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La traducción de textos filosóficos en el siglo XIX

Gerardo Bolado (Universidad de Cantabria) & María Cristina Pascerini (Universidad Autónoma de Madrid)

 

Este trabajo es una aproximación de conjunto a la actividad traductora de Filosofía al castellano durante el siglo XIX, en la que se articula una panorámica histórica en tres periodos con fronteras difusas: el primero hasta finales de los años 30, el segundo hasta acabados los años 60, y, finalmente, hasta final de siglo. Se da cuenta de la traducción de textos filosóficos, registrando sus agentes (traductores y autores traducidos), así como editoriales y colecciones en que se publican y difunden.

En esta panorámica tienen cabida traducciones de Filosofía teórica y práctica y Estética filosófica, pero se incluyen también algunas referencias a otros campos, que en el siglo XIX estaban con frecuencia interconectados, como la teoría literaria, el derecho, o las ciencias humanas.1 Así mismo, registramos traducciones castellanas que impactaron en la filosofía y en la cultura en España, no aquellas que sólo tuvieron difusión en la América hispana. Pues las traducciones filosóficas, que se realizaron en España y en otros países europeos con núcleos del exilio liberal español, circularon con frecuencia en Hispanoamérica, pero no al contrario.

Para redactar este capítulo hemos partido de unos listados de traductores, obras y autores traducidos y de colecciones, que hemos elaborado a partir de bibliografías, como la aportada por la obra Hombres y documentos de la filosofía española de G. Díaz (1980–2003) y otra bibliografía secundaria, así como de catálogos en línea, en particular los de la Biblioteca Nacional de España y Rebiun, y de librerías de viejo y anticuarios. Dependemos de la bibliografía secundaria en las traducciones publicadas en prensa periódica.

 

La traducción de textos filosóficos hasta 1840

El primer tercio del siglo XIX español está marcado por la injerencia político–militar de Francia y la influencia de su cultura política, filosófica y literaria, por las guerras intermitentes y la inestabilidad política, por las revoluciones liberales y las restauraciones absolutistas. Podemos afirmar que la creatividad filosófica en España se enfría entonces hasta dejar de latir, mientras el pensamiento español se agita en torno a la discusión de las costumbres y creencias católicas heredadas y de las cuestiones económicas y jurídico–políticas, derivadas de la constitución del Estado nación y la renovación de las instituciones públicas. La reconstitución de la nación, a la que todos aspiran, divide a la sociedad española en un espectro muy volátil de posiciones entre la tendencia de los absolutistas a renovar la alianza entre la fe católica y la corona, y la tendencia liberal a construir una sociedad laica regida por un Estado nación, basado en la soberanía popular. La tendencia absolutista se servía filosóficamente de la Teología y la Filosofía escolástica, la tendencia liberal, en cambio, se alimentaba básicamente del pensamiento europeo heredero de la Ilustración, sobre todo francés e inglés.

La ausencia de libertades políticas y de prensa, los exilios y la presión inquisitorial, condicionan considerablemente al mundo de la traducción, que tiene también importantes editores fuera de España, principalmente donde hay núcleos de exiliados, como Francia y Reino Unido.2 La publicación y la circulación de las traducciones se ve amenazada por la inclusión en el Índice de libros prohibidos.

En lo que a la traducción de filosofía clásica se refiere, destaca la primera versión castellana de la Politeia de Platón, titulada La república o Coloquios sobre la justicia (Madrid, José Collado, 1805, 2 vols.), traducida por José Tomás y García, y que tuvo un notable recorrido editorial. En su prólogo, Tomás y García expresa su sorpresa ante el hecho de que República no hubiera sido traducida aún al castellano, siendo a su juicio el más rico legado filosófico clásico; además, caracteriza su traducción como fiel al texto platónico, cuidadosa en la selección de las voces y frases castellanas, y basada en el texto griego, si bien consultando siempre las ediciones latinas de Marsilio Ficino (1484) y de Jean de Serres (1578), y la francesa de Jean–Nicolas Grou (1762), que le motivó y fue su referente (véase Menéndez Pelayo 1952–1953).

Cicerón, fuente de inspiración del republicanismo ilustrado, fue apreciado como pensador político, no sólo como modelo de estilo en los estudios de latinidad. Se reeditaron versiones castellanas del XVIII, como Oraciones escogidas de Cicerón, traducidas del latín por Rodrigo de Oviedo, de quien se editó también la versión de las Cartas. También se reeditó la versión, Los oficios. Con los diálogos De la vejez, De la amistad, Las paradoxas y El sueño de Escipion (Madrid, Imprenta Real, 1818, 2 vols.), traducida del latín por Manuel Blanco Valbuena. En fin, un profesor de latinidad (L. C. F.) vertió una selección de Pensamientos de Cicerón, traducidos al castellano, para instrucción de la juventud, con el texto latino y la vida del autor (Madrid, Calle de la Greda, 1807), en origen obra de Pierre–Joseph d’Olivet.

Debemos a José Francisco Ortiz y Sanz la primera versión castellana, completa y directa del griego, de Los diez libros de Diógenes Laercio sobre las vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres (Madrid, Imprenta Real, 1792), que tuvo éxito editorial. En su prólogo, Ortiz y Sanz indica que no ha pretendido una versión literal, sino atenida al sentido, y que ha modificado las expresiones groseras o contrarias a las costumbres cristianas, como manda el Tribunal de la Inquisición; manifiesta, además, que ha traducido desde la edición del danés Marcus Meibom (1692), consultando también las traducciones de Henri Estienne (1570), Tommaso Aldobrandini (1594), Isaac Casaubon (1615), la editada por Johann Paul Kraus en Leipzig (1759), la versión latina de fray Ambrogio Traversari, y dos traducciones francesas, que considera inexactas: la de François de Fougerolles (1602) y otra anónima (1761).

En este primer período, en el que las colecciones filosóficas brillar por su ausencia, llama la atención la Colección de filósofos moralistas antiguos (Madrid, Aznar, 1802–1803), que contenía doce tomos,3 editada por por J. A. Naigeon, P.–Ch. Levesque y P. Auger. La traducción, obra de Enrique Ataide y Portugal, es descuidada y escrita en un mal castellano, repleto de galicismos, si hacemos caso a una reseña de la época (Memorial literario, nº XXXIII, julio de 1803). La colección no tuvo éxito editorial en España.

A finales del XVIII, se habían editado traducciones de textos escolásticos renovados, como la versión castellana, hecha por Santos Díez González, de las Instituciones filosóficas (Madrid, Alfonso López, 1787–1788, 5 vols.), del padre François Jacquier, o la traducción que hizo José María Magallón (marqués de Santiago) de la obra de Jean–Alexis Borrelly, Elementos del arte de pensar o La lógica reducida a lo que es meramente útil (Madrid, Aznar, 1797); pero fueron desbordadas por las reediciones de los originales latinos. Predominaban entonces los escolásticos partidarios del desarrollo de la filosofía en latín, por lo que no se publicaban ediciones castellanas de filosofía escolástica, ni de clásicos del pensamiento medieval.

La traducción de clásicos de la filosofía española de los siglos XVI–XVII fue escasa, por la misma razón que afecta a la versión castellana de filosofía escolástica: se anteponía el latín a las lenguas vernáculas. De Luis Vives, circularon versiones castellanas, pero procedentes de siglos anteriores. En el siglo XVIII, se publicaron tres versiones castellanas de la Introductio ad sapientiam: la de Francisco Cervantes de Salazar (1544), reeditada en Madrid por Antonio de Sancha en 1772; la de Diego de Astudillo (1551), reeditada en Valencia por Benito Monfort en 1765 (reed. 1779); y la de Pedro Pichó y Rius (Valencia, Imprenta del Diario, 1791), una curiosa versión en verso sin recorrido editorial. Fue el caso que, en su Provisión de 22 de diciembre de 1800, el Supremo Consejo del principado de Cataluña aprobó y mandó utilizar en todas las escuelas de Barcelona y de su territorio La introducción y camino de sabiduría, por lo que fue editada en esta ciudad (Jordi, Roca y Gaspar, 1801), sin indicar nombre de traductor, como en las repetidas ediciones barcelonesas de entonces.

Por otra parte, la versión castellana de los Diálogos de Vives, que tradujo Cristóbal Coret y Peris (1759), se reeditó en Valencia (Salvador Faulí, 1807) y en Madrid (Viuda de Barco López, 1817). Del humanista valenciano, en fin, vieron la luz dos ediciones madrileñas de la Instrucción de la muger christiana, en versión de Juan Justiniano (1529): una mejorada en el estilo por autor anónimo (Madrid, Vda. e Hijo de Marín, 1792, 2 vol.), y otra que salió de la imprenta de Benito Cano en 1793.

En el trienio liberal, se publicaron algunas traducciones de clásicos del pensamiento político moderno. Alberto Lista tradujo la primera versión castellana publicada del clásico de Maquiavelo, El príncipe (Madrid, León Amarita, 1821), teniendo presente la versión francesa de Aimé Guillon de Montléon (véase Arbulu Barturen 2013). Dos alféreces de caballería (D. G. C. y L. C.) hicieron una primera versión del segundo Tratado del Gobierno Civil de John Locke (Madrid, La Minerva Española, 1821), desde una traducción francesa, probablemente la de David Mazel (1793). En 1827 se publicó en París un volumen con otra versión castellana de Del Gobierno civil, seguido de la Carta sobre la tolerancia, de traductor desconocido (M. V. M.). De Some thoughts concerning education de Locke se editó en fin una versión titulada Educación de los niños (Madrid, Manuel Álvarez, 1817, 2 vols.), basada en la traducción francesa de Pierre Coste (1730) por autor desconocido (D. J. A. C. P.).

En el trienio liberal, se editaron también varias versiones castellanas de otro referente del pensamiento liberal español, De l’esprit des lois de Montesquieu: la traducción de Juan López de Peñalver, Del espíritu de las leyes (Madrid, Villalpando, 1820–1821, 4 vols.); una versión libre de cierto M. V. M. (Madrid–Londres, Sancha, 1821, 3 vols.); y una tercera versión anónima, que incluye un análisis de la obra por D’Alembert (Madrid, Semanario Pintoresco Español y de la Ilustración, 1832).

Durante la primera mitad del siglo XIX, no encontramos traducciones de obras de filosofía teórica de autores racionalistas o empiristas modernos. En cambio, la versión castellana de los Pensamientos de Pascal sobre la religión (Zaragoza, Viuda de Blas Miedes, 1790), traducida del francés por Andrés Boggiero, se reimprimió en Madrid en 1805, y se reeditó en varias ocasiones. Y del célebre autor de Las aventuras de Telémaco, Fénelon, se vertió del francés un discurso de teología racional, para lectores que no gustan de los fríos argumentos racionales, Demostración de la existencia de Dios tomada del conocimiento de la naturaleza (Zaragoza, Heras, 1805), y un segundo discurso de inspiración cartesiana, Demostración de la existencia de Dios y de sus atributos (Madrid, M. de Burgos, 1819), ambos traducidos por Lamberto Gil. En la década siguiente, un compendio de historia de la filosofía escrito por Fénelon, del tenor de la conocida de Diógenes de Laercio, se publicó con el título Compendio de las vidas de los filósofos antiguos (París, Cormon y Blanc, 1825), traducido por José Joaquín de Mora.

