Alemana, Literaturas de lengua
El inicio de la presencia de las letras de lengua alemana en España es de fecha reciente. Dicho con mayor exactitud, data del descubrimiento por parte de la crítica nacional del movimiento romántico alemán a principios del XIX. A pesar de que a día de hoy los títulos alemanes que se importan a las lenguas españolas son más numerosos que a la inversa, fueron los alemanes los primeros que mostraron cierto interés en el intercambio literario, extremo por lo demás comprensible: en efecto, el hecho de que el siglo de oro de las letras alemanas no llegase hasta finales del XVIII y el español se hubiera adelantado a éste en siglo y medio determinó que la literatura clásica española fuera recibida con generosidad en la Alemania del XVII, mientras que la literatura alemana era desconocida en nuestras latitudes. Por lo demás, rasgo característico de la recepción de esta literatura en España es su carencia de paralelismo. El hecho de que los diferentes «siglos de oro» de las «naciones alemanas» hayan tenido su propia dinámica temporal ha motivado una desigual recepción en las editoriales españolas. Mientras en el XIX los grandes alemanes (Goethe, Schiller, Heine) copaban las todavía escasas publicaciones alemanas en nuestro país, recientemente han sido los austriacos (Musil, Broch, Bernhard o Handke) los que han dominado la imagen de las letras germanas en España. Tras unos orígenes literarios comunes en la Edad Media y en el Barroco, en los que la producción literaria había sido, por razones de definición política (el marco del Sacro Imperio) y a pesar de los numerosos elementos diferenciadores (confesión religiosa, variantes culturales e ideológicas, etc.), más o menos comúnmente compartida, Austria tuvo que comprobar cómo a mediados del siglo XIX se perpetraba su expulsión de los países que más tarde constituirían el II Imperio alemán, lo que le hizo perder imagen literaria. Pero esa exclusión, tras la derrota de Königgratz en 1866, dio lugar a una fecunda introversión que, a la larga, produjo un segundo siglo de oro de las letras alemanas, esta vez en versión austriaca (Schnitzler, Hofmannsthal, Zweig, Kraus). Finalmente, una introversión semejante, no inducida, sino querida como seña de identidad, condenó a las letras alemanas de los cantones suizos (Gotthelf, Carossa, C. F. Mayer, etc.) a un ostracismo que sólo han logrado remontar en el presente, con la superación de lo identitario y la conexión a las corrientes comunes (Frisch y Dürrenmatt), con lo que han conseguido una proyección mundial que tiene su impronta en la traducción.
Alemania
Si se prescinde de algunas traducciones de literatura científica o religiosa, tanto mística como ascética, género en el que los alemanes han sido pródigos (Kempis, Juan Taulero, Enrique Susón, el maestro Eckhart), la presencia de las letras alemanas empezó prácticamente a comienzos del XIX con traducciones esporádicas de obras que, en esos momentos, estaban dando carácter a la literatura alemana. Traduciones de G. E. Lessing (Sara Sampson, sin indicación de año pero de finales del XVIII), de Salomon Gessner (1730–1788: La muerte de Abel, 1785) o de Christoph Martin Wieland (1733–1813: Oberon, sin indicación de traductor, París, 1802), así como el Werther de Goethe (en traducción de J. Mor de Fuentes), parecen ser los primeros testimonios de las letras alemanas en España. La presencia de algunas personalidades españolas en el ámbito germánico (el marqués de la Romana en Gotinga, Juan Andrés en Viena) a finales del XVIII; más tarde y a lo largo del XIX, la actividad en Madrid y en Cádiz del cónsul hanseático Böhl de Faber, que difundió las ideas de Herder y de los Schlegel; la visita de Gómez Pardo a Goethe en Weimar o las estancias de E. Gil y Carrasco, F. Sanz y Juan Valera en Berlín y A. Ferrán en Múnich fueron ocasión para que, poco a poco, surgiera en España cierto interés por las letras alemanas, parcialmente motivado por el tono apologético que la escuela romántica alemana había manifestado frente a España: el hecho de que Tieck, Eichendorff o los Schlegel se hubieran comprometido en la defensa de la cultura española en una Alemania hasta entonces hostil despertaba ciertas simpatías críticas hacia estos autores, que incluso se aprovechaban para consumo interno, dadas las agrias polémicas que entre los críticos españoles originaba la propia historia cultural.
Fernán Caballero, hija de Böhl de Faber, aprovechó su privilegiada situación bilingüe para dar a conocer, a través de la traducción, a autores del prerromanticismo, como Gottfried Bürger (1747–1794), y a otros de las diversas escuelas románticas alemanas, como Ludwig Uhland (1787–1862) o Karl Theodor Körner (1791–1813). Más tarde, el intercambio epistolar entre Ferdinand Wolf y J. E. Hartzenbusch fue determinante para las mutuas relaciones literarias (tanto uno como otro promovieron la crítica o incluso la traducción de las obras que se intercambiaban), como también lo fue la estancia en 1844 de Sanz del Río en Heidelberg, donde se empapó de las ideas del filósofo K. C. F. Krause. También la recepción traductora de la literatura alemana tuvo un gran apoyo en los trabajos críticos que aparecieron en la primera mitad del XIX en revistas como La Abeja, La Ilustración Iberoamericana o El Museo de Familias.
A. Bergnes de las Casas, M. Milà i Fontanals y, más tarde, M. Menéndez Pelayo hicieron de las letras alemanas un motivo tópico de la crítica hispana, sobre todo a partir de que en 1843 apareciera en Barcelona la versión castellana del escrito programático de la corriente romántica, la Historia de la literatura antigua y moderna de F. Schlegel. Junto a ésta, otros escritos críticos motivaron también la iniciación germánica de algunos autores españoles. El debate mantenido entre el conde Adolf von Schack y J. Valera y la posterior traducción de la obra del primero por el segundo son ejemplo de ese interés de las letras españolas por lo germánico. Puede decirse lo mismo de la discusión que De l’Allemagne de Mme. de Staël suscitó entre los críticos españoles acerca de las esencias románticas y germánicas y su posible sintonía con el talante español.
