), en fin, incluye en su tesis doctoral accesible en la red las tres traducciones de la Poética de Aristóteles (incluye la traducción fallida de Juan Pablo Mártir Rizo, de 1623) y las nueve del arte poética de Horacio hechas en los Siglos de Oro, todas entre 1568 y 1698.

 

Conclusiones

Diríamos, como conclusión, que el llamado Siglo de Oro de la literatura en castellano, más o menos coincidente cronológicamente con la monarquía católica de los Austrias, no es separable, en lo que se refiere a los textos retóricos y poéticos que sustentan teóricamente esa literatura, traducidos o no, del contexto italiano más o menos integrado en –o dependiente de– esa misma monarquía, contexto que los ha transmitido desde sus cimientos grecolatinos. Los criterios o prejuicios nacionalistas imperantes desde el siglo XIX hasta hoy no sirven para entender o juzgar con precisión lo que ocurre durante los siglos XVI y XVII en las Hesperias, sea en este campo o en cualquier otro.

Las retóricas y poéticas que se traducen y publican en esta época son inseparables de la relación ideológica y de poder que los reinos de la Hesperia última, o española, establecen con la otra Hesperia, la italiana, hasta el punto de que muchas de las traducciones al italiano, o toscano, desde el griego y el latín que recuperan textos de retórica y poética de la época clásica no son retraducidas al español, o castellano, a causa de la proximidad entre las dos lenguas, unida a la anticipación y mayor preparación de los humanistas italianos en esa tarea. Así, la llamada literatura española del Siglo de Oro se constituye en buena parte por la imitación y la emulación, o superación, de los textos literarios en lengua toscana, traducidos o no, imitación y emulación asociadas a la normativa de los textos de retórica y poética traducidos al latín y al italiano y, en menor cuantía, al castellano.

 

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  1. Servio (siglo IV), comentario a la Eneida, I, 530: «Hesperiae duae sunt… quae in occidentis est fine».

  2. Carta a Pablo de Middelburg citada por Tatarkiewicz (1991: 128).

  3. El Brocense recomendaba a los alumnos no hablar latín en la Universidad, lo que iba contra los estatutos, pero lo hacía porque la mayor parte no lo sabía bien; los jesuitas, en cambio, mantuvieron siempre el latín como signo elitista. La expresión «latín macarrónico» para referirse al latín defectuoso aparece en el Vocabulario español e italiano de Lorenzo Franciosini (Roma, 1620).

  4. Ya en 1548 sostiene Thomas Sébillet en su Art poétique françoise que la traducción no es otra cosa que una imitación –en el sentido retórico, se entiende– y Jacques Peletier du Mans llegó a decir en su Art poétique de 1555 que es la más verdadera forma de imitación (Magnien 1999: 365). A partir de estos autores la traducción se convierte, en buena medida, en un género literario.

  5. «No sé qué animos se pueden hallar tan pacientes, que toleren los oprobios y denuestos con que vituperan a los Españoles los escritores de Italia. Antigua costumbre es suya i eredada de los Romanos; (¿quien habrá que) sufra sin indinacion en aquella manifica i abundosa istoria del Jovio las injurias con que afrenta a los Españoles? ¿Quien considera con sufrimiento el odio con que el Guiciardino condena a toda la nacion Española en el vituperio que piensa que haze al marqués de Pescara? ¿Qué razon permite que llamen Bembo y Sabelico barbaros a los Españoles siendo de una religion, de unas letras i casi de una lengua?».

  6. B. Weinberg (1961) detalla ampliamente todas las poéticas italianas del siglo XVI, publicadas o manuscritas, en forma de comentarios, tratados (artes poéticas) o ensayos dialogados. Para un panorama más reciente referido a las retóricas, véase Fernández López (2002).

  7. Véase Muñoz Raya (2006), Recio (2007) y Mañas (2012).

  8. B. Weinberg (1961) detalla ampliamente todas las poéticas italianas del siglo XVI, publicadas o manuscritas, en forma de comentarios, tratados (artes poéticas) o ensayos dialogados. Para un panorama más reciente referido a las retóricas, véase Fernández López (2002).

  9. Es una edición bilingüe hecha a partir de la edición francesa incompleta, adaptada a la enseñanza, del jansenista Charles Rollin, rector de la Sorbona (1715). En 1887 la editorial Hernando reeditó la versión como si fuera traducción directa del latín. La traducción completa y bilingüe, del helenista Alfonso Ortega Carmona, se publicó en Salamanca, en cinco volúmenes, entre 1996 y 2001.

  10. Hay edición y estudio de Julián Martín Abad y Pedro Martín Baños (Salamanca, Universidad de Salamanca, 2013).

  11. Véase Artaza (1997), para una selección y distribución de textos del siglo XVI, la mayoría traducidos del latín, según la enseñanza escolar y el nivel de dificultad; véase también Alburquerque (1995).

  12. En los catálogos escurialenses figura como autor otro jerónimo, Juan de Valladolid: véase José Luis Gonzalo, «La protección de la Corona: Rhetorica en lengua Castellana», Exposición V Centenario de la Biblia Políglota Complutense.

  13. Lulio no se limita a repetir lo que escribe Trebisonda, ni aquí ni en otras partes de su libro, sino que como indica López Grigera (1994: 80), acude a Hermógenes y a otros para contrastar o corregir.

  14. La paraphrasis de Teón equivale a la quadripartita ratio de Quintiliano (1, 5, 38), es decir, el uso de las categorías modificativas de la adición, sustracción, sustitución y transposición.

  15. Artaza (1997: 201 ss.) traduce la versión latina de Núñez. Dice Gregorio Mayans, en su Retórica (Valencia, 1752, I, 1, 27): «Devemos al maestro Pedro Juan Núñez, hombre agudíssimo i eruditíssimo, aver traducido a Hermógenes, no a la letra, cosa que antes de él hicieron otros, sino de la manera que Marco Tulio lo hizo en los libros de los Oficios del filósofo Panecio, substituyendo Núñez en lugar de los egemplos griegos otros latinos sacados de los mejores escritores, mudando, añadiendo i quitando lo que le pareció».

  16. «Consiste en la fuerza de el sentido de toda la oración, dicho de tal suerte que vaya apartado del común modo de hablar» (cap. XI; la cursiva es  nuestra).

  17. «De las figuras de ficción» en el cap. XI.

  18. La Poética de Aristóteles es traducida al latín por Giorgio Valla en 1498 y comentada en dicha lengua por Robortello en 1548. Hay tres ediciones en italiano en el siglo XVI, la de Bernardo Segni (Rettorica e Poetica di Aristotele tradotte in lingua vulgare fiorentina, 1549), la de Ludovico Castelvetro (Poetica dAristotele vulgarizzata et sposta, 1570) y la «annotata» de Alessandro Piccolomini (Annotazioni nel libro della Poetica d’Aristotele, 1572).