Traducción y exilio: México
Lizbeth Zavala Mondragón
Contexto histórico
La colaboración en el ámbito de la traducción de los exiliados españoles en México, tras la guerra civil española, es una de las más fructíferas y trascendentes de todos los tiempos y en todos los sectores de la producción intelectual mexicana. Es un tema que suele reconocerse brevemente en las crónicas del exilio y particularmente en las historias de la filosofía latinoamericana; sin embargo, es un campo amplísimo, que se extiende a variadas áreas del conocimiento, tan importante en la filosofía como en la literatura y las ciencias sociales. La relación entre traductores exiliados y filosofía suele ser el referente a veces principal, a veces único, porque fue uno de los primeros peldaños del Fondo de Cultura Económica (FCE), una de las máximas empresas editoriales en lengua española. En el siguiente estudio vamos a notar que en realidad fueron igual de importantes sus contribuciones en los diferentes campos de la producción editorial en México y que el impacto de aquellas acciones editoriales continúa haciendo eco en los libros que se leen en español.
En 1939, el año en que finalizó la guerra civil española y comenzó la búsqueda del refugio político por parte de miles de españoles republicanos, México era aún un país muy joven, con poco más de cien años de vida independiente y que aún sufría los estragos de su propia conflagración interna, la Revolución Mexicana (1910–ca. 1917). Estaba en desarrollo en todos sus sectores y transitaba por primera vez por un gobierno progresista y de izquierda con la presidencia de Lázaro Cárdenas. Fue un sexenio muy complicado, lleno de pequeños y grandes cambios y de revoluciones internas. Algunos miembros del gabinete del presidente Cárdenas habían experimentado también el movimiento revolucionario y estaban muy comprometidos con el progreso y con las causas políticas. El gobierno cardenista fue uno de los dos que apoyó abiertamente a la República española.
El economista, historiador y sociólogo Daniel Cosío Villegas, que sería fundador del Fondo de Cultura Económica y del Colegio de México, entre otras importantes iniciativas, entró en contacto con los intelectuales españoles republicanos cuando fue embajador en Portugal. Él y otros diplomáticos, conscientes del peligro inminente que se avecinaba con la guerra para los españoles, así como de las carencias en distintos sectores de su propio país, le propusieron al presidente que abriera las puertas al exilio, una acción que ponía a salvo la vida de miles de personas al mismo tiempo que permitía que su estancia ayudara a mejorar el sector educativo e industrial. Cosío Villegas promovió la invitación al primer grupo, el cual estaba conformado por algunos de los más destacados intelectuales de España; creó una institución académica para darles acogida: La Casa de España en México, ahora Colegio de México. Los primeros refugiados, como José Gaos, comenzaron a llegar en 1938. El objetivo de esa invitación era impartir cursos y seminarios en las universidades mexicanas. A medias entre una estrategia y una solución al hospedaje de los invitados de la Casa de España en México, la sede fue ubicada en el mismo departamento del joven Fondo de Cultura Económica (Garciadiego 2016).
Una segunda gran acción fue la que propuso al gobierno mexicano el embajador Tejada; se trató de la acogida a Rafael Giménez Siles (Santonja 2002). En España, hasta antes del estallido de la Guerra Civil, Giménez Siles trabajó intensamente en la promoción del libro y la lectura, se enmarcó en el movimiento editorial de avanzada, fue el fundador de editoriales tan importantes como Cenit y el grupo CIAP y desarrolló proyectos de fomento a la lectura, como las bibliotecas móviles. Su invitación por parte del gobierno mexicano estaba basada en la simpatía de ideología socialista; se le propuso implementar proyectos similares en México durante su exilio. Tan sólo un año después de su llegada ya se había nacionalizado mexicano y se dedicó a desarrollar un complejo editorial que cubría toda la cadena del libro, un proyecto sin precedentes en el país y que, a propósito o sin estar consciente de ello, incluyó los servicios de traducción de numerosos exiliados.
El gobierno mexicano emprendió la tercera y más grande acción: Lázaro Cárdenas designó al revolucionario Gilberto Bosques encargado de gestionar en Francia el rescate de miles de españoles que habían huido a través de los Pirineos, muchos de los cuales fueron recluidos en campos de concentración al cruzar la frontera. En el documental Visa al paraíso de Lilian Lieberman (2010) es posible observar a grandes rasgos el complejo proceso de rescate de los exiliados españoles. Gilberto Bosques cuenta de viva voz el propósito, las acciones y obstáculos con que tanto españoles como mexicanos se enfrentaron. El marco temporal de este estudio comienza con la llegada a México del buque Sinaia, el 13 de junio de 1939 y finaliza unos diez años después.
Los exiliados no solamente llegaron de las tres maneras anteriormente enunciadas, sino que partieron de lugares distintos y el proceso del exilio duró más de una década. Muchos de los traductores exiliados llegaron a México entre 1938 y 1944; algunos de ellos habían iniciado el exilio en otras naciones, otros ya se encontraban en México y decidieron quedarse.
A pesar de que en los campos de concentración franceses había más de 450.000 exiliados españoles, el gobierno mexicano pudo rescatar apenas unos 20.000 (Lida 2002: 18; Pla Brugat 2002: 29). La mayoría de esos españoles exiliados pertenecían a la «porción más moderna, en términos económicos, y más ilustrada, en términos educativos» (Pla Brugat 2002: 30). Si bien la mayoría de los exiliados no formaba parte de esa intelectualidad de primer nivel, sí estaban bastante bien cualificados para insertarse en el campo laboral mexicano. El sector del libro se vio beneficiado de la llegada de numerosos escritores, editores, impresores, correctores y traductores; a veces todos ellos encarnados en una sola persona.
Contexto editorial
Con respecto a la producción editorial, al momento del exilio, México estaba afianzando su producción propia (Larraz 2010). Durante los primeros diez años del siglo, las editoriales y librerías eran escasas y en gran medida aún se importaban libros de Europa, así como se editaban publicaciones periódicas, ediciones de autor y obra por encargo (Cervantes & Valero 2016). La Primera Guerra Mundial habría supuesto una oportunidad de crecimiento para México; no obstante, la nación se encontraba a media conflagración civil. Aún con ello nacieron proyectos editoriales memorables, como Cvltvra o Porrúa, y cerca del estallido de la guerra civil española, el FCE.
Daniel Cosío Villegas emprendió el establecimiento de esta editorial porque se dio cuenta de que no se contaba con los profesionales de la traducción adecuados para el trabajo de obras de economía. De hecho, por esa razón, antes de fundar el FCE propuso a la editorial Espasa–Calpe tal misión, pero ante el rechazo de ésta decidió echar a andar el proyecto de manera independiente (Díaz Arciniega 1996). Cosío Villegas reconoció la importancia de educar en la economía para mejorar al país en ese aspecto, para evitar catástrofes como la Depresión de 1929; para él la traducción era un camino para llegar al conocimiento. La primera traducción publicada por el FCE fue El dólar plata de William Shea (1935) en versión del escritor mexicano Salvador Novo, «lo que confirmaba la escasa profesionalización en México» (Garciadiego 2016). Salvador Novo es un espléndido escritor e intelectual mexicano, de los más destacados en la historia de la literatura nacional, pero quizá no fuera el profesional indicado para trasladar obras de economía. Veinte años más tarde, en el Catálogo General (FCE, 1955), el exiliado español Julián Calvo, colaborador de la sección de Economía, escribe sobre aquellas primeras traducciones del FCE, El dólar plata de Shea y Karl Marx de Harold Laski con traducción del mexicano Antonio Castro Leal (1935): «Uno y otro hallaron su razón de ser y existir en nuestra lengua por obra y gracia de sus traductores, ilustres hombres de letras».
A diferencia de México, España, en el momento de estallar la Guerra Civil, gozaba de una industria plenitud editorial plenamente consolidada. Justo en aquellos años ingresaba al mercado exportador de libros a América, un área que habían liderado otros países. El ecosistema del libro español ya contaba con grupos editoriales (Espasa–Calpe, CIAP), editoriales en expansión (Juventud, Manuel Aguilar), editoriales de avanzada (Morata, Cenit, Oriente), así como editoriales de públicos más reducidos pero de importancia cultural trascendental, como la Revista de Occidente (Larraz, TREA).