El grueso de la traductografía española de las letras alemanas durante el XIX lo constituyen hasta el krausismo Goethe, F. Schiller y H. Heine. El prestigio logrado por Goethe en el extranjero vino a España de la mano de los emigrados que regresaban y de las lecturas de libros y revistas extranjeras. A pesar de la más que dudosa pertenencia de los clásicos alemanes a la corriente romántica, la crítica española los obligó a representarla subsidiariamente. En efecto, si alguna efectividad poética han tenido los autores alemanes en España, está presente en la lírica y filosofía románticas. Heine, autor precisamente de un trabajo titulado La escuela romántica, se presentó como el prototipo de la nueva poesía lírica que había que imitar. De manera reducida, pero sistemática, fue presentado de la mano de E. Florentino Sanz en El Museo Universal con unos poemas seleccionados del Intermezzo lírico, a los que se añadieron posteriores antologías y, por lo que nos concierne, la introducción a la nueva edición de la antigua traducción de Don Quijote realizada por L. Tieck en El Eco del País. Sin entrar a juzgar si Heine fue un factor determinante de la poética becqueriana, puede señalarse que sesudos críticos postularon al autor renano como uno de los profetas de la lírica española. Hay que añadir que una característica de esta época fue la edición de traducciones castellanas en París, Londres o Nueva York. Tal, por ejemplo, la edición realizada por J. A. Pérez Bonalde en 1875 de El cancionero de Heine.
Ya a mediados de siglo, un hito señero en la recepción de las letras alemanas es el de Julián Sanz del Río, quien tradujo el Ideal de humanidad para la vida del mencionado Krause. Aun cuando cabe cuestionar si este texto fue una traducción o debe considerarse obra original o plagio, lo cierto es que despertó cierta curiosidad intelectual que, a su vez, dio lugar a una frenética actividad traductora en la que intervinieron personalidades como F. Giner de los Ríos, José Castillejo y otros. Aparte del revulsivo intelectual que supuso tanto en la vida universitaria (los episodios políticos ocasionados por los krausistas de la Universidad Central de Madrid en los años 1870) como en la vida intelectual (la creación de la Institución Libre de Enseñanza o de la posterior Residencia de Estudiantes), el krausismo determinó la internacionalización de la actividad traductora en España, ya que se abrió a mundos hasta aquel momento ausentes tales como el alemán o el ruso, que entraron masivamente en el editorialismo español a través de las traducciones de I. Kant, F. Hegel, Mijail Bakunin (1814–1876), etc. El kantismo y el hegelianismo, que impregnaron gran parte del pensamiento español del XIX (José del Perojo, A. M. Fabié, F. Pi y Margall, F. Fernández y González o A. Benítez de Lugo), hicieron sus traducciones de sus epónimos, tales como las de la Crítica de la razón pura de Kant o la Lógica y la Estética de Hegel.
El fin de siglo español pareció sentir gran predilección por las letras alemanas, ya que, en torno al 1900, aparecieron tanto obras de agitación social (K. Marx, El manifiesto comunista, en versión de Rafael García Ormaechea) como de crítica cultural (del sionista Max Nordau, 1849–1923, Degeneración, 1902), de erudición (Ferdinand Gregorovius, 1821–1891; o Carl Justi, 1832–1912), o de creación contemporánea. Del representante en Alemania del naturalismo de cuño zoliano Hermann Sudermann (1857–1921), M. de Unamuno tradujo La honra, que fue estrenada en 1897, y El deseo (1902); y del realista Theodor Storm (1817–1889) apareció El lago de las abejas (1877). También se recuperaron los cuentos de los hermanos Grimm y los krausistas siguieron con su actividad importadora de ideas, donde cabe destacar, junto a obras de carácter científico, la traducción, ya mencionada, de la Estética de Hegel, realizada por uno de sus más fervientes adictos, H. Giner de los Ríos. Rudolf Eucken (1846–1926), premio Nobel de compromiso y filósofo mediocre, fue vertido al castellano en torno a 1900 (Las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo, versión de Nicolás Salmerón y García, es de 1912).
Fue un momento de intercambio intenso pues, a la inversa, en Alemania se recibían, si no masivamente, sí de manera notable las obras de Àngel Guimerà (Terra baixa, convertida en ópera por E. d’Albert), de Pedro Antonio de Alarcón (El sombrero de tres picos, que tuvo numerosas ediciones en la traducción de H. Weyl) o de Benito Pérez Galdós (El amigo Manso). No se haría justicia al afán traductor de esa época si no se mencionasen las traducciones de F. Nietzsche, de quien Pedro González–Blanco introdujo su Anticristo y Así hablaba Zaratustra (Valencia, Sempere, 1910), texto que dio pábulo, quizás sin fundamento, al furibundo anticlericalismo que prosperó por esas fechas. Las nuevas editoriales (La España Moderna) y revistas (La Vida Literaria, Vida Nueva), así como las novelas por entregas ayudaron a popularizar la literatura, ya clásica en España, de un Heine o un Schiller.
Más entrado el siglo, la aparición de editoriales como Labor, Aguilar o Espasa, con su colección «Austral», contribuyeron de manera definitiva a llenar los huecos en la recepción de la literatura alemana con obras de A. von Chamisso, G. Keller, C. von Clausewitz (De la guerra), etc. Los años anteriores a la Guerra Civil, si se comparan con los del fin de siglo, fueron momentos de baja recepción de las letras alemanas, que encontraron una vía de penetración gracias a los científicos (especialmente a través de la editorial Labor) y filósofos alemanes, en el culto a Goethe (que siguió produciendo nuevas ediciones, sobre todo con ocasión del centenario de su muerte), en la crítica alemana (Jordi Rubió i Balaguer tradujo la obra de Ludwig Pfandl (1881–1942) Historia de la literatura nacional española del Siglo de Oro, y M. García Morente hizo lo mismo con La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, 1880–1936) y en los premios Nobel alemanes (G. Hauptmann, R. Eucken), que no dejaron de hacer acto de presencia.
