Ortega

La traducción de narrativa en la época franquista

Marta Ortega Sáez (Universitat de Barcelona)

 

Introducción

Como señala Jané–Lligué (2013), durante el franquismo la preeminente posición de la literatura traducida, y en particular del género narrativo, se debe a la necesidad de suplir la «textualidad nacional» (Billiani 2006) de la que carecía el país. Ahora bien, la denominada «época franquista» no fue un periodo homogéneo durante las cuatro décadas que perduró. Los diferentes acontecimientos políticos, económicos y los cambios sociales (tanto en el país como a nivel internacional), además de las relaciones de España con otros países, condicionaron el fenómeno traductológico a medida que avanzaban los años, pudiendo distinguirse diferentes subetapas. Por otra parte, dada la presencia de la censura a lo largo de esta época, esta temporización también se vio afectada por la orientación del equipo de gobierno del momento y la legislación al respecto.1 Cabe señalar, además, que a lo largo de estas cuatro décadas existió una amplia tipología editorial. Como se verá, algunas editoriales habían iniciado su andadura antes de la Guerra Civil, muchas otras nacieron en la primera posguerra y otras surgieron en las décadas posteriores y todas ellas tuvieron que adaptarse a los imperativos del régimen.

Este estudio recoge unos breves apuntes sobre el escenario histórico–cultural y el análisis cronológico de la traducción de la narrativa en la España franquista basado en el examen de las editoriales, colecciones, autores y textos.

 

Primera posguerra: pobreza, estancamiento y auge de la traducción en la década de los 40

Tras la Guerra Civil, España era un país arruinado económicamente. La propia guerra, la pérdida de la coalición del Eje en la Segunda Guerra Mundial, el intervencionismo del Estado en materia económica y la autarquía condujeron al empobrecimiento del país. A los condicionantes económicos hubo que sumar el empobrecimiento cultural, provocado por el fallecimiento, encarcelamiento y el exilio de muchos miembros de la intelectualidad (Gracia & Ruiz Carnicer 2001).

El vacío literario vino a ser reemplazado por un elevado número de traducciones, en particular, en los años 40. Según apuntaba Miguel Herrero en El Español (1943), en 1942 se publicaron 1.242 obras literarias, 527 de las cuales eran traducciones de obras extranjeras, es decir, el 42,4% de la producción literaria de ese año. La Vicesecretaría de Educación Popular (VSEP) intervino en esta materia a través de la circular 57 de 1943, estableciendo un particular «criterio restrictivo» en la censura previa de obras foráneas.2 El efecto de estas medidas tendría lugar de forma paulatina y en 1946 se comenzó a apreciar el descenso de las traducciones, que aún constituían el 45% de la producción literaria en España (Bozal 1969: 87).

Los acontecimientos políticos en Europa y las relaciones internacionales influyeron en el devenir traductológico de España de forma similar en los 40 y 50. La supremacía del inglés como lengua de origen se debió, en gran parte, al interés suscitado por las adaptaciones cinematográficas de textos en lengua inglesa y en las relaciones establecidas entre el Instituto Británico de Madrid en los años 40 y las editoriales españolas, entre ellas, y sobre todo, José Janés (Hurtley 1992). Por otra parte, la presencia de las letras francesas en traducción, inferior a otros períodos, apunta a la inmoralidad atribuida a la literatura francesa (Pegenaute 2004) y a la «galofobia producto de las relaciones políticas entre los dos países» y, que se extendería a lo largo de la siguiente década. El interés por la literatura alemana de la primera posguerra y su subsiguiente decadencia podrían haberse debido al inicial triunfo del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial y su posterior derrota (Vega 2004). En mucha menor medida se tradujo también de lenguas menos habituales, aunque es difícil establecer si estas traducciones eran directas o a través de lenguas–puente como el inglés o el francés.

En cuanto a los traductores en los 40 y 50, resultan muy pertinentes las informaciones recogidas por Llanas (2011). Se destaca el elevado número de traductores que usaron pseudónimos (Pau Romeva, Miquel Arimany, Antoni M. Ribera Jordà), algunos de los cuales aún a día de hoy no han sido identificados. También es de interés la amplía tipología de traductores a los que se refiere: traductores (profesionales o semiprofesionales) que ya se dedicaban al oficio anteriormente, como Julio Gómez de la Serna (ganador del Premio Nacional de Traducción Fray Luis de León en 1961), Lluís Jordà, Josep Miracle; intelectuales del bando de los vencidos que encuentran en la traducción una nueva forma de vida, como Juan G. de Luaces, Josep Vallverdú, Jordi Sarsanedas o Edmon Vallès; o escritores que combinan la creación de obras propias con la traducción, como Noel Clarasó, Montserrat Casamada Faus, Jaume Bofill i Ferro, entre otros posibles escenarios. Algunos ejemplos de cómo llegaron a ser conocedores de idiomas ciertos traductores de la época quedan recogidos por Hurtley (1986, 1992): por tratarse de la lengua propia (Manuel Bosch Barrett), a través de la lectura de periódicos internacionales (Eduardo de Guzmán) o tras haber vivido y trabajado en el extranjero (Lluís Palazón).

 

Años 50: la prolongación de los 40 y primeros atisbos de apertura al exterior

Esta década se caracteriza por una ligera atenuación del aislamiento español, que favoreció cierta apertura económica y cultural. En 1953 se firmó el Concordato con la Santa Sede y se restablecieron las relaciones con Estados Unidos, como por ejemplo a través del Plan Marshall. En 1955 se produjo la entrada de España en la ONU, aunque el acceso a otros organismos internacionales (UNESCO, FAO, FMI) se había iniciado en 1946 (Delgado 1992).

La apertura de España también podría haberse debido, según Moret (2002), a dos acontecimientos que posicionaron al país en el punto de mira a nivel cultural: el éxito de Bienvenido Mister Marshall de Carlos Berlanga, que ganó en 1953 la Palma de Oro en el Festival de Cannes, y la concesión del Premio Nobel de Literatura a Juan Ramón Jiménez en 1956. Siguiendo en el plano cultural, se puso el foco en la lucha contra el analfabetismo, contribuyendo al aumento del número de lectores (Martínez 2015b).

Estos lectores experimentaron varios fenómenos destacables en el sector del libro, originales de esta década. En primer lugar, la novela se mantuvo como la segunda tipología textual más publicada con 146 editoriales que se dedicaban a ello en los 50 (Martínez 2015a). Tras una década y media centrada en novelas fundamentalmente de tipo sentimental, histórico y de aventuras, a mediados de los 50 las editoriales comenzaron a promocionar las traducciones de autores contemporáneos (Jané–Lligué 2013). También en esta época se consolidó la novela popular como producto de masas (Moret 2002; Vázquez de Parga 2000). Por otra parte, cobra fuerza la propuesta de Janés de recopilar obras de uno o diversos autores en antologías o volúmenes de «obras completas» (Vega 2004). Plaza & Janés y Aguilar serían algunos de los editores que extenderían exitosamente esta práctica. Y finalmente, en relación a la literatura infantil y juvenil, en 1952 se creó la Junta Asesora de Prensa Infantil y en 1955 la Ordenación de las publicaciones infantiles y juveniles. Junto con el auge editorial del momento y el interés de múltiples sellos, este tipo de literatura experimentó un significativo incremento (García 2015). Destacan en la promoción de esta temática las editoriales barcelonesas Juventud, Molino, Bruguera y Mateu, y en menor medida Aymà, Arimany y Noguer.