Traductores españoles en el exilio mexicano
Tan pronto llegaron a México los refugiados españoles, los frutos de su colaboración comenzaron a verse en el mercado editorial tanto en la fundación de sellos y casas editoriales, distribuidoras y librerías, como en la creación de obras literarias y científicas y la publicación de traducciones. Las crónicas del exilio como las de Mauricio Fresco (1950) y Carlos Martínez (1959) destacaron la labor de traducción de los exiliados españoles, destacando algunos nombres: Ernestina de Champourcin, Josep Carner, Ángel Samblancat, Daniel Tapia Bolívar, Aurelio Garzón del Camino, José Gaos, Eugenio Ímaz, Wenceslao Roces y varios más. Sin embargo, hay que sumar muchos otros nombres, de traductores ocasionales y de traductores de oficio. No se sabe exactamente cuántos libros traducidos se publicaron. Fresco (1950) mencionó que en once años del exilio habían salido cerca de 1600, pero los exiliados continuaron con la labor de traducción incluso hasta los años 80 como fue el caso Garzón del Camino. Con respecto a los sellos editoriales, gracias a diez años de exhaustiva investigación, Lluís Agustí (2018) logró registrar 111 empresas editoriales, 52 asociaciones, 19 partidos políticos, 12 diarios y revistas, tres imprentas, 94 autoediciones y dos falsos pies de imprenta. Hay que considerar que en la mayoría de los catálogos de las editoriales fundadas por exiliados la traducción fue una parte relevante; así también ellos se colocaron como correctores, directores de colección o traductores en las editoriales mexicanas.
Con el paso de los años y los cambios en las circunstancias políticas, como la aceptación del gobierno franquista por los países de la ONU en 1947, el exilio español en México poco a poco dejó de serlo, lo que implicó que el trabajo de los exiliados, y en particular el de la traducción, se integró en la vida laboral mexicana hasta homogeneizarse con el de su país de acogida, en un lapso de varias décadas.
Las primeras traducciones
Algunas de las primeras traducciones en ser publicadas en el exilio fueron producidas en la editorial Cima. Se trató de uno de los casos más curiosos e interesantes en el contexto editorial del exilio, pero también uno de los más desconocidos. Suele citarse como casa fundada por los refugiados en las crónicas del exilio (Fresco 1950 y Martínez 1959), pero no se mencionan ni sus creadores ni sus colaboradores. Por ello, lo que puede saberse de ella es a través de los propios libros. En los distintos títulos suele aparecer una «Nota de los editores», en la que justifican la publicación de tal o cual libro y dan el crédito correspondiente al traductor. Cima tenía uno de los diseños editoriales más peculiares de la época. Se trataba de libros de bolsillo de unos 19,5×12,5 centímetros, de cubierta ahuesada a dos tintas y un juego tipográfico muy elegante a la vez que estridente. El primer libro publicado por Cima fue Un arte de vivir de André Maurois. En la nota los editores escriben:
No queremos enmendar ni competir con las casas editoriales existentes ya en México, que, sin duda, aportan notable esfuerzo en bien de la cultura patria. Nuestro fin, de pretensiones modestas, de momento, es dar a conocer al lector culto las obras más notables de actualidad, novelas, ensayos, libros de interés palpitante, de Europa y de América, y también obras clásicas de nuestra literatura e historia ya olvidadas y otras modernas, pertenecientes al campo educativo.
El traductor fue Pedro Moles, como consta en la página de créditos de la edición: «Doctor en Filosofía y Letras, Profesor del Instituto–Escuela de Madrid». Por su ficha catalográfica en PARES (Portal de Archivos Españoles) sabemos que durante la guerra civil española había sido secretario de la Junta de Relaciones Culturales del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y que llegó a México en 1939 en el barco Sinaia; tenía 60 años y manejaba el francés. No obstante, Moles también tradujo otros libros para Cima, además de la secuela de Un arte de vivir –Sentimientos y costumbres: complemento de Un arte de vivir, 1940–, también La rueda, una novela del escritor Gian Dauli, en traducción directa del italiano, así como El gran dios Pan de Arthur Machen; es decir, que no solamente manejaba el francés, sino también el italiano y el inglés.1[1]
En Cima, también en 1939, fue publicada La guerra de las moscas de Jacques Spitz, una versión del francés por Domingo Rex, «profesor de la Junta de Relaciones Culturales en Francia», según reza la página de créditos. También llegó a México en 1939, junto con su familia, en el barco Orizaba (Aznar Soler & López García 2016: IV, 178). Aparentemente La guerra de las moscas fue la única traducción de Rex, quien en México se dedicó más bien a las labores diplomáticas del gobierno de la República en el exilio, así como al periodismo radiofónico. Asimismo fue editor; su casa se llamó Ediciones Rex, en la cual publicó obras de carácter biográfico de personajes españoles y latinoamericanos. Las de Moles y Rex son las primeras traducciones del exilio y sus trabajos fueron publicados en el mismo año de su llegada, 1939.
Es difícil determinar el perfil del traductor exiliado solamente a través de las publicaciones, es decir, saber si se trataba de un traductor de oficio o un traductor ocasional. Mientras que fueron varias las traducciones de Pedro Moles dentro de Cima, Domingo Rex solamente consta en una ocasión como traductor. Lo curioso en ambos casos es que en el crédito correspondiente al traductor lo que se destacaba era su «otra» profesión, quizá la principal. Como ya se mencionó, Moles, era un «doctor en Filosofía y Letras» y profesor, mientras que Rex era un «profesor de la Junta de Relaciones Culturales en Francia». Una de las situaciones recurrentes en el oficio del traductor exiliado es que antes de su partida ejercían en España otras profesiones, en muchas ocasiones como diplomáticos, y al asentarse en México encontraron en la traducción un nuevo sustento económico. Destacar la «otra» profesión del traductor fungía como respaldo al oficio.
Apenas unos años después de la llegada masiva, las traducciones comenzaron a incrementar. En los catálogos de las editoriales nacientes, creadas por los exiliados mismos, figuraron obras tanto de autores o temas antifascistas como literatura clásica o contemporánea en general. Fueron varios los experimentos que se realizaron en aquellos primeros años: así como se emprendieron proyectos, se cerraron, y fueron pocos los que durarían más que un lustro. En algunos casos un sello editorial fue la antesala de otro más duradero. Pero en ambos espacios editoriales, la traducción fue fundamental.
En 1939 también llegó a México el escritor Ramón J. Sender. Tras la dolorosa experiencia de la Guerra Civil, muy temprano emprendió la huida, primero a Francia, después a Nueva York y posteriormente a México. El exilio en este último país fue breve, de apenas tres años, antes de instalarse en Estados Unidos, pero desarrolló una importante actividad: así, fundó su propia editorial, Quetzal, en la que publicó sus novelas Proverbio de la muerte y El lugar del hombre e inauguró la colección «Un hombre y una época» con el libro Cervantes de Jean Cassou, traducción del también refugiado español Francisco Pina (Mengual 2014). No es casual la aparición de esta obra; dado que una de las misiones autoimpuestas de los exiliados era luchar por la pervivencia y difusión de la cultura española, por lo que una biografía de Cervantes era un emblema para comenzar una colección. Además, según dice el prólogo del libro, Cassou dio «prueba constante de su amistad en momentos en que tantos otros se alejaban de nosotros o se nos acercaban demasiado», refiriéndose a la España republicana (Anónimo 1939: 8). Según Aznar Soler y López García (2016: IV, 41), además de ser escritor F. Pina fue crítico de cine y periodista, y desde la Segunda República comenzó con labores de traducción. Durante el exilio también publicó las versiones de Esencia del mundo nuevo: un móvil para luchar de John Strachey (América, 1941), Morfología social de Maurice Halbwachs (América, 1944) y Afrodita de Pierre Louÿs (Leyenda, 1944).
En sus inicios de Quetzal se especializó en literatura política, con traducciones como de Hitler contra Stalin: la fase decisiva de la guerra mundial de Victor Serge en versión del exiliado Enrique Adroher Gironella, cuyo refugio político también fue transitorio –dejó México en 1945–, y Hombres contra Hitler de Fritz Max Cahen, en versión de la también exiliada Concha de Albornoz, una de las pocas traductoras del exilio y una intelectual por demás interesantísima. Según Aznar Soler y López García (2016: I, 69), fue como «nueva muestra de su compromiso antifascista» que Albornoz tradujo esta obra para Quetzal. Al igual que Sender, Gironella, Julián Gorkin o sus amigos Máximo José Kahn y Juan Gil–Albert, México fue un lugar de exilio temporal para esta traductora, quien llegó al país en 1940 y partió hacia EE. UU. cuatro años después.