Manuel de Valbuena y Santos Díez González hicieron una versión castellana del tratado De recta humanae mentis institutione (1787), adaptación escolástica de los nuevos enfoques sensistas en lógica, escrita por el monje benedictino y catedrático de lógica y metafísica en Pavía y Padua, Cesare Baldinotti, que se editó en castellano con el título, Arte de dirigir el entendimiento en la investigación de la verdad o Lógica (Madrid, Benito Cano, 1798), y fue reeditada en varias ocasiones en Madrid y en Zaragoza hasta mediados del siglo XIX. La versión latina de la obra se siguió editando paralelamente en España.

La influencia de los filósofos de la Ilustración francesa en la España de Carlos III, de Carlos IV, y del período de entresiglos, fue muy amplia, pese a la escasez de traducciones. Traducidas por autor desconocido desde la edición parisina de 1769, se publicaron las Reflexiones sobre las principales operaciones del entendimiento (Madrid, Miguel Escribano, 1785), obra póstuma de César Dumarsais, en un volumen que incluía el elogio a este autor del codirector de la Enciclopedia, D’Alembert. Dos ediciones castellanas de obras de Dumarsais se publicaron en los primeros años del siglo: Colección española de las obras gramaticales (Madrid, Aznar, 1800–1801, 2 vols.), traducida del francés por José Miguel Alea; y la Lógica o Reflexiones sobre las principales operaciones del entendimiento, que precedía a los Elementos de medicina del doctor John Brown (Madrid, Imprenta Real, 1800, 2 vols.), traducida del inglés por Joaquín Serrano Manzano.

Desde los primeros años del siglo XIX proliferan versiones españolas de obras de Jean–Jacques Rousseau, que venía ejerciendo una amplia influencia en la España liberal del último tercio del siglo anterior (véase Ramírez Aledón 2012). Dos afrancesados hicieron las dos primeras versiones castellanas de Du contrat social del ginebrino: El contrato social o Principios del derecho político (Londres [París], 1799) fue obra de José Marchena, y tuvo un enorme éxito editorial hasta avanzado el siglo; mientras que El contrato social o Principios del derecho político (Valencia, J. Ferrer de Orga, 1812), fue una nueva redacción, por Pedro Estala, de la versión de Marchena (véase Domergue 1967). Finalizada la contienda, Ferrer de Orga lanzó una reimpresión de esta versión, aunque sin el nombre del autor, purgada de algunas notas y del epígrafe «De la religión civil» y camuflada bajo el título Principios del derecho político (1814). La primera edición barcelonesa fue publicada por los Herederos de Roca en 1836, sin indicación del traductor. En esos compases liberales del XIX se publicaron también las Cartas sobre la obra de Rousseau, titulada «Contrato social», en las que se vacía todo lo interesante de ella (Coruña, Rodríguez, 1814), obra de Valentín Foronda, que ya habían aparecido parcialmente en el periódico Espíritu de los Mejores Diarios (1788 y 1789).

En 1822, salió de la imprenta de Collado (Madrid) el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad de condiciones entre los hombres, en versión castellana de Marchena. Dos años después, se publicó en dos tomos Pensamientos de Juan–Jacobo Rousseau, ciudadano de Ginebra, o sea, El espíritu de este grande hombre en sus obras filosóficas, morales y políticas (Madrid, M. de Burgos, 1824), traducidos de la edición parisina (1793) por Santiago de Alvarado y de la Peña.

La primera edición castellana de la novela pedagógica de Rousseau, Emilio (Burdeos, Beaume, 1817, 3 vols.), traducida por Marchena, tuvo numerosas reediciones. También fue un éxito editorial su novela epistolar Julie ou la Nouvelle Héloïse, que tuvo tres versiones castellanas distintas: la de Bayona (Lamaignère, 1814, 2 vols.; reeditada en Madrid, 1820), de traductor desconocido (A. B. D. V. B.), con omisiones y correcciones por vía de nota en materia de religión y costumbres; la de Toulouse (Bellegarde, 1821, 4 vols.), bien traducida por Marchena, fiel al original francés; y la de Barcelona (A. Bergnes de las Casas, 1836–1837, 4 vols.), una buena traducción de José Mor de Fuentes.

Como en el caso de Rousseau, la fama e influencia de Voltaire en las élites cultas españolas abiertas a las novedades ilustradas desborda con mucho la traducción castellana de sus obras, fuertemente condicionada por la censura inquisitorial y las críticas a las que estas obras fueron sometidas. De hecho, desde el último tercio del siglo XVIII, circularon obras polémicas, que discutían sus posiciones, como Los errores históricos y dogmáticos de Voltaire, impugnados en particular por Mr. el Abad Nonnotte (Madrid, Pedro Marín, 1771), traducidos por Pedro Rodríguez Morzo.

A pesar de ello, con el cambio de siglo, se publicaron ediciones castellanas de las narraciones y cuentos filosóficos de Voltaire, como las siguientes: Zadig o El destino (Salamanca, Francisco de Tóxar, 1804) –condenada por la Inquisición en 1806 por ser obra de Voltaire y fomentar el fatalismo–, sin nombre de traductor; Novelas (Burdeos, P. Beaume, 1819, 3 vols.), seleccionadas y traducidas por Marchena; y Cándido o el optimismo (Cádiz, Santiponce, 1838), traducido por Leandro Fernández de Moratín. Estas dos últimas fueron reeditadas a lo largo del siglo XIX. La imprenta de El Censor publicó el volumen Filosofía de Voltaire (Madrid, 1822), que salió también en París (Bossange padre, 1822), sin indicar el traductor. Se trata casi de la misma selección que se publicó años después en La Coruña con el mismo título (Imprenta del Diario, 1837) y más tarde en Santander (Imprenta de El Diario, 1841).

La primera versión castellana del Diccionario filosófico (Nueva York, Tyrell & Tompkins, 1825, 10 vols.), fue traducida por Cayetano Lanuza, que la publicó en su propia casa editorial (Nueva York, Lanuza, Mendía y Cía.) y no tuvo recorrido en España (véase Herrera–Agarwal 2018). De Voltaire, en fin, se publicó la edición castellana de La Filosofía de la historia (París, David, 1825, 2 vols.), sin indicar el traductor; años después apareció en Madrid un volumen con el mismo título (Imprenta Nacional, 1838), de traductor anónimo.

Otra de las principales fuentes de las ideas de la Ilustración, su arma más poderosa, la Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers (1751–1780), tuvo numerosos suscriptores en España; pero la condena inquisitorial, que acompañó la aparición de los dos primeros volúmenes dificultó su difusión y contribuyó a que no fuera vertida al castellano en el siglo XIX. En tiempos de proyectos educativos del liberalismo doctrinario, se publicó una versión castellana del Discours préliminaire (1751), de d’Alembert, conocido ya por los liberales españoles, con el título, A la juventud estudiosa. Explicación detallada del sistema de los conocimientos humanos conforme al discurso preliminar de la enciclopedia (Madrid, F. de P. Mellado, 1839), traducida por Diego González Alonso, que le puso una introducción y un apéndice.

Por otra parte, y en orden a contrarrestar la influencia de los filósofos de la Ilustración y de los enciclopedistas franceses, se editaron traducciones de obras francesas de apologética, como las del jesuita Augustin Barruel o del P. Mérault de Bizy; y abundaron las ediciones en castellano de autores renovadores y vulgarizadores, que replanteaban la visión del universo de la teología y la filosofía cristiana, teniendo presentes desarrollos teóricos de la filosofía y la ciencia natural moderna, como el oratoriano portugués Teodoro de Almeida, el alemán Christoph Christian Sturm o el presbítero francés Noël–Antoine Pluche.

De Almeida, se reeditó la Recreación filosófica, o Diálogo sobre la filosofía natural para instrucción de personas curiosas que no han frequentado las aulas (Madrid, Imprenta Real, 1803; reimp. Imprenta del Diario, 1827), en once volúmenes, de los cuales los ocho primeros correspondían a la Recreação Filosófica, traducidos por Luis Antonio Figueroa (Madrid, Viuda de Ibarra, Hijos y Cía., 1785–1792), y los tres últimos las Cartas físico–matemáticas de Theodosio a Eugenio. Complemento de la Recreación filosófica (Madrid, Benito Cano, 1787), traducidas por Francisco Girón y Serrado.

Dos tomos de la Recreação filosófica, el IX (Harmonia da ração e da religião (1793) y el X (Recreação filosófica sobre a Filosofía moral (1800), que no habían aparecido en las ediciones anteriores de la Recreación, fueron traducidos por el padre Francisco Vázquez y publicados en dos volúmenes con el título Armonía de la razón y la religión o Respuestas filosóficas a los argumentos de los incrédulos (Madrid, Villalpando, 1802), con reediciones a lo largo del siglo.

De Almeida, se siguió reeditando la versión castellana de El hombre feliz, independiente del mundo y de la fortuna (Madrid, Benito Cano, 1783), obra de Benito Estaun de Riol, que en 1842 (Madrid, Imprenta Calle del Humilladero) había alcanzado su 12.ª edición. Pero la traducción castellana de esta obra característica del siglo XIX, que se presentó a sí misma como «Nueva traducción mejorada en el estilo y los versos», fue la del padre Vázquez, El hombre feliz independiente del mundo y de la fortuna (Benito Cano, 1799), que circuló también ampliamente en numerosas reediciones a lo largo del siglo. La imprenta de Benito Cano reeditó en 1818 la versión castellana de El filósofo solitario, obra instructiva, curiosa y filosófica de José M. Alea (publicada en 1788–1789), que no tuvo el éxito editorial de las anteriores.

La versión de las Reflexiones sobre la naturaleza de Sturm (Benito Cano, 1793–1794), traducida del francés por el jesuita Juan Francisco Blasco, tuvo una intrincada difusión editorial. De esa obra circularon además en castellano dos compendios, uno titulado Bellezas escogidas de las reflexiones de Sturm (Barcelona, José Torner, 1839), que hizo en inglés W. Jones y tradujo de esa lengua Antonio Gelada y Cels; y otro, hecho desde la versión adaptada de Louis Cousin Despréaux, Compendio de las bellezas del Sabio Sturm (Madrid, M. Minuesa, 1856), traducido por autor desconocido (D. A. J. M. P. Z. G.)

En el primer tercio del XIX, se publicaron numerosas traducciones de filósofos franceses del siglo XVIII, Así, se reeditaron dos versiones de La Logique ou l’art de penser, del sensista Étienne Bonnot de Condillac: la de Bernardo M.ª de Calzada, La Lógica, o los primeros elementos del arte de pensar, publicada en Madrid (Viuda de Vallín, 1817), y en Barcelona (Sierra y Martí, 1823) (véase Cobos & Vallejo 2016); y también la de Valentín de Foronda de la Lógica, compuesta a modo de diálogo y aumentada con un «Tratado sobre los silogismos defectuosos, condicionales, disyuntivos» (Madrid, González, 1794), cuya segunda edición salió en Madrid (Benito Cano, 1800; 3.ª ed. 1820). Josefa Alvarado y Lezo hizo la versión castellana de La lengua de los cálculos (Madrid, Ruiz, 1805). En el Cádiz de las Cortes, en fin, se publicó la versión del Curso de estudios para la instrucción del Príncipe de Parma (Cádiz, Carreño, 1813, 4 vols.), traducido por Basilio Antonio Carsi, Basilio Roldán y José Gorosarri.