En los conflictivos años 30, no faltaron en España autores de la más rabiosa actualidad en el panorama literario alemán: A. Döblin, por ejemplo, colocó en el mercado editorial español su Berlín, plaza de Alejandro (1934) pocos años después de la aparición de la obra, mientras que A. Schnitzler, encontró eco a través del juicio que se siguió contra la representación en Berlín de su Reigen, juicio del que Luis Araquistain, además de traducir Anatol del autor, informaba desde su corresponsalía berlinesa. En este sentido hay que situar la recepción de la obra más antibelicista (Nada nuevo en el frente) del más pacifista de los autores alemanes, E. M. Remarque, que se publicó en 1929 en traducción de Eduardo Foertsch y Benjamín Jarnés, y alcanzó diez ediciones en un solo año.
Sin embargo, la derrota alemana parece haber dado alas a los recelos del bando aliadófilo y autores del momento de la escena literaria alemana de éxito mundial, como E. Kästner (Emilio y los detectives) o H. Fallada (¿Y ahora, qué?) no lograron aparecer a su debido tiempo. Por el contrario, algunos de ellos están experimentando una recuperación tardía en los momentos actuales. Tal el caso de obras como Fabian (trad. de Miguel Ángel Vega; B., Círculo de Lectores, 1988) y Escuela de dictadores (trad. de Pilar Martino; M., Cátedra, 2019) de Kästner que nos han llegado con lustros de retraso, por no mencionar casos de obras medievales, como Tristán e Isolda de Gottfried von Estrasburgo (M., Siruela, 1987, trad. de Bern Dietz) o renacentistas, como Pasos de carnaval de Hans Sachs (1494–1576), en traducción de M.ª Teresa Zurdo (Cátedra, 1996) que si llegan, lo hacen con siglos de retraso.
Escritores o profesores como M. García Morente, J. Rubió i Balaguer, R. Cansinos Assens o L. Cernuda ensayaron sus habilidades traductoras con éxito. El de Cernuda es un caso interesante, ya que, desconocedor del alemán (su traducción de F. Hölderlin fue producto de la colaboración con su traductor al alemán), se atrevió con el poeta germano que mayor reto supone a la capacidad de cualquier traductor. Su traducción sirve de modelo de lo que puede llamarse traducción–recreación. La actividad traductora que ejercieron en el exilio Manuel Altolaguirre, José Gaos o Wenceslao Roces, entre otros, no es propiamente capítulo de la historia de la traducción en España, pero sí de la traducción española. Muchos de esos exilados dedicaron sus intereses a las letras alemanas. Así, el filósofo Gaos dio desde México buenas versiones de las obras de Heidegger, Jaspers o Husserl.
Tras la contienda, las nuevas editoriales que se establecieron al amparo de los nuevos parámetros intelectuales que propició el régimen político no dedicaron gran atención –lo que no deja de extrañar– a los autores alemanes. Y resulta paradójico que autores que actuaron como colaboradores del régimen nazi no tuvieran mayor penetración en España a pesar de la orientación germánica que algunos de los ideólogos iniciales del régimen franquista (Antonio Tovar, por ejemplo) tuvieron en sus aficiones culturales. La benemérita Editora Nacional no registró hasta bastante avanzada la época de Franco, o más tarde incluso, títulos alemanes como el Laocoonte de G. E. Lessing (trad. de E. Barjau, 1977) o los Escritos escogidos de Justus Möser (1720–1794), en versión de M.ª Luisa Esteve (1984).
Nuevas editoriales surgidas es la época (Plaza & Janés, Caralt, Noguer o Bruguera) fueron vehículo notable de penetración de autores alemanes. H. Fallada colocaba, por ejemplo, su El hombre que no fue amado en Plaza; el sospechoso Trakl aparecía en la correcta Rialp en 1949 (Poemas) en la versión de Jaime Bofill i Matas y la editorial Juventud publicaba las obras completas de Emil Ludwig (1881–1948) junto con las de S. Zweig. Especial mención merece la antología La poesía alemana de Bofill i Matas (B., Janés, 1947–1949), que presentaba una selección, realizada con buen criterio, de autores alemanes a los que traducía con dignidad. No obstante, la gran empresa editorial de esta época fueron las Obras completas de Goethe que realizó Cansinos Assens para Aguilar (1945). Este sello editorial lanzó años más tarde y con sentido antológico dos volúmenes dedicados al teatro alemán: Teatro de la Joven Alemania, con obras de G. Buchner y de Karl Gutzkow (1811–1878), y Teatro alemán contemporáneo (C. Zuckmayer, W. Borchert). La concesión de nuevos premios Nobel a autores como G. Hauptmann, T. Mann, H. Böll y G. Grass supuso siempre, más que un pretexto, un motivo comercial para la introducción de nuevos títulos, y así se recibieron las obras de Mann (Obras escogidas, trad. de Francisco Payarols y Juana Moreno; 1956) o H. Hesse (Obras completas, trad. de Mariano S. Luque y otros; 1962, 1963 y 1967).
Hacia los 70 se despertó un acendrado interés por los clásicos del pensamiento alemán, como lo demuestran, entre otras obras, los Discursos a la nación alemana de J. G. Fichte (M., Taurus, 1966; trad. de Ángel Juan Martín) o Alrededor de la filosofía de A. Schopenhauer (B., Picazo, 1969; versión de Salvador Vives). A partir de 1970 el mundo editorial español fue alcanzando las altas cotas traductográficas que lo caracterizan actualmente. En paralelo, la recepción de las letras alemanas fue cobrando más entidad. En 1973, por ejemplo, Aguilar llenó el parcial vacío bibliográfico existente con referencia a Schiller al publicar su Teatro completo con versiones de Cansinos Assens y Manuel Tamayo. Casi todos los autores del panorama literario alemán del siglo XX tuvieron entrada en la España predemocrática o protodemocrática, sin que para ello contara su adscripción política, nacional o ideológica: A. Seghers (Bodas de Haití) o B. Brecht (Madre Coraje, en versión de Antonio Buero Vallejo) se recibieron antes del final del régimen, por ejemplo; y autores como R. Musil (Tres mujeres o Las tribulaciones del estudiante Törless), H. Broch (Los inocentes en la traducción de M.ª Ángeles Grau), G. von Le Fort (El pañuelo de la Verónica) o H. Böll (El tren llegó puntual) contaban ya en los ochenta con una bibliografía básica.