En 1941 Ramón J. Sender transfirió Quetzal a dos grandes personalidades del mundo del libro y de la lucha política: Bartomeu Costa–Amic y Julián Gorkin. Partió a los EEUU en 1942, año en el cual es apreciable un cambio de enfoque en la editorial. Costa–Amic y Gorkin eran ambos miembros del Partido Obrero de Unificación Marxista y, de hecho, el primero se trasladó a México con la misión de solicitar al presidente Lázaro Cárdenas la acogida como exiliado de Trotsky (Aznar Soler & López García 2016: II, 145). Con todo, en esta nueva empresa no solamente se dedicaron a textos políticos; se asociaron con el mexicano Eduardo Villaseñor y el francés Michel Bervellier para lanzar un catálogo de literatura francesa, y abrieron una librería (Martínez 1959). Dadas las dificultades de circulación de los libros por la Segunda Guerra Mundial, trataron de explorar una vía comercial dentro de América exportando ediciones en francés al Canadá francófono (Férriz Roure 1998); para ello crearon dos colecciones, una monolingüe, en francés («Collection Renaissance») y otra de ediciones bilingües («Obras Eternas»). Esta colección estaba dirigida por el citado Bervellier. En 1942 se publicaron El sobrino de Rameau de Diderot en versión de Rafael Sánchez de Ocaña, Cándido de Voltaire y Los caprichos de Mariana de Musset, ambas con traducción de Felipe García Ascot, y Le misanthrope (El misántropo) de Molière en versión de Florisel, seudónimo de Ricardo de Alcázar, un español inmigrado a México años atrás.
Sánchez de Ocaña también se encontraba en México al estallar la Guerra Civil; había sido comisionado para ocupar la Cátedra de España en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y se encargó de la agregaduría de prensa de la embajada española en ese país (Aznar Soler & López García 2016: IV, 322–323). Durante su formación académica fue pensionado por la Junta para Ampliación de Estudios y acudió a universidades en Francia, Berlín y Marburgo. Varios de los traductores exiliados habían sido beneficiados con este apoyo educativo; de hecho, algunos fueron miembros de la Casa de España en México como pasó a ser el mismo Sánchez de Ocaña. Su exilio fue una decisión tomada ya en el país de refugio. Antes había realizado alguna traducción, como La hechizada (Madrid, Espasa–Calpe, 1920) de Jules Barbey d’Aurevilly y, en sus años de exilio, además de El sobrino de Rameau, participaría como revisor de traducción de Alrededor del amor. Correspondencia íntima de Goethe, en versión de Ruth Kahn Bing publicada por Leyenda. Felipe García Ascot, padre del escritor Jomi García Ascot, fue asimismo diplomático de la embajada de la República Española y traductor ocasional; aparentemente su colaboración en Quetzal fue la única como traductor. Tanto Sánchez de Ocaña como García Ascot declararon en su ficha de ingreso a México manejar como segundas lenguas el francés, alemán e inglés.
Quetzal fue una empresa que perduró poco más de un lustro. No está claro si todas las obras tuvieron su versión en francés y su versión bilingüe. Las publicaciones de carácter político se hicieron presentes a lo largo de sus cinco años de vida y en varias colecciones. Entre las emblemáticas se encuentran, Refugiados a través de Europa en fuego: relato personal de dos alemanes arios a quienes la brutalidad nazi no logró aplastar (1942); se trata de una traducción de Julio Luelmo, quien llegó a México en calidad de refugiado político en 1941. Fue militante del Partido Socialista Obrero Español, del cual fue expulsado, y posteriormente se integró al Partido Comunista. Es más frecuente encontrar noticias sobre su labor como traductor en la siguiente década y es también interesante que casi todas sus traducciones fueron publicadas en la colección «Biografías Gandesa», publicadas sucesivamente por las editoriales Atlante y Grijalbo, ambas fundadas por el exiliado catalán Joan Grijalbo. En palabras de Férriz Roure (1998): «Atlante […] no nació tan sólo con el fin de publicar obras ligadas a los principios ideológicos del Partido (desde los clásicos del marxismo hasta las obras literarias rusas, traducidas con frecuencia de la lengua original), sino que se propuso, asimismo, obtener ayuda económica para los exiliados comunistas». Siguiendo este razonamiento, puede comprenderse la razón de la colaboración de Luelmo en estas editoriales.
En Quetzal, en la colección «Nuestro Tiempo», se publicó una de las primeras traducciones en el exilio de Agustí Bartra: El crepúsculo de la civilización de Jacques Maritain (1944), un libro sobre la guerra que asolaba el mundo en esos años. Bartra, además de ser uno de los escritores e intelectuales más destacados del exilio español y también un prolífico traductor (Ruiz Casanova 2003). La mayoría de sus traducciones fueron publicadas en una época más tardía, en los años 60, cuando él aún se encontraba en el exilio, si bien Ferriz Roure (1998) considera que «ya no puede hablarse con propiedad del libro del exilio» en esos años. Bartra permaneció en México en dos etapas. En la primera de ellas, transcurrida entre 1941 y 1947, llegó al país tras un largo periplo a través de Francia, República Dominicana y Cuba. En México, en estos años, además del libro de Maritain, publicó otras traducciones, también para Costa–Amic, pero ya dentro del sello individual del catalán: Costa–Amic Editor. Con ese pie de imprenta, en la bella colección «El ciervo y la rama», en 1944 fue publicada su traducción de El hombre de púrpura de Pierre Louÿs y al año siguiente, el ensayo de André Rousseaux Tres poetas iluminados: Baudelaire, Verlaine, Rimbaud. En 1947 Bartra recibió una beca de la Fundación Guggenheim y se trasladó a Nueva York, para regresar a México en 1950 (Aznar Soler y López García 2016: I, 299). En este año, en las Edicions Lletres –cuyo antecedente, de hecho, era la revista homónima y dirigida por el propio Bartra– se publica Una antología de la lírica nord–americana, una de las publicaciones más conocidas del autor (Ruiz Casanova 2007).
Quetzal estuvo vigente muy pocos años. En 1945 apareció aún un libro más, solamente en francés: Mon cœur mis à nu de Charles Baudelaire. Se trata del tercer proyecto que Costa–Amic y Julián Gorkin emprendieron juntos. Antes de que tomaran esta editorial fundada por Sender, aquel dúo había fundado las Ediciones Libres, que apenas se mantuvo un año y publicó un par de títulos, entre ellos un Retrato de Stalin (1940) de Victor Serge con traducción del propio Gorkin. Los también exiliados V. Serge y Marceau Pivert, y los mexicanos Ermilo Abreu Gómez, José Muñoz Cota y David Castañeda fueron los socios de Gorkin y Costa–Amic en este fugaz proyecto (Aznar Soler & López García 2016: II, 233). Ese mismo año, con los hermanos Kluger como socios financieros –dicho sea de paso, de origen polaco y también refugiados en México–, echaron a andar las Publicaciones Panamericanas, que también estuvieron operativas durante solo un año. En este sello editorial sacaron unos diez títulos, entre los cuales figuran tres novelas de Ramón J. Sender, y algunas traducciones como El indio y su destino de Oliver La Farge (1941), versión del pintor exiliado Ceferino Palencia; la novela Retoño de Jean Giono (1941), en versión de Gorkin, o ¿A dónde va Francia?, de su amigo y exsocio Marceau Pivert (1940), en traducción de Gironella. Como se puede ver, en México, la colaboración entre exilios encontró en el mundo del libro un medio de comunicación, lucha y conocimiento.
La editorial Séneca es una de las casas más emblemáticas del exilio español en México. Uno de los primeros proyectos en gestarse fue el del escritor José Bergamín, y que vio la luz en París en 1939. Para el investigador mexicano Víctor Díaz Arciniega (VV. AA. 1999: 221), quien reconstruyó la historia de Séneca, «no es un azar que el nombre elegido para la editorial sea el del filósofo estoico, quien ante la adversidad de los exilios y prisiones empleó como punta de lanza sus epístolas; resistió, porque su anhelo era volver a su lugar de origen». El catálogo de la editorial, que apenas logró mantenerse una década –cerró en 1949–, fue muy ambicioso. Estaba integrado por varias colecciones: «Laberinto», «Estela» (de divulgación científica), «Árbol», «Lucero», «Espiga» y «El Clavo Ardiendo». Séneca publicó alrededor de setenta títulos; nació como un proyecto de resistencia cultural al mismo tiempo que como un medio de sustento económico para los exiliados. El catálogo está conformado básicamente por obras originales en español. En las diferentes colecciones aparecen esporádicamente algunas traducciones, con excepción de «El Clavo Ardiendo». Esta serie cuenta con doce títulos, de los cuales solamente dos son obras originales en español. Los textos son literarios y filosóficos, de autores clásicos, cuidadosamente seleccionados y todos aparecieron entre 1941 y 1942. «El Clavo Ardiendo» es asimismo interesante porque confluyen traductores mexicanos y españoles, situación poco frecuente en los libros del exilio. Entre los traductores mexicanos se cuenta a Xavier Villaurrutia, que tradujo El matrimonio del cielo y del infierno de William Blake y El regreso del hijo pródigo de André Gide; Julio Torri, con su versión del Discurso sobre las pasiones del amor de Pascal, y José Ferrel con su traducción de Una temporada en el infierno de Rimbaud. Los cuatro trabajos fueron publicados en 1942. También apareció la traducción de ¿Qué es la metafísica? de Martin Heidegger en versión de su discípulo Xavier Zubiri, filósofo español que no partió al exilio.