En este período se publicaron ediciones castellanas de representantes del materialismo mecanicista ilustrado, que reducían la metafísica a física y psico–fisiología y planteaban una filosofía práctica naturalista, como el barón de Holbach, cuyo nombre solían ocultar. Notable éxito editorial tuvo la edición castellana, La moral universal o Los deberes del hombre fundados en su naturaleza (Madrid, Collado, 1812), traducida por Manuel Díaz Moreno. Distinto recorrido editorial tuvo la versión castellana anónima (D. M. L. G.) del compendio de la ética Principios de moral universal, o Manual de los deberes del hombre fundados en su naturaleza (Madrid, Imprenta que fue de Fuentenebro, 1820), que procedía de la edición francesa póstuma (1790).

En el trienio liberal aparecieron dos ediciones castellanas anónimas del Système de la Nature de Holbach (1770): Sistema de la naturaleza o de las leyes del mundo físico y del mundo moral, traducido por cierto F. A. F. (París, Masson e Hijo, 1822); y otra con notas y correcciones de Diderot (Gerona, M. Despuig e Hijo, 1822–1823, 3 vols.). Además, se publicó una versión del Essai sur les préjugés (1770), obra de José Joaquín de Mora, con adiciones del traductor y bajo el título Ensayo sobre las preocupaciones (Madrid, Librería Extranjera de F. Denné, Hijo, 1823). Esta versión, unida a la de La morale universelle de M. Díaz Moreno, se publicó en 1840 con el título La moral universal o Los deberes del hombre fundados en su naturaleza. Aumentada con el interesante discurso que publicó este célebre escritor sobre el origen y estado de las preocupaciones (Madrid, Establecimiento Central). Dos ediciones castellanas anónimas son ilustrativas de la tendencia de Holbach a negar y reducir lo sobrenatural a lo natural: El buen sentido, o sea las ideas naturales opuestas a las sobrenaturales (París, Librería Hispano–Americana, 1834), y Dios y los hombres: teología, pero razonable (Madrid, s. i., 1836).

Algunos médicos naturalistas, abiertos a las nuevas ideas ilustradas tradujeron obras que difundían la visión materialista y mecanicista de la naturaleza humana, característica de la Ilustración. Cayetano Lanuza tradujo a Pierre Roussel, y Lucas de Tornos Usarque a Jean–Louis Alibert. En este período se difunde en castellano la frenología de Franz Joseph Gall, entonces exponente por excelencia de la aproximación fisiológica a la psicología, a través de varias versiones castellanas de presentaciones de la teoría frenológica, por lo general anónimas.

Los sucesores de los filósofos de la Ilustración, los ideólogos, heredaron el sensismo, el materialismo mecanicista, la economía política liberal y el utilitarismo en su filosofía, la Ideología, que inspiraba a los liberales españoles. La obra del marqués de Condorcet, prohibida en España, se difundió en francés, inglés y, también, en algunas versiones castellanas, como el Bosquejo de una pintura histórica de los progresos del entendimiento humano (París, Rosa, 1823), que tradujo C. Lanuza.

Varías obras del fundador de la Sociedad de los Ideólogos, Antoine Destutt de Tracy, fueron objeto de traducciones al castellano, de manera especial en el trienio liberal; aunque no se hizo una traducción completa de sus Éléments d’idéologie (1803–1815). A Manuel María Gutiérrez se debe la edición castellana de Principios de Economía Política (Madrid, Cano, 1817, 2 vols.), cuyo segundo volumen contiene los Principios lógicos o Recopilación de los hechos relativos al entendimiento humano. En 1821, se publicó otra versión castellana de esos Principios lógicos (Barcelona, Miguel y Tomás Gaspar), sin indicar el traductor. Ese mismo año se editaron los Elementos de verdadera lógica. Compendio, o sea extracto de los elementos de ideología (Madrid, Mateo Repullés), preparada y traducida por Juan Justo García. Su Comentario sobre el Espíritu de las Leyes de Montesquieu con las observaciones inéditas de Condorcet fue traducido por Ramón Salas (Burdeos, Lawalle Joven, 1821). También se editaron en Madrid su Gramática general (José Collado, 1822), traducida por Juan Ángel Caamaño, y Tratado de economía política (Librería de Rosa, 1824, 2 vols.), de traductor desconocido.

De Pierre Laromiguière se publicó la traducción por Miguel Blasco de Lecciones de filosofía o Ensayo sobre las facultades del alma (Valencia, José de Orga y Cía., 1835, 3 vols.), en las que el último de los ideólogos retoma a Condillac desde una orientación más libre de fisiologismo. Se publicó otra edición castellana de una selección de lecciones de la primera parte de las Leçons de philosophie, con el título Sistema de las facultades del alma. Anotado y adicionado con un nuevo ensayo sobre las facultades del alma por Gruyer (Córdoba, Noguer y Manté, 1841), obra de Alfredo A. Camus.

Los principales representantes del tradicionalismo, que reaccionaron en Francia contra el sensismo, el naturalismo y el liberalismo de los filósofos de las luces y los ideólogos, fueron también editados y circularon entre nosotros en castellano y en francés. Por su temática filosófica, citamos aquí la edición castellana de Investigaciones filosóficas acerca de los primeros objetos de los conocimientos morales de Louis de Bonald (Madrid, Imprenta Real, 1824), obra de Juan Pérez Villamil; y, de Joseph de Maistre, el Ensayo sobre el principio generador de las constituciones políticas y demás instituciones humanas (Pamplona, Javier Gadea, 1825), traducido por José M. Sáenz de Manjarrés, o Las veladas de S. Petersburgo o Diálogos sobre el gobierno temporal de la Providencia (Valencia, J. Gimeno, 1832), de traductor desconocido.

Pueden asociarse también a esta orientación tradicionalista algunas ediciones de la primera etapa de Félicité–Robert de Lamennais, como De la indiferencia en materia de religión (Cádiz, La Unión Nacional, 1820–1833), La religión considerada en sus relaciones con el orden político y social (Valladolid, Aparicio, 1826), ambas traducidas por José M.ª Laso de Vega, o Peligros del mundo en la primera edad (Barcelona, J. F. Piferrer, 1828), obra del presbítero José Ignacio Llaguna. Esta versión de Llaguna volvió a editarse (Barcelona, Ramón M. Indar, 1844), junto a la edición castellana de la obra de un autor francés tradicionalista no indicado, La existencia de un otro mundo probada no solo por la razón natural, sino por la religión, por la filosofía, por las tradiciones antiguas o por la historia, vertida libremente del francés por un cierto D. N. P. y G.

Lamennais fue uno de los autores más traducidos en la primera mitad del siglo XIX, tal vez por su evolución desde esa posición romana y cercana al tradicionalismo, hasta un catolicismo de base, liberal y comprometido socialmente. A esta nueva orientación corresponden El dogma de los hombres libres. Palabras de un creyente (Madrid, José M.ª Repullés, 1836), traducido por Mariano José de Larra, o El libro del pueblo, que tuvo varias versiones castellanas en 1838, una anónima (Marsella, Leopoldo Mossy), la de A. Sánchez de Bustamante (París, Lecointe y Lasserre), otra de José Rubio (Barcelona, J. Rubio) y la de Eugenio de Ochoa (Madrid, Repullés).

En 1835 se editó una primera entrega de una versión castellana del Curso de Filosofía Positiva de Auguste Comte (Manresa, Trullás), obra de José M.ª de Mas y F. X. Mandrés. Esta edición recogía sólo las dos primeras lecciones del Curso y parte de la tercera, en las que se exponen las ideas capitales del positivismo clásico, pero no tuvo continuidad.

El liberalismo doctrinario difundía el pensamiento económico y jurídico político europeo que inspiraba sus reformas. De las obras del utilitarista Jeremy Bentham, que influyó de manera directa en los planes de reforma legal e institucional de los liberales de la constitución de Cádiz y del Trienio liberal, proliferaron versiones castellanas, con frecuencia desde ediciones francesas, como las de Étienne Dumont, traducidas por Ramón de Salas, Toribio Núñez Sessé, José López Bustamante, José Gómez de Castro o Baltasar Anduaga Espinosa, y algunas anónimas, como Deontología o ciencia de la moral (Valencia, Mallen y Sobrinos, 1835–1836, 2 vols.), traducida de la obra póstuma de Bentham, preparada por John Bowring (1834). Se editaron también versiones castellanas de obras del teórico del liberalismo político Benjamin Constant; de teóricos del liberalismo económico, como Adam Smith, James Mill, Jean B. Say, Charles Ganilh; del derecho natural, como Emmerich Vattel; del derecho penal, como Cesare Beccaria; etc., que no cabe detallar aquí.

 

La traducción de textos filosóficos en el segundo tercio del siglo XIX

El segundo período, que se extiende desde los años 40 hasta los 70, conoce ya momentos de avance en la libertad de prensa, en las reformas de la legislación y la administración, de la educación y la cultura, protagonizadas por el liberalismo doctrinario, de las que forman parte también importantes recepciones de filosofía europea, incluidas en el desarrollo de tendencias como el eclecticismo, la escuela catalana, el krausismo, el tomismo, y la incipiente reivindicación de la tradición filosófica española, principalmente (véase Pegenaute 2004). Las reformas educativas liberales del período, desde la básica de 1836, obra del duque de Rivas, hasta la ley Moyano de 1857, pasando por el plan Pidal de 1845, que reformó la Facultad de Filosofía, influyeron en las formas académicas de la filosofía, en sus corrientes y recepciones, y también en sus manuales.

En lo que a difusión de filosofía antigua se refiere, se siguieron editando versiones castellanas de las obras de Cicerón. El descubrimiento en la Biblioteca Vaticana de un palimpsesto que contenía el texto incompleto de los seis libros perdidos de Re Publica, de Cicerón, por su bibliotecario el cardenal Angelo Mai, y la versión francesa de la misma, de Abel–François Villemain (1823), dieron lugar a la edición castellana, La república de Marco Cicerón (Madrid, Repullés, 1848), traducida sobre la base de esa edición francesa por Antonio Pérez y García. Fernando Casas publicó su versión castellana con texto latino y notas, Lelio o Diálogo sobre la amistad de Marco Tulio Cicerón seguida de algunos fragmentos de Séneca sobre la amistad (Cádiz, La Revista Médica, 1841). De este traductor, se publicó en 1862 un Curso de elocuencia (Cádiz, La Revista Médica, 2 vols.), que incluía como parte teórica su versión del De Oratore, de Cicerón.

En este período se publicaron en castellano obras de influyentes pensadores cristianos del tardo Helenismo griego y latino. Juan Manuel de Berriozabal preparó en castellano la antología de textos, Pensamientos de San Juan Crisóstomo acerca de la Providencia (Madrid, Ángel Masía, 1862). Además, se reeditaron traducciones de importantes obras filosóficas de Agustín de Hipona. En 1793, el agustino Eugenio Ceballos había vertido por primera vez al castellano los trece libros de Confessiones, versión que fue reeditada con el título Confesiones del glorioso doctor de la Iglesia San Agustín (Madrid, F. de Serra y Madirolas, 1851). Esta versión literal, correcta y castellana, basada en el texto preparado por los benedictinos de San Mauro (1741), volvió a editarse en el volumen Cinco obras selectas del gran Padre San Agustín (Madrid, Vda. de Domínguez, 1852), en la colección «Biblioteca Universal de Autores Católicos», y ha tenido recorrido editorial. En 1871, se reeditó en Valencia, dentro de la colección «La Ilustración Popular Económica. Biblioteca Moral», la primera versión castellana de La ciudad de Dios (Madrid, Juan Cuesta, 1614), obra de Antonio de Roys y Rozas.