La integración definitiva de España en el mundo europeo queda de manifiesto en la avidez con que el mercado editorial español devoró títulos extranjeros, con frecuencia motivado más por necesidades de oferta que por consumo lector. Esto hizo que, a partir de los ochenta, las editoriales rebuscaran en los panteones literarios para recuperar a autores u obras perdidos que pudieran llenar alguna laguna, bien de conocimiento o de disfrute literario: Friedrich Schlegel (Obras selectas, versión de M. Á. Vega; M., FUE, 1983), K. Tucholsky (Rheinsberg, un libro ilustrado para enamorados, trad. de A. S. Pascual; B., Muchnik, 1989), Ö. von Horváth (Cuentos de los bosques de Viena, M., Ayuntamiento de Madrid, 1984), tendencia que continúa en los años siguientes que, por ejemplo, recuperan a Egon Erwin Kisch (1885–1948) con De las calles de Praga (Muchnik, 2002). También obras menores han tenido su sitio en las editoriales de la última época: así, por ejemplo, los poemas eróticos de Brecht han tenido una doble versión en ediciones bilingües casi contemporáneas: en Hiperión (1998) y Visor (2000).
Por su parte, los clásicos alemanes, los del Romanticismo sobre todo: Novalis con Himnos a la noche, traducción de E. Barjau (Editora Nacional, 1975; varias reed.), J. von Eichendorff con De la vida de un inútil, versión de Ursula Toberer (M., Rey Lear, 2010), E. Mörike con Mozart de viaje a Praga, traducido por Ana M.ª Villar (Castellón, Ellago, 2006) o Heine con El collar de la paloma, versión de Nélida M. de Machaín (B., Salamandra, 2002) y Los dioses en el exilio, obra de M. Á. Vega (Cátedra, 2016), siguen gozando de los favores del público y consiguientemente de las editoriales españolas. Una obra como la Estética de lo feo de Karl Rosenkranz (1805–1879), traducida por Miguel Salmerón (1992), no deja de extrañar en un contexto de escasa actividad lectora y reflexiva. Frente a la relativamente modesta recepción de autores contemporáneos de compromiso, como H. E. Nossack, S. Lenz, M. Walser o Christa Wolf, cabe destacar la aceptación editorial y lectora de obras de alta especulación como las del pensador de moda P. Sloterdijk: Crítica de la razón cínica (trad. de M. Á. Vega, Siruela, 1996) o Ira y tiempo (versión de M. Á. Vega y Elena Serrano, Siruela, 2010).
En todo caso, la promoción de la traducción de obras alemanas a través de la institución oficial Inter Nationes ha desempeñado un papel fundamental en su recepción. De éxito irrepetible, equiparable al que han obtenido los grandes best sellers de moda, se puede calificar la recepción lectora o, al menos, comercial, que tuvieron en los 80 las obras de M. Ende, sobre todo La historia interminable (M., Alfaguara, 1982), en versión de Miguel Sáenz, quien también se ha encargado de traducir, casi oficialmente (en versión tutelada por el propio autor) y para la misma editorial, todas las obras del controvertido G. Grass (entre ellas, El rodaballo y El tambor de hojalata). Al mismo traductor se debe la versión de la obra teatral completa de B. Brecht (Cátedra, 2006). Precisamente un episodio destacado en la historia editorial de las letras alemanas en España lo protagonizó esta editorial al lanzar en los años ochenta la colección «Letras Universales», que registra ya una treintena de títulos alemanes (Los bandidos de Schiller, por Berta Raposo; Las historias del buen Dios de Rilke, por P. Martino; La metamorfosis de F. Kafka, por Ángeles Camargo; Así habló Zarathustra de Nietzsche, por Luis Acosta; los Cuentos de los bosques de Viena y El divorcio de Fígaro de Horváth, por M. Á. Vega y Juan Antonio Albaladejo; el Fausto de Goethe, por Manuel José González, o En busca de horizontes de Schitzler, por M. Á. Vega) en los que colaboran los más destacados germanistas españoles con cuidadas ediciones anotadas y que, por cierto, no tienen su réplica en el mundo editorial alemán con relación a las letras españolas.
Huelga añadir que no ha habido restricciones en cuanto a los géneros traducidos: lo mismo la lírica que el teatro, la narrativa que los géneros menores como la literatura de viajes (W. von Humboldt, Diario de viaje por España, en versión de M. Á. Vega para Cátedra, 1998; A. von Humboldt, Viaje a las Islas Canarias, versión de Lisandro Alvarado, La Laguna, F. Lemus, 1995) han tenido un completo seguimiento por parte de las editoriales españolas. Alfaguara y Siruela, con sus colecciones infantil y juvenil, han sido pilares fundamentales del corpus de lectura infantil durante años. Las obras del gran humanista Peter Härtling (1933–2017), como Franze (Siruela, 1991) y Sofie cuenta historias (Alfaguara, 1998) y los relatos infantiles de Christine Nöstlinger, que, aunque austriaca, editó mayormente en Alemania, han logrado una excelente recepción.