Por lo que respecta a la censura, las publicaciones de libros durante las dos primeras décadas del franquismo estuvieron regidas por la Ley de Prensa de 1938, vigente hasta mediados de los años 60. Según esta legislación las cuestiones ideológicas se anteponían a la promoción cultural y autores de narrativa de la talla de Joyce, Faulkner, Moravia o Dos Passos, entre muchos otros, quedaron relegados a la marginalidad a lo largo de los 40 y los 50 (Castellet 1957). También algunos autores de obras dirigidas al público infantil y juvenil estuvieron en el punto de mira: Louisa May Alcott, Richmal Crompton y Jack London sufrieron algún tipo de «intervención» en sus traducciones al español (Fernández 2007). Por otra parte, en este contexto, autores como Aldous Huxley no autorizaron las traducciones de sus obras al español por el temor de sufrir las mutilaciones del aparato censor (Hurtley 1986).

Otro común denominador referente a la censura –de aplicación generalizada a todo el período que abarca este artículo– sería la arbitrariedad. Muestra de ello sería, por ejemplo, la publicación de Intemperie (The Weather in the Streets, 1936) de Rosamond Lehmann en 1945, una novela en la que, entre otros, aparecen temas problemáticos para el régimen como el aborto y el divorcio (Ortega 2011). Otros medios, como el cine, también tuvieron la posibilidad de proyectar contenido polémico (Gubern 1981). No existió un discurso único y monolítico de censura sino una heterogeneidad de discursos que dificultaban la labor de escritores, traductores y editores. En este punto radicó «el verdadero poder de la censura: el de convertir a muchos escritores en censores de sí mismos» (Beneyto 1975:158).

 

Años 60: nuevos horizontes editoriales

En los años 60 se experimentó un significativo desarrollo económico e ideológico, provocado, entre otros factores, por el considerable aumento del turismo junto con la emigración al extranjero. La llegada de Fraga Iribarne al Ministerio de Información y Turismo en 1962 con la Ley de Prensa de 1966 supuso una apertura cultural importante en esta década. A nivel de censura, las nuevas modalidades de control de las obras publicadas (consulta previa o voluntaria, depósito y el silencio administrativo) dejaron atrás la obligatoriedad de la censura previa. Dichos cambios produjeron un resurgimiento de la importación de novelas extranjeras que en los años 50 había disminuido levemente (Rioja 2008).

El mundo editorial experimentó en esta década significativos cambios respecto a las dos anteriores. Un aspecto importante es el énfasis que el aparato censor puso en las empresas editoriales (Gubern 1981, Menchero 2015a, Rojas 2017). Además de la expansión de este terreno, los proyectos de los diferentes sellos se modernizaron para ajustarse a las nuevas necesidades del momento (Martínez 2015b). El consumo de masas condujo a nuevas iniciativas: fórmulas de venta (venta a plazos o a crédito, ventas por correo, fascículos); nuevos formatos de libros, como el libro de bolsillo, con grandes tiradas que disminuían el coste de los libros; y mayor promoción y publicitación de las obras. Por otra parte, los diferentes sellos comenzaron a especializarse en géneros o temáticas más específicas (Martínez 2015a) y se consolidó el concepto de sello editorial como una fórmula que facilitaba la identificación de las diferentes editoriales. En materia de traducción y, particularmente de narrativa, destacaron Alianza en Madrid y Grijalbo, Edicions 62, Proa, Lumen, y Tusquets, todas en Barcelona.

En lo que se refiere a las lenguas de traducción, el francés y el italiano recuperaron cierta posición tras haber estado ciertamente «desatendidas» en las dos décadas previas (Vega 2004). Sin embargo, la anglofonía se mantuvo semejante al periodo anterior. Las cifras que presenta Rioja (2008) lo dejan patente: entre 1962 y 1969, Plaza & Janés publicó 1136 traducciones de narrativa en lengua inglesa, Molino 997, Bruguera 845, Toray 671, Planeta 647 y la madrileña Aguilar 625. Específicamente, el 51% de estas publicaciones fueron versiones de novelas de autores norteamericanos, favorecidas tras la visita a España a finales de 1959 del presidente de los Estados Unidos Eisenhower y el posterior propósito de continuar las relaciones culturales y económicas entre ambos países.

En otra línea, Rioja (2008) ha establecido un ranking destacando los traductores con un mayor número de obras publicadas en el período comprendido entre 1962 y 1969. Algunos de los más prolíficos, superando los cien títulos fueron Miguel Jiménez Sales y Ramón Margalef Llambrich (ambos en la editorial Molino), José Mª Cañas, Jaime Piñeiro González, Manuel Bartolomé, Baldomero Porta y Juan G. de Luaces.3

Aunque el reconocimiento de la práctica traductológica había llegado en 1956 con el Premio de Traducción Fray Luis de León (el actual Premio Nacional de Traducción), el galardón no fue otorgado a una obra del género narrativo hasta 1963, por la versión de Concha Fernández–Luna de Las gafas del león del francés Charles Vildrac.

 

La traducción al catalán, euskera y gallego

La dictadura franquista supuso la supresión a nivel oficial de todas las lenguas peninsulares, a excepción del español. Durante los 40 y los 50, catalán, euskera y gallego quedaron relegados casi de forma exclusiva al ámbito privado y a la clandestinidad. En los tres casos el punto de partida era complejo: «Con censura y sin mercado» (Martínez 2015e).4

Tras una década, la de los 40, de mínima visibilidad, la autarquía de los años 50 permitió algunas reediciones de traducciones previamente publicadas y versiones al catalán, euskera y gallego de textos clásicos (para el catalán véase Ortín 2004). Un caso interesante de esta época es el de «El Club dels Novel·listes», fundada por Aymà ya en 1955 con traducciones al catalán. Sin embargo, de forma generalizada el punto de inflexión llegó de la mano de la nueva permisividad promovida por el gobierno desde 1962 que permitiría, ahora sí, la publicación de textos en los otros idiomas del país.

En cuanto a las divergencias entre estos idiomas, el catalán había contado con un amplio entramado editorial en la época de preguerra mientras que el euskera y el gallego no disponían de dicha tradición, por lo que el despegue de estas literaturas a partir de la época aperturista no corrió la misma suerte. En esta línea, mientras que el fomento de la literatura en catalán pudo también orientarse a fines comerciales, euskera y gallego quedaron limitados principalmente a la reconstrucción cultural y política del País Vasco y Galicia, respectivamente.

En el caso catalán, el número de editoriales aumentó de forma progresiva (en 1957 seis editoriales publicaban en catalán y en 1976 había 172) aunque en cuanto al número de títulos se tardarían varias décadas en alcanzar las cifras de la época de preguerra (Bacardí 2012, Samsó 1994–1995). En lo referente a los encargados de revitalizar la lengua catalana a través de la traducción, Cornellá–Detrell (2013b) afirma que fueron muchos los escritores catalanes que durante esta década combinaron su obra de creación propia con la traducción mientras que otros tantos se dedicaron de pleno a traducir. El boom de la traducción al catalán se convirtió en una forma de sustento económico para muchos, que influiría en sus propias obras. Maria Aurèlia Capmany, Manuel de Pedrolo, Ramon Folch, Josep Vallverdú, Joan Oliver, Joan Sales, Rafael Tasis y Xavier Coma son algunos de ellos.