Los profesionales que participaron en las ediciones de Séneca y, en particular, en «El Clavo Ardiendo», fueron todos y cada uno destacados intelectuales tanto en el caso mexicano como en el español y el español exiliado. En esta colección el editor mismo, José Bergamín, participó como traductor también de Rimbaud, con Tratado del purgatorio de Santa Catalina de Génova (1941). Bergamín rememoró de cierta manera en Séneca su pasado español en la revista Cruz y Raya y las Ediciones del Árbol. Un ejemplo de ello es la reedición de los Poemas de Friedrich Hölderlin, traducidos por los poetas Luis Cernuda y Hans Gebser (1942) y que fueron publicados originalmente en el número 32 de dicha revista. Luis Cernuda se exilió en México, pero una década más tarde, tras una larga estancia en Gran Bretaña y unos años en Estados Unidos de América. Aznar Soler y López García (2016: II, 57), mencionan que la edición de Séneca de los Poemas no fue autorizada, aunque al respecto no se ahonda en la afirmación.
En «El Clavo Ardiendo» apareció una de las primeras traducciones de Søren A. Kierkegaard en México; se trata de Antígona. La traducción al español fue del poeta Juan Gil–Albert. Éste también se encargaría de los Poemas sagrados y profanos del poeta sefardí Yehudá Haleví (Claridad, 1943), la cual cotradujo con Máximo José Kahn, escritor judío nacido en Alemania y nacionalizado español, quien se mudó a España «con el afán de recuperar el pasado sefardí y escribir sobre ese tema» (Aznar Soler & López García 2016: III, 121). Se trata de un dúo creativo muy interesante para los estudios del exilio. Estuvieron muy poco tiempo en México; en 1942 emprendieron un viaje por América Latina. Kahn se quedó en Buenos Aires hasta su muerte (1953) y Gil–Albert regresó a España en 1947, pasando nuevamente por México, para continuar con el exilio pero de manera «interior». En 1941 también fueron publicadas otras dos traducciones de Gil–Albert, se trata de una biografía de Epicuro y el libro Esta otra guerra del escritor francés Roland Dorgelès, ambas en la editorial del exilio América.
Finalmente, «El Clavo Ardiendo» presenta a una de las figuras más importantes del ámbito de la traducción en el exilio en América: Juan David García Bacca. Su primer refugio lo encontró en Quito, Ecuador, entre 1939 y 1942. El año de su partida apareció su traducción de Tres poemas primitivos de la filosofía griega (Imprenta de la Universidad, 1942). Al llegar a México, en su registro de migración, según la ficha de PARES, declaró manejar francés, alemán, latín y griego. De tres de estas lenguas publicaría traducciones en México y de dos sería una figura clave en la historia de la edición en el país: el latín y el griego. Para Séneca presentaría dos trabajos: uno de ellos fue la versión directa del alemán de Hoelderling y la esencia de la poesía. Seguido de Esencia del fundamento, de M. Heidegger en la colección «Árbol», una de las pocas traducciones que en Séneca aparecieran fuera del Clavo Ardiendo. Y en ésta, García Bacca publicó Presencia y experiencia de dios de Plotino (1942). La colaboración de García Bacca en la Unam sucedió el mismo año en que llegó a México. En 1942 la Imprenta Universitaria publicó su versión del Poema de Parménides. Atentado de hermenéutica histórico–vital. Entre este año y la fundación de la «Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana», el joven Colegio de México publicó los dos volúmenes de su traducción de Los presocráticos (1943–1944). En 1944 la UNAM emprendió un proyecto muy importante para el estudio y la difusión de las letras clásicas, se trató justamente de la mencionada, una serie de obras fundamentales de la literatura y el pensamiento de Grecia y Roma antiguas en ediciones bilingües. Juan David García Bacca participó con sus versiones de los Elementos de geometría de Euclides (1944), tres volúmenes de los Diálogos de Platón (1944–1945), los Recuerdos de Sócrates de Jenofonte (1946) y la Poética de Aristóteles (1946), por citar las traducciones que aparecieron en la colección durante su estancia en México. En 1947 fijó su residencia en Venezuela, país en que fueron reeditadas varias de sus versiones publicadas en México. Los trabajos de García Bacca continúan en catálogo en la Bibliotheca, en tanto que buena parte de su amplia obra ha sido publicada por la editorial Anthropos. Casi ochenta años después continuamos consultando sus obras originales y traducciones.
Las traducciones de literatura
Regresemos a Costa–Amic, quien había iniciado a publicar con su propio sello, B. Costa–Amic editor (CA) casi a la par que comenzó con Quetzal. De hecho, una vez que Quetzal cerró, CA reeditó Clochemerle de Gabriel Chevallier, traducción realizada por la actriz española exiliada Amparo Villegas para Quetzal en 1942, el gran éxito de la editorial (Férriz Roure 1998). Amparo Villegas llevó a cabo una gran carrera en el mundo del teatro tanto en España como en México. En su ficha de PARES se menciona que formó parte de una comitiva de actores mexicanos que durante dos años doblaron películas al español para la productora Metro Goldwin Mayer; en ese mismo portal, a través de una cita de Álvaro Muñoz Custodio, se informa que ella tradujo varias comedias del francés; no obstante, hasta el momento, sólo he podido constatar la existencia de Clochemerle.
Costa–Amic es uno de los más grandes editores del exilio; se estima que su catálogo llegó a sumar 2.000 títulos en unos cincuenta años de vida; a finales de los años 70 se asoció con sus hijos (Suárez 1982: 618). A lo largo del tiempo, CA abrió su catálogo tanto a literatura del exilio como mexicana y obra extranjera, y fue él el editor de varios sucesos editoriales. Un buen número de exiliados trabajaron en distintas tareas de la producción de sus libros. Como traductores, en las páginas de créditos, además de Bartra, figuran los nombres de Antonio Suárez Guillén, el mismo J. Gorkin o Á. Samblancat, entre muchos otros.
Aprovechemos la mención de Gorkin para hacer un paréntesis y hablar de su labor de traductor. Desde los años 20 en España, comenzó a traducir. En aquella época también experimentó un primer exilio en París. De vuelta en España, colaboró en este oficio con Cenit, editorial de avanzada, fundada por Rafael Giménez Siles. De hecho, alguna traducción que Gorkin publicó en su exilio americano sería una reedición de la aparecida por primera vez en Cenit, por ejemplo Mi madre: novela de la revolución china de Ch’eng Sheng (1929; luego en Hispanoamericana, 1946). En su prólogo para la edición mexicana, Gorkin, además de explicar el nacimiento del proyecto editorial y protestar por la piratería de su traducción en Chile y Argentina, deja un testimonio sobre su labor en la edición de libros en su primer exilio en París:
La reedición en México de Mi madre evoca en mí gratos recuerdos. Allá por los años de 1929–30, después de ocho años de peripecias políticas a través de Europa. Decidí dedicarme en París a seleccionar obras extranjeras –francesas, rusas, alemanas, norteamericanas– para su traducción y su edición en español. Mascábase en el ambiente hispano la próxima caída de la Dictadura y de la Monarquía. Amordazada la prensa, habían surgido una docena de nuevas editoriales atentas sobre todo a la publicación de lo que el público pedía y devoraba con pasión: novelas y libros políticos y biográficos con una visión revolucionaria del mundo. Con mi intervención, llegaron a editarse, en brevísimos años, unos quinientos libros. Quizá fue ésta la labor más grata y fructífera de mi vida. (Gorkin 1946: 5)
En su exilio mexicano puso manos a la obra a un proyecto similar a través de Ediciones Libres y Publicaciones Panamericanas, casa en que publicó su traducción de Retoño de J. Giono. En 1948 fue publicada en CA una traducción de un tema un tanto distinto: L. van Beethoven a través de sus 32 sonatas de Sophie Cheiner. Resulta curiosa esta publicación en el catálogo personal de Gorkin, al ser él uno de los editores políticos más pronunciados. La investigación de los libros del exilio es una misión de hallazgos. Hasta el momento sólo he tenido noticia de apenas tres traducciones de Gorkin publicadas en México; no obstante, la exploración de las ediciones desvela en cada ejemplar información antes sospechada o desconocida; es muy probable que de cada uno de los personajes abordados en el presente escrito se hayan publicado más traducciones de las registradas en los catálogos consultados: Biblioteca Nacional de México, la Obra impresa del exilio español en México, 1939/1979 (Inba–Sep, 1979) y Ateneo Español de México.