En época reciente, la lírica tradicional alemana, lírica métrica, ha tenido sus reticencias editoriales y procedimentales a causa de la distinta fonometría de las dos lenguas. No existen mayormente traductores expertos en métrica y frente a los traductores del XIX o principios del XX, los actuales rehúyen la traducción métrica de poesía. Cabe destacar el interés especial que la publicística española ha tenido por los géneros que caerían bajo la rúbrica del prodesse horaciano: el ensayo. Así, por ejemplo, es destacable el fermento intelectual que supusieron en las confesiones religiosas españolas las obras de los grandes teólogos alemanes, ortodoxos o heterodoxos, tales como, Jürgen Moltmann (1926), Rudolf Karl Bultmann (1884–1976) o Paul Tillich (1886–1965), que han tenido una recepción más que puntual (del último mencionado, El coraje de existir logró tres ediciones) y que en algunos casos han creado escuela. A estos pueden añadirse los suizos Hans Urs von Balthasar (1905–1988) y Hans Küng (1928).
Por otra parte, el público hispano siempre ha estado muy atento a los estudios de crítica cultural y política que venían de allende el Rhin, bien hayan tenido referencia a España o a la historia de Europa. Incluso cabe decir que este género de adscripción no beletrística, pero que ha dado grandes páginas a la historia de la escritura, fue un adelantado en la introducción de las letras alemanas en España. Son numerosas las traducciones de obras de crítica histórica que prueban este aserto: las de los estudiosos del Renacimiento F. Gregorovius y Jacob Burckhardt, la de los arabistas Adolf von Schack (1815–1894) y el suizo Titus Burckhardt (1908–1984), la del historiador del arte de origen austriaco Ernst Gombrich (1909–2001), la de los hispanistas C. Justi, L. Pfandl o la del europeísta austriaco Richard Coudenhove–Kalergi (1874–1942) se han mantenido como constante motivo de interés entre los eruditos.
No menos leídas que las obras del género provenientes de Francia son las que alemanes y austriacos han dedicado a la literatura erótica. El austriaco Felix Salten (1869–1945), autor del inocuo relato Bambi, es también el escritor que se esconde en el anonimato que envuelve los relatos de Josephine Mutzenbacher, memorias de una prostituta vienesa; en España, sin nombre del traductor, han sido publicados en la colección «La sonrisa vertical» de Tusquets, que dirigía Luis Berlanga. Obra de tanto o mayor impacto social es La ronda (trad. de M. Á. Vega, Cátedra, 1999) de A. Schnitzler: sujeta a la prohibición de representación por parte del autor, ha sido escenificada en ocasiones en Madrid y Barcelona con distinto éxito; en todo caso, la adaptación al cine por M. Ophüls la transformó en un clásico del arte erótico. Otro título que puede mencionarse en este apartado es Las memorias de una cantante de Wilhelmine Schröder–Devrient (1804–1860), que todavía consigue ediciones más o menos piratas y que narra las peripecias eróticas de una célebre soprano del XIX.
Una constante de las letras alemanas en España –y en esto el editorialismo español no se diferencia del de otras latitudes– ha sido la de la reedición de versiones antiguas. Muchas editoriales siguen utilizando traducciones veteranas, tanto por el beneficio económico que supone el eximirse de los gastos de traducción como por el éxito que la firma del traductor puede, si no garantizar, al menos sí promover. Finalmente, si hubiera que juzgar la efectividad de la literatura alemana en España, deberíamos reconocer que, si se exceptúan ciertos residuos heineanos en la lírica, poca ha tenido. Sólo los movimientos o personalidades filosóficas que han transmitido las traducciones (kantismo, krausismo, Nietzsche) han creado escuela en las letras españolas.
Por lo demás, la literatura en lengua alemana del presente sigue teniendo una recepción traductora importante, aunque no ha conseguido producir booms receptivos como los que antaño, en los años setenta (Böll, Grass, Ende, Handke) obtuvieron las letras alemanas en el mundo y también en España. El público lector español manifiesta cierta tibieza en la aceptación de autores reconocidos en ámbito alemán, como es el caso del austriaco Arno Geiger (1968), autor de El viejo rey en el exilio (trad. de Alfonso López Alloza; B., El Aleph, 2013); Ilija Trojanow (1965), búlgaro de expresión alemana, practicante de un periodismo a lo Kisch (El coleccionista de mundos, B., Tusquets, 2008); Uwe Tim (1940), autora de El hombre del velocípedo (trad. de Eduardo Knörr; M., Amaranto, 2006), o la premio Nobel Herta Müller (1953) de quien J. J. del Solar ha traducido varios títulos, desde El hombre es un gran faisán en el mundo (Siruela, 1992) hasta Hoy hubiera preferido no encontrarme a mí misma (Siruela, 2010).
Austria
La recepción literaria de Austria en España ha ido por detrás de la recepción de los literatos españoles en Austria en cuanto al momento histórico, pero no así si se atiende al número de obras traducidas en una y otra dirección, según el Index translationum. Si se estableciese un paralelismo diacrónico entre la literatura austriaca y la española, se encontrarían las similitudes propias de las grandes corrientes culturales que van recorriendo Europa a lo largo de su historia, si bien con las lógicas diferencias y variantes que la distancia geográfica y el propio devenir histórico local imponen. Si ese paralelismo se establece en sentido sincrónico, según qué momentos las diferencias o el interés mutuo se alejarán o acercarán en función de los factores que determinan también el desarrollo histórico de cada uno de los territorios. Si bien hablamos, según en qué momentos, de dos grandes imperios, el español está unificado por la lengua, la cultura y la religión, mientras que el austriaco lo está desde el punto de vista político, pero mantiene su variedad multicultural y multilingüística. Este hecho ha llevado a los teóricos de la literatura a cuestionarse si existe en realidad una literatura austriaca con características propias y si en el elenco de autores austriacos debe incluirse toda la nómina que habitualmente figura en él. De lo que no cabe duda es de que en esa relación están los autores que escriben en alemán y que han nacido en cualquiera de los territorios que estuvieron bajo el dominio de los Habsburgo hasta la caída de la dinastía, o en el territorio de la actual Austria. Y aunque se tratase de un imperio multicultural, en los autores austriacos se percibe una capacidad especial para jugar con el lenguaje, crear nuevos vocablos, expresar los más íntimos sentimientos y pensamientos o cambiar magistralmente de registro, algo que se observa no sólo entre los escritores, sino que parece ser un rasgo connatural a los austriacos.