Se empezaron a publicar ediciones castellanas de Tomás de Aquino para difundir el tomismo en medios laicos. León Carbonero y Sol hizo versiones castellanas primerizas de obras del doctor Angélico, aparecidas en la imprenta de A. Izquierdo (Sevilla): El gobierno monárquico o sea El libro De Regimine Principum (1861), así como Opúsculos de Santo Tomás de Aquino y Compendio de teología o Brevis summa de fide, ambas de 1862 y con el texto latino y castellano.

Se editaron dos nuevas versiones anónimas de Il principe (1513) de Maquiavelo: una titulada La política de Maquiavelo, o sea El príncipe (Barcelona, Tomás Gorchs, 1842), y otra con título, El príncipe (Madrid, José Trujillo, Hijo, 1854), con un prefacio de Voltaire, y seguida del Anti–Maquiavelo o Examen del Príncipe, de Federico el Grande de Prusia. En 1845, se editó la versión castellana del Espíritu de las leyes, obra escrita en francés por Montesquieu con las observaciones escogidas de Dupin, Crevier, Voltaire, Mably, L’Harpe, Servan y otros (Madrid, Marcos Bueno), traducida por Narciso Buenaventura Selva.

Continuaron apareciendo versiones castellanas de relatos filosóficos de Voltaire y de la obra política y educativa de Rousseau, como la edición castellana, El contrato social o sea principios del derecho político (Barcelona, Manero, 1868), de traductor desconocido. En cambio, los partidarios de mantener íntegras las creencias y costumbres tradicionales difundieron traducciones de obras de Bossuet, Louis de Bonald, Gioacchino Ventura di Raulica, Jean–Joseph Gaume, etc.

Las reformas de la enseñanza media y superior, emprendidas desde la reforma del duque de Rivas, y desarrolladas en los años 40, están detrás de la traducción de manuales de filosofía e historia de la filosofía, psicología y moral, filosofía del derecho, y estética durante esta década, en su mayor parte exponentes de la filosofía oficial que reaccionaba entonces contra el sensismo naturalista del período de entre siglos mediante filosofías que daban entidad a la dimensión espiritual humana, como la escuela de Edimburgo, el eclecticismo, el krausismo o el tomismo.

Antolín Monescillo y Viso revisó y anotó la versión castellana, Historia elemental de la filosofía: para uso de las universidades, seminarios y colegios (Madrid, Ignacio Boix, 1846, 2 vols.), obra del obispo Jean–Baptiste Bouvier. Ramón Martí de Eixalá tradujo y anotó la versión castellana, Manual de Historia de la Filosofía (Barcelona, El Constitucional, 1842), extraído y vertido del Manuel de Philosophie expérimentale (1829), de Jean–François Amice. El sensista ecléctico José López Uribe tradujo del francés el Manual clásico de filosofía (Madrid, Ramón Verges, 1838, 2 vols.; reed. 1843–1845), de Étienne Servant–Beauvais; e Isaac Núñez de Arenas vertió la Psicología y Lógica de Joseph M. Tissot (Madrid, Mellado, 1846) y la incluyó en el vol. I de su Curso completo de Filosofía, para la enseñanza de ampliación (1846–1847; reed. 1850 y 1852). Así mismo, Antonio Martínez del Romero tradujo el Manual de filosofía para el uso de los colegios que contenía la Psicología de Amédée Jacques; la Lógica y la Historia de Filosofía de Jules Simon, y la Moral y la Teodicea de Émile Saisset (Madrid, Hilario Martínez, 1848); se trata de un libro de texto que sigue la orientación ecléctica de Victor Cousin y había sido aprobado por el Consejo de la Universidad Central.

De José Joaquín de Mora se publicó el manual de enseñanza media Cursos de lógica y ética según la escuela de Edimburgo (Madrid, Mellado, 1845), que copia de autores de esa escuela, como Th. Reid, D. Stewart, B. Mackintosh, S. Abercrombie, y de la vertiente francesa de la misma, o sea, de Pierre–Paul Royer–Collard y de V. Cousin. El propio Mora tradujo del inglés el Tratado de la evidencia de George Campbell (Lima, Imprenta del Comercio, 1846).

El padre Juan Díaz de Baeza tradujo del inglés, adaptándolos a los alumnos españoles, los Principios de filosofía moral (Madrid, Boix, 1841), de William Paley. Díaz de Baeza tradujo del latín de manera compendiada y adaptada a los alumnos, los Elementos del derecho natural y de gentes (Madrid, Razola, 1857), de Johann G. Heineccius.

Pero fue el Cours de droit naturel ou de philosophie du droit (Bruselas, 1837), del krausista Heinrich Ahrens, el que tuvo más recorrido entre los liberales en España. Ruperto Navarro Zamorano tradujo de esa versión francesa y puso notas y una tabla analítica de materias a la primera edición castellana, Curso de derecho natural o de filosofía del derecho (Madrid, Boix, 1841, 2 vols.), que se presentaba a sí mismo como «formado con arreglo al estado de esta ciencia en Alemania». Esta versión de Navarro Zamorano prefiguró el destino krausista del viaje de Sanz del Río, quien se entrevistó en Bruselas con Ahrens por mediación de ese traductor. Ya en plena efervescencia del krausismo, Manuel María Flamant se basó en la edición reformada y completada de 1860 para su versión del Curso completo de Derecho natural o de Filosofía del derecho (Madrid, Bailly–Baillière, 1864). Finalmente, Pedro Rodríguez Hortelano y Mariano Ricardo de Asensi utilizaron una edición alemana enteramente reformada (1870–1871) para la tercera traducción española, el Curso de derecho natural o de filosofía del derecho (Bailly–Baillière, 1873; varias reediciones hasta 1906).

Desde la segunda mitad de los 60, el dominico Ceferino González fue implicando a una generación de jóvenes catedráticos, publicistas y políticos católicos en la difusión del tomismo íntegro en la vida sociopolítica (véase Forment 1998). Como contrapunto al manual de Ahrens, Juan Manuel Ortí y Lara hizo la versión castellana del Ensayo teórico de Derecho Natural, apoyado en los hechos del jesuita Luigi Taparelli (Madrid, Tejado, 1866–1868, 4 vols.); también de Taparelli, Gabino Tejado vertió el Curso elemental de Derecho Natural al uso en las escuelas (Madrid, M. Tello, 1871; 2.ª ed. 1887).

Se vertieron al castellano manuales de estética y teoría literaria. Nicolás Ramírez de Losada hizo la traducción literal con notas bibliográficas del Curso de filosofía sobre el fundamento de las ideas absolutas de la verdadero, lo bello y lo bueno (Madrid, Repullés,1847), de V. Cousin, porque era la base teórica del programa de filosofía de las cátedras de Literatura establecido el año anterior. Manuel Milà i Fontanals tradujo libremente y conforme al programa del gobierno, el Manual de estética de Cousin (Barcelona, Pons y Cía., 1848); y un traductor desconocido (M. E.) hizo la versión castellana del Breve tratado sobre lo bello (Madrid, B. Eslava, 1867). Por su parte, Alfredo A. Camus preparó un Curso elemental de retórica y poética (Madrid, La Publicidad, 1847; reed. en 1865), a partir de la Retórica de Hugues Blair, traducida por José Luis Munárriz, y de la Poética de Francisco Sánchez Barbero, ambos textos aprobados por el Consejo de Instrucción Pública.

Pedro Codina i Vilá, profesor de Filosofía, empezó la versión castellana de A System of Logic: ratiocinative and inductive, del positivista Stuart Mill, que se editó con el título, Sistema de lógica demostrativa e inductiva, o sea Exposición comparada de los principios de evidencia y los métodos de investigación (Madrid, M. Rivadeneyra, 1853), aunque la edición se interrumpió en el primer tomo.

En este período aparecen las primeras versiones castellanas del krausismo traductor (véase Vega 2001), de las que ya se han citado las ediciones del Curso de Ahrens. Los esfuerzos de Julián Sanz del Río por exponer en castellano la filosofía de Karl F. Krause, dejaron escritos para la docencia, que son versiones y adaptaciones libres de textos de su maestro alemán, como Lecciones sobre el sistema de la Filosofía Analítica. Primera, segunda y tercera lección (Madrid, Andrés y Díaz, 1850) o el Sistema de la Filosofía. Metafísica. Primera parte. Análisis (Madrid, Manuel Galiano, 1860). Sanz del Río hizo también una versión libre con introducción y comentarios de la obra de Krause, Ideal de la humanidad para la vida (Madrid, M. Galiano, 1860), que no tardó en entrar en el Índice de libros prohibidos.

El carisma pedagógico de Sanz del Río fue capaz de concitar su afán de reforma en grupos amplios e influyentes de discípulos y seguidores. Los krausistas desempeñaron una importante labor en la traducción de textos filosóficos, jurídicos, científicos, económicos, estéticos, etc. Francisco Giner de los Ríos dejó en 1867 algunas versiones de obras de Krause: Sobre el concepto y división de la matemática (Giner de los Ríos, Obras completas. Madrid, La Lectura, 1922, vol. VI); La ciencia de la forma. Sobre la base científica, corrección y refundición de la matemática (Revista Mensual de Literatura, Filosofía y Ciencia n.º 1, 1869).

En los años 60 y primeros 70, se traducen obras del pensador socialista y adelantado del anarcosindicalismo, Pierre–Joseph Proudhon, referente de las ideas republicanas y federalistas en el Sexenio Revolucionario. Roberto Robert hizo la versión castellana de su Teoría de la contribución (Madrid, B. Carranza, 1862). Sobre todo, el líder del Partido Federal, Francisco Pi y Margall, tradujo y prologó varias obras de Proudhon para la Librería de Alfonso Durán de Madrid: Filosofía del progreso: programa (1868), El principio federativo (1868), Solución del problema social (1869), De la capacidad política de las clases jornaleras (1869) y Sistema de las contradicciones económicas o Filosofía de la miseria (1870–1872, 3 vols.). En Barcelona se publicó la Idea general de la revolución en el siglo XIX (Imprenta Hispana a cargo de A. Palou, 1868), obra de José Comas. En fin, el abogado Gavino Lizárraga tradujo las Contradicciones políticas: teoría del movimiento constitucional en el siglo XIX (Madrid, M. Rivadeneyra, 1873), y la Teoría de la propiedad (Madrid, José María Pérez, 1873).