Regresemos a CA. En su catálogo la colección «El Ciervo y la Rama» es una de las más antiguas y emblemáticas; en ella aparecieron breves volúmenes de literatura universal traducidos por diferentes exiliados españoles. Cada título contiene información editorial única y muy valiosa. En ella, por ejemplo, se encuentra Silvia de Gérard de Nerval, con unas ilustraciones muy bonitas de Marc Saint–Saëns. Esta traducción, publicada en 1945, fue realizada por Mada Ontañón, es decir Mada Carreño, quien en aquella ocasión firmó con el apellido de su esposo, Eduardo Ontañón. Esta pareja fue la creadora de un proyecto editorial muy interesante, que poco tuvo que ver con la traducción: Ediciones Xóchitl, cuya colección «Vidas mexicanas» tiene un valor especial en el mundo de la bibliofilia.
«El Ciervo y la Rama» fue una colección breve, de quizá una decena de títulos. La mayoría fueron traducciones. Ya se ha hecho mención anteriormente de las traducciones de El hombre de púrpura de Louÿs y Tres poetas iluminados de Rousseaux, ambas realizadas por A. Bartra. A éstas y la Silvia de Nerval, se suma una traducción de los Poemas de Kabir (1945) a cargo del exiliado español Benjamín Cano Ruiz, trabajo con base en la versión de Rabindranath Tagore. Cano Ruiz es uno de los exiliados anarquistas más destacados y vinculados al mundo del libro. Tanto en España como en México encontró en los libros y las revistas un medio de difusión de las ideas anarquistas, por lo cual participó en numerosas publicaciones. En México, al principio de su exilio, muy probablemente en 1940, laboró en todo oficio que pudo, pero pronto se incorporó al mundo editorial. Fundó su propia imprenta que terminaría convirtiéndose en la editorial Ideas, así como también se encargó de la editorial Tierra y Libertad (Alen 2014). Como traductor, por lo menos en México, no necesariamente se dedicó al libro político; vertió al español otras obras literarias como El arte de ser una joven encantadora de Cecile Jéglot (Hispanoamericana, 1946) y, en la siguiente década, una selección de Cuentos picarescos franceses de Guy de Maupassant (Olimpo, 1954).
Dentro del catálogo de Costa–Amic Editor, el exiliado español Ángel Samblancat merece una mención especial, ya que una de sus traducciones fue uno de los primeros libros del sello del catalán. Se trata de El libro del té de Kakuzo Okakura (1943), un éxito (Férriz Roure 1998). Ésta sería la primera de frecuentes colaboraciones entre Costa–Amic y Samblancat, quien comenzó a aportar traducciones a tan sólo un año de haberse refugiado en México. También publicaría un par de obras para «El Ciervo y la Rama»: Sakuntala de Vyasa (1944) y El veraneo en Bayas del francés Hugues Rebell (1944). En el mismo 1944 publicó la polémica novela El diablo en el cuerpo de Raymond Radiguet y, años más tarde, Intimidades de Music–Hall de Colette (1946), así como Historia de los piratas ingleses: desde su establecimiento en la Isla de la Providencia hasta el presente de Charles Johnson (1947). En la siguiente década también vertió al español la novela Cuarto de hotel de Colette, pero bajo el sello «Latino Americana». También trabajó para otras editoriales del exilio español, como Leyenda, cuya traducción de Adolfo de Benjamin Constant (1944) dentro de la colección «Eros» es uno de los ejemplares más reconocidos.
El editor de la colección «Eros» fue el exiliado José Bolea. No hay una monografía completa de su trabajo en el mundo editorial; sin embargo, sus libros hablan por él. Unos dos años después de su llegada, el mercado mexicano comenzó a comercializar los libros de los sellos Galatea y Atlántida, que poco a poco se transformaron y se definieron: Galatea dejó de existir para darle nombre a la imprenta, en tanto que Atlántida quedó en el pasado. Cuando estos cambios sucedieron, nació la editorial Leyenda y más tarde, Centauro; ninguna de las dos vivió más diez años. Leyenda es recordada sobre todo por su colección «Eros. Obras maestras de la literatura amorosa» y Centauro, por su colección «Amor y poesía en Oriente», aunque, claro está, también hubo otras colecciones y publicaciones referenciales. Tanto en el caso de Leyenda como de Centauro es muy relevante mencionar que sus colaboradores principales fueron españoles exiliados: autores, ilustradores, prologuistas, críticos, traductores. Los colaboradores exiliados que participaron en estas ediciones fueron escritores e intelectuales muy destacados y los libros que publicaron, seleccionados y diseñados con cuidado especial.
Para el tema, la colección «Eros» es relevante puesto que, con un par de excepciones, está compuesta por obra extranjera traducida por exiliados españoles. Estas ediciones eran ilustradas también por artistas del exilio; en algunos libros se incluían únicamente viñetas y en otros, además, injertos de ilustraciones a color en otro papel a cargo del mismo artista o de un segundo. La selección de títulos, novedosa en México, estaba compuesta por obras clásicas provenientes del francés y del alemán en su mayoría, y aparecieron entre 1943 y 1947. El logo de la editorial era un simpático Eros o Cupido a punto de lanzar una flecha. De hecho, la ya mencionada versión de Afrodita de P. Louÿs por F. Pina (1944) apareció en esta colección; por su parte, C. Palencia, que tradujera El indio y su destino de La Farge (Publicaciones Panamericanas, 1941), colaboró también en esta colección con una versión de la Fisiología del matrimonio de Honoré de Balzac (1945). Es curioso que no participara como ilustrador en la colección.
Isabel Oyarzábal de Palencia, esposa de Ceferino, una mujer brillante en diversos aspectos –corresponsal de prensa, escritora, diplomática, investigadora– también participó como traductora para esta colección. Aunque su lengua materna fuera el inglés, pues Isabel era de madre escocesa, tradujo del francés para «Eros» El buen mozo (o sea, Bel–Ami) de Guy de Maupassant (1945). Solía firmar con el apellido de su esposo: Isabel de Palencia o Isabel O. de Palencia. Las mujeres traductoras del exilio español son pocas; no obstante, su labor resulta de la mayor trascendencia. En «Eros» también se encuentra la traducción de Naná de Émile Zola (1944) realizada por Blanca Chacel, hermana de la famosa escritora Rosa Chacel. Blanca fue archivista, profesora, actriz y una prolífica traductora. Con José Bolea, hasta donde se ha registrado, Blanca publicó solamente Naná en Leyenda y el Chopin de Franz Liszt en Centauro. Sin embargo, por lo menos en los primeros diez años del exilio publicaría siete traducciones más para las editoriales Diana, EDIAPSA y FCE, y de diversos autores y materias. Tradujo a Paul Bourget, uno de los autores más populares de la época, al humorista Pierre–Henri Cami y a Roger Picard. Los siguientes años dio varias obras de Carlo Cóccioli, incluidas en la colección «Ideas, Letras, Vida» de la Compañía General de Ediciones.
En «Eros» tradujeron otros intelectuales destacados como Antonio Sánchez Barbudo, quien se encargó del Adolfo de B. Constant (1944); de la cotraducción junto con Rodolfo Selke de La bestia humana de Zola (1945), y de la cotraducción de Las diabólicas de Barbey d’Aurevilly junto con su esposa, Angela Selke. Ellos dos trabajarían juntos en otras editoriales, como Nuevo Mundo, con una traducción de Visado de tránsito de Anna Seghers (1944), o la Introducción a la sociología de A. Menzel para el FCE (1940).
Enrique Díez–Canedo también participó en esta colección con las traducciones de Carmen de Prosper Mérimée (1943), una de las ediciones más tempranas, y La dama de las camelias de Alexandre Dumas hijo (1944); en el caso de esta última obra no queda muy claro si apareció en vida o fue una edición póstuma. Díez–Canedo llegó en 1938 y fue de los primeros intelectuales en integrar La Casa de España; también colaboró como traductor en el FCE con la versión de La historia como hazaña de la libertad de Benedetto Croce (1942). Llegó con parte de su familia; su hija María Luisa también trabajó como traductora para el FCE. Posteriormente arribaron sus otros hijos, Joaquín y Enrique, quienes también serían traductores. Para las editoriales de José Bolea, en varias ocasiones Enrique y Joaquín trabajaron a dúo. En Leyenda, más bien para la colección «Atalaya», publicaron Vida de Julio César de A. Dumas (1944).
Entre otros traductores de «Eros» aparecen Paulino Masip, con su versión de Salambó de Flaubert, una de las ediciones más populares, que salió en 1943 con el sello de Atlántida y tres años más tarde, ya como Leyenda; José Moreno Villa con su versión de Señorita Elisa de Arthur Schnitzler, una edición que, además de traducir, ilustró, y finalmente B. Jarnés, otro escritor y crítico de intensa actividad tanto en la España anterior a la guerra como en el exilio en México. Llegó a México en 1939 y trabajó prolíficamente en revistas y labores editoriales por encargo. Además de ser el coordinador de empresas editoriales tan grandes como la Enciclopedia de literatura (Editora Central, 1946), tradujo para «Eros» Los paraísos de Auguste Germain (1945), obra a la que también le hizo alguna adaptación, e Historias mágicas de Rémy de Gourmont (1944).