A lo largo de la historia se puede afirmar que la época de más fuerte presencia de la literatura española en Austria fue el Barroco, cuando las obras de insignes figuras del Siglo de Oro, como Calderón y Lope, gozaban del favor de la corte vienesa, y, por el contrario, el momento inicial de recepción de la literatura austriaca en España se vivió a partir de esos años de efervescencia creativa representados por la Viena de finales del XIX y comienzos del XX; pero si se hace un repaso a la publicación en España de autores austriacos traducidos, puede apreciarse que es durante la segunda mitad del siglo XX cuando realmente crece el interés editorial, un interés que se había mantenido a un ritmo pausado desde los años del fin de siglo. No cabe duda de que la implantación de los estudios de germanística en España debió de jugar un papel fundamental en el creciente interés por los autores austriacos de expresión alemana en esa segunda mitad del XX.
Es tardía la publicación de un texto de un autor austriaco en España, y, en general, entre los primeros que se tradujeron hay obras significativas que no son estrictamente literarias. En 1869, se publicó en Madrid un extracto en castellano realizado por S. Infante de Palacios de la traducción que realizó Ducoster del drama El hijo de las selvas de Friedrich Halm (1806–1871). Su obra dramática llevó a José de Echegaray a imitar las últimas escenas de la obra Der Fechter von Ravenna al escribir su drama El gladiador de Ravena (1881). A su vez, Halm se había inspirado en El villano en su rincón de Lope de Vega para escribir la comedia König und Bauer (1842).
Entre los principales autores austriacos o procedentes de países satélites –considerados a efectos literarios como austriacos– cuyas obras han sido traducidas al castellano, se encuentran figuras de renombre como F. Kafka, A. Schnitzler, S. Zweig, P. Altenberg, M. J. Roth, H. von Hofmannsthal, A. Stifter, L. Wittgenstein, H. Broch, R. Musil, E. Canetti, P. Celan, P. Handke, Ö. von Horváth, Elfride Jelinek, etc., predominando por encima de todos los demás los textos narrativos y el ensayo, dado que en los años de la Viena finisecular se medita, se teoriza y se escribe mucho y bien sobre los más diversos ámbitos del conocimiento, ya se trate de filosofía, de psicoanálisis, de pintura, de literatura, de economía. Los textos dramáticos no han gozado de igual interés por parte de los editores españoles, y esto a pesar del importante papel que el teatro ha desempeñado y sigue desempeñando en la cultura austriaca desde que se creó la figura del Hanswurst, pasando por la singularidad de las comedias de Nestroy, por la farsa y el cabaret, hasta llegar al entusiasmo que aún produce entre la sociedad vienesa tanto la reposición de clásicos como el estreno de obras en el Burgtheater, en el Theater an der Josefstadt, en el Akademie Theater y en pequeños escenarios vieneses. La primera obra dramática de F. Grillparzer que se tradujo fue una inspirada en tema español, La judía de Toledo (1972), aunque la segunda fue el relato El pobre músico (1979). En un alarde editorial de Galaxia Gutenberg, se ha traducido recientemente por Adan Kovacsics Autobiografía, diarios y otros escritos (2018). Por otra parte, otros autores teatrales de gran éxito en los escenarios de habla alemana no han sido traducidos, como es el caso de Raimund y Nestroy, o del contemporáneo Turrini.
A efectos de la recepción de la literatura austriaca, el siglo XX se inició con la publicación en 1906 de la obra de B. von Suttner ¡Abajo las armas!, a raíz de la concesión en 1905 del Premio Nobel de la Paz. Una reciente edición crítica de esta obra ha sido publicada por Cátedra (2014), traducida por O. García. En la década de 1920 el interés se centró en las novedades en torno al psicoanálisis. A partir de 1922, con la publicación de Una teoría sexual y otros ensayos, los libros de S. Freud gozaron de gran éxito y prácticamente todos los años de esa década se editaron obras suyas en el mercado editorial español. Al mismo tiempo, supuso el comienzo de la traducción de obras literarias en las que la introspección, los sentimientos, las vidas problemáticas, las reacciones humanas constituyen una parte fundamental del contenido. Además, la caída de un imperio hilvanado en algunos casos con alfileres burocráticos produjo un caldo de cultivo para contenidos en los que el pesimismo y el fiel reflejo de la realidad quedan de manifiesto en los textos literarios.
Así, en esa década se publicaron La flauta pastoril (1920), Anatol y A la cacatúa verde (1921) de Schnitzler, La metamorfosis (1925) de Kafka o las magistrales biografías que escribió Zweig Tres maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski (1929). En la década de 1930 llegaron al mercado español A diestra y siniestra (1930) de Moses Joseph Roth, si bien sus obras más conocidas, La marcha Radetzky y La cripta de los capuchinos, no se tradujeron hasta los años 1950. El éxito de este autor y en concreto de esta última obra es perceptible en la salida al mercado de sucesivas ediciones, la última (2020) en la traducción de D. Pérez Blázquez. En 1930 se publicó también Cristóbal Colón, el Quijote del Océano, de Jakob Wassermann, que, habida cuenta de la aparición de la obra en Berlín en 1929, es la producción de un autor austriaco que más rápidamente se tradujo y publicó en castellano desde su aparición en lengua original. Una obra que gozó de gran éxito fue La Venus de las pieles (1935) de Leopold von Sacher–Masoch (1836–1895); en los años setenta el neurólogo y psiquiatra Castilla del Pino prologó la reedición de esta obra (trad. por Constancio Bernaldo de Quirós) con el artículo «Una introducción al masoquismo».