 

La traducción de textos filosóficos en el último tercio del siglo XIX

Tras el agitado Sexenio Revolucionario, la Restauración trajo un largo período liberal conservador de reformas insuficientes y turnos políticos, pero también de estabilidad y desarrollo social y cultural. El positivismo y la mentalidad positiva están en la base de la tendencia cultural modernizante, en la que predominan el krausismo institucionista, y otras formas menos influyentes de positivismo espiritualista, sobre el positivismo naturalista de algunos médicos y científicos naturales. Mientras el neotomismo, relanzado por la institución católica frente al racionalismo y el liberalismo moderno, encabeza la reacción espiritualista tradicional, dentro de la que se registra también el programa fallido de constituir una filosofía nacional, actualizando la filosofía española de los Siglos de Oro. Siguen desarrollándose y constituyéndose ciencias sociales, como la Economía política y, en menor medida, la Sociología, la Psicología y la Antropología física y cultural; e irrumpe una literatura social y política radical, con frecuencia panfletaria, que alimenta la tendencia revolucionaria de los partidos y sindicatos de clase obrera, marxistas y anarquistas, desde los años 70. La generación del 98 y el Modernismo dominarán el período de entre siglos.

Si los editores tienden desde la segunda mitad del XIX a publicar las obras en colecciones generales, a partir de los años 70 aparecen importantes bibliotecas o secciones específicamente filosóficas, en las que se editan versiones de clásicos de la filosofía moderna, que aún no habían sido traducidos. Al menos desde sus Veladas sobre la filosofía moderna (1853), el filósofo y político Patricio de Azcárate se propuso contribuir al establecimiento de una tradición de filosofía española moderna –interrumpida a su juicio tras su vigoroso germinar en el Renacimiento por el establecimiento de la filosofía escolástica y la intolerancia inquisitorial–, mediante la incorporación en castellano de clásicos de la filosofía antigua y moderna. A tal efecto, impulsó la publicación de la «Biblioteca Filosófica» (1871–1877), editada en Madrid por Medina y Navarro, en la que aparecieron las Obras completas de Platón (n.º 1–11, 1871–1872), Obras de Aristóteles (n.º 12–21, 1872–1875) y Obras de Leibniz (n.º 22–26, 1877).

Estas ediciones de Azcárate están mediadas por versiones y ediciones francesas. En la de Platón, sigue principalmente la del librero Charpentier, que recogía entre otras la traducción francesa de República, Leyes y Diálogos polémicos por Jean Grou. En su edición de las obras de Aristóteles se limita a traducir los libros que considera de interés para su tiempo, es decir, los morales, políticos, lógicos, psicológicos, en todos las cuales sigue principalmente las traducciones de J. Barthélemy–Saint–Hilaire, y también los metafísicos, en los que sigue la versión francesa de Alexis Pierron y Charles Zevort; y utiliza también la versión latina de la Política, de Ginés Sepúlveda, y la del Tratado del Alma, de Sebastián Pérez. En los cinco tomos de obras de Gottfried Leibniz, incluye, además de los escritos menores de metafísica, El nuevo ensayo sobre el entendimiento humano, la Correspondencia filosófica y la Teodicea. Cita ediciones de las obras de Leibniz, entre ellas las francesas de A. Foucher de Careil, Amédée Jacques y Paul Janet, pero no indica la edición que sigue.

Patricio de Azcárate había anunciado la edición castellana de obras de Kant en su prospecto de la «Biblioteca Filosófica», pero se le adelantaron Alejo García Moreno y Juan Ruvira, que publicaron dentro de esa biblioteca su versión castellana de la Lógica de Kant (Madrid, Escámez y Centeno, 1875), hecha desde la versión francesa preparada por J. Tissot. Estos mismos traductores vertieron al castellano la Crítica del juicio, seguida de las observaciones sobre el asentimiento de lo bello y lo sublime (Madrid, Escámez y Centeno, 1876), desde la versión francesa de Jules Barni (1846), y dentro de la «Nueva Biblioteca Filosófica» (1876–1877). Para la misma colección, García Moreno tradujo la Crítica de la razón práctica. Precedida de los fundamentos de la metafísica de las costumbres (Madrid, Escámez y Centeno, 1876), desde la versión francesa de Barni (1848); y Juan Uña vertió, también de Kant, la Metafísica. Lecciones publicadas en alemán por M. Poelitz (Madrid, Sucesores de Escribano, 1877), desde la versión francesa de J. Tissot (1843).

El neokantiano José del Perojo impulsó dentro de su propia editorial la «Colección de Filósofos Modernos» (véase Ribas Ribas 2011). Los dos primeros tomos contienen las Obras de Descartes (Madrid–París, 1878; reed. hacia 1900), traducidas y prologadas por Manuel Revilla: el vol. I contiene el Discurso del método, las Meditaciones metafísicas, Los principios de la filosofía y Las pasiones del alma; y el II, las Objeciones a las meditaciones metafísicas y las Respuestas de Descartes a las objeciones. Les siguieron las Obras filosóficas. Tratado teológico político de Baruch Spinoza (Madrid–París, 1878), con traducción y prólogo de Emilio Reus y Bahamonde. Las Obras filosóficas de Spencer. Los primeros principios (Madrid–París, 1879; reed. en 1887 y 1890), vertidas al castellano por José Andrés Irueste, constituyen el tomo cuarto. Se debe a Perojo, cuya empresa editorial quebró en 1879, la versión castellana parcial de Immanuel Kant (la Estética y la Analítica trascendental), pero directa del alemán y memorable, de la Crítica de la razón pura: texto de las dos ediciones (Madrid, Gaspar, 1883), precedida de la «Vida de Kant» y de la «Historia de los orígenes de la filosofía crítica» de Kuno Fischer (véase Ribas Ribas 2011).

Por sus dimensiones y difusión, merece mención especial la «Biblioteca Económica Filosófica» del traductor y editor Antonio Zozaya, que entre 1880 y 1936 publicó en castellano 97 volúmenes de obras filosóficas clásicas de la tradición occidental desde Platón hasta el pesimista Eduard von Hartmann o el positivista Herbert Spencer, incluyendo alguna obra suya, y de sus referentes krausistas, Sanz del Río, F. Giner de los Ríos y Gumersindo de Azcárate (véase Zozaya & Zozaya 2016). La colección, que se imprimió toda ella en Madrid, siguió un orden de publicación circunstancial, no cronológico, ni de materias; era una colección económica, destinada a amplios sectores de la población lectora, en la que se quería divulgar la cultura científica.

El propio Zozaya realizó buena parte de las traducciones de la colección, en las que busca la brevedad por razones económicas, y suele servirse de versiones francesas, pues el francés era la lengua que mejor conocía. Sus traducciones son, por ese motivo, desiguales. En la colección intervinieron otros traductores, ante todo, su cuñado y colaborador Julián de Vargas, que tradujo desde ediciones francesas: los Diálogos socráticos (Apología de Sócrates, Critón, Fedro) de Platón (n.º 1, 1880); Discurso del método de Descartes (n.º 2, 1880); Teodicea. Libro I de la Suma contra Gentiles de Tomás de Aquino (n.º 12–13, 1884); Teorías estéticas de Jean Paul Richter (n.º 15, 1884). Zozaya tradujo además con Vargas algunas obras, como Fundamentos de una metafísica de las costumbres de Kant (n.º 3, 1881), o el Tratado teológico–político de Spinoza (n.º 6–8, 1882), según se indica en la 3.ª ed. de 1936.

La colección incluyó versiones realizadas por otros traductores, como Pensamientos de Pascal (n.º 16, 1884), por Isidro G. y González; Los doce libros de Marco Aurelio (n.º 21, 1884), por Jacinto Díez de Miranda; Lógica elemental de Condillac (n.º 34, 1887), por A. Hidalgo de Mobellán; Clasificación de las ciencias de Spencer (n.º 45, 1889), por Eduardo Zamacois y Quintana; y Nuevo Órgano de Francis Bacon (n.º 59–61, 1892), por Cristóbal Litrán.

Zozaya reeditó en su «Biblioteca Económica Filosófica» versiones castellanas de traductores españoles de siglos anteriores, como la Introducción a la sabiduría de Luis Vives (n.º 27, 1886), por Diego de Astudillo; Tres libros filosóficos de L. A. Séneca (n.º 58, 1891), por Pedro Fernández de Navarrete; Ideal de la humanidad para la vida de Krause (n.º 70–71, s. a.), por Sanz del Río; o La República de Platón o coloquios sobre la justicia (n.º 76–78, s. a.), por J. Tomás y García; etc.

Prescindiendo de la desigual calidad de sus traducciones, y de su dependencia de ediciones y versiones francesas, la «Biblioteca Económica Filosófica» ha sido justamente celebrada como un hito en la difusión en España de clásicos de la filosofía moderna y contemporánea escasamente divulgados en castellano, como Pascal, d’Alembert, Diderot, o que no habían sido traducidos en los períodos anteriores, como Bacon, Descartes, Spinoza, Leibniz, Malebranche, Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Comte, Stuart Mill, etc.

La «Biblioteca Clásica», iniciada por Víctor Saiz en 1877, y continuada por Luis Navarro y por Hernando y sus sucesores, publicó en Madrid 258 tomos hasta 1929, incluyó algunas ediciones castellanas de filosofía clásica. Ante todo, es digna de mención la monumental edición de las Obras completas de Cicerón en 17 volúmenes (1879–1919),4 dirigida por Menéndez Pelayo, quien tradujo los tomos I–III y V, recuperó traducciones de Pedro Simón Abril (VII–VIII), e incluyó otras de Manuel Valbuena (IV), Francisco Navarro y Calvo (VI, IX–X) y Sandalio Díaz Tendero, Víctor Fernández Llera y Juan Bautista Calvo (XI–XVII). El valor de las traducciones es desigual. También hay que destacar la edición castellana de las Epístolas morales de Séneca (n.º 66, 1884), traducidas por Navarro y Calvo; y de la Apología contra los gentiles en defensa de los cristianos de Tertuliano (n.º 125, 1889), traducida por fray Pedro Manero.

En la «Biblioteca Clásica» se reeditaron versiones castellanas reconocidas, como la de J. Tomás y García de La república de Platón (n.º 93–94, 1886); la de Marchena De la naturaleza de las cosas de Lucrecio (n.º 200, 1897); la de Ortiz y Sanz de las Vidas, opiniones y sentencias de Diógenes Laercio (n.º 97–98, 1887); la de Pedro Fernández Navarrete de los Tratados filosóficos de Séneca (n.º 67 y 70, 1884). Esa colección incluyó también las Obras políticas de Maquiavelo (n.º 191–192, 1895), traducidas del italiano por Luis Navarro; y las Observaciones sobre la moral católica, de Alessandro Manzoni (n.º 52, 1882), en versión de F. Navarro y Calvo.

Hay otras dos ediciones castellanas de filósofos clásicos, dignas de mención: Cinco Diálogos de Platón (Madrid, M. Tello, 1880), hecha directamente del griego y anotada por Anacleto Longué, e Ión: diálogo platónico (Madrid, Antonio Marzo, 1901), traducido por Adolfo Bonilla y San Martín.