Editorial Leyenda no vivió ni una década. Sus primeros títulos aparecieron en 1942 y los últimos, en 1946, por lo menos hasta donde se ha tenido registro. En la colección «Eros» apareció la mayoría de las traducciones; apenas se han encontrado un par de obras en español, como Cantar de los cantares de fray Luis de León o La Celestina de Fernando de Rojas; no obstante, también se incluyó obra extranjera en otros sellos–colecciones como Atalaya. Ahí se encuentran las novelas El resucitado de D. H. Lawrence (1944) y San Francisco de Asís de G. K. Chesterton (1943), ambas con traducción del exiliado Daniel Tapia Bolívar, o Amor y Occidente de Denis de Rougemont (1945) con versión y revisión de Ramón Xirau y su padre, Joaquín.
En 1944 José Bolea echó a andar los primeros títulos de la editorial Centauro, la cual, así como Leyenda, viviría apenas unos años. Sin embargo, a pesar de su brevedad, la propuesta editorial fue muy interesante y, en ella, la publicación de obra extranjera, trascendente. El catálogo de Centauro también fue integrado por obras literarias y ensayo histórico y de arte. Hay cierta participación mexicana en sus traducciones, aunque, predomina la colaboración de los transterrados. Para el caso de la traducción destacan tres nombres: Ernestina de Champourcin, Juan José Domenchina y Adolfo Sánchez Vázquez. Claro que también hay otros nombres importantes como los hijos de Enrique Díez–Canedo, Joaquín y Enrique, quienes para este sello tradujeron ensayos de carácter biográfico.
En Leyenda José Bolea no experimentó con la publicación de poesía, género que publicó en Centauro en dos colecciones muy bellas: «Poesía Mejor» y «Amor y Poesía en Oriente», ambas dirigidas por Domenchina, quien además de traducir algunos títulos, solía preparar prefacios para cada edición. En la serie «Poesía Mejor» publicó su versión de Las elegías del Duino de Rainer Maria Rilke (1945) y en colaboración con su esposa, Ernestina de Champourcin, un volumen de Obra escogida de Emily Dickinson (1945–1946). En la colección «Amor y Poesía en Oriente», presentó algunas traducciones de forma independiente como La ronda de las estaciones: Ritusamhara de Kalidasa (1944) y El diván de Abz–ul–Agrib (1945). Y en esa misma serie, singular y original en México, E. de Champourcin, por su parte, tradujo La flauta de jade (1944), El destierro de Rama de Valmiki (1944), Las gacelas de Hafiz (1944), los Cantos de los oasis del Hoggar (1944) y La guirnalda de Afrodita (1944), traducciones basadas en ediciones francesas. Muchos de los títulos de esta colección fueron ilustrados por la también exiliada española Alma Tapia Bolívar, hermana de Daniel. Ernestina de Champourcin, como señala Santoyo (2009), fue una prolífica traductora, sobre todo de ciencias sociales. Trabajó para varias editoriales, entre ellas el FCE mismo, durante largas décadas; incluso en los años ochenta pueden encontrarse trabajos suyos. Ella fue la primera traductora al español de obras como El aire y los sueños: Ensayo sobre la imaginación del movimiento de Gaston Bachelard (FCE, 1958) o El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis (FCE, 1960) del antropólogo rumano Mircea Eliade. Ella fue de las pocas traductoras del exilio que volvió esta actividad su principal oficio.
En términos de la traducción como actividad laboral, viene al caso la colaboración de Adolfo Sánchez Vázquez, quien es recordado y muy apreciado en México por sus contribuciones a la filosofía marxista. Con tan sólo 24 años partió hacia al exilio y encontró en la traducción literaria un medio de sustento económico. Según comentó él mismo en una entrevista transcrita en el portal Theoria de la Universidad Complutense de Madrid, en aquella época «casi» tenía una orientación más bien literaria que filosófica (Rodríguez de Lecea s. a). Varios de sus primeros trabajos fueron publicados en Centauro: Cartas de amor del conde Mirabeau (1944), Vida de Mahoma de Washington Irving (1944) e Historia de la vivienda humana de Violette Leduc (1945). Una etapa interesante es también la de traductor de literatura infantil pues publicó varias versiones de los clásicos para niños en la «Biblioteca Infantil» de editorial Cervantes: dos selecciones de cuentos de Andersen (1944) y una antología de relatos de Oscar Wilde (1945). Varios años vivió de la traducción; después de la etapa literaria, vino la etapa de la traducción de filosofía, ciencias sociales o incluso ciencias de la mente, como El reflejo condicionado de Pavlov (Unam, 1958). Tradujo varias obras del ruso, ya que, según expresó, «se pagaba un poco mejor, pues para las traducciones del francés y del inglés, sobraban los traductores –sobre todo los malos– y, claro, se pagaban mal» (Rodríguez de Lecea s. a.). Al pasar de los años dejaría la actividad de la traducción, para dedicarse a impartir cátedra y, por su puesto, a la producción de su propio trabajo filosófico.
Para finalizar la exposición de traductores literarios, hablemos de Colección Málaga y Aurelio Garzón del Camino. En las crónicas del exilio Garzón suele aparecer constantemente entre los traductores más destacados y su bibliografía de traducciones casi llega a la centena. Fue el traductor de los 16 tomos de La comedia humana de Honoré de Balzac, los cuales aparecieron entre 1945 y 1948, así como de los 20 tomos de Los Rougon Macquart (Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio) de Zola, empresa que inició en 1950 y concluyó en 1963; ambas traducciones monumentales fueron publicadas en Colección Málaga, uno de los sellos editoriales de la EDIAPSA de Giménez Siles; la directora editorial fue Francisca Navarro, esposa del malagueño. Durante los años en que Garzón del Camino publicó todos estos tomos, también tradujo muchos más textos para diversas editoriales, y trabajó como corrector y jefe de corrección para la Compañía y para la editorial mexicana Novaro. A partir de los años 70 se centró en la traducción de obras de antropología, historia y ciencias sociales para las editoriales Siglo XXI y FCE, con obras como La arqueología del saber de Michel Foucault (1970) y La economía política del signo de Jean Baudrillard (1974) de Siglo XXI, o La India del siglo XX de Jacques Pouchepadass para el FCE (1976). Garzón del Camino tenía alguna afección en una mano, por lo cual dictó la centena de traducciones a una transcriptora (véase Zavala 2019).
Un caso especial de traducción política
Para los estudios de exilio y traducción hay un ejemplo editorial magnífico y que poco ha sido estudiado. Se trata de la editorial Nuevo Mundo. Fue fundada en 1942 por el editor estadounidense Harry Block, un agente cultural importante en aquella época, pues, además de haber sido editor en casas estadounidenses como Alfred A. Knopf o Heritage Press, tanto en EE. UU. como en México se relacionó con los escritores y artistas más destacados de la época. Block llegó a México en 1935, era esposo de la hija de Luis Cabrera, Malú, gran amigo del pintor Miguel Covarrubias y un imprescindible colaborador del político mexicano socialista Vicente Lombardo Toledano; de hecho, sus primeros proyectos editoriales en el país los realizó para la Universidad Obrera, fundada por el propio Lombardo. La editorial Nuevo Mundo, así como muchos de los proyectos del exilio español que hasta el momento hemos revisado, tuvo una vida fugaz y terminó por transformarse en imprenta, la favorita de personajes del libro como Alexandre A. M. Stols. A pesar de su brevedad, deja como testimonio un catálogo de literatura antifascista como no hay otro en el país, el cual a su vez presenta un diálogo entre exilios, ya que varias de las obras que lo integraron fueron de los exiliados alemanes en México y las traducciones las realizaron los exiliados españoles.
Estos autores alemanes fueron, entre otros, Anna Seghers, Egon Erwin Kisch y Theodor Balk. En aquel grupo de refugiados también llegó el editor Walter Janka, quien fundó en México la revista Freies Deutschland y el sello editorial el Libro Libre. Como las publicaciones de esta editorial fueron en alemán, Block las publicó en español en Nuevo Mundo. Anna Seghers fue una de las escritoras más emblemáticas del exilio alemán; sus traductores al español fueron nada menos que Wenceslao Roces para La séptima cruz (1943) y Angela Selke y Antonio Sánchez Barbudo para Visado de tránsito (1944). Roces también tradujo de Egon Erwin Kisch Descubrimientos en México (1944) y El mariscal Tito de Theodor Balk (1944), así como cotradujo la novela Arco Iris de Wanda Wasilievska (1944) junto con el artista gráfico Juan Rejano. Entre otros destacados libros de la literatura antifascista se encuentra El sitio de Sebastopol de Boris Voyetejov en traducción de Joaquín Díez–Canedo (1943), La invasión de Europa de Max Werner con versión de Ramón Iglesia, La España de Franco de Thomas J. Hamilton en traducción de José Herrera Petere (1943) o La última vez que vi París de Elliot Paul, con traducción de Josep Carner (1943), los cuatro, exiliados españoles de los más destacados.