En los años 1940 se dio a conocer la poesía de G. Trakl con Poemas (1949), si bien tuvieron que pasar casi treinta años para que se volviera a publicar una obra de este autor en el mercado español (1972, Cantos de muerte). De F. Werfel, uno de los escritores de éxito hasta nuestros días, se tradujeron entonces seis obras, entre ellas Poesías (1940), Estafa del cielo (1943), Verdi: la novela de la ópera (1945), y Juárez y Maximiliano (1946). Sin embargo, uno de los mejores narradores, si no el mejor, entre los literatos austriacos de la Viena finisecular, H. von Hofmannsthal, cuenta en esos años con la traducción de El caballero de la rosa (1949), pero tuvieron que llegar los setenta para su reaparición en el mercado español, un redescubrimiento de éxito, a juzgar por las traducciones, entre las que por número de ediciones destaca Carta de Lord Chandos (la última en 2012, trad. de Agustín López y María Tabuyo). Por último, en 1946 se dio a conocer a A. Stifter con la publicación de Alta selva.
En la década de 1950, de autores austriacos tan sólo se tradujeron al castellano el Tractatus logico–philosophicus de C. Wittgenstein, con una introducción de Bertrand Russell y en versión de Enrique Tierno Galván (M., Revista de Occidente, 1957), y el Don Juan de Mirko Jelusich (trad. de Jesús Ruiz; B., Caralt, 1950); y ello a pesar del esfuerzo de editoriales como Plaza & Janés, Bruguera o la propia Caralt, muy activa entonces en la traducción de algunos autores alemanes. Poco a poco se recuperó el ritmo traductor en la década siguiente, con la introducción en el mercado español de Leo Perutz (1882–1957), con Mañana es feriado (1961) y El marqués de Bolíbar (1964); de H. Broch (Los inocentes, 1969; mientras que una de sus obras más conocidas, La muerte de Virgilio, no se tradujo hasta 1979), de H. von Doderer (Un asesinato que comete cualquiera, 1966) y de R. Musil (Tres mujeres, 1968). También en este caso sus obras más conocidas se tradujeron con posterioridad.
A partir de los años 70 no sólo entró en la nómina de autores austriacos traducidos un número significativamente mayor que en los períodos precedentes, sino que tuvo lugar un proceso constante de reedición. Es el momento en que aparecieron en el mercado editorial español el ya citado Grillparzer, y también G. Meyrinck (El Golem), A. Kubin (La otra parte: una novela fantástica), G. Saiko (El hombre de los juncos), Ö. von Horváth (La era del pez), E. Canetti (El otro proceso de Kafka), P. Celan (Rejas de lenguaje), P. Handke (Desgracia indeseada) y Ch. Nöstlinger (Pedro y Ana descubren las estaciones). De los cuatro últimos se inició una carrera ascendente y exitosa de traducción y edición de sus obras, que no se ha detenido. En los ochenta, el mayor éxito lo obtuvo Friederike Mayröcker (1924), que vio su Pequeño dinosaurio varias veces reeditado (trad. de M.ª Dolores Ábalos; M., Altea, 1984).
La última década del XX introdujo en España, a través de una antología de textos, Páginas escogidas (1997), la figura de P. Altenberg, autor que se había dado a conocer en Viena un siglo antes. Los años noventa vieron también por primera vez obras en castellano de la premio Nobel E. Jelinek (El ansia y La pianista); Sara y Simón: una historia sin fin de E. Hakl (1954); El equívoco y Toques a rebato de Erich Fried (1921–1988); Las presidentas de Werner Schwab (1958–1994). Como sucede en tantas ocasiones en la historia de los creadores, éstos gozaron del interés del público una vez muertos. Así sucedió con Hans Lebert (1919–1993, de quien al año siguiente de su muerte se publicó La piel del lobo (B., Muchnik), en 1995 El círculo de fuego (B., El Aleph) y en 1996 Un barco de montaña: relatos de lo siniestro (B., Muchnik), todos ellos traducidos por A. Kovacsics.
En los comienzos del siglo XXI la traducción de autores austriacos ha seguido su curso y han entrado a engrosar la relación Ilse Aichinger (1921–2016) con La esperanza más grande (trad. de A. Kovacsics; B., Minúscula, 2004), Franz Innerhofer (1944–2002) con Días hermosos (trad. de Genoveva Dieterich; M., Losada, 2003), Norbert Gstrein (1961) con Los años ingleses (trad. de Daniel Najmías; Tusquets, 2001) o Hugo Bettauer (1872–1925) con La ciudad sin judíos (trad. de M. Á. Vega; Cátedra, 2016), si bien hay todavía muchos autores que son desconocidos entre los lectores españoles. El interés por parte de germanistas y estudiosos de la literatura austriaca ha dado lugar a investigaciones en torno a la traducción, centrándose en la mayoría de los casos en enjundiosos estudios introductorios a la traducción de un determinado texto, bien referidos a un autor en particular, como es el caso de la colección «Letras Universales» de Cátedra, o de varios autores emparentados por su estilo, por su contenido, por su pertenencia a un grupo determinado, etc., cual sería, por ejemplo, el caso de la llamada literatura de café, la literatura de posguerra, los autores del Wiener Gruppe, del Grazer Gruppe, etc. El tiempo va limando o acrecentando los intereses del público receptor, de manera que hoy día, después de un siglo de labor traductora, sobreviven a las modas autores como Hofmannsthal, Schnitzler, Kafka, Zweig y Canetti, entre otros, por tratarse de clásicos.
Suiza
La especial situación de la literatura en Suiza se debe al hecho de que en el pequeño país alpino confluyen cuatro regiones lingüísticas: la alemana (2/3 de la población), la francesa, la italiana y la retorromana. Esta división lingüística se corresponde con una clara diferenciación cultural entre los distintos territorios que se debe a la fuerza de atracción que ejercen las áreas culturales vecinas. Debido al reducido público lector nacional, la mayoría de los escritores buscan proyectarse hacia los grandes mercados literarios de sus respectivas lenguas. La literatura de la Suiza alemana, que tradicionalmente disfruta de una menor atención que la de la República Federal de Alemania, suele girar en torno a los temas de la identidad nacional y la patria. La gran importancia que desempeña la reflexión sobre lo suizo (afirmación o crítica de lo propio) explica que a menudo se califique de provinciana. La literatura de la Suiza alemana se presenta descentralizada y parcialmente marcada por el contraste entre lengua escrita y lengua hablada. El hecho de que los suizos de lengua alemana hablen un dialecto alemánico mientras que en la escritura utilizan el alemán estándar tiene repercusiones en la literatura. Esto se manifiesta, por una parte, en una rica literatura dialectal y, por otra parte, en una influencia manifiesta del dialecto en los textos escritos en alemán estándar. A pesar de las peculiaridades lingüísticas y temáticas, la literatura suiza en lengua alemana se incorpora dentro del gran espacio cultural alemán de ámbito supranacional. Algunos de sus autores han logrado notoriedad más allá de las fronteras de la Confederación Helvética e incluso se han convertido en clásicos de la literatura universal.