Por lo que respecta al euskera y al gallego, «su despertar fue tardío y lento, sin los recursos de las ediciones en catalán para intentar sortear las obstrucciones de la censura y sin un mercado de lectores» (Martínez 2015e: 850). En cuanto al euskera, con múltiples dialectos, se buscaba su difusión y normalización. Después de la Guerra Civil predominaron las traducciones de autores clásicos y destacó la significativa presencia del clero en materia de traducción: es destacable la labor del jesuita Plazido Mujika y del sacerdote Juan Anjel Etxebarria. En esta ocasión, los títulos de poesía y teatro parecen ser más abundantes que los de narrativa en traducción (Mendiguren 2004, López 2009). En gallego destaca la labor llevada a cabo en Vigo por Galaxia desde 1963. A través de la revista Grial introdujo textos publicados por primera vez en España («Dous contos» del japonés Kawabata en 1968, «Un conto iugoeslavo» de Ivo Andric en 1972). Las publicaciones en volúmenes individuales eran muy escasas y se trataba fundamentalmente de traducciones del español (textos de Cela, Risco, Molinari). También cabe destacar los intentos de normalización de la lengua gallega enfocados en el público infantil y juvenil de mano de la Editorial Galaxia: cuentos en la colección «A Galea de ouro» y O Principiño de Saint–Exupéry (1972) en la colección «Árbore» (Noia 2004).

 

Los años 70: el aparente ocaso del franquismo

La crisis económica internacional de 1973 se vio reflejada en las editoriales. El crecimiento de la década anterior dio lugar a una férrea competencia: además de la multitud de ediciones de bolsillo surgió el problema de la distribución. Estos factores condujeron al estancamiento en cuanto al crecimiento de sellos se refiere y la reagrupación editorial. Por ejemplo, Seix Barral, Destino y Espasa–Calpe pasaron a ser absorbidas por Planeta, Aguilar pasó a formar parte del grupo Santillana y Alianza haría lo mismo en Anaya (Martínez 2015c, Vila–Sanjuán 2003).

La literatura traducida seguía ocupando una posición importante en el sistema literario español, completando las carencias de la literatura autóctona para cubrir la demanda. De hecho, el estudio sobre el año literario español llevado a cabo por Núñez (1974) posiciona a España como tercer país con mayor número de textos traducidos. Particularmente, los best sellers de escritores norteamericanos engrosaban los catálogos de las editoriales (Gómez Castro 2009).

En cuanto a los idiomas traducidos, cabría destacar la recuperación de la literatura alemana (Vega 2004), desde finales de los 60 cuando entraron de forma «masiva» las obras de Kafka, también autores del Grupo 47 y representantes de la literatura de posguerra (Jané–Lligué 2013; 2016). De forma similar, se produjo en esta década un especial interés por la literatura austriaca y en particular por la novelística de Hermann Hesse. Sin embargo, el inglés siguió en cabeza, alcanzando los 1391 títulos en 1977, un 50% de traducciones de autores norteamericanos (Gómez Castro 2009).

A lo largo de esta década la traducción del género narrativo se vio galardonada prácticamente de forma sucesiva mediante el Premio Nacional de Traducción Fray Luis de León: Ángel Sánchez–Gijón (1974), Carmen Bravo–Villasante (1975), María Teresa Gallego e Isabel Reverte (1976), José María Valverde (1978) y Javier Marías (1979).

En 1970 se inaugura una nueva etapa en el Ministerio de Información y Turismo (MIT) encabezado por Sánchez Bella (1969–1973) que supuso un regreso a la represión (en 1973 Carrero Blanco fue nombrado presidente del Gobierno). Posteriormente durante el gobierno de Arias Navarro, Pío Cabanillas Gallas pasó a ocupar el MIT (1974), abogando por una cierta laxación, comparable a la de Fraga en 1962. Aunque hasta la promulgación de la Constitución Española de 1978 la censura gubernativa siguió en funcionamiento (Gómez Castro 2009), la desaparición de los «controles ideológicos y administrativos heredados del aparato censor franquista» (Rabadán 2000) no se produjo hasta 1985. Más allá de esta fecha, la larga sombra del franquismo se extiende hasta nuestros días. Varios autores han apuntado la comercialización en los últimos años de traducciones llevadas a cabo durante los años del franquismo, una práctica que resulta de urgente consideración. Las obras de autores tan diversos como Hemingway, John Dos Passos, Carson McCullers, George Orwell, Mario Puzo, William P. Blatty, Thackeray o Charlotte Brontë se han seguido reeditando de forma sistemática con fragmentos omitidos o modificados sustancialmente. Incluso, apunta Cornellà–Detrell, «es posible que, gracias a los nuevos soportes electrónicos, la censura viva una segunda juventud, ya que estos dispositivos están estimulando la publicación de obras descatalogadas» (2015).5

 

Editoriales de preguerra

Desde el fin de la Guerra Civil la actividad editorial se centralizó en Barcelona y Madrid. En la Ciudad Condal destacaron en materia de traducción editoriales ya existentes en el periodo de preguerra, como Janés, Miracle, Iberia, Juventud, Molino y Bruguera, que tuvieron que redefinirse y seguir los nuevos imperativos del régimen. Según las cifras relativas al pago de derechos de traducción de 1943, José Janés encabezaba la lista (Bozal 1969: 87) con un catálogo nutrido de títulos de literatura extranjera vertida al español. El editor catalán se vio obligado a castellanizar su nombre y a publicar en español después de una década publicando en catalán. Su proyecto editorial en español pretendía seguir la orientación de las colecciones «Quaderns Literaris» y la «Biblioteca de la Rosa dels Vents» (Gallén 2011). Janés introdujo diversos aspectos innovadores en el mundo editorial de posguerra y para muchos se convirtió en un referente a seguir. Destaca, en primer lugar, la vasta cantidad de colecciones que editó a lo largo de esta década y de la siguiente, que incluyeron autores de muy variadas nacionalidades. En «El Grano de Arena», iniciada a principios de los 40 y de dimensiones muy reducidas, se publicaron de forma íntegra obras breves de mayoritariamente autores extranjeros como Goethe, E. A. Poe, A. Pushkin y H. G. Wells. «La Pléyade», por su parte, agrupaba, en ocasiones, sus traducciones según el origen del autor: «Novelistas suizos», «Novelistas ingleses», «Novelistas noruegos», etcétera. Por otra parte, Janés fue pionero en la reedición de títulos en diferentes colecciones, práctica emulada por otros editores posteriormente (Llanas 2011). Por ejemplo, en la década de los 50 compiló la obra completa de M. Baring, L. Zilahy, G. Duhamel, G. K. Chesterton, D. Du Maurier, K. Hamsun, A. Huxley, R. Kipling, J. Knittel, Th. Mann, S. Maugham, A. Maurois, M. van der Meersch, G. Papini y L. Pirandello. Como recoge Hurtley, entre 1942 y 1952, Janés se encargó de recrear «el panorama editorial inglés de los primeros cuarenta años del siglo XX» (1992: 124), con autores como Chesterton, J. Joyce, Pirandello, Colette, Maugham, P. G. Wodehouse, V. Woolf, Huxley, Ch. Morgan, Radclyffe Hall, J. Dos Passos, Van der Meersch y E. Waugh. Destaca especialmente el elevado número de títulos de Wodehouse con 38 obras publicadas entre 1942 y 1957. También son dignas de mención las colecciones dedicadas a premios literarios de los años 50: «Los Premios Nobel de la Literatura», «Los Premios Pulitzer de Novela» y «Los Premios Goncourt de Novela». Por géneros, se interesó en una gran variedad de tipos, incluyendo autores best sellers y populares como A. J. Cronin, Jack London y Pearl S. Buck y por escritores de novela policíaca (Dorothy L. Sayers, Philip MacDonald y Christopher Bush).