Nuevo Mundo básicamente conformó un catálogo de traducciones, la mayoría provenientes del inglés traducidas por refugiados españoles. El nombre más recurrente es el de Teodoro Ortiz Rodríguez. En las portadas interiores se le acota como ingeniero; no obstante, hay registro de que fue profesor de derecho político en la Universidad de Madrid (Martín Rodríguez 2010). En México, más próximo a su formación, tradujo más de una veintena de obras para el FCE: economía (G. Wythe, La industria latinoamericana, 1947), sociología (David Abrahamsen, Delito y psique, 1946), política y derecho (Samuel F. Bemis, La diplomacia de los Estados Unidos en la América Latina, 1944), antropología (George Peter Murdock, Nuestros contemporáneos primitivos, FCE, 1945), entre otras ciencias sociales. Para la editorial Nuevo Mundo tradujo La ciencia en la guerra de George W. Gray (1944), Un mundo de Wendell L. Willkie (1943), Doce meses que cambiaron al mundo de Larry Lesueur (1944), El último tren de Berlín de Howard K. Smith (1943) y Sudamérica los llamaba. Exploraciones de los grandes naturalistas de Victor W. von Hagen, uno de los pocos libros fuera de la temática antifascista.
Como de casi todas las editoriales de aquella época, no quedaron catálogos que puedan informarnos sobre las colecciones y el número de títulos que publicaron. En el caso de Nuevo Mundo, los propios libros son los que van configurando su historia. Antes de comenzar casi plenamente con la literatura antifascista, la editorial comenzó con una colección de novelas y otros textos en prosa en la que aparecieron obras como Crónica del alba de Ramón J. Sender, pero también traducciones como Nube de testigos de Dorothy L. Sayers en traducción de Ernestina de Champourcin, así como Una dama perdida en la tormenta de Willa Siberth Cather y la Autobiografía y otros escritos de Benjamin Franklin, ambas con versión del poeta León Felipe, cuyo trabajo como traductor fue controvertido, ya que él solía alejarse de la literalidad para trabajar la obra como reescritura (Frau 2002). Para terminar de hablar de Nuevo Mundo, quisiera destacar el Tschaikovski de Hebert Weinstock (1945) con traducción del músico y musicólogo exiliado Jesús Bal y Gay.
Nuevo Mundo vivió muy pocos años y pronto dejó el poco redituable oficio de la edición de libros para dedicarse a la imprenta, la cual a finales de los años cuarenta y en las dos décadas siguientes aparecería como sello de ediciones de bibliófilo y obra por encargo. La información biográfica de Harry Block y algunos datos de la editorial fueron proporcionados por testimonio oral de sus hijos, Malú y Felipe Block Cabrera.
El FCE y la traducción
El cierre de este artículo corresponde a la labor de traducción que se emprendió en el Fondo de Cultura Económica. Como se anticipó en la introducción, se trata del caso mejor documentado. En las crónicas del exilio suele ser el principal referente y en tiempos recientes fueron publicados dos estudios por demás interesantes, en los cuales me he basado para la redacción de este pasaje con apoyo del Catálogo General. 1955 (FCE, 1955), uno de los más detallados. El primero de ellos es El Fondo, la Casa y la introducción del pensamiento moderno en México del historiador mexicano Javier Garciadiego (FCE, 2016) y el segundo es Hacerse de palabras. Traducción y filosofía en México (1940–1970) de la especialista en traducción Nayelli Castro (Bonilla Artigas 2019).
El trabajo de Garciadiego plantea una situación que básicamente no se había considerado en las distintas crónicas y es que, si bien varios de los traductores exiliados en México no habían estudiado traducción como tal, pues no existían estudios universitarios formales, fueron pensionados por la Junta para Ampliación de Estudios, una institución fundada por Santiago Ramón y Cajal que becaba a los alumnos más destacados para que se especializaran en las mejores universidades europeas. Esta oportunidad permitió que los españoles formaran parte de una gran red de conocimiento y volvieran a España a compartir autores y lecturas aprendidas en otros países a través de la traducción. Cosío Villegas junto con el escritor mexicano Alfonso Reyes ideó la Casa de España en México con el objetivo de que ésta acogiera a los intelectuales exiliados y les permitiera continuar con sus actividades. La Casa ocupó una oficina contigua a la del FCE, que en aquel entonces contaba apenas con unos pocos años de existencia y continuaba con su programa de publicación de traducciones de economía. No obstante, a partir de 1938 llegaron exiliados con intereses en la filosofía y diversas ciencias sociales, y así fue como el FCE comenzó a diversificarse y en pocos años a convertirse en la institución hispanoamericana que hoy en día es. Garciadiego (2016) indica que entre 1940 y 1945 el FCE publicó 167 libros. Uno de los primeros exiliados en llegar fue E. Díez–Canedo en compañía de parte de su familia; de hecho, el primer libro publicado por un exiliado dentro del FCE fue el Proudhon de Armand Cuvillier con traducción de María Luisa Díez–Canedo (1939). Pronto comenzaron a crearse colecciones; Garciadiego (2016) destaca cinco. Por supuesto, la correspondiente a obras de economía fue una de las más importantes.
En ella se buscó publicar tanto pensadores clásicos como contemporáneos en ediciones críticas. Los exiliados Javier Márquez y Julián Calvo tuvieron un papel fundamental en la confección de esta colección, pero también en la traducción, el primero tal cual como traductor y el segundo, por lo general como revisor. Márquez se encargó de la versión de obras como Economía geográfica de Edgar M. Hoover (1943), Los fisiócratas de Henry Higgs (1944), Valor y capital de J. R. Hicks (1945), Libertad con planificación de Barbara Wootton (1946) o Ensayo sobre el principio de la población de Thomas R. Malthus (1951), por citar algunos títulos. Dentro de la sección de economía también aparecen trabajos de grandes traductores como el economista exiliado Manuel Sánchez Sarto, quien se encargó de la versión del Curso medio de economía de Richard V. Strigl (1941) o de la Historia económica general de Max Weber (1942), o Wenceslao Roces, quien en esta sección completó la misión emprendida en Cenit (un tomo y dos volúmenes, 1935; Santonja 1989) de la publicación de El capital de Karl Marx (en FCE tres tomos y cinco volúmenes, 1946–1947).
Curiosamente, Manuel Pedroso también formó parte de los colaboradores del FCE, quien en 1931 en la editorial Aguilar había publicado su propia versión de El capital, la cual fue duramente criticada por Roces. En la editorial mexicana Pedroso no colaboró en la sección de economía, sino en la correspondiente a las ciencias políticas como director de la colección junto con el también exiliado Vicente Herrero. El primero no participó como traductor, en tanto que Herrero sí: aunque se fue de México en 1946, además de codirigir la colección, tradujo trece obras, entre ellas La libertad política de A. J. Carlyle (1942), Historia de la teoría política de George H. Sabine (1945) o los Textos políticos de Edmundo Burke (1942). En la sección de ciencias políticas aparecen otros nombres interesantes, como Josep Carner con las traducciones de Ensayo sobre el gobierno civil de John Locke (1941), la Aeropagítica de John Milton (1941) y La ciudad de Dios del siglo XVIII de C. L. Becker (1943), así como el de Ernestina de Champourcin, con la versión de Voltaire de Henry Noel Brailsford (1941); de Francisco Giner de los Ríos, con La igualdad de R. H. Tawney; de Ramón Iglesia con Geopolítica de Hans W. Weigert, o nuevamente Wenceslao Roces, con una traducción de los Escritos políticos de Wilhelm von Humboldt.
Iglesia y Roces dirigieron la sección de textos de historia, una de las más extensas y completas de las primeras colecciones del FCE: publicaron tanto historias generales como nacionales, biografías y textos de historiografía. También participaron de manera muy activa traduciendo. Roces vertió obras como Alejandro Magno de J. G. Droysen (1946), Pueblos y Estados en la historia moderna de Leopold von Ranke (1948), Psique. La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos de Erwin Rohde (1948) o las Reflexiones sobre la historia universal de Jacob Burckhardt (1943). Garciadiego (2016) destaca que la colección era muy abierta, pues incluía traducciones de autores como Benedetto Croce (La historia como hazaña de la libertad, trad. E. Díez–Canedo, 1942), quien era crítico del marxismo. Por su parte, Ramón Iglesia se encargó de traducir Historia política de Inglaterra de George Macaulay Trevelyan o la Historia de la Historia en el mundo antiguo de James T. Shotwell. En esta sección también participan otros importantes traductores como el matrimonio de Selke–Sánchez Barbudo con el Diderot de J. K. Luppol (1940) y P. Masip con la versión de El Diario. Historia y función de la prensa periódica de Georges Weill (1941).