En los 90, destaca la editorial La España Moderna de José Lázaro Galdiano, y su «Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia», que realizó una enorme labor de difusión de las distintas tendencias de la tradición filosófica occidental (véase Asún Escartín 1981–1982). De Elme–Marie Caro editó El pesimismo en el siglo XIX: Leopardi, Schopenhauer, Hartmann (n.º 58, 1893), traducido por A. Palacio Valdés; Littré y el positivismo (n.º 127, 1894); etc. También publicó obras del pesimista Arthur Schopenhauer, del vitalista Friedrich Nietzsche, y del positivista Herbert Spencer, así como el Resumen de la filosofía de Spencer de F. Howard Collins (n.º 190–191, 1896). En el ámbito de la Filosofía editó la Historia de la Filosofía de Alfred Fouillée (n.º 196–197, 1894), traducida por Eduardo Gómez Baquero; Los filósofos del siglo XIX de Henri Taine (n.º 359, 1901), y la Filosofía de la Historia en Alemania de Robert Flint (n.º 390, 1901). Publicó además primeras ediciones castellanas de obras de Johann Gottlieb Fichte, Max Stirner y Friedrich Engels.

También acogió versiones castellanas de estudios de tendencias del pensamiento político, como El anarquismo según sus más ilustres representantes de Paul Eltzbacher (n.º 340, 1901), por Pedro Dorado Montero; El socialismo contemporáneo de Émile de Lavelaye (n.º 369, 1902) por Manuel Alonso Paniagua, o El socialismo y el movimiento social en el siglo XIX de Werner Sombart (n.º 378, 1902). Editó asimismo estudios religiosos de Max Muller o Ernest Renan. Por su parte, La España Literaria había publicado dos versiones de Ángel R. Chaves de obras filosóficas de Renan: Diálogos filosóficos (Madrid, 1876) y Fragmentos filosóficos (Madrid, 1877, en colaboración con Ricardo Orgaz).

También pueden encontrarse en la mismo colección obras sobre arte y estética: la Filosofía del arte de H. Taine (n.º 66, 1893), o la Estética de Karl Lemcke (n.º 319, 1900), traducida por Unamuno. Por sugerencia de Menéndez Pelayo, esta colección publicó en castellano Luis Vives (n.º 220, 1894), de Friedrich A. Lange, traducido por autor desconocido desde la entrada «Vives» de la Encyklopädie des gesammten Erziehungs– und Unterrichtswesens (1859–1878), editada por K. A. Schmid.

La tendencia a publicar en castellano filósofos hispanos y españoles del Renacimiento, ya se ha dicho, dejó ediciones de Séneca o de Vives en distintas colecciones. Dentro de la «Biblioteca de Autores Españoles» (1846–1880), de Manuel y Adolfo Rivadeneyra, Adolfo de Castro publicó con un discurso preliminar la antología Obras escogidas de filósofos (Madrid, Aribau y Cía., 1873), que contiene textos en castellano de Séneca, R. Llull, Alonso Tostado, Luis Vives, Melchor Cano, Pérez de Oliva y otros. Por otra parte, entre 1884 y 1890, José de Palau y Huguet tradujo y editó en castellano filósofos españoles dentro de su biblioteca «La Verdadera Ciencia Española», en la que aparecieron en cuidadas ediciones, y económicas, más de cien volúmenes de obras de Isidoro de Sevilla, Francisco Suárez, Luis de Losada, Gabriel Vázquez, Francisco Sánchez y otros en la serie latina; o de Francisco Alvarado, Juan Huarte de San Juan, Juan Eusebio Nieremberg, Pedro Simón Abril y otros en la serie castellana.

Especial mención merecen primeras versiones castellanas de filósofos hispanomusulmanes, como La fuente de la vida de Ibn Gabirol (Madrid, Rodríguez Serra, ca. 1900, 2 vols.), traducida por Federico de Castro y Fernández, inspirado y basado en la edición alemana Fons vitae (1895); y El filósofo autodidacto. Novela psicológica de Ibn Tufayl (Zaragoza, Comas Hermanos, 1900), traducida del árabe por Francisco Pons Boigues.

En este período, la edición castellana de clásicos de la filosofía moderna y contemporánea aumentó considerablemente. Constantino Román y Salamero dio una versión completa y anotada de los Ensayos de Montaigne (París, Garnier Hermanos, 1899, 2 vols). Ya hemos citado las primeras ediciones castellanas de Descartes y de Spinoza; cabe mencionar también la versión de Zozaya de las Conversaciones sobre la metafísica y la religión de Nicolas Malebranche aparecida en la «Biblioteca Económica Filosófica» (n.º 42–44, 1889). Se publicó otra versión de los Pensamientos de Locke acerca de la educación (Alicante, Juan Esplá, 1890), de traductor desconocido (D. B. L. C.).

Se siguieron editando clásicos del pensamiento ilustrado francés. Se publicó la edición castellana, incompleta y anónima de Obras completas de Voltaire (Valencia, M. Senent, 1892–1894, 4 vols.), que contenía, además de los relatos conocidos, el Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, el Diccionario filosófico y otras obras. Se editaron tres nuevas versiones castellanas del Du contrat social de Rousseau: la anotada de Antonio Redondo (Madrid, 1884, «Colección de los mejores autores antiguos y modernos, nacionales y extranjeros» n.º 93); la de Antonio Zozaya («Biblioteca Económica Filosófica» n.º 10, 1883; reed. 1887 y 1899), y la de Max Doppelheim (Barcelona, Sopena, ¿1900?). También vieron la luz las primeras versiones castellanas de antologías de Denis Diderot, como Obras filosóficas («Biblioteca Económica Filosófica» n.º 35, 1887), traducidas por Zozaya, y Obras escogidas (París, Garnier, 1897, 2 vols.), en versión de Nicolás Estévanez.

Singular novedad, representan las ediciones castellanas de filósofos alemanes, desde Leibniz hasta el idealismo, pasando por Kant, que fueron publicadas por primera vez en este período. Se ha señalado que la «Biblioteca Filosófica» de P. de Azcárate publicó cinco tomos de Obras de Leibniz, a las que conviene añadir la versión de A. Zozaya de La monadología. Opúsculos («Biblioteca Económica Filosófica» n.º 5, 1882). Además, de ese período datan las primeras versiones castellanas de obras de Kant, que aparecieron –como se ha recordado– en distintas colecciones, a las que hay que añadir la «Biblioteca Económica Filosófica», en la que Zozaya publicó sus versiones de Fundamentos de una metafísica de las costumbres (n.º 3, 1881) y de Crítica de la razón práctica (n.º 28–30, 1886). De Kant, se publicaron también los Principios metafísicos del derecho (Madrid, J. M.ª Pérez, 1873), versión del francés por G. Lizárraga. En la «Biblioteca Económica Filosófica» se editaron Doctrina de la ciencia. Principios fundamentales de la ciencia del conocimiento de Fichte (n.º 36–38, 1887), y Bruno o del principio divino y natural de las cosas de Friedrich Schelling (n.º 4, 1881), ambas traducidas por Zozaya desde versiones francesas. Por su parte, la «Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia» publicó los Discursos a la nación alemana de Fichte (n.º 329, 1900), vertidos por Rafael Altamira.

El catedrático de Metafísica José Contero y Ramírez introdujo el hegelismo en la Universidad de Sevilla, donde fue recibido por algunos catedráticos de filosofía del derecho, y, de manera más difusa, por algunos políticos e intelectuales, que tradujeron desde versiones francesas un par de obras de Georg Wilhelm Friedrich Hegel en los años 70 (véase Lacasta Zabalza1984). Antonio M.ª Fabié y Escudero hizo la versión castellana anotada de la Lógica de Hegel (Madrid, Fortanet, 1872), incluida en la Enzyklopädie der philosophischen Wissenschaften, a través de la traducción francesa de Augusto Vera (1859). Antonio Benítez de Lugo tradujo la Filosofía del Derecho o estudio fundamental del mismo según la doctrina de Hegel, precedido de una introducción general sobre los sistemas filosóficos más importantes de la época moderna (Sevilla, Librería Española y Extranjera, 1872), desde las versiones de A. Vera y Alessandro Novelli. Dos décadas más tarde, la «Biblioteca Económica Filosófica» publicó la Lógica de Hegel (n.º 62–65, 1892–1893), traducida por A. Zozaya, que utilizó la versión francesa de Vera.

Del filósofo espiritualista ecléctico Paul Janet se publicaron dos versiones de Le matérialisme contemporain en Allemagne, ambas tituladas El materialismo contemporáneo, por Juan Aguilar y Lara (Valencia, «Biblioteca de Filosofía Contemporánea», 1877) y por Mariano Arés (Salamanca, «Biblioteca de Filosofía, Historia, Ciencias Físicas y Sociales y Literatura», 1877; reed. 1900); también se editaron El cerebro y el pensamiento (Valencia, «Biblioteca de Filosofía Contemporánea», 1877), por Aguilar y Lara; Tratado elemental de filosofía para uso de los establecimientos de enseñanza (París–México, C. Bouret, 1882), obra de Mariano Urrabieta, y La familia: lecciones de filosofía moral (Madrid, «Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia», 1897), por Luis Marco.

El auge de la mentalidad positiva impulsó la traducción de clásicos del positivismo francés, inglés y alemán. Ya mencionamos la edición castellana, Catecismo positivista o Sumaria exposición de la religión universal de Comte («Biblioteca Económica Filosófica» n.º 30–32, 1886–1887), traducido por Zozaya. De John Stuart Mill se publicaron varias ediciones castellanas: El gobierno representativo (Sevilla, Biblioteca Científico–Literaria, 1878), traducción de Siro García del Mazo; La libertad (Madrid, Fernando Fé, 1890), obra de Lorenzo de Benito y Endara; El Utilitarismo («Biblioteca Económica Filosófica» n.º 53, 1891), por A. Zozaya; La esclavitud femenina (Madrid, «Biblioteca de la Mujer» n.º 2, 1892), sin nombre de traductor y prólogo de Emilia Pardo Bazán (véase Freire López 2021); y Mis memorias («Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia» n.º 27, 1892).

Se tradujeron obras de representantes del positivismo naturalista alemán, como el discurso de Hermann von Helmholtz, Relaciones de la Ciencia de la Naturaleza con la ciencia toda (en Revista Europea n.º 128 y 129, 1876), vertido por Augusto González Linares, o El hombre y su lugar en la naturaleza en el pasado, en el presente y en el porvenir de Ludwig Büchner (Madrid, Ricardo Fé, 1886; reed. 1888 y 1890), traducido del alemán por Enrique Soms y Castelín; y, sobre todo, de Ernst Haeckel: Ensayos de psicología celular («Biblioteca Económica Filosófica» n.º 46, 1889), versión de Zozaya; Morfología general de los organismos (Barcelona, Blas Barrera y Cía., 1885; reed. 1887), traducida por Salvador Sanpere y Miquel, con revisión de Gaspar Sentiñón; El monismo como nexo entre la religión y la ciencia: profesión de fe de un naturalista (Madrid, F. Cao y D. del Val, 1893), versión de M. Pino G.

Entre 1880 y 1884, fueron saliendo por partes de la imprenta de Diego Pacheco en Madrid las obras de lógica del filósofo Alexander Bain –inspiradas en la lógica de Stuart Mill– en traducciones de Alfonso Ordax. De este positivista renovador de la psicología y la educación se publicaron también La Ciencia de la educación (Valencia, Carlos Verdejo, 1882); Las ideas de Darwin: la ciencia de la educación (Madrid, Rollo, 1888); y Espíritu y cuerpo: teoría de su relación: con un resumen de la historia de las teorías del alma (Madrid, Agustín Jubera, 1881), traducida del inglés por Antonio Á. Ramírez.