Los orígenes de Miracle, regentada por Lluís Miracle i Arrufó, se remontaban a los años 30. El editor también se interesó por la literatura extranjera, como refleja su colección «Centauro», que publicó traducciones de los novelistas Aldous Huxley, Maurice Baring, Pierre Benoit y Castelo Branco (Llanas 2006).

Iberia, fundada por Joaquín Gil Guiñón en 1922 fue dirigida a partir de 1936 por su cuñado, Gabriel Paricio Fonts aunque en muchas de las publicaciones Gil siguió figurando como editor. En la posguerra Iberia publicó «Obras Maestras» con textos de muy diversos idiomas como el griego, el latín, el inglés, el francés, el alemán o el ruso. Esta colección estaba compuesta de «traducciones de gran calidad literaria y [de] presentación exquisita» del editor (Giralt–Miracle 1989: 65).

En 1923 José Zendrera creó la editorial Juventud junto a Concepción Mateus, madre de Pablo Molino, quien pasaría a ocupar el cargo de subdirector en 1930. Durante la Guerra Civil Juventud dispuso de una delegación en Sudamérica (Juventud Argentina), que se encargaba de la publicación. Tras la primera posguerra, esta filial se ocupó solo de la distribución y la actividad principal se retomó en Barcelona. Por estas fechas, el intelectual catalán Marià Manent se convirtió en director literario, contribuyendo al prestigio de la editorial. Juventud contaba, por ejemplo, con un amplio catálogo de novela popular con múltiples colecciones dedicadas a este género: «Aventura», «Fama», «Grandes Éxitos Populares», «Misterio y Aventura», «La Novela Azul», «Una Novela de Crimen», «Novelas Modernas», «La Novela Rosa» y «Obras Maestras» (Moret 2002). Juventud se interesó especialmente en la literatura infantil y juvenil y publicó Mary Poppins en 1943, aventuras de Heidi de Johanna Spyri en esta misma década, incorporó a Pippi Calzaslargas de Astrid Lindgren y los libros de Gianni Rodari (Baró 2005; Llanas 2006). Primero en castellano y después en catalán introdujo a Tintín de Hergé (Martínez Turégano 2013) y publicó muchos títulos de Enid Blyton (Fernández 2007).

Tras su paso por Juventud Pablo Molino, junto con su hermano Luis, fundó la editorial Molino en 1933. En los años más complicados de la Guerra Civil Molino tuvo sucursal en Argentina desde donde proporcionaba ejemplares a la central de Barcelona (Llanas 2006; Moret 2002). De vuelta a la Ciudad Condal, cuando la guerra había terminado, la editorial publicó textos extranjeros particularmente del inglés en la colección «Violeta», destinada al público femenino. Por otra parte, continuó publicando la exitosa colección «Aventuras de Guillermo» de Richmal Crompton, iniciada en 1935 y de gran popularidad en el Reino Unido (Fernández 2007). Las colecciones «Juventud» y «Hombres audaces» reanudaron su actividad después de la guerra civil. La primera se dedicó a las novelas clásicas de aventura y viajes y publicó textos de Jules Verne, Karl May, J. F. Cooper y Frederick Marryat. La segunda introdujo en España conocidos personajes de la pulp fiction norteamericana como Doc Savage o la Sombra. Además Molino presentó a los lectores españoles otros tipos de literatura populares en el extranjero, como la novela de capa y espada y la novela policiaca. La editorial obtuvo los derechos de edición de Rafael Sabatini, perteneciente al primer grupo, con el popular héroe Scaramouche, y también publicó textos de Alexandre Dumas. Asimismo, introdujo autores de novela policiaca como Agatha Christie (con su popular detective Hércules Poirot), Sax Rohmer (creador del villano Fu Manchú) y Earl Stanley Gardner (autor de las aventuras de Perry Mason). Muchos de estos autores se incluyeron en la colección «Biblioteca Oro» que con un millar de títulos fue una de las series españolas de literatura popular más importantes del siglo XX (Eguidazu & González 2015). Otras de las contribuciones al mercado de literatura infantil y juvenil vinieron de la mano de los personajes de Emilio Salgari (creador del Corsario Negro y de Sandokan) y de Johanna Spyri. También la colección «Obras Juveniles» es relevante, pues incorporaba, como ya había hecho Juventud, a J. Spyri y a Louise May Alcott. En la década de los 60, Molino introdujo las novelas de Enid Blyton en la serie «Misterio, Aventura e Internados».

El Gato Negro, fundada en 1910 por Juan Bruguera Teixidor, pasó a llamarse Editorial Bruguera en 1940. Las publicaciones de Bruguera se comercializaron principalmente a través de quioscos y destacaban los tebeos, cómics y literatura juvenil (Sanchís 2010, Martínez 2015a y c). La edad de oro de la editorial en cuanto a tebeos se refiere tuvo lugar entre 1940 y 1957 y Bruguera se convirtió en una de las primeras editoriales españolas, liderazgo que mantuvo a lo largo de varias décadas. Entre los cómics que popularizó en España se encontraban los más de 100 títulos de clásicos de Disney, publicados desde 1945. También publicó colecciones en formato libro, cuyos títulos podían aparecer en diversas series. Desde 1943 «Biblioteca Iris» comercializó textos de novelistas norteamericanos como E. S. Gardner y Ray Cummings; la colección de literatura clásica «Alondra» publicó «Obras maestras de la literatura de todos los tiempos y de todos los países»; «Mi Novela», por su parte, recogió narrativa de misterio y del Oeste como los Westerns de Zane Grey. En la década de los 50 Bruguera encabezaba la lista de la industria literaria popular y su predominio se extendió hasta los años 70 (Vázquez de Parga 2000, Gómez Castro 2009). A mediados de los años 50, «Historias» combinaba tres páginas de traducción de una novela y una página de historieta, facilitando al público de menor edad clásicos de la literatura. A partir de 1959 «Joyas Literarias» distribuyó también clásicos con algunos de los best sellers del momento. Por estas mismas fechas, «Iris» proporcionaba títulos destinados al público juvenil, como algunas obras de A. Dumas, Verne y R. L. Stevenson. En «La Corona» se publicaron también best sellers y novelas de autores que en aquel momento no habían alcanzado la fama que posteriormente lograrían: Gabor Vaszary, Francis Clifford, Henry W. Clune o Alfred Hitchcock. También de estos años son las publicaciones de origen francobelga Astérix el Galo y la francesa El teniente Blueberry. «Bruguera Libro Amigo» se inició en 1965 e incluía literatura de todos los tiempos y de diferentes países en formato de libros de bolsillo de precio asequible. A lo largo de dos décadas publicó a autores de la talla de Isaac Asimov, Truman Capote o J. D. Salinger. Entre 1972 y 1974 sacó al mercado nueve álbumes de Lucky Luke (Ediciones Toray había sido la primera en publicar las aventuras del cowboy).