Con la llegada de los exiliados se comenzó a publicar obras de disciplinas casi desconocidas para México, como la sociología; según menciona Garciadiego (2016), la carrera de sociología en México se creó diez años después de que comenzaran las publicaciones de esta área en el FCE. El director fundador de la colección fue el exiliado José Medina Echavarría, quien dejó México en 1945 (Aznar Soler & López García 2016: III, 287) y también participó activamente como traductor. Se encargó de obras como Diagnóstico de nuestro tiempo de Karl Mannheim (1941) y la biografía de Durkheim de Harry Alpbert (1945); asimismo, fue cotraductor junto con los exiliados Juan Roura Parella, Eugenio Ímaz y José Ferrater Mora (exiliado en Cuba, Chile y EE. UU.) y el mexicano Eduardo García Máynez de la obra en cuatro volúmenes Economía y sociedad de Max Weber (1944). En esta sección hay también una activa participación de Ernestina de Champourcin con, por ejemplo, Raza: ciencia y política de Ruth Benedict (1941) o la Anatomía de la revolución de Crane Brinton (1942). Su esposo, Juan José Domenchina, también colaboró con la traducción de El hombre y lo sagrado de Roger Callois (1942). También se encuentra en esta sección la Historia de la cultura de Alfred Weber traducida por Luis Recaséns Siches.
La plantilla de traductores para la sociología es bastante más amplia que en el resto de secciones. Se encuentran tanto traductores que han traducido o colaborado en otras secciones del FCE, como Francisco Giner de los Ríos, quien se encarga de los Primeros ensayos de Auguste Comte (1942); Eugenio Ímaz, con obras como Homo ludens de J. Huizinga; Manuel Pedroso, con una versión de la Sociología del Renacimiento de Alfred von Martin, o la pareja Angela Selke–Antonio Sánchez Barbudo con la traducción de Introducción a la sociología de Adolfo Menzel (1940). No obstante, también comienzan a aparecer nombres muy importantes como Luis Alaminos y su versión de Arte y sociedad de Roger Bastide (1948); Blanca Chacel, quien traduce El romanticismo social de Roger Picard (1947), o Adolfo Sánchez Vázquez con su versión de Veblen de J. A. Hobson. También destaca una traducción a tres manos de los exiliados Max Aub y Sindulfo de la Fuente con el mexicano Pablo González Casanova de La vocación actual de la sociología de Georges Gurvitch (1953).
La quinta sección corresponde a la filosofía, una de las colecciones más ricas y trascendentes del FCE. Ésta en un primer momento fue dirigida por José Gaos y Eugenio Ímaz. Cosío Villegas no estaba muy interesado en la filosofía clásica, por lo cual no se incluyó en el catálogo. La filosofía de la Grecia y Roma Antiguas fue publicada en la «Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana» de la Unam y, como ya se ha mencionado, el traductor principal fue Juan David García Bacca. La filosofía dentro del FCE estuvo más bien enfocada a la filosofía contemporánea, mucha de ella en alemán. Para comprender la importancia de las aportaciones de los exiliados en este ámbito es fundamental la lectura de Castro (2019), quien constata que en México hasta ese momento el interés principal había estado en la filosofía francesa. Por lo menos hasta 1955, en esta sección los autores traducidos fueron pocos, pero de cada uno se tradujo gran parte de su obra en varios tomos. Garciadiego (2016) y Castro (2019) coinciden en las corrientes que predominaron: el neokantismo, el historicismo, la fenomenología, el existencialismo y el pragmatismo. Castro (2019) menciona un aspecto muy importante del trabajo del traductor de filosofía: varios de estos proyectos nacieron de la necesidad de explicar las obras en las aulas universitarias, lo cual resultó en ediciones críticas y en algunas ocasiones en nuevas publicaciones; un ejemplo de ello es la introducción a El ser y el tiempo (1951) de Martin Heidegger, por José Gaos (Castro 2012).
Con respecto a la corriente neokantiana, el autor más traducido fue Ernst Cassirer. Tres fueron los traductores que se ocuparon de sus obras: Eugenio Ímaz (Antropología filosófica, 1945; Filosofía de la Ilustración, 1950), Eduardo Nicol (El mito del Estado, 1947) y Wenceslao Roces (El problema del conocimiento en la filosofía y en la ciencia modernas IV, 1948, y I, 1953; Kant, 1948). En cuanto al historicismo, una de las empresas más destacadas es la traducción de las Obras de Wilhelm Dilthey; E. Ímaz se encargó de la mayoría de los ocho volúmenes, con excepción del tercero (De Leibniz a Goethe, 1945, el cual cotradujo junto con J. Gaos, W. Roces y Roura Parella) y el cuarto, Vida y poesía (1945), del cual se encargó Roces. Todos los volúmenes fueron prologados por Ímaz y fueron publicados entre 1944 y 1945. En el área de la fenomenología, J. Gaos tradujo Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica de Edmund Husserl (1949), mientras que en el pragmatismo sobresalen las obras de John Dewey, también vertidas por diferentes traductores: La experiencia y la naturaleza (1948), por Gaos; Lógica (1950) y La busca de la certeza (1952), por Ímaz, así como aparece una de las pocas traducciones de filosofía realizada por mexicanos en esta época: El arte como experiencia, en versión del filósofo Samuel Ramos (1949). Finalmente, otro pensador prolíficamente traducido fue Werner Jaeger: Paidea, una cotraducción entre Joaquín Xirau y W. Roces, editada en tres volúmenes entre 1942 y 1945; Demóstenes, en versión de Eduardo Nicol (1945), y Aristóteles (1946) y La teología de los primeros filósofos griegos (1952), en sendas versiones de Gaos.
Conclusión
Los trabajos de traducción de los exiliados españoles en México son muy numerosos y sus aportaciones muy significativas, tanto por la propia labor de traducción como por su significancia editorial, pues en muchas de las ocasiones las propuestas de obras y autores también les correspondieron a los traductores, así como la confección de paratextos y aparatos críticos. Las ediciones del FCE fueron las más académicas por el objeto mismo de estudio de las obras y constituyeron un apoyo fundamental en el fortalecimiento educativo de sus correspondientes áreas; ejemplos de ello fueron las secciones de economía y de sociología. Cosío Villegas buscaba afianzar una editorial de economía que cumpliera estos objetivos y esta calidad editorial; sin embargo, no contaba con el personal adecuado para llevar a cabo la tarea. Los exiliados españoles cubrieron esas necesidades. A pesar de las dificultades que presentaba México, derivadas de su historia reciente, el país contaba con un contexto propicio para una buena acogida de las aportaciones de los exiliados. En aquella época figuras políticas mexicanas tenían un perfil intelectual que les permitió aprovechar la colaboración con los refugiados y de esta manera impulsar disciplinas que les ayudarían a mejorar diferentes aspectos del país. El FCE es la institución más importante en lo relativo al mundo de la edición.
Los exiliados no sólo trajeron a México a través de la traducción autores y obras de ciencias sociales y filosofía, sino también innumerables autores y obras de literatura, cuyas ediciones se acompañaron asimismo de prólogos y notas editoriales. Estos paratextos, con todo, no alcanzan un alto nivel de crítica literaria, lo que puede tener que ver con el hecho de que los estudios de este corte comenzarían a ser publicados en México más tarde, también en el FCE. Me gustaría llamar la atención sobre el hecho de que la traducción literaria estuvo acompañada de un trabajo editorial más esmerado en los aspectos tipográficos y de diseño, cuyos ejemplos más destacados se encuentran en los sellos de José Bolea.
La lucha política que los llevó al exilio se puede leer en diferentes traducciones, tanto de humanidades como de ciencias sociales. Si bien sólo una pequeña proporción corresponde a literatura y ensayo político, la lucha del exilio puede verse en el intenso trabajo editorial de los refugiados en México.
Las diferentes anécdotas dejan entrever que los traductores exiliados de aquella época experimentaron dificultades que aún hoy no están resueltas en ese oficio, sobre todo en México, es decir, se enfrentaron a la traducción autodidacta, a pagos inadecuados y a un escaso reconocimiento de su labor. En esa época, al igual que hoy, el traductor trabajaba en la mayoría de las ocasiones movido por el interés de promover en su idioma contenidos que consideraba importantes. Claro que la traducción era un trabajo y un medio de sostenerse económicamente en un país ajeno y en unas circunstancias políticas muy delicadas, y que esa situación llevó al traductor a trabajar por encargo, como constató el filósofo Adolfo Sánchez Vázquez; no obstante, muchas de las traducciones que se han revisado en este estudio fueron propuestas por los editores y traductores con la intención de que su publicación contribuyera a formar lectores más críticos en un mundo que se asfixiaba en la guerra.
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