Herbert Spencer fue el positivista más traducido (véase Ramírez Arlandi 2012). La «Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia» editó en castellano numerosas obras suyas: La justicia. (n.º 246, 1893), por Adolfo Posada; La moral de los diversos pueblos y la moral personal (n.º 247, 1893), por José de Caso; La beneficencia (n.º 248, 1893), por Miguel de Unamuno; Las instituciones eclesiásticas (n.º 249, 1893); Instituciones políticas (n.º 251–252, 1894); Instituciones sociales (n.º 250, 1894); El organismo social (n.º 253, 1895), El progreso: su ley y su causa (n.º 254, 1895), Exceso de legislación (n.º 255, 1895), De las leyes en general (n.º 256, 1895), y Ética de las prisiones (n.º 257, 1895), todas ellas por Unamuno; Los datos de la sociología (n.º 258–259, 1899); Inducciones de la sociología: y las instituciones domésticas (n.º 260, 1899); etc. La editorial Perojo publicó Obras filosóficas de Spencer. Los primeros principios («Colección de Filósofos Modernos» n.º 4, 1879), en traducción de José Andrés Irueste, y la «Biblioteca Económica Filosófica» editó la Clasificación de las ciencias (n.º 45, 1889), traducción de Eduardo Zamacois y Quintana. La Casa editorial Medina publicó La ciencia social: los fundamentos de la sociología (Madrid, 1886; reed. ca 1890), y La especie humana, la creación y la evolución (Madrid, 1887).

También de Spencer, la sevillana «Biblioteca Científico–Literaria» editó Ensayos políticos y sociales (ca. 1878), traducidos por Claudio Boutelou; y vertidos por S. García del Mazo, cotejando versiones francesas: Escritos políticos y sociales (1886); Fundamentos de la moral (1881); y De la educación intelectual, moral y física (1879; 2ª ed. 1884). Esta obra de Spencer (Education: intellectual, moral and physical) tuvo otras dos versiones castellanas anónimas, una en Madrid (Manuel G. Hernández, 1880; reed. 1911), y otra en Nueva York (D. Appleton y Cía., 1892); y otra versión (Valencia, F. Sempere y Cía., s. a.), de un tal Narciso Sevillano, que o bien plagió la versión de García del Mazo o es un pseudónimo suyo. En Barcelona se editaron de Spencer las Instituciones domésticas (Sopena, s. a.), traducción de Rafael Montestruc, y El Universo Social. Sociología general y descriptiva (Ferrer, Barris y Cía., 1883–1884, 3 vols.), adaptación por S. Sanpere y Miquel.

El krausismo institucionista, que fue en general crítico con el positivismo naturalista, siguió traduciendo y editando versiones castellanas de Krause y de autores krausistas. Se reeditó la versión castellana, Ideal de la humanidad para la vida («Biblioteca Económica Filosófica» n.º 70–71, s. a.), traducido por Sanz de Río, y la adaptación libre Sistema de la filosofía (Madrid, 1874, 2 vols.), también por él. F. Giner de los Ríos tradujo el Compendio de Estética de Krause (Sevilla, Gironés y Orduña, 1874), con una segunda edición (Madrid, V. Suárez, 1883), que incluía la teoría de la música. Esta edición será el manual de estética krausista en el período.

Gavino Lizárraga tradujo el Curso de Psicología de Heinrich Ahrens (Madrid, V. Suárez, 1873), cuyo primer volumen contenía una Antropología general y, el segundo, una Psicología, que llevaba como anteportada Curso de Filosofía e incluía la parte general de la Metafísica. De Ahrens se publicaron también el Compendio de Historia del Derecho Romano (Madrid, V. Suárez, 1879) y la Enciclopedia jurídica o exposición orgánica de la ciencia del derecho y el Estado (Madrid, V. Suárez, 1878–1880, 3 vols.), ambas obras traducidas por F. Giner de los Ríos en colaboración con González Linares y G. de Azcárate.

De Guillaume Tiberghien se editaron en castellano varios estudios sobre la filosofía del maestro, de la que era referente principal: Filosofía de Krause (en Revista de Filosofía, Literatura y Ciencias 3 y 4, 1871 y 1872), traducción de Joaquín Sama Vinagre; Médula del Sistema de Krause o Cuadro de las Categorías (Madrid, Querol & García, 1874), de traductor desconocido (M. L.); Los mandamientos de la humanidad o la vida moral en forma de catecismo según Krause (Madrid, M. Minuesa Juanelo, 1875), por Alejo García Moreno; Krause y Spencer (Madrid, Fernando Fé, 1883), versión de H. Giner de los Ríos, en la que se discuten tesis positivistas. El Enseignement et philosophie (1873) dio lugar a dos obras, ambas debidas a H. Giner de los Ríos: La enseñanza obligatoria (Madrid, Anillo y Rodríguez, 1874) y Moral elemental para uso de las escuelas (Madrid, L. Navarro, 1878). También se publicó en castellano el manual Elementos de Ética o Filosofía Moral (Madrid, Manuel G. Hernández, 1872), en versión del mismo traductor, adaptada a la Enseñanza Media.

Se publicaron otras obras de filosofía teórica de Tiberghien, del que se admiraba especialmente la claridad expositiva: Introducción a la Filosofía y Preparación a la Metafísica: estudio analítico sobre los objetos fundamentales de la ciencia: crítica del positivismo (Madrid, Revista de Legislación, 1875), versión de Vicente Piñó y Vilanova; Teoría de lo infinito (Madrid, V. Suárez, 1872), traducción de Gavino Lizárraga; Estudios sobre filosofía (Madrid, M. Minuesa, 1875), versión de García Moreno; Ensayo teórico e histórico sobre la generación de los conocimientos humanos (Madrid, F. Góngora, 1875–1876, 4 vols.), también traducido por García Moreno. Del estudio dedicado a B. Spinoza, incluido en ese Ensayo teórico de Tiberghien, se hizo la edición aparte, Espinosa (Madrid, Bailly–Baillière, ca. 1876), otra contribución krausista a la edición del panteísta de origen sefardi; y Urbano González Serrano vertió la novela histórica Benito Espinosa (Madrid, Medina y Navarro, 1878), de Berthold Auerbach.

Dentro de su programa jurídico–político de modernización de las creencias, costumbres e instituciones de la sociedad española, profesores, intelectuales y políticos krausistas o afines al krauso–institucionismo, como Francisco Giner de los Ríos, y su hermano Hermenegildo, G. de Azcárate, A. González Linares, L. Benito y Endara, P. Rodríguez Hortelano, R. Asensi, G. Flórez, M. Arés, P. Dorado Montero, A. Posada, A. Álvarez–Buylla, U. González Serrano, A. García Moreno, A. Machado y Álvarez, J. Calderón Llanes, A. Arcimís y otros., hicieron una extensa labor de traducción y difusión de renovadores en distintas ramas del derecho, en ciencias humanas, como la economía política, la psicología experimental y positiva, la sociología, la antropología física, cultural y criminal, o en los estudios religiosos, etc., que no cabe detallar aquí (véase, por ejemplo, Vega 2001).

La reacción del tomismo íntegro frente al krausismo desde los años 60, preparó el relanzamiento posterior del neotomismo frente al racionalismo, el liberalismo y el socialismo modernos. Se hicieron ediciones castellanas de santo Tomás de Aquino, como la segunda edición de la Brevis Summa de Fide (Madrid, A. Pérez Dubrull), traducción de Carbonero y Sol, y el Tratado de Dios (Madrid, Librería Nacional y Extranjera, 1889), extractado y traducido por Pedro Sala y Villaret. Mención aparte, por su importancia, merece la primera edición completa de la Suma teológica (Madrid, Moya y Plaza, 1880–1883, 5 vols.), traducida del original latino –establecido mediante cotejo de ediciones de época–, por el jurisconsulto Hilario Abad de Aparicio, y revisada y anotada por los padres Manuel Mendía y Pompilio Díaz.

Se publicaron versiones de manuales escolásticos del cardenal Giuseppe Prisco: Elementos de filosofía especulativa, según las doctrinas de los escolásticos y singularmente de Santo Tomás de Aquino (Madrid, Tejado, 1866, 2 vols.), traducido del italiano por Gabino Tejado, y Filosofía del Derecho fundada en la Ética (Madrid, M. Guijarro, 1879), traducido por J. B. de Hinojosa. Se editaron también en castellano manuales de jesuitas italianos: de Luigi Taparelli, Ensayo teórico de Derecho Natural, apoyado en los hechos (Madrid, Tejado, 1866–1868, 4 vols.), traducido por J. M. Ortí y Lara, y el Curso elemental de Derecho Natural (Madrid, M. Tello, 1871), por Gabino Tejado; de Giovanni Cornoldi, Lecciones de Filosofía escolástica (Barcelona, Peninsular, 1878), por José de Palau y Huguet; y de Matteo Liberatore, los Principios de economía política (Madrid, Librería Católica de Gregorio del Amo, 1890).

Ortí y Lara tradujo la edición castellana de La Belleza y las Bellas Artes, del jesuita Josef Jungmann, publicada por primera vez en la revista Ciudad de Dios (n.º 1–6, 1870–1871), y que tuvo una gran difusión como manual de estética en las cátedras y establecimientos católicos (Madrid, Pascual Conesa, 1870–1871). Perojo editó Las causas de lo bello, según los principios de Santo Tomás de L. Taparelli (Madrid, 1879), traducido del italiano por Enrique Danero.

En Barcelona se publicó el Curso de Derecho Romano, precedido de una introducción que contiene historia de la legislación y de las instituciones políticas de Roma, del catedrático de derecho romano en Bruselas Karl G. J. Maynz (Jaime Molinas, 1887–1888, 3 vols.), traducido por Antonio J. Pou y otros. Y también en la misma ciudad (Ed. La Inmaculada Concepción) aparecieron dos obras de M. Liberatore: Del compuesto humano (1882), traducción anónima, y De los universales (1888), versión de Francisco de P. Ribas y Servet.

En defensa de la religión católica y de la fe, se editaron versiones castellanas de polemistas católicos, como los jesuitas Hugo Hurter y G. Cornoldi, y de tratadistas, como los también jesuitas L. Taparelli, M. Liberatore y Florian Riess.

El positivismo naturalista, reforzado por el impacto de la teoría darwiniana de la evolución sobre la antropología, tuvo como una de sus secuelas la filosofía pesimista en la cultura europea finisecular. Gracias a La filosofía de Schopenhauer (Salamanca, 1879; «Biblioteca de Filosofía, Historia, Ciencias Físicas y Sociales y Literatura» n.º 8), monografía de Théodule Ribot –uno de los impulsores de la Psicología experimental en Francia– traducida por Mariano Ares y Sanz, se difundió en la generación del 98 el interés por ese filósofo pesimista de la voluntad. En la Revue Philosophique, fundada y dirigida por Ribot, bien conocida en España, se podían leer artículos de Eduard von Hartmann, o sobre Schopenhauer y Nietzsche.