Por lo que respecta a Madrid, Aguilar y Espasa–Calpe destacan en materia de traducción. Aguilar había sido fundada por Manuel Aguilar Muñoz en 1923 y tenía ya antes de la Guerra Civil conexión con Sudamérica. «Joya» y «Obras Eternas» provenían de la época de preguerra y se reanudaron tras la contienda. «Biblioteca de Autores Modernos», «Biblioteca de Premios Nobel» o «Crisol» surgieron con posterioridad y fueron algunas de las nuevas colecciones que destacaron en Aguilar. En estas series se publicaron obras de autores de diversas procedencias. Por ejemplo, en «Biblioteca de Autores Modernos» aparecieron volúmenes que compilaban varios textos de un mismo autor. Figuran autores como Vladímir G. Korolenko, Louis Bromfield, Ernst Wiechert, Hans Fallada, S. de Beauvoir, J. Cocteau, G. Simenon y William Golding. «Crisol» apareció en 1943 y se mantuvo a lo largo de 15 años. Fue la primera biblioteca de bolsillo de la editorial e incluía una selección de las obras más importantes de la literatura universal a un tamaño reducido en volúmenes encuadernados en piel. En 1959 había publicado 400 títulos entre los que se encuentran narraciones de grandes autores como Walter Scott, Goethe, Turguénev, Mérimée o Eça de Queirós. También es destacable la «Biblioteca de Premios Nobel» desde que apareciera en 1955 y hasta principios de los años 70. Según Rioja (2008) en la década de los 60 Aguilar encabezaba la lista de las editoriales madrileñas con más traducciones de narrativa en inglés en su catálogo con 625 títulos (véase también Blas Ruiz 2012).

Por su parte Espasa–Calpe provenía de la unión en 1925 de dos empresas independientes: Espasa (original de la segunda mitad del siglo XIX) y CALPE (que había nacido en 1911). En 1940 la editorial regresó a España, tras años en Sudamérica. Destaca la «Colección Austral» –que había sido promovida por Ortega y Gasset desde París y nació en Espasa–Calpe Buenos Aires en 1937– con obras clásicas en formato libro de bolsillo a módicos precios, que se convirtió en un excelente modelo en el país por su formato y su calidad (Moret 2002). «Austral» junto con «Libro de Bolsillo» de Alianza se convertirían en dos colecciones pioneras que recuperaban el saber hacer de la época de la República en las décadas de los 60 y 70, superando una interrupción que duró alrededor de veinte años (Beatriz de Moura en Moret 2002: 323). En 1940 la serie contaba con 500 volúmenes y en 1950 había duplicado la cifra (véase V.V. A.A. 2009).

 

Editoriales nacidas en los años 40

Por otra parte, nacieron nuevas empresas cuyos fundadores buscaban una nueva ocupación tras la contienda. En este segundo grupo se incluyen Destino, Caralt, Aymà, Arimany, Mateu y Planeta y EDHASA, que supieron hacerse un lugar significativo en el sistema literario de posguerra. La primera de ellas, Ediciones Destino –emparentada con la revista Destino que se había creado en 1937– nació en 1939 de la mano de los socios Josep Vergés y Joan Teixidor. Resulta de especial interés la colección «Áncora y Delfín» que combinaba la publicación de autores españoles con novelas traducidas. El número 2 de la serie se dedicó a Cumbres borrascosas de Emily Brontë – obra traducida al español por el prolífico traductor de posguerra Juan G. de Luaces – a la que seguiría una larga lista de versiones, convirtiendo a «Áncora y Delfín» en el emblema de la editorial con 225 títulos en 1962, que fueron en aumento en la siguiente década (Vergés 2007; Ripoll Sintes 2015).

La trayectoria editorial del falangista Lluís de Caralt Borrell tiene ciertas semejanzas con la de Janés. Aunque su recorrido en el mundo del libro se inició en 1942 con la creación de la editorial Luis de Caralt y a pesar de tener ideologías políticas muy divergentes, Caralt se inspiró en el modelo editorial de Janés (Martínez 2015a). Además, según Llanas (2011), Caralt sería el segundo editor de narrativa traducida en la posguerra. En el catálogo de 1948–1949 se listaban 15 colecciones y en el vigésimo quinto aniversario de la editorial ya se habían publicado 1.500 títulos (Moret 2002). Caralt conjugó la comercialización de autores de reconocido prestigio como Ernest Hemingway, John Steinbeck y William Faulkner con autores más populares como Cecil Roberts. «Gigante» fue la más amplia y duradera de sus colecciones y recogía «lo más selecto de la literatura universal» (Llanas 2006: 228) en cuanto a novela se refiere. Además de autores de nacionalidades más habituales (norteamericana, inglesa, francesa y alemana), se incorporaron escritores de otras procedencias. Entre 1945 y 1949 «Gigante» publicó a autores como Herman Hesse, Ferenc Herczeg y Sándor Török. Caralt introdujo en el mercado literario español al británico Graham Greene en 1944 con El poder y la gloria en su colección «Anglo–Sajona» y el best seller La hora veinticinco del rumano C. V. Georghiu. Otras colecciones dignas de mención en materia de narrativa traducida fueron «La Novela Histórica», «La Torre de Marfil» y «Libros de la Sirena» en las que también se refleja el inusual interés del editor por la literatura de países europeos que no se solía dar a conocer en España. Otra colección digna de mención fue «El Club del Crimen», que data de 1947 y se concentró en novelas policiacas. Por otra parte, también se interesó en las novelas del belga Georges Simenon, creando «Las Novelas de Maigret», donde se publicaron 78 títulos a partir de los años 60.

Tras la contienda y con la prohibición del idioma catalán, la edición de libros en español se convirtió en una nueva forma de subsistencia para algunos miembros del mundo de la cultura catalana de la época de preguerra. Este es el caso de Aymà y Arimany. El sello Aymà Editores fue fundado por Jaume Aymà i Ayala y Jaume Aymà i Mayol en 1944. En las dos primeras décadas del franquismo, 81 traductores trasladaron al español alrededor de 200 títulos de narrativa distribuidos en 20 colecciones (Llanas 2011). Entre las primeras figuran «Estela» y «Colibrí» donde se dieron a conocer la obra de Massimo Bontempelli y los Retratos imaginarios de Walter Pater. Destaca el éxito de la publicación de Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell en 1943 aunque el estreno de la película no tendría lugar hasta 1950 por cuestiones de censura. La editorial mostró su interés en publicar novelas que habían sido adaptadas a la gran pantalla como reclamo para posibles lectores. Así, la colección «Las Novelas/Los Libros del Cine» incluyó Los tres mosqueteros (1949), La isla del tesoro (1952), Quo vadis (1953) o Aventuras de Robinson Crusoe (1955). Por otra parte, Aymà consiguió los derechos de publicación de la obra de G. Simenon e incluyó sus obras en la colección «Albor» (Pla 2009). En otra línea diferente, con «El Club dels Novel·listes», que nació en 1955 y se renombró como «Club Editor» en 1959, Aymà apostó por la literatura en catalán, incluyendo traducciones de autores de muy variados orígenes: Antoon Coolen, Nicos Casantsakis, el popular Pierre Boulle (El pont del Riu Kwai que fue el título traducido en Aymà fue llevada al cine), Dostoievski, Alan Paton o Anna Langfus. También publicó literatura infantil y juvenil en traducción, como algunas historias del elefante Babar, creación del francés Jean de Brunhoff, cuyas versiones en catalán se deben a Carles Riba (Ortín 2004, Aymà 2011).