El primer gran momento en la literatura de la Suiza alemana se identifica con tres grandes narradores del siglo XIX: Jeremias Gotthelf (1797–1854), G. Keller y Conrad Ferdinand Meyer (1825–1898). Los cambios económico–sociales de la época constituyen el fondo sobre el que Gotthelf y Keller construyeron sus textos. Gotthelf, que retrató en sus obras la dura vida de los campesinos del Emmental, resalta una y otra vez los valores del cristianismo junto con el trabajo y la honradez. Su recepción fuera del ámbito suizo se vio algo entorpecida por el lenguaje popular que mezcla la lengua estándar con el dialecto de Berna. Los lectores españoles sólo tienen una obra del autor a su disposición: la novela corta La araña negra (B., Astri, 2000; trad. de H. C. Lipps), que destaca por los múltiples niveles interpretativos y su estructura marco a través de la cual se enlaza el presente con un viejo tema legendario.
En un principio, Keller descolló como poeta, para convertirse más tarde en uno de los novelistas más importantes del siglo XIX. Aunque cuenta con una mayor presencia en España, sigue siendo reducida si se contrasta con su importancia y calidad literaria. Entre sus obras traducidas destacan la novela de formación con fuertes rasgos autobiográficos Enrique el Verde (M., Espasa Calpe, 2001; por Isabel Hernández) –junto con el Wilhelm Meister de Goethe, una de las novelas más notables de su género–, así como las colecciones de novelas cortas La gente de Seldwyla (M., Cátedra, 1996; versión de Gonzalo Tamames) –traducida ya en 1922 (M., Calpe) por Luis López Ballesteros como Los hombres de Seldwyla–, Siete leyendas (1996) y Novelas de Zúrich (2000). El tercero de los grandes narradores del XIX, C. F. Meyer, es un autor que busca el refinamiento estético, cultivando los temas aristocráticos de género histórico. Sólo dos de los textos de este autor han sido traducidos al castellano, las novelas cortas El amuleto (1998) y El santo (2004).
Una de las autoras de mayor éxito a nivel internacional, J. Spyri, logró conquistar a los lectores de todo el mundo con sus libros para la juventud, sobre todo las dos novelas protagonizadas por la pequeña Heidi. Medio siglo después de su publicación vieron la luz las traducciones al castellano de Heidi (1928) y de Otra vez Heidi: una novela para los niños y los que aman a los niños (1929); la autora cuenta con una considerable difusión del conjunto de su obra en España.
El primer premio Nobel de la literatura suiza, Carl Spitteler (1845–1924), sigue siendo un desconocido; su obra no ha logrado trascender al gran público. El hecho de que existan algunas traducciones al castellano (Imago, 1983; Obras escogidas, 1960) se debe esencialmente a su condición de galardonado por la Academia sueca. R. Walser, uno de los escritores más innovadores de la literatura suiza, disfruta de amplia recepción en España, sobre todo a raíz de numerosas publicaciones recientes. Entre sus obras traducidas destacan Los hermanos Tanner (1985), Jakob von Gunten (1998) y Los cuadernos de Fritz Kocher (1998).
El segundo gran momento de la literatura suiza en lengua alemana comenzó a mediados de la década de 1950 con la aparición de dos figuras de la literatura universal: M. Frisch y F. Dürrenmatt. Ambos dominaron durante décadas la escena literaria de la Suiza alemana y se convirtieron en escritores mundialmente reconocidos. La recepción de sus obras en España refleja esa relevancia internacional de los dos astros de la literatura helvética. Entre las múltiples publicaciones que vieron la luz en la Península habría que destacar, en el caso de Frisch: No soy Stiller (1958) y Homo faber (1961), las dos grandes novelas del autor que han contado con múltiples reediciones en las últimas décadas. Distinta suerte ha corrido su obra dramática, que ha gozado de una difusión mucho menos acusada, a pesar de contar con textos de la importancia de Andorra (1966). En un reciente volumen de Cátedra (2012) se busca recuperar precisamente al Frisch dramático con dos piezas esenciales de su producción teatral: Don Juan o El amor a la Geometría y Andorra.
Los conflictos identitarios, así como la relación conflictiva con el propio país, son temas recurrentes en Frisch. Este último es un tema que también se aprecia en la obra de Dürrenmatt. En opinión del autor, lo grotesco y paradójico son los modelos de representación que mejor sirven para retratar la situación actual del mundo. La especial concepción teatral de Dürrenmatt se refleja en sus comedias trágicas, entre las que cabe destacar La visita de la vieja dama (1965) y Los físicos (1969). Este autor también es célebre por sus novelas policíacas El juez y su verdugo (1989), La sospecha (1996) o La promesa (1964).
Debido a la ausencia actual de grandes figuras, la recepción de la literatura de la Suiza alemana en España se centra, sobre todo, en la recuperación de obras del pasado (al respecto hay que resaltar la importante labor traductora de la especialista en literatura suiza Isabel Hernández). Entre los autores contemporáneos consagrados podrían mencionarse Peter Bichsel (1935), Adolf Muschg (1934) y Hugo Loetscher (1929–2009). Aunque los tres escritores cuentan con algunas traducciones al castellano, no han logrado aún captar la atención del gran público.
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