Desde los años 90, circulan ediciones castellanas de Arthur Schopenhauer, que van a influir en la cultura española de entresiglos (véanse Santiago 1990 y 1993, y Moreno Claro 1994). Zozaya tradujo la primera versión de Parerga y paralipomena: aforismos sobre la sabiduría en la vida («Biblioteca Económica Filosófica» n.º 47–48, 1889), seguida de un estudio crítico. En la revista La España Moderna apareció «La reputación y el punto de honra» (vol. 18, 1890), y a la «Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia» se incorporaron los Estudios escogidos (n.º 78, 1893), El mundo como voluntad y representación (n.º 242, 1894; n.º 344, 1901; n.º 372, 1902), traducido por Zozaya y E. González–Blanco, y Fundamentos de la moral (n.º 241, 1896). El editor Bernardo Rodríguez Serra publicó Sobre la voluntad de la naturaleza (Madrid, 1900), traducida del alemán por Unamuno, y Metafísica de lo bello y estética (Madrid, 1900), traducida del alemán por Luis J. García de Luna.

De E. von Hartmann, filósofo pesimista alemán, se publicó El darwinismo: lo verdadero y lo falso de esta teoría (Madrid, V. Suárez, 1879), traducido del alemán por Manuel Sales y Ferré. De La religión del porvenir circularon dos ediciones castellanas: la de A. Palacio Valdés, probablemente sobre una versión francesa (Madrid, Eduardo Medina, 1877), y la de A. Zozaya («Biblioteca Económica Filosófica» n.º 39, 1888; reed. ca. 1900).

Editoriales como La España Moderna, Maucci o F. Sempere y Compañía publicaron versiones castellanas de las principales obras del vitalista Friedrich Nietzsche a partir de 1900 (véase Ilie 1964 y Sobejano 1967). En ese año se editaron: Así hablaba Zaratustra. Un libro para todos y para nadie («Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia» n.º 308, 1900), traducida del alemán por Juan Fernández, cotejando las versiones francesa, inglesa e italiana; El crepúsculo de los ídolos (Madrid, Fernández de Rojas, 1900), por José García Robles; El origen de la tragedia o Helenismo y pesimismo (Madrid, Rodríguez Serra, ca. 1900), por Luis J. García de Luna; y La gaya ciencia (Valencia, F. Sempere y Cía., s. a.), por Pedro González–Blanco.

El impacto antropológico del darwinismo, y el establecimiento de partidos y sindicatos obreros, explican en buena medida la proliferación de literatura radical de crítica sociopolítica, con frecuencia panfletaria, frente a la explotación de la clase trabajadora y sus lamentables condiciones de vida. Las versiones castellanas de esta literatura anarquista o marxista se difundían durante el último tercio del XIX en prensa periódica o en ediciones asequibles, de marcado interés revolucionario, pero de escaso cuidado e interés académico; si bien, de la difusión de las obras de los autores más reconocidos, se encargaron también importantes editoriales, como La España Moderna en «Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia» o la «Colección de Libros Escogidos» en el período finisecular. Precisamente en esta última colección aparecieron versiones castellanas anónimas de escritos filosóficos de Lev N. Tolstói: Dos generaciones (n.º 5, 1891); El camino de la vida (n.º 71, 1893); Placeres viciosos (n.º 75, 1893); El dinero y el trabajo (n.º 77, 1893); El trabajo (n.º 81, 1893); Mi confesión (n.º 85, 1893); ¿Qué hacer? (n.º 94, 1893); Lo que debe hacerse (n.º 95, 1893) y Fisiología de la guerra (n.º 115, 1893).

La difusión de la literatura anarquista se inició en los años 1870 con la colección de folletos «Biblioteca de los Obreros», del periódico El Condenado, que inspiró los folletos de La Tramontana, o la «Biblioteca del Proletario» de la Revista Social. Pese a la represión, en la España finisecular la literatura anarquista se difundió en Barcelona desde El Productor, en Madrid desde La Anarquía y en La Coruña desde El Corsario. También editaron clásicos del anarquismo imprentas como la de J. Gil y Navarro, o Hijos de M. G. Hernández, o colecciones como «Arte y Libertad» de F. Sempere y Compañía, y «Los Pequeños Grandes Libros» de la Casa Editorial Presa, en la que aparecieron versiones de P. A. Kropotkin, É. Reclus, M. Bakunin, Ch. Malato, E. Malatesta, P.–J. Proudhon, P. Gori y otros.

De Karl Marx, en el período finisecular, se editaron versiones castellanas de las obras que habitualmente difundían los partidos obreros europeos (véase Ribas Ribas 1981). Ante todo, y en traducción de José Mesa, el Manifiesto del partido comunista, escrito con Engels, se editó por entregas en prensa periódica, como La Emancipación (n.º 72–75, 1872), El Obrero (18 de agosto–3 de noviembre de 1882), El Socialista (11 de junio–14 de agosto de 1886), cuya redacción lo consideraba el documento socialista más importante hasta la fecha, y lo editó en folleto aparte (Madrid, F. Cao y D. del Val, 1886; «Biblioteca de El Socialista» n.º 1; reed. 1901); también lo editaron «los socialistas valencianos» (Valencia, ca. 1895). La versión de Mesa fue reeditada de manera ininterrumpida. De La guerra civil en Francia aparecieron tres versiones: La Federación (17 de septiembre–8 de octubre de 1871) publicó por entregas una versión anónima; El Socialista (19 de marzo–14 de mayo de 1886) hizo lo mismo con la versión de José Mesa, que salió luego como folleto de El Socialista (Madrid, 1895); y la de M. G. Maurelo y P. Cermeño salió el mismo año (Madrid, Juan Iglesia Sánchez), iniciando la «Biblioteca Socialista». Del Manifiesto inaugural de la Internacional aparecieron versiones, sin firmar, en La Federación (31 de octubre de 1869), La Emancipación (4–18 de enero de 1873) y El Socialista (27 de agosto–3 de septiembre de 1886). Se editó también la traducción de José Mesa de La miseria de la filosofía (Madrid, Ricardo Fe, 1891; «Biblioteca de El Socialista»), en un volumen histórico que contiene, además de la traducción del texto de Marx, la carta de Engels a Mesa (de 24 de marzo de 1891), el prólogo exposición de la doctrina marxiana de Mesa y el «Programa del Partido Socialista Obrero». El capítulo ii de Miseria de la filosofía, en versión de Mesa, se publicó aparte, con el título Teoría de la lucha de clases, en La Emancipación (13 de abril de 1872).

La primera versión castellana del tomo i de El capital, editada por entregas en La República (1886–1887), fue obra de Pablo Correa y Zafrilla, que la hizo desde la francesa de Joseph Roy, supervisada por Marx (véase Ribas Ribas 1985); esa versión, incompleta y llena de errores, fue publicada también en volumen aparte (Madrid, Dionisio de los Ríos, 1887). El Socialista editó la traducción, hecha por Antonio Atienza, de la versión francesa resumida de El capital (Madrid, Ricardo Fé, 1887), obra de Gabriel Deville, a la que este añadió un estudio suyo sobre el socialismo. Pero fue el argentino Juan Bautista Justo quien hizo la primera versión completa del tomo I de El capital (Madrid, F. Cao y D. del Val, 1898), sobre la cuarta edición alemana (1890), preparada por Engels.

También se difundieron versiones castellanas de obras de Engels, que formaban parte de la estrategia de los partidos obreros. Atienza vertió al castellano el fragmento del Anti–Dühring extraído y traducido al francés por Paul Lafargue en Socialismo utópico y socialismo científico (Madrid, Ricardo Fé, 1886; reed. 1904), que fue publicado también por El Socialista (n.º 198–200, 205–206, 238, 240, 246–247 y 249, 1889–1890), y por la imprenta de F. Cao y D. del Val (Madrid, 1901). De este extracto de Lafargue se editó otra versión castellana de Rosendo Diéguez (Barcelona, Casa Editorial Presa, s. a.; «Los Pequeños Grandes Libros», 18). En El Socialista (n.º 78, 83 y 84, 1887), se publicó la versión anónima de El movimiento obrero en América, que es el Prefacio de la edición inglesa de la Situación de la clase obrera en Inglaterra. De Der Ursprung der Familie, des Privateigenthums und des Staats se publicaron dos ediciones castellanas anónimas: Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado (Madrid, Ed. Roja, 1891) y Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado («Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia» n.º 193, 1894). De Engels, en fin, El Socialista publicó por entregas en Las tres batallas de la burguesía contra el feudalismo (n.º 358–359 y 371, 1893).

También circularon contraindicaciones frente al pensamiento revolucionario de Marx y Engels, de Chernishewski o Bakunin. El jesuita Venancio M.ª de Minteguiaga, por ejemplo, tradujo del italiano El comunismo, sus causas, efectos y remedios (Madrid, P. López, 1878), que procede de una serie de artículos, publicados por Civiltà Cattolica, revista romana de la Compañía de Jesús; y Enrique Danero y Miguel de Toro hicieron la versión castellana anotada de El nihilismo: su origen, su desarrollo, su esencia, y su fin (Madrid, Montera 51, 1890), desde el original italiano de Giovanni B. Arnaudo, que vincula el socialismo y el anarquismo rusos con el nihilismo.

El Socialista y su Biblioteca, imprentas como la de Ricardo Fe, de F. Cao y D. del Val, y de J. Calleja, colecciones como «Los Pequeños Grandes Libros» de Presa editaron versiones castellanas de representantes del marxismo ortodoxo francés, como Jules Guesde, Paul Lafargue o Gabriel Deville; de marxistas ortodoxos alemanes, como Karl Kautsky o Eduard Bernstein; del dirigente del Partito dei Lavoratori Italiani, Filippo Turati, y del marxista ruso Georgi V. Plejanov. El semanario socialista bilbaíno La Lucha de Clases editó versiones del marxista francés Jean Jaurès, y del influyente dirigente del Partido Obrero belga y presidente de la Segunda Internacional, Émile Vandervelde. Del marxista académico Antonio Labriola, se editó Del materialismo histórico: dilucidación preliminar (Valencia, F. Sempere, s. a.), en la versión de José Prat.

En fin, este incremento del volumen alcanzado por la traducción filosófica en el último tercio del siglo XIX es un factor explicativo de la subida de nivel de la tradición filosófica occidental en el cauce castellano que hizo posible el pensamiento actual de la generación literaria del 98 y el Modernismo del período de entre siglos.

 

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  1. Pueden verse, por ejemplo, en esta misma obra, los capítulos «La traducción de textos de economía en el siglo XIX» de José Luis Malo Guillén y Begoña Pérez Calle y «La traducción de textos jurídicos y administrativos en los siglos XVIII y XIX» de Ingrid Cáceres Würsig.
  2. Puede verse, por ejemplo, el capítulo “Traducción y exilio en el siglo XIX” de David Loyola, en esta misma obra.
  3. (I) Vidas y pensamientos morales de Confucio; (II) Pensamientos morales de diversos autores chinos; (III) Manual de Epicteto; (IV) Sentencias de Teognis, de Phocylides, de Pitágoras, y de otros sabios de la Grecia; (V) Pensamientos morales de Isócrates; (VI) Discurso preliminar para servir de introducción a la moral de Séneca; (VII–VIII) Primera (–segunda) parte de la Moral de Séneca; (IX) Apotegmas de los lacedemonios, extraídos de Plutarco, y seguidos de los pensamientos del mismo autor sobre la superstición; (X–XI) Primera (–segunda) parte de los pensamientos morales de Plutarco; (XII) Vidas y apotegmas de los filósofos griegos.
  4. Números 14, 26, 59–60, 73, 75, 77, 79, 83, 86, 202–204, 206–207, 210 y 212.