Miquel Arimany se inició en el mundo editorial en 1942. En los primeros años destacan la «Ventana Abierta» y «Aldebarán». En la segunda colección se publicaron un significativo volumen de textos del humorista inglés W. W. Jacobs. Estas versiones así como otras traducciones de Jerome K. Jerome fueron cedidas a Janés posteriormente. En la siguiente década aparecen dos colecciones nuevas que se prolongan hasta los años 60: «Robinsones» y «Clásicos de la Juventud», que publicaron un elevado número de títulos de J. Verne (Arimany 1993).

Mateu, fundada en 1944 por Francisco Fernández Mateu, extendió su actividad a lo largo de 30 años. Publicó alrededor de 1.000 títulos en algo más de 30 colecciones (Llanas 2006). Destacan «La Hoja Perenne», «La Pluma» o «Todo para Muchos». En ellas se congregaron autores como Joseph RothVladimir NabokovHeinrich Mann, entre otros muchos. También cabe destacar la «Biblioteca Moderna Mateu» con diferentes series semejantes a las de Molino. Por otra parte, Mateu ocupó una posición predominante en cuanto a la dinamización de literatura infantil y juvenil junto con las ya mencionadas Molino y Bruguera. Es digna de mención la «Colección Juvenil Cadete» con títulos de autores tradicionalmente asociados al género como R. L. Stevenson, J. Swift, Verne, L. May Alcott y un largo etcétera. En el catálogo de 1966–1967 la literatura infantil y juvenil estaba representada en 16 colecciones (García 2015).

Los inicios de José Manuel Lara Hernández en el mundo del libro se remontan a 1944, cuando adquirió Tartessos, propiedad del falangista Félix Ros. La nueva Editorial Lara tuvo varias colecciones en las que primaban autores extranjeros como «Voces de Francia», «Novelas Húngaras», «Pequeñas Obras Maestras», «Horizonte» y «Amanecer». Esta empresa fue comprada por Janés, que la rebautizó como Editorial L. A. R. A, cuyos fondos publicaría a partir de entonces en su editorial. En 1949, José Manuel Lara fundó Planeta. Sus grandes apuestas fueron la venta a crédito a partir de 1956 y desde 1965 la exportación de libros a América Latina (México y Argentina). La editorial mostró un especial interés en la publicación de novelas traducidas, aglutinadas en colecciones como «Goliat», «Ómnibus», «Luyve», «Infinito», «Obras Selectas», «Maestros Rusos», «Maestros Ingleses», «Maestros Italianos» y «Las Mejores Novelas Contemporáneas». La primera novela que se publicó en «Goliat» (1949) –primera novela también publicada en Planeta– fue Mientras la ciudad duerme de Frank Yerby que fue un gran éxito para la editorial y sirvió para propiciar su despegue. Siguiendo la tónica de Janés, era muy habitual que varios autores de una colección se reeditaran en dos o más series de la misma casa. También son interesantes las colecciones en las que se compilaban varios autores del mismo origen como «Maestros Rusos» y «Maestros Italianos». Planeta se convirtió en un gran magnate de la edición a partir de los 70 cuando formó el Grupo Planeta (Moret 2002, Llanas 2006 y Mengual 2015).

Otra editorial significativa fue Edhasa, fundada en Barcelona en 1946 por Antoni López–Llausàs. El editor había sido el propietario de la librería Catalonia y de la editorial con el mismo nombre desde 1924 y había creado Editorial Sudamericana durante su exilio en Buenos Aires. A partir de 1953 reinició la edición de libros en Edhasa, pues con anterioridad se había dedicado a la distribución de los libros publicados en Argentina.6 El porcentaje de narrativa traducida ascendía al 90% a mediados de la década de los 60 (Llanas 2006). «Nebulae», centrada en novelas de ciencia ficción, fue una de sus colecciones más importantes. Otras de sus colecciones más significativas fueron «Séptimo Círculo» destinada al género de la novela policiaca y «Cobra» (Porcel 1976, Larraz 2018).

 

Editoriales de nueva creación en los años 50

En 1951 los hermanos Noguer fundan la editorial homónima. Destaca la traducción de Out of Africa de Karen Blixen en el catálogo de «Galería Literaria» de 1960, que se popularizaría como Memorias de África. También en la década de los 60 y en esta misma colección aparecerían otras novelas que forman parte del imaginario colectivo: El doctor Jivago, El gato pardo y A sangre fría. Desde los primeros años de los 70 y con múltiples reediciones que reflejan el gran éxito de este título, Noguer comercializó el best seller de Piers Paul Read, Viven: la tragedia de los Andes. Esta editorial también cultivó el género de suspense y espionaje en su colección «Esfinge» donde destacan particularmente las novelas del británico John Le Carré y Patricia Highsmith –dos autores que Noguer introdujo en España en la década de los 60. Noguer también fomentó la literatura infantil y juvenil desde que en 1959 inaugurara «Mundo Mágico» y «Cuatro Vientos». En estas colecciones se publicaron novelas muy reconocidas en este género: Hugo y Josefina, Vacaciones en Suecia, Tiempo cálido y Jim Botón (Moret 2002, Llanas 2006, García 2015).

A pesar de haberse creado antes de la Guerra Civil, es preciso incluir Seix Barral en esta década, debido al nuevo rumbo editorial marcado por la incorporación de Carlos Barral en 1954 al sello catalán perteneciente a su familia. La empresa apostó por la vertiente literaria y humanística, el compromiso intelectual, el cuidado del texto y supuso una apertura al exterior. Barral se encargó de publicar narrativa de autores vanguardistas contemporáneos en «Biblioteca Breve» y «Biblioteca Formentor» que contaban en 1967 con 163 y 82 títulos, respectivamente. Desde su lanzamiento en 1955, en la primera colección se incluyeron títulos del nouveau roman, que interesaba particularmente a los jóvenes más intelectuales del país. La conciencia de Zeno de I. Svevo y La celosía de A. Robbe–Grillet se incluyen entre los primeros títulos publicados. «Biblioteca Formentor» estuvo asociada al Premio Internacional de los Editores y al Premio Formentor e incluyó entre los autores galardonados a Dacia Maraini, J. Semprún, Gisela Elsner y N. Sarraute, por ejemplo. Pocos años después del fallecimiento de Víctor Seix –socio en la editorial– en 1970 Carlos Barral creó un nuevo sello, Barral Editores, cuya actividad se extendería a lo largo de siete años con proyectos similares a los de Seix Barral, como «Hispanica Nova», «Biblioteca Breve de Literaturas» o «Series de Respuesta», que recogieron novelas de G. Grass, P. Handke, Bruno Schulz, Witold Gombrowicz, Christa Wolf, entre muchos otros. La labor editorial de Seix Barral estableció las pautas para otros sellos catalanes surgidos en la década de los 60 (Moret 2002, Barral 2015, Martínez 2015a).

Vergara empezó a funcionar como editorial en los años 50 aunque sus orígenes se remontan a la librería y distribuidora del mismo nombre situada en Barcelona, propiedad de Josep M. Esteve. Desde finales de los 50 en «Clásicos Vergara» aparecieron novelas de autores de renombre a nivel universal precedidas de un prólogo y con anotaciones. «Autores de Siempre» reúne las obras completas de Balzac y Dostoievski. Otra colección digna de mención fue innovadora «Isard» (1962–1971), con traducciones al catalán, atenta a las novedades literarias del momento, en la que figuran escritores catalanes reconvertidos en traductores: Joan Fuster, Jaume Berenguer Amenós, August Vidal, Ramon Folch i Camarasa, Bonaventura Vallespinosa, M. Teresa Vernet o Carles Soldevila (Vilardell 2011). Algunas de las novelas que figuran en su catálogo son La pesta, El mite de Sísif y La caiguda de Camus, El doctor Givago de Pasternak e Invitació al vals de Rosamond Lehmann (Llanas 2006, Mengual 2014).

Plaza & Janés nace en 1959 de la fusión de las editoriales de Germán Plaza y José Janés tras el fallecimiento de este último ese mismo año. Germán Plaza había iniciado su proyecto editorial años atrás con firmas como Cisne (1935), Clíper (1943) y la distribuidora GERPLA, especializándose en la literatura popular y el libro de bolsillo a precios muy económicos. Tras la guerra, Plaza retomó su labor con Ediciones Plaza y Ediciones G. P. La «Enciclopedia Pulga», inspirada en «El Grano de Arena» de Janés por sus reducidas dimensiones, nació en 1953 y publicó alrededor de 500 volúmenes, entre ellos algunas traducciones abreviadas. También destaca la colección de libros de bolsillo «Libros Plaza» reflejo de la recién surgida cultura de masas. Desde 1955 acercó al lector español, a precios muy asequibles, a autores como A. Huxley, G. K. Chesterton, Kipling o Ray Bradbury, por citar algunos. El éxito económico de Plaza le permitió adquirir los fondos de José Janés en 1959 –que ascendían a 1.600 títulos–, creando la editorial Plaza & Janés, una de las más destacadas del panorama español. Los títulos que había publicado Janés se comercializaron en colecciones de bolsillo y, además, Plaza incorporó múltiples autores de éxito de los 60 y 70. Por estas mismas fechas, otras colecciones lanzadas por Plaza también se nutrían de traducciones como «Libros Cisne», «Libros Alcotán» y «El Gorrión» (Llanas 2006). Otra colección que se caracterizó por el interés en autores foráneos fue «Reno», que incluyó en su catálogo a novelas de gran éxito del siglo XX como El planeta de los simios; 2001, una odisea en el espacio; Sinuhé, el egipcio y un largo etcétera. Esta colección, iniciada en 1959 llegó a los 500 volúmenes en 1975. Asimismo «Rotativa» y «Novelistas del Día» se hicieron eco de voces extranjeras. En la segunda colección se publicaron varios best sellers como Chacal y Papillon y varios títulos de los exitosos Dominique Lapierre y Larry Collins. Cabe destacar que el catálogo de Libros Plaza también se hizo eco de novelas extranjeras que habían sido popularizadas por el cine, como De entre los muertos de Boileau–Narcejac (Vértigo en su adaptación de Alfred Hitchcock) (Moret 2002, Llanas 2006, Mengual 2020).

 

Editoriales de los años 60

En 1966 se constituyó Alianza que desde 1959 se había dedicado a la venta y distribución de libros (Martínez 2015b). Este sello contribuyó a dignificar el libro de bolsillo, pues supo conjugar tres factores existentes de forma simultánea por primera vez: contenidos de calidad, producto dirigido al amplio público de masas y libro de bolsillo. «Libro de Bolsillo» fue su colección más emblemática y allí se recuperaron autores que habían caído en el olvido o bien resultaban de difícil acceso. En la sección de literatura, se publicaron novelas traducidas de, por ejemplo, Proust, Kafka, Dashiell Hammett, F. Scott Fitzgerald en la década de los 60 y E. A. Poe, Graham Greene, George Orwell, A. de Saint–Exupéry, Pavese en el primer lustro de los 70. A la censura que se habían visto sometidos previamente algunos de los autores de su catálogo y a impedimentos que sufrió la colección se refería Salinas (en Moret 2002). En los últimos momentos de la dictadura franquista, este sello se alzaba como una de las editoriales más capitales del contexto español.

El origen de Grijalbo se remonta al exilio mexicano de Joan Grijalbo Serres. Aunque en 1949 fundó Grijalbo España para la exportación de libros desde México, no sería hasta la década de los 60 cuando pudo regresar a España, asentándose en Barcelona. En el catálogo de Grijalbo tienen una importancia predominante las colecciones de narrativa traducida de autores de actualidad, especialmente de origen estadounidense. La editorial publicó Desayuno en Tiffany’s (1959) y apostó por los best sellers, como El motín del Caine de Hermann Wouk (1963) y El padrino de Mario Puzo (1969) (Moret 2002, Llanas 2006).

Tanto Lumen como Tusquets reflejan la impronta de la trayectoria editorial de Barral en Seix Barral (Llanas 2006). El «renacimiento» de Lumen se produjo de la mano de Esther Tusquets –la primera mujer editora que se menciona en este repaso de más de cuarenta años– quien recondujo la orientación de la empresa hacia las publicaciones literarias, muchas de ellas de gran contemporaneidad, y fomentando la calidad por delante de los intereses comerciales (Lumen existía como editorial religiosa desde el 1936). Colecciones como «Grandes Autores para Niños» y «Cuentos Infantiles», «Palabra en el Tiempo», «Libros de Humor» forman parte del nuevo inventario de la editorial. En las dos primeras colecciones se proporcionaron lecturas para el público infantil y juvenil. En «Palabra en el Tiempo» –la más importante de las series de Lumen y en la que abundan las traducciones –se publicaron desde mediados de los 60 novelas recientes y con alguna excepción de autores de periodos anteriores: Albertine Sarrazin, Kingsley Amis, Gertrude Stein, Nabokov y Alan Sillitoe, entre otros (Tusquets 2005, Martínez 2015c).

La segunda editorial de este grupo, Tusquets, se gestó desde Lumen. Beatriz de Moura, cuñada de Esther Tusquets creó este sello en 1969 tras haber trabajado como traductora y editora en Lumen. Se inició con dos colecciones de libros de formatos reducidos: «Cuadernos Ínfimos» y «Cuadernos Marginales». En estas dos series se reunieron principalmente autores de actualidad y en la segunda abundaban textos literarios internacionales traducidos aunque destinados a las minorías. Una de sus metas fue «[r]eivindicar las vanguardias de nuestro siglo y la literatura que no por ser marginada, minoritaria e incluso maldita deja de ser importante» (de Moura citada en Moret 2002: 325). El primer volumen en «Cuadernos Marginales» fue Residua de Samuel Beckett (1969) quien ganaría el Premio Nobel de Literatura tan solo dos meses después. Le siguieron novelas de Zola, Freud, Robbe–Grillet, Marcel Schwob, Faulkner, Gertrude Stein, entre muchos otros (Llanas 2006, Martínez 2015c, Rivalan 2015).

 

La narrativa traducida en catalán: editoriales

Edicions 62 nació en 1962 de la mano de Ramon Bastardes y Max Cahner. Josep M. Castellet, que se incorporó como director literario en 1964, se encargó de promover la orientación hacia la literatura en la editorial con un destacable número de traducciones. Sobresalen las colecciones «El Balancí» y «El Trapezi». En la primera aparecieron versiones de novelas de Vasco Pratolini, Graham Greene, Carson McCullers, W. Faulkner, entre otros. «El Trapezi», por su parte, acogió textos dirigidos al público infantil y juvenil, de autores como Alain–Fournier, William Saroyan, Gorki, Michel Boutron y Hans Peter Richter. También tuvo una colección de bolsillo «El Cangur» que se inició en 1974 donde se reeditaron títulos populares aparecidos previamente en otras colecciones (Castellet 1987, Moret 2002, Martínez 2015e, Menchero 2015b).

Proa también se encargó de la revitalización del catalán desde mediados de los años 60 a través de la recuperación de la colección de preguerra «A Tot Vent», una de las más representativas de la editorial. En esta serie abundan las traducciones al catalán de autores como A. Camus, C. Pavese, Maupassant, entre muchos otros. También «Zenit» (conocida más tarde como «Tròpics» y «Enjòlit») acogieron novelas traducidas al catalán. Entre los logros de Proa se encuentra la introducción de James Baldwin en España en traducción al catalán (Llanas & Pinyol 2003).

 

Nuevas editoriales de los años 70

La crisis editorial del momento no favoreció la creación de nuevos sellos en esta década que destacaran en cuanto a traducciones de narrativa. Diversas editoriales se asociaron a la iniciativa de Carlos Barral para la publicación de sus libros de bolsillo de forma conjunta en la colección «De Bolsillo». Barral Editores, Anagrama, Lumen, Tusquets, Edicions 62, Estela y Fontanella formaron parte del Grupo Enlace desde Barcelona. Después se uniría Cuadernos para el Diálogo (1970) desde Madrid. Según comenta Pedro Altares, aquella agrupación de editores iba más allá de la mera distribución de libros: había un espíritu común antifranquista y muy catalanista (Moret 2002). Enlace se encargó de distribuir la colección «Moby Dick» –con el subtítulo «Biblioteca de Bolsillo Junior para Niños y Adolescentes»–, que constaba de 50 títulos en 1974 y el doble en 1977 (Barral 2015, Martínez 2015d, Menchero 2015b).

 

Conclusiones

Como se ha observado a lo largo de este estudio, la narrativa se erigió como el género más traducido durante las cuatro décadas en las que se extendió la dictadura franquista. El elevado volumen de versiones de textos de diferentes idiomas que circularon durante estos años situó la traducción en una posición preeminente en el mundo literario español. En esta línea es preciso recordar la precaria situación del país a todos los niveles en la primera posguerra que requirió de nuevos editores, traductores, etcétera, para suplir la carencia literaria autóctona provocada por la Guerra Civil. Así, se ha podido observar cómo a los editores ya establecidos se sumaron una larga lista de nombres provenientes de muy variados ámbitos que se abrieron camino en el mundo literario de posguerra haciendo del mundo del libro y, más concretamente, de las publicaciones de traducciones una nueva forma de negocio y de vida.

En lo que se refiere a las lenguas de partida, si bien es cierto que se han mencionado autores de una multiplicidad de orígenes e idiomas de origen, principalmente a nivel europeo, sin duda alguna el inglés mantuvo a lo largo de estas décadas la hegemonía como idioma del cual más traducciones se llevaron a cabo, una tendencia que se extiende hasta nuestros días. Más específicamente, en un primer momento los textos vertidos al español provenían de forma mayoritaria del Reino Unido y, posteriormente, a medida que se afianzaban los lazos con los EE. UU., las traducciones de autores norteamericanos fueron sumándose a la lista y llegaron a desbancar a los británicos. Por otra parte, no se debe olvidar que todos estos textos fueron vertidos al menos durante dos décadas y media de forma casi exclusiva al español, no siendo hasta la década de los 60 cuando se comenzaron a recuperar las que hoy en día son lenguas cooficiales en España: catalán, euskera y gallego.

Por otra parte, en cuanto a la tipología textual seleccionada como materia de partida se ha podido observar cómo, de forma generalizada, en una primera época del franquismo la tendencia fue la publicación de reediciones de textos publicados en los años 20 y los años 30 y con anterioridad y textos de autores catalogados como canónicos. También es interesante recordar que las traducciones realizadas en la primera posguerra y que superaron la censura se siguieron explotando a posteriori, pasando de un sello editorial a otro, cuando unos eran absorbidos por otros. A medida que avanzaron los años se fueron incorporando, cada vez más frecuentemente, traducciones de autores más contemporáneos en los catálogos de las editoriales, acercando a los lectores españoles a la actualidad literaria de otros países. Este giro pudo deberse a la propia evolución de la censura, que experimentó diferentes etapas de mayor o menor permisividad, y a la arbitrariedad a la que se ha hecho referencia, facilitando en algunos momentos la entrada de autores cuyos textos podían llegar a presentar ideas supuestamente contrarias a las del Régimen.

Resulta necesario finalizar este artículo con una última reflexión sobre algunas de las traducciones de narrativa llevadas a cabo en el período comprendido en este estudio. Lejos de considerarse un periodo finiquitado, al menos a nivel de impacto en el sistema literario español contemporáneo, la huella de la censura sigue presente, ya sea en forma de textos mutilados y/o alterados que se siguen publicando y pueden encontrarse en bibliotecas y librerías, o bien, con lagunas significativas de textos que nunca fueron autorizados y cayeron en el olvido y siguen a día de hoy desconocidos por los lectores. Como varios autores han comentado, sería preciso revisar esta casuística y subsanar estas carencias.

 

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  1. Véase el capítulo de P. Meseguer sobre «Traducción y censura en la época franquista», en esta misma obra, así como Gómez Castro (2009).
  2. Véanse los siguientes autores para un examen pormenorizado de la Ley de Prensa del 22 de abril de 1938: Abellán (1980), Gubern (1981), Ruiz Bautista (2008) y Larraz (2014).
  3. Queda pendiente determinar si se trata de traducciones publicadas originalmente en la década en los 60 o si eran reediciones de obras que habían salido a la luz antes, pues en el caso de Luaces, quien falleció en 1963, es inviable que las cifras proporcionadas se refieran a nuevos títulos de esta década.
  4. Consúltense las siguientes fuentes para estudios de la censura y estas lenguas: Gallofré (1991) y Vallverdú (2013) para el caso catalán; Dasilva (2013) para el gallego y Uribarri Zenekorta (2013) para el euskera.
  5. Véanse Massot (1991), Lázaro (2001), Rodríguez (2004), Gómez Castro (2008), Ortega (2013) y Cornellà–Detrell (2013).
  6. Muchos españoles exiliados tras la Guerra Civil retomaron su actividad intelectual en el continente americano ejerciendo de traductores o con la fundación de editoriales. Los principales núcleos fueron Argentina y México y destacan editoriales como Emecé, Editorial Sudamericana y Losada, en el primero, y UTHEA, Ediapsa, Fondo de Cultura Económica y Grijalbo, en el segundo. Estos sellos intentaban importar traducciones que en España debían ser expuestas igualmente al sistema censorio (Abellán 1980). Véanse los capítulos de Germán Loedel y Lizbeth Zavala, respectivamente, sobre «Traducción y exilio en la época franquista: Argentina» y «Traducción y exilio en la época franquista: México», en esta misma obra, así como Zavala (2017). Sobre la edición en España en esta época, véase Moret (2002), sobe la edición en el exterior, Sánchez Illán (2015) y sobre México en particular, Agustí (